CINISMO DELICADO

El recuerdo de ese vínculo provocado por ¡Adiós a Lenin! -como muchos otros- me introdujo en esa cápsula del tiempo y me hizo pensar que es justo lo que hacemos algunos cuando muere un año, encapsulamos los 365 días de un ciclo y giramos de reversa las manecillas del reloj.

Por: Alberto Zúñiga Rodríguez

Hace una semana, un gélido lunes invernal como hoy -como cualquier otro lunes- abrí mi aplicación de LinkedIn y en el perfil de la Berlinale (el Festival Internacional de Cine de Berlín) encontré una publicación con una fotografía en blanco y negro del mítico director Wolfgang Becker, acompañada del siguiente texto:

Estamos profundamente entristecidos por la pérdida del director de cine Wolfgang Becker, quien nos dejó a la edad de 70 años el 12 de diciembre en Berlín.

Mejor conocido por su película internacionalmente aclamada «¡Adiós Lenin!», que se estrenó en la Berlinale en 2003, Wolfgang Becker tenía una larga conexión con el festival. Su primera aparición con nosotros fue en 1988 con su película de graduación de la DFFB (Academia Alemana de Cine y Televisión de Berlín) «Butterflies». En 2003 el Jurado Internacional de la Berlinale le otorgó el Premio Ángel Azul por «¡Adiós, Lenin!» y en 1997 recibió una Mención Honorífica por su debut cinematográfico «La vida es todo lo que consigues».

Junto con los directores Tom Tykwer, Dani Levy y el productor Stefan Arndt, cofundó la productora X Filme Creative Pool, que produjo películas de renombre como «Run Lola Run» y «Cloud Atlas».

En Wolfgang Becker hemos perdido a uno de los observadores más brillantes y agudos de la Alemania contemporánea. Realmente lo extrañaremos y expresamos nuestras más sinceras condolencias a su esposa e hija. Descansa en paz, Wolfgang, te echaremos de menos.

Me quedé mudo por unos minutos. Fue duro leer que este emblemático director germano había muerto y pensé por un momento que era muy joven, «quizá 50 años tendría», murmuré para mis pasmadas entrañas. Sin la más mínima comprensión lectora de mi parte, releí la noticia y reparé en que Becker se había despedido de este mundo con 70 años y no con un tostón como mi mente lo imaginaba. Se lo atribuyo al impacto de la noticia o que quizá soy yo el que ya se acerca a los 50. De inmediato, después de romper esa burbuja y repensar en la edad del director, me trasladé a ese lejano 2003 cuando vi su cinta insigne ¡Adiós a Lenin!, en su estreno en mi querido natal rancho de las balas perdidas (que siguen sin cesar, se resisten e insisten en existir): Morelia, en pantalla grande y con sonido envolvente. Y recordé irremediablemente los re-visionados caseros en DVD que hice de ella con mi finado padre. La vimos quizá 10 veces o más. También brotaron las tardes y los viajes en auto en que juntos escuchamos su exquisita banda sonora, de la mano del talentoso multi-instrumentista, compositor e irremediablemente exponente del minimalismo, el francés Yann Tiersen (Amélie, Tabarly, entre otras). Imperdible y conmovedora, dicho sea de paso, la canción Summer 78 cantada por Claire Pichet.

Esa película era el motivo perfecto para escuchar a mi viejo hablar sobre el comunismo, sobre la extinta Unión Soviética y toda la desigualdad y miseria que produce el capitalismo. A él le recordaba su sueño de ver triunfar a la izquierda en México y todas esas ideas «rojas» que circulaban por su mente. Su añoranza por ver de nuevo al «nuevo socialismo» (decía él) como una forma de gobierno más justo para todas las personas… Esta película que recientemente cumplió 21 años de vida, era también el blanco perfecto para confrontar nuestras ideas políticas y escucharle hablar -desde su perspectiva de médico- sobre la pérdida de la memoria, sobre dejar de ser tú mismo o abandonarte a ti cuando ello ocurre… Y de la remota posibilidad de salir de un coma, como le ocurre a la matriarca del largo: Christiane Kerner (espectacular Katrin Saß). De esto último trata Goodbye Lenin! (su título internacional).

Un 7 de octubre de 1989, la mamá de Alexander (brillante también Daniel Brühl) y Ariane (Maria Simon), estresada porque su hijo forma parte de una marcha contra el gobierno comunista que ella tanto defiende a ultranza, le provoca un infarto que la deja -precisamente- postrada en una cama de hospital. Ocho meses después, Christiane sale del coma y el médico es claro en sus recomendaciones, no hay que someter a la señora a situaciones de estrés. Pero… ¿qué otra cosa podría ser más estresante para ella que descubrir que su amada República Democrática Alemana ha muerto y que el muro de Berlín se ha derribado (un 9 de noviembre de ese mismo año, 1989)? Efectivamente, la amada Alemania Oriental se esfumó y con ella el Partido Socialista Unificado de Alemania a la que esta señora alababa e incluso pertenecía.

La muerte de Becker me transportó de inmediato a la de mi padre y a ese santuario que guardo de la relación con él y al momento tan decisivo en mi vida profesional al haberme encontrado con este filme.

Alberto Zúñiga Rodríguez

Para salvar a su madre entonces, sus hijos Ariane y Alex, junto a la ayuda de la futura novia de él -la enfermera Lara- y otros amigos, hacen lo imposible por convertir el departamento familiar en una cápsula del tiempo y que Christiane no descubra la “terrible” realidad.

Artefactos, comida, decoraciones y cualquier otro objeto, incluso la producción de un noticiario, forman parte de toda la parafernalia que les permitirá que la paciente sienta que nada ha cambiado después de su estancia por el hospital donde su mundo se detuvo para ella. De ahí la genialidad del guión (del propio Becker y Bernd Lichtenberg) y las situaciones hilarantes que plantea esta comedia dramática de 121 minutos de duración.

El recuerdo de ese vínculo provocado por ¡Adiós a Lenin! -como muchos otros- me introdujo en esa cápsula del tiempo y me hizo pensar que es justo lo que hacemos algunos cuando muere un año, encapsulamos los 365 días de un ciclo y giramos de reversa las manecillas del reloj. Nos ponemos nostálgicos, evaluativos, nos preguntamos qué hicimos y qué dejamos de hacer… Dónde nos caímos, salimos victoriosos y cómo logramos conseguir cosas, hacemos listas y trazamos nuevos horizontes… ¿Acaso no generamos nuestro propio santuario o un bastión al estilo socialista de esta película? Quizá…

En ¡Adiós a Lenin! los esfuerzos de Alex se tornan tiernos porque Lara dialoga con su madre y le hace confesiones clave, reveladores, que únicamente refuerzan la idea y todo el amor que Alexander le profesa a su madre. Y en una trama paralela, el mismo Alex se reencuentra con su padre (que había escapado de la Alemania de la RDA, abandonándolos a su madre, a su hermana y a él) y una realidad que lo sacude. Como suele ocurrir, la mañana del día 2 de enero de un nuevo año y vuelves a constatar que el paso de un año a otro es más simbólico que otra cosa, una taxonomía de los números o el plano cartesiano que traza nuestro andar.

Es también esa película la que me hizo repensar la capacidad del cine de conectarnos con el mundo real y al pasado que vivimos en el contexto de esas historias que nos cuenta, siempre en presente cuando se proyectan.

Alberto Zúñiga Rodríguez

Además de las ya mencionadas, música magistral, las actuaciones del tremendo reparto y la virtuosa dirección de Becker, sobresale también la dirección de arte que se empeñó por mostrarnos esa extinta Alemania dividida de finales de los años 80.

Simbólico fue el episodio que ocurrió durante el rodaje de la película en 2001. Las Torres Gemelas de Nueva York caían en un atentado terrorista y Becker lo veía en una televisión, sin imaginarse que ese suceso daría paso a un hito importante en la historia del mundo reciente, como el que él y su equipo retrataban en su película. 

La productora X-Filme Creative Pool, junto a Wolfgang Becker efectivamente produjeron una serie de filmes que nos permiten adentrarnos en una Alemania posmoderna que da cuenta de los matices que se alejan del maniqueísmo de izquierdas y derechas que supuso su división posterior a la Segunda Guerra Mundial y que en ¡Adiós a Lenin! o en la también revolucionaria Corre Lola Corre (1998) ambas ya películas clásicas, vale pena analizar en tono de comedia, drama y crítica social con gajos ácidos de humor negro. Cualquiera de estas cintas, una cita perfecta para un día primero de enero o cualquier otro día, claro.

La muerte de Becker me transportó de inmediato a la de mi padre y a ese santuario que guardo de la relación con él y al momento tan decisivo en mi vida profesional al haberme encontrado con este filme. Es también esa película la que me hizo repensar la capacidad del cine de conectarnos con el mundo real y al pasado que vivimos en el contexto de esas historias que nos cuenta, siempre en presente cuando se proyectan. Así que eso hice, le puse play a ¡Adiós a Lenin!, se la propuse a mi carnal Javier De Andrés y hablamos de ella -y de muchas otras cosas más- en nuestro último episodio del año de nuestro cinepódcast Tónica Replicante y aún con su historia en la cabeza, decidí escribir este texto para despedir el 2024 que ya languidece.

¿No es acaso ¡Adiós a Lenin! el mejor pretexto para cambiar de año, como el cambio de época que nos presenta? Estoy seguro que disfrutarán de esta gran historia que ha envejecido con estoicismo, cuyo virtuosismo recae en su aparente sencillez y que muy probablemente hará mella en su corazón diletante cinéfilo.

Nos vemos, leemos y escuchamos, si el dios del cine quiere, en el 2025.

Pd. Con ¡Adiós a Lenin! invariablemente terminábamos hablando con mi padre de otras 4 cintas que tenían el tema del estado coma como telón de fondo o pretexto temático y que aquí dejo a manera de recomendación: Cuentos de Tokio (Yasujirō Ozu, 1953), El bulto (Gabriel Retes, 1991), Despertares (Penny Marshall, 1991) y Kill Bill: Volumen 1 (Quentin Tarantino, 2004).

Alberto Zúñiga Rodríguez es cineasta y un obrero fílmico nacido en el rancho de las balas perdidas -fílmicas- Morelia, Michoacán. Ha dirigido los largometrajes Rupestre (2014), En la periferia (2016) y Emiliana Gat-alana (2023). Vive en Barcelona desde el 2022 donde conduce y produce el cinepódcast Tónica Replicante.


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