CINISMO RALENTI
El profundo amor por los rotos
Elliot ha trazado una línea narrativa centrada en personajes marginales, frecuentemente afectados por limitaciones físicas o emocionales. Sus figuras modeladas en plastilina, a menudo deformadas o con proporciones poco convencionales, representan el contraste entre la dureza de la realidad y la ternura que reside en los seres más rotos.
Por Alberto Zúñiga Rodríguez
A esas personas que nos salvan la vida, a veces sin darse cuenta o proponérselo.
Parte 1. El caparazón y la migración

Crucé la frontera de los 44 años desgastado… muy reventado emocionalmente. Un año complejo en todos sentidos y con varias crisis importantes entremedias. Ser migrante es convertirte en un nadie o un numeral en cero para la vista de quienes gobiernan (los largos procesos para normalizar la “nueva” vida lo avalan) e incluso y muchas veces para una gran cantidad de los oriundos del país donde aterrizaste quienes -en su gran mayoría, repito- no te asumen o asumirán como parte de los suyos, independientemente de tu estatus migratario, de legalidad o ilegalidad (¿quién chingados se inventó que un humano puede ser un ilegal?). En fin, esto que menciono no lo dicen únicamente estas palabras que aquí escribo, es un tema recurrente de conversación entre otra gran cantidad de nosotros los que somos los otros en tierras ajenas. Sucede acá en España pero ocurre prácticamente en otras latitudes del orbe. Lamentable, siempre…
El cruce de esa frontera temporal anímica de la que hablo ocurrió en la última semana de febrero de este 2025; cumplo años precisamente el día que celebramos a la bandera mexicana y la ceremonia de los premios Oscar estaba ya en vísperas y con el punto más álgido de la polémica que rodeó a la película de Emilia Pérez y a su tremendamente vilipendiada protagonista, la actriz española Karla Sofía Gascón. Lo que opino sobre esa producción, lo pueden escuchar en el episodio número 3, temporada 6 de nuestro cinepódcast Tónica Replicante, acá un link directo de YouTube: https://youtu.be/dqf5KcqdRlA

Como casi todos los años, intento ver el mayor número posible de las películas nominadas a esa estatuilla que otorga la Academia de cine de Estados Unidos y este año no fue la excepción. Me faltaron pocos títulos pero pude disfrutar de casi todos los nominados. Este año, esperaba ansiosamente ver tres: Flow (que era mi favorita para ganar el Oscar, como efectivamente ocurrió) y porque tiene a un gato como su protagonista (como mi última película Emiliana Gat-alana, que inició su recorrido en festivales en noviembre de 2023); la brasileña Aún estoy aquí (que también se alzó con la estatuilla dorada) por su mítico director Walter Salles (Diarios de motocicleta, 2004, Estación Central de Brasil, 1998) y Memorias de un caracol del conocido inquilino y visitante de estos premios, Adam Elliot, el australiano de quien hablaré en esta ocasión y la susodicha película que no obtuvo el codiciado premio en la categoría de largometraje de animación.
Parte 2. Sobre Adam Elliot y sus pasos de caracol
Adam Elliot es un aclamado director, guionista y animador australiano, conocido principalmente por su trabajo en el género de la animación cuadro a cuadro conocida como stop motion. Nació en 1972 en Berwick, una pequeña ciudad rural en el estado de Victoria, Australia. Su obra se caracteriza por una marcada sensibilidad hacia temas relacionados con la marginalización, la enfermedad, la soledad y las imperfecciones humanas, todo ello envuelto en un estilo visual único que mezcla lo grotesco con lo entrañable.

Elliot estudió en el Victorian College of the Arts (VCA) en Melbourne, donde se especializó en cine de animación. Fue allí donde comenzó a desarrollar su estilo distintivo de animación en stop motion con figuras modeladas a mano, que pronto lo haría destacar en la industria cinematográfica. Un verdadero artesano con estilo propio.
El reconocimiento internacional de Adam Elliot llegó con su cortometraje Harvie Krumpet (2003), que ganó el Oscar a Mejor Cortometraje Animado en 2004. La entrañable y sorpresiva película de poco más de 20 minutos, narra la vida de Harvie Krumpet, un hombre de origen polaco con síndrome de Tourette que enfrenta numerosas adversidades en su vida. A través de esta historia, Elliot presenta un enfoque profundamente humanista, destacando las dificultades y peculiaridades de la vida cotidiana, pero sobre cualquier otra cosa, subrayando la forma en que personajes marginales, con enfermedades físicas o mentales, se vinculan entre sí.

A Harvie le extirpan un testículo, se relaciona con personas con Alzheimer, junto a su esposa adoptan a una niña sin manos, es fumador empedernido, es protector (liberador) de animales y descubre en el nudismo otra forma de explorar la vida y la libertad. Con una voz en off que caracteriza su obra, suele también este director espetarnos frases profundas o hermosas, como esta que escuchamos de la voz de su paisano y archi reconocido actor, el gran Geoffrey Rush:
«Ella tenía todo lo que él no tenía y ella era todo lo que él no era».
Desde Harvie Krumpet se veía venir ya el estilo y el tono en la obra de alguien tan singular, talentoso y poético como Elliot. Antes de este trabajo, ya había producido una serie de cortometrajes que forman parte de lo que se conoce como su Trilogía de la Familia, compuesta por Uncle (1996), Cousin (1998) y Brother (1999). Estas películas autobiográficas exploran las dinámicas familiares y están marcadas por la misma sensibilidad hacia las rarezas y dificultades que definirían sus trabajos posteriores. Por cierto, Harvie Krumpet se puede ver con subtítulos en español aquí: https://www.youtube.com/watch?v=7RWtTm5lSFQ
En 2009, Adam Elliot dio el salto al largometraje con Mary and Max, una conmovedora y agridulce historia de amistad epistolar entre una niña australiana solitaria y un hombre adulto con síndrome de Asperger que vive en Nueva York, que se conocen de la forma más extraña, mágica y azarosa posible. La película fue un éxito rotundo, reconocida por su originalidad, profundidad emocional y la calidad de su animación.
Para este entonces, Elliot ya era conocido por su técnica de stop motion artesanal, en la que utiliza figuras de plastilina modeladas a mano con características físicas exageradas y rostros a menudo desproporcionados. Destacan el tamaño de las cavidades oculares de quienes transitan por la pantalla, sean humanos o animales. De hecho, esta estética inusual refleja la imperfección y vulnerabilidad de sus personajes, quienes a menudo se enfrentan a circunstancias adversas o son considerados «raros» por la sociedad.
El cine de Elliot, que lo realiza a paso de caracol precisamente por la técnica que elige para contar sus historias, aborda temas universales como la soledad, la enfermedad, el aislamiento y las relaciones humanas, pero habitualmente con un tono agridulce que mezcla la tragedia con el humor negro. A veces, muy negro. A pesar de la seriedad de los temas que trata, hay una ternura subyacente en sus historias, que invita a la empatía y a la reflexión sobre la condición humana. Esto último me parece su más grande acierto y sin duda, por lo que ha trascendido como cineasta. Son difíciles de olvidar sus películas y su estilo es muy fácil de identificar.
El cine de Elliot, que lo realiza a paso de caracol precisamente por la técnica que elige para contar sus historias, aborda temas universales como la soledad, la enfermedad, el aislamiento y las relaciones humanas, pero habitualmente con un tono agridulce que mezcla la tragedia con el humor negro. A veces, muy negro. A pesar de la seriedad de los temas que trata, hay una ternura subyacente en sus historias, que invita a la empatía y a la reflexión sobre la condición humana.
Alberto Zúñiga Rodríguez
Adam Elliot ha sido reconocido con numerosos reconocimientos a lo largo de su carrera, no solamente el Oscar, varios premios internacionales en festivales de cine y nominaciones en prestigiosas certámenes cinematográficos del mundo. Es considerado uno de los cineastas más innovadores dentro del campo de la animación en stop motion y que rompe cabalmente con el cliché de que este tipo de películas animadas son únicamente para las infancias; su producción cuenta con un estilo que lo ha convertido en un referente para otros creadores en este medio, no sólo por la parte formal que es bellísima, sino por la forma en que combina lo narrativo y todo el arte que les rodea.
Su dedicación al detalle y su enfoque humanista hacia las historias que cuenta lo han establecido como una figura central en la animación contemporánea, demostrando que el cine de stop motion puede ser una poderosa herramienta para explorar las emociones más profundas y complejas de la experiencia o la condición humana.
¿Podemos hablar del estilo Adam Elliot? ¡Por supuesto! Elliot ha trazado una línea narrativa centrada, como se ha mencionado antes, en personajes marginales, frecuentemente afectados por limitaciones físicas o emocionales. Sus figuras modeladas en plastilina, a menudo deformadas o con proporciones poco convencionales como ya también se mencionaba, representan el contraste entre la dureza de la realidad y la ternura que reside en los seres más rotos y marginales.
Elliot ha destacado por su habilidad para combinar lo grotesco con lo delicado. Es notoria la preocupación en su obra por explorar temas como la enfermedad, el aislamiento y la perseverancia. Mary and Max aborda temas como la depresión, el autismo y la amistad, logrando una conexión emocional profunda con el espectador. La técnica del stop motion entonces se convierte en una extensión del estilo narrativo de Elliot: meticulosa, artesanal y cargada de una fragilidad que resuena con los temas que aborda.

Los personajes de Adam Elliot encuentran el amor pero les persigue la tragedia y aún así, también les espera un rayo de esperanza en medio de la misma. Su Harvie Krumpet ya nos lo advierte nada más iniciar con letras blancas en un fondo negro:
«Algunos nacen con grandeza…
Algunos conquistan la grandeza…
Otros reciben grandeza…
Y entonces… hay otros…»
No sobra mencionar, que esta empatía hacia estos personajes, derivan de un asunto personal y autobiográfico, Adam Elliot nació con una enfermedad que le provocaba temblores y fue un niño tímido.
Parte 3. ¿Los caracoles tienen memoria? el viaje emocional de Grace Pudel

En Memorias de un caracol, Elliot nos lleva a la Australia de los años 70 para contar la historia de Grace Pudel, una niña solitaria e inadaptada. A través de esta protagonista, el director explora temas recurrentes en su obra, como el aislamiento y la lucha por encontrar una conexión significativa en un mundo que parece indiferente.
Grace, aficionada a coleccionar figuras decorativas de caracoles y apasionada por las novelas románticas, representa a uno de esos personajes que, a primera vista, parecen insignificantes en su entorno, una outsider de manual, pero cuya complejidad interna es profundamente conmovedora. La tragedia persigue a Grace desde su nacimiento, ya que su madre muere al parirlos a ella y a su hermano mellizo Gilbert. Unos años después, aún en su infancia, la también prematura muerte de su padre (un parisino tragafuegos y malabarista llamado Percy que enamorado de su madre emigra junto a ella al país de los canguros), marca un punto de inflexión en su vida, llevándola a separarse de su hermano. Este evento desencadena una espiral de ansiedad y angustia, temas que Elliot aborda con su característico estilo introspectivo, sensible y con elementos autobiográficos, su padre fue payaso y malabarista.
Sin embargo, lo que diferencia a Memorias de un caracol de otras películas de Elliot es la introducción del personaje de Pinky, una excéntrica anciana que aparece en la vida de Grace en el momento en que más lo necesita. Pinky, con su vitalidad y amor por la vida, se convierte en un contrapunto perfecto a la melancolía de Grace, ofreciendo una perspectiva de esperanza y sanación. La amistad entre estas dos mujeres, tan diferentes en edad pero tan parecidas en su anhelo por la conexión, es el corazón emocional de la película y un recordatorio de por qué en muchos momentos, son las y los amigos quienes nos salvan de aquellas parcelas atroces por donde a veces transitamos. Las charlas entre ellas, son divertidas, profundas, llenas de complicidad y con una reflexión vital desbordada. Una oda a la amistad.
Vale la pena adentrarse en estas Memorias de un caracol e igualmente disfrutar del universo sincero, honesto y profundo de Adam Elliot, no sólo la animación es espectacular, también la música y el guión. Fue un gran regalo ver esta cinta y recordar que «La vida sólo puede entenderse mirando hacia atrás, pero debe vivirse hacia adelante» como nos lo comparte la emblemática Grace Pudel.
Alberto Zúñiga Rodríguez
En Memorias de un caracol, Elliot lleva la técnica del stop motion a un nuevo nivel de detalle y simbolismo significativos. Las figuras de plastilina, con sus texturas ásperas y sus movimientos ligeramente torpes, refuerzan la vulnerabilidad de los personajes. Los caracoles, que Grace colecciona con devoción, no son sólo un pasatiempo inocente, sino una metáfora de su propio proceso emocional: un ser que carga con su hogar sobre su espalda, lento y cauteloso, como Grace que se refugia en su mundo interior para evitar el dolor de las pérdidas sufridas.
Los entornos creados por Elliot son austeros pero profundamente evocadores. Los paisajes de la Australia rural, desprovistos de grandes ornamentos, reflejan la soledad de los personajes (incluso aterradores, especialmente en lo relacionado con la familia que adopta y maltrata a Gilbert), mientras que los espacios interiores, llenos de figuras de caracoles, libros de novelas románticas y objetos que demuestran un serio un complejo de Diógenes, revelan el mundo interior de Grace, lleno de anhelos insatisfechos y sueños de conexión.

Elliot utiliza el color y la iluminación de manera experta para marcar las transiciones emocionales de los personajes. Mientras que los tonos apagados dominan la primera mitad de la película, cuando Grace está atrapada en su angustia, la llegada de Pinky introduce una paleta de colores más cálidos y brillantes, que simbolizan el renacimiento emocional que experimenta la protagonista.
El amor, el sexo, la amistad, la hipocresía religiosa, la explotación infantil, la conversión sexual forzada, la hermandad, los apegos, desapegos, las pérdidas, reencuentros, la familia, la adopción y la orfandad se hacen presentes en estas figuras de plastilina y se tejen en complejos nudos (muchos de ellos en la garganta) durante esta conmovedora película de 95 minutos narrada por Sarah Snook (Succession) y un poema recitado por el mítico artista Nick Cave. Más de 7000 figuras hechas a mano, artesanalmente. 8 años de esfuerzo para terminarla. Podría sonar absurdo esto, especialmente en los tiempos de la IA y los gráficos hechos por computadora (CGI) pero no es así porque estos son los pasos de caracol y el amor por sus historias que imprime Adam Elliot en su obra. Sólo el arranque de la película con el espectacular plano secuencia con una cantidad ingente de objetos acumulados por una habitación (con claras referencias a otras obras de Elliot o quizá directamente sacadas de la bodega de ellas), debió costarles muchísimo tiempo y esfuerzo.

Decía al arrancar el texto que vi justo la película en la frontera de mis 44 a mis 45 años de vida (el día de mi cumpleaños antes del mediodía que nací), en un momento especialmente complejo y creo que fue el mejor momento para verla, pensarla y disfrutarla. Unas semanas después la sigo repensando y ahora escribiendo. Del fondo de Memorias de un caracol emana un halo fuerte de esperanza, de ánimo y de frases que se agolpan para hacernos reír unas veces y llorar, otras…
«Papá solía decir que la infancia era como estar borracho. Todos recuerdan lo que hiciste, excepto tú.»
Vale la pena adentrarse en estas Memorias de un caracol e igualmente disfrutar del universo sincero, honesto y profundo de Adam Elliot, no sólo la animación es espectacular, también la música y el guión. Fue un gran regalo ver esta cinta y recordar que «La vida sólo puede entenderse mirando hacia atrás, pero debe vivirse hacia adelante» como nos lo comparte la emblemática Grace Pudel.
Corran a verla en pantalla gigante y si por alguna razón ya no es posible, cuando esté disponible en plataformas u otros dispositivos, no pierdan la oportunidad de disfrutarla. Nos leemos por acá o nos escuchamos por Tónica Replicante. Hasta la próxima.
C

Alberto Zúñiga Rodríguez es cineasta y un obrero fílmico nacido en el rancho de las balas perdidas -fílmicas- Morelia, Michoacán. Ha dirigido los largometrajes Rupestre (2014), En la periferia (2016) y Emiliana Gat-alana (2023). Vive en Barcelona desde el 2022 donde conduce y produce el cinepódcast Tónica Replicante.







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