CINISMO DE FIN DE SEMANA / ENTREVISTA

Este fin de semana son las últimas funciones de teatro de «Jacinto y Nicolasa», sobre dos personajes rarámuris, escrita por Camila Villegas. Aquí compartimos una conversación sobre su primera novela del 2024, también dedicada a la vida de los tarahumaras.

Por José Antonio Monterrosas Figueiras

Este es el último fin de semana de la obra teatral Jacinto y Nicolasa, escrita por Camila Villegas, que durante este mes de febrero se ha presentado en el Teatro La Capilla, Madrid 13. Del Carmen, Coyoacán. Esta puesta en escena dirigida por Alberto Lomnitz, que tuvo gran éxito Nueva York, Portugal y en diversos escenarios del país, además de ser nominada a Mejor Dramaturgia Mexicana 2024, es la historia de dos personajes rarámuris que enfrentan díficiles pruebas para conseguir justicia, en un sistema que los discrimina y que en medio de la violencia, desigualdad y la desesperanza, los sueños aún tienen cabida.

El pretexto de saber sobre esta obra, gracias a Lucirene Castellanos, me lleva a la primera novela de Camila Villegas Lo demás es silencio, editada por TusQuets este 2024 y que fue por éste título que tuve la oportunidad de conversar con su autora en la pasada edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que me dice al inicio de la entrevista que ha tenido muchas vidas, porque primero estudió economía, pero cuando terminó la carrera le dio una crisis existencial que la llevó a la Sierra Tarahumara y ahí estuvo durante dos años, a inicios de este siglo, cuando tenía veinte años, y fue ahí que surgió, supongo, no sólo sus obras teatrales como Jacinto y Nicolasa, sino esta historia de Lo demás es silencio, nombre que hace honor a su legado teatral, porque -me recuerda- que esta es la última frase que se pronuncia en Hamlet de Shakespeare, «así cierra el texto y bueno, -subraya- yo de ahí vengo, vengo del teatro».

Y es que no era intención de Camila estar dos años en tierras tarahumaras, pero para ella fue un lugar fascinante, así que fue encontrando muchos amigos y tuvo muchos vínculos por allá. Luego regresó a la Ciudad de México y trabajó en el periódico El Financiero en la sección de economía, pero un día se dio cuenta que lo suyo, lo suyo, era contar historias; primero contó todas esas historias en teatro, su primer maestro en ese arte fue Hugo Arguelles. Durante muchos años tuvo en la cabeza esta historia, que sabía que no podía ser un texto dramático y que tenía que ser una cosa más, por eso se lanzó a escribir esta novela.

La novela, me comenta Camila, «me da la oportunidad de jugar con la musicalidad del texto, porque en el teatro todo está fincado en el habla de los personajes y no me permite jugar con la cadencia del lenguaje, como me permitió esta novela, que es una de las cosas que me interesaba hacer en esta historia, no solamente contar la historia, sino contarla como si fuera una partitura, que tuviera un cierto ritmo, una cierta cadencia, que tuviera una musicalidad que tiene que ver con la manera en que se construye el español en la sierra Tarahumara. Desde el hablante cuya lengua materna es el rarámuri y eso es lo que intento de alguna manera recrear».

Ella piensa que fue necesario que pasaran dos décadas, porque muchas de las historias, muchos de los personajes que forman parte de esta novela tienen referentes de la realidad. Son personajes y anécdotas que necesitaba tener no sólo una distancia de kilómetros sino de tiempo, es decir, dos décadas. Le pregunto por qué ya era tiempo de que se publicara y me responde que para ella esto fue multifactorial. «En primer lugar, me siento con la madurez suficiente, a nivel de escritura, para poder contar bien esta historia, porque el teatro me ha dado esas herramientas; por otro lado, creo que la pandemia también tuvo que ver, porque en la pandemia el teatro era inviable y yo necesitaba contar historias. Entonces me planteé de manera seria explorar otros géneros. Aunque no escribí esta novela durante la pandemia. porque entre otras cosas soy mamá, y en la pandemia había que maternar y había que maternar, no había mucho espacio para otras cosas, pero después de la pandemia decido que era el momento para justo explorar un género distinto y también creo que había un elemento ético que yo no había logrado resolver, porque tiene que ver con historias y personajes de la realidad y finalmente lo resuelvo, hay veinte años de tener esto en la cabeza y de tener la necesidad de contarlo, me dan de alguna manera permiso o validan que yo cuente esta historia; por otra parte, creo que el amor profundo que tengo por esta gente y los vínculos que he mantenido en todos estos años con este lugar y con gente de allá, de alguna manera sentí que ya podía, que ya no estaba traicionando nada al escribirla».

-En el libro hay una constelación familiar…

-Aparentemente el personaje principal es Montejo Lobo, este jesuita que deja los hábitos para formar una familia con una mujer rarámuri y cuento su historia, él es el guía de toda la trama, pero yo creo que en realidad el personaje principal es la comunidad con todas sus voces, que son muchas y que me hizo necesario tener dos árboles genealógicos al arranque de la novela, porque si no el lector se perdía, si bien lo tenía yo claro como autora, no era fácil seguir la historia si no había como una especie de acordeón para seguirla.

-El tema de la violencia también está presente…

-Aunque no es una novela sobre el narco, ni es una novela sobre la violencia, te confieso que me hubiera gustado no tener que escribir nada en torno a la violencia, pero es imposible no hacerlo porque sobre todo en ese lugar la violencia y la presencia del narco es muy palpable, es la Sierra en Chihuahua y a mí me gusta pensar que la violencia está presente en esta historia, como una especie de neblina que a veces es más densa y a veces es menos densa y también creo que una de las preguntas que guía a la novela es: cómo mantenemos la esperanza como comunidad frente a esta realidad tan violenta. Esa era una de las cuestiones que me agobia responder o por lo menos explorar en esta historia y está ahí como telón de fondo la violencia, pero nunca como protagonista, o sea, no hay personajes narcos, pero mis personajes saben que ahí el narco está, Y que ellos cohabitan con eso.

-Sí, por ejemplo el escritor Juan Pablo Villalobos decía hace poco que eso era muy difícil con sus novelas, que era muy difícil contar una historia en México sin que estuviera de fondo el tema del narcotráfico.

-Sí, tristemente creo que si yo lo hubiera contado sin ese elemento presente, la historia pierde verosimilitud. Así de radical.

-Sí, yo creo que estamos en ese punto, ¿no? En el que las historias del narcotráfico ya como tal no existen, porque el narco está metido en la sociedad.

-Sí, ya forma parte de la escenografía, para usar un término teatral, o sea, ya es así.

Aunque no es una novela sobre el narco, ni es una novela sobre la violencia, te confieso que me hubiera gustado no tener que escribir nada en torno a la violencia, pero es imposible no hacerlo porque sobre todo en ese lugar la violencia y la presencia del narco es muy palpable, es la Sierra en Chihuahua y a mí me gusta pensar que la violencia está presente en esta historia, como una especie de neblina que a veces es más densa y a veces es menos densa y también creo que una de las preguntas que guía a la novela es: cómo mantenemos la esperanza como comunidad frente a esta realidad tan violenta. Esa era una de las de las cuestiones que me agobia responder.

Camila Villegas

-Háblame sobre esto que comentabas del rarámuri, o sea, bueno, tú como alguien que trabaja con las letras, con la palabra, ¿cómo fue esa experiencia con alguien que es próximo, pero que habla otro idioma?

-Para mí era fascinante porque creo que justo la cosmovisión del mundo la construye la forma en que abordamos el lenguaje, como la cosmovisión del universo que tienen los pueblos rarámuris es tan particular y la verdad en mi opinión especial, habría que aprenderles mucho. Necesariamente construyen el español de manera distinta y no creo que sea por un tema de ignorancia o de hablar mal en español, sino que tiene que ver con una manera de ver la vida, que obliga a que ese español sea distinto y además me gustaba a mí -o me gusta mucho- la musicalidad con la que construyen el español, que tiene que ver con que nace de la musicalidad de su propia lengua, a diferencia de otras lenguas indígenas, que son como golpeadas, la cadencia, el ritmo de la lengua rarámuri le pega más, no sé, al blues, le pega más como a este tipo de música, a lo mejor en otros lugares es más una especie como de tambor, tiene otra música interna y a mí también me fascinaba este forma en que se construye y cómo suena.

-Al momento de que estás escribiendo la novela, cómo es…

-Yo quería hacer el ejercicio de reconstruir esta manera de hablar el español, por supuesto que no es antropológico, es mi interpretación de cómo se escucha eso, pero yo tenía la sensación de estar bailando cuando escribía la novela, había una especie como corporal, había una especie como cuando estás oyendo una música que te gusta y empiezas a mover el piecito y tienes ganas como de bailar. Hay una cosa como que la música habitando tu cuerpo, esa era mi sensación al momento de escribir la novela.

-Platícame sobre la figura del lobo, digamos, la de Montejo Lobo…

-Montejo Lobo es el personaje principal que lo nombran Montejo Lobo porque es un hombre que puede imitar todos los los sonidos de los animales, pero particularmente el de lobo y no le pongo Montejo gallo ni le pongo Montejo pato ni le pongo Montejo perro, o sea, al final elijo resaltar la figura del lobo porque los lobos no pueden existir sin su manada y como te platicaba, lo más importante de este universo ficticio es la comunidad, como lo es en los pueblos rarámuris, la comunidad siempre está al centro de todo y por eso Montejo es lobo y no es otro animal.

-Además es un animal que tiene también su misticismo

-Claro, que además literariamente también tiene todo un tema, ¿no? El lobo es es un animal muy literario.

-Sí, y es un animal que hacia fuera pareciera un depredador, pero que en realidad son animales que no se alimentan por afición, sino por necesidad pues…

-Exacto, además siempre es comunitario y digo, no en balde el mejor amigo del hombre viene de ahí.

-Háblame sobre el sobre el título de la novela…

-Cuando lean la novela se van a dar cuenta por qué el título, pero para mí el título es muy importante porque hace honor a mi legado teatral, porque es la última frase que se pronuncia en Hamlet de Shakespeare, así cierra el texto, «Lo demás es silencio» y bueno, yo de ahí vengo, vengo del teatro.

-Y se la dedicas a tu padre…

-Sí, hace algunos años, en una conversación con mi papá, descubrí que él su aspiración era ser escritor. Él es abogado, era abogado, y siempre tuvo esta idea de que «el día que ya no ejerza la abogacía voy a escribir historias», pero tiene en Alzheimer, todas esas historias que él quería escribir ya no puede escribirlas. De pronto el destino te juega pues te reparte una mano que no querías o no sabías que tenías y tuvo que dejar la abogacía por su Alzheimer, entonces nunca tuvo ese tiempo en su vida para escribir las historias que quiere escribir y por eso la dedicatoria dice así: «Para no reinventarla, a mi padre, que soñaba con escribir historias que hoy no puede recordar».

José Antonio Monterrosas Figueiras es periodista cultural y cronista de cine. Es editor cínico en Los Cínicos. Ha colaborado en diversas revistas de crítica y periodismo cultural. Conduce el programa Cinismo en vivo.


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