LITERATURA: MINIATURAS, PRELUDIOS Y FRAGMENTOS

Irma, Rocío y Gloria

El metro se detuvo, las puertas se abrieron, cambió de vagón, sintió un alivio moderado al ver que se había vaciado, tal vez menos dinero pero más espacio para tocar. Hizo los primeros rasgueos y al levantar la vista, a unos metros, una mujer respiraba profundo con los ojos cerrados, era la imagen de su madre que había muerto varios años atrás. 

Por Ulises José

I.

Irma subió al vagón del metro acompañada de la inercia de todas las personas que la rodeaban. El sonido que avisaba el cierre, el sonido de las puertas deslizándose y el inicio del movimiento le parecían tan cotidianos que no les dio importancia alguna, sólo se dejó llevar como lo había hecho los últimos dieciocho años.

Despertaba en la madrugada, al lado de su marido que respiraba ruidosamente, ella odiaba ese sonido como muchas otras cosas que ya opacaban lo que alguna vez había amado de él. Su arreglo diario: Bañarse, peinar su pelo, aplicar maquillaje y vestirse. Antes de salir despertaba a su esposo y le recordaba, como todos los días, que tenía que llevar a la hija a la escuela.

La desaceleración gradual del tren, el alto total y las puertas abriendo. Un nuevo grupo de personas, menos espacio entre cada quien y más calor. Lo único que la consolaba un poco era saber que generalmente a la siguiente estación descendía gran parte del pasaje.

No se sentía mártir, ni víctima, aquella era su vida, ella había decidido que así fuera. Terminó la prepa y una licenciatura sin importarle mucho todo lo que tuvo que dejar atrás para lograrlo. Quiso ser madre y tuvo una hija a la que amaba y un marido ejemplar por el que no sentía nada.

De nuevo el metro deteniéndose, las puertas deslizándose y como lo había previsto, muchos dejando espacio y oxigeno. Irma cerró los ojos y respiro profundo. El rasgueo de la guitarra de alguno de los tantos músicos que ocupaban aquel transporte como escenario, a cambio de pagos voluntarios, le tensó la espalda. Aquellos interpretes la hacían recordar los peores años de su vida. Cuando escuchó la voz de quien cantaba tembló, era la voz de su madre que había muerto varios años antes.

II.

Rocío saco su guitarra del estuche y se sentó desnuda en su cama para afinarla. Fue ajustando cada intervalo, le gustaba sentir la vibración en su pezón. Era muy temprano y no quería salir, le simpatizaba más la idea de quedarse en casa sin vestirse y tocando la guitarra todo el día. Así recordaba a su madre, casi siempre desnuda, casi siempre tocando.

Decidió salir a tocar, no tenía dinero y su pareja estaría de gira un mes más así que al menos tocaría hasta reunir para un desayuno y tener algo para cenar. Se vistió con desgano, tardó poco porque su guardarropa era reducido y el cabello no le quitaba tanto tiempo, siempre se solucionaba con una gorra.

Con la guitarra al hombro se encaminó a la estación del metro que le quedaba más cerca, en su cabeza repasaba la lista de canciones que interpretaría, así le había enseñado su madre, siempre comenzar a tocar con una lista de canciones.

La música era lo único que había recibido como herencia y le encantaba, gracias a la música había viajado, comido, comprado lo poco que tenía y había conocido a una gran cantidad de gente, no toda interesante, no toda buena. La odisea había valido la pena.

El primer metro que pasó iba muy lleno, lo dejó pesar. El segundo tampoco ofrecía espacio suficiente, lo dejó pesar. El tercer tren fue el indicado, no muy lleno y no muy vacío. Lo abordó, siempre abordaba el último vagón y de ahí avanzaba hasta el primero. Nunca pedía permiso o perdón a los pasajeros, sólo comenzaba a tocar y a cantar. A veces, en el primer tramo lograba conseguir un buen monto, aquel día no fue así, su jornada se veía larga.

La música era lo único que había recibido como herencia y le encantaba, gracias a la música había viajado, comido, comprado lo poco que tenía y había conocido a una gran cantidad de gente, no toda interesante, no toda buena. La odisea había valido la pena. 

Las reacciones que ocasionaba con su música era igual todas las veces. Alguien volteaba a verla, Alguien le ignoraba. A veces alguien cantaba con ella en voz baja. A veces alguien se molestaba. A ella le gustaban todas. El metro se detuvo, las puertas se abrieron, cambió de vagón, sintió un alivio moderado al ver que se había vaciado, tal vez menos dinero pero más espacio para tocar. Hizo los primeros rasgueos y al levantar la vista, a unos metros, una mujer respiraba profundo con los ojos cerrados, era la imagen de su madre que había muerto varios años atrás. No se pudo detener, comenzó a cantar, aquella mujer apretó los párpados.

III.

Gloria comenzó a tocar la guitarra a los seis años, su padre le enseñó antes de abandonarlas a ella, a su madre y a sus tres hermanas mayores. Según él, era lo único útil que le podía heredar y así fue, en pocos años había logrado destacar y a pesar de que era un esfuerzo, entre su madre y hermanas le fueron pagando cursos y clases extra. Tocaba en la iglesia, una que otra boda y cada vez que la familia se reunía.

Llegó a la capital con la idea de seguir sus estudios musicales a un nivel profesional y logró entrar en la escuela nacional, donde comenzó a destacar desde los primeros meses. A los cinco años de haber llegado, era madre de dos hijas que no compartían padre ni lo conocían. Había abandonado la escuela, era alcohólica. La mantenían viva el amor a sus hijas y a la música.

En las mañanas, sin importar la hora a la que se hubiera dormido, se levantaba se preparaba un café al que añadía algo de alcohol. Preparaba a sus hijas y las llevaba a la escuela. Todo el trayecto en metro Gloria cantaba y tocaba. El dinero que juntaba se lo daba a la mayor de sus hijas, Irma, y le insistía que cuidara a su hermana menor, Rocío. El camino de regreso tocaba y cantaba y lo que reunía lo destinaba a beber y a ir juntando lo de la renta.

Para las tres aquella vida era una aventura, Gloria siempre lograba que sus hijas la pasaran bien y hasta los problemas graves eran sorteados con buena cara. Lograba disimular con ellas su manera de beber y a pesar de que se mudaban seguido siempre tuvieron un lugar. En todo momento, a Gloria la mantuvieron viva el amor a sus hijas y el amor a la música.

IV.

Se vieron una a la otra, era inevitable, sonrieron sin contenciones y se abrazaron. Irma y Rocío llevaban diez años sin verse. Tomadas de las manos y sin dejar de verse a los ojos, casi hablando al mismo tiempo comenzaron a intercambiar recuerdos y actualizaciones. Su infancia en los vagones del metro mientras su madre cantaba, como se retaban para ver quien le ganaba al abrir y cerrar de las puertas, las veces que le comenzaron a hacer coros a su mamá y como eso ayudó a que aumentara el total de lo que recaudaban.

Las risas cesaron cuando los recuerdos llegaron a la parte en la que Irma, ya no quería ese modo de vida y le pidió apoyo a la abuela quien estuvo de acuerdo con pagarle la escuela, su madre nunca pudo superar ese abandono.

Rocío se quedó unos años más con su mamá. Vivió con ella un periodo muy pesado cuando intentó dejar de beber con la esperanza de que eso hiciera recapacitar a su hija. No logró ninguna de las dos. Unos años después de que Irma se fuera, le ofrecieron a Rocío trabajo en una gira y no se negó. El tiempo se fue sin llamar la atención y ambas hermanas se vieron hasta el día que enterraron a su madre, Gloria, quien había muerto de abandono.

Se acercaba la estación en la que bajaba Irma, antes de irse se abrazaron y se despidieron con la promesa de volverse a encontrar.

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Ulises José nació en Cuernavaca, Morelos, el 3 de diciembre de 1974. Tuvo su primer acercamiento a la escritura en los talleres de María Luisa Puga en Michoacán en 1986. Estudió producción editorial en 1999 con el grupo editorial Versal. Ha participado como diseñador editorial en varias publicaciones en Morelos y como organizador del festival de cómic Marambo. Actualmente trabaja como colaborador externo en Larousse y como diseñador editorial y asistente de edición en Ediciones Omecihuatl