CINISMO REOJÓN

En «Parthenope», Paolo Sorrentino nos pide que dejemos de intentar entender todo, que dejemos de buscar estructura, que dejemos de exigir una trama. Solo hay que mirar, porque como dice la película, como dice la vida misma: La antropología es ver.

Por Joselo Rueda

¿Cómo Parthenope nos enseña a mirar y a dejar de actuar? La antropología es ver y vivir. ¿Qué estás pensando? No, de verdad. ¿Qué estás pensando? Porque Parthenope no te dice qué pensar. No te da respuestas. Ni giros. Ni finales cerrados. Te mira y tú decides si vas a sostener esa mirada o si vas a mirar para otro lado. Esta película es de Paolo Sorrentino. Sí, el de La gran belleza, el de Youth, pero esta vez no sigue a un hombre melancólico, sigue a Parthenope, una chica, una figura, un mito, una adolescente que va creciendo frente a nosotros, sin avisarnos que se convirtió en mujer.

¿Y qué hace Sorrentino con ella? No la celebra. No la santifica. No la desnuda. La escucha. ¿Sabes lo raro que es eso en el cine? Que una película escuche. Que una mujer no tenga que gritar para que la oigan. Parthenope (Italia, 2024) se construye en lo que no se dice, en lo que no se muestra. ¿Lo notaste? Hay escenas donde no pasa nada. Literalmente nada, pero si estás mirando con atención todo está pasando. Esa es la belleza de Sorrentino. Esa manera de dejar que las cosas se digan sin palabras, como cuando alguien que te ama no te toca, pero se queda. ¿Has tenido un abrazo así? Uno que no te explica nada, pero te lo cambia todo.

En Parthenope, ese tipo de amor aparece, pero también aparece lo otro: los hombres que miran, que opinan, que quieren poseer. Las mujeres que le dicen: ¿Cómo tiene que ser? ¿Cómo debe envejecer? ¿Cómo debe seducir, pero sin parecer fácil? ¿No te suena eso? Esa lista infinita de roles que se esperan de una mujer bella: ser tonta, ser callada, dejarse seducir, pero por el hombre correcto. Tener hijos, envejecer con gracia y Parthenope dice no. Dice no en silencio. Dice no bailando. ¿Tú qué harías si todo el mundo esperara algo de ti? ¿Bailarías? ¿Callarías? ¿Te irías?

¿Y qué hace Sorrentino con ella? No la celebra. No la santifica. No la desnuda. La escucha. ¿Sabes lo raro que es eso en el cine? Que una película escuche. Que una mujer no tenga que gritar para que la oigan. Parthenope se construye en lo que no se dice. En lo que no se muestra. ¿Lo notaste? Hay escenas donde no pasa nada. Literalmente nada, pero si estás mirando con atención todo está pasando. Esa es la belleza de Sorrentino.

Joselo Rueda

En una escena ella solo camina y tú, como espectador, tienes que decidir si verla como un cuerpo o como una persona. ¿Qué estás mirando, realmente? Sorrentino se burla del halago, escupe sobre la belleza, hace lo que Rimbaud decía: sentarse a la belleza en sus piernas y luego insultarla, pero lo hace con estilo y en ese sarcasmo elegante, encuentra ternura. Como en Anora, pero sin los gritos. Como Youth, donde la juventud es un eco que resuena en cuerpos que ya no están seguros de merecerla. Allí también los personajes se preguntan qué significa envejecer, desear, admirar, pero aquí lo hace desde otro lugar, desde una mirada femenina, fresca, inquisitiva, donde no se reflexiona sobre la juventud como algo que se perdió, sino como algo que aún se está viviendo y que duele igual porque la juventud también cansa, también pesa.

Parthenope está aprendiendo a habitar su cuerpo, su belleza, su lugar en el mundo… mientras el mundo ya decidió quién debería ser. Y eso, quizá, es más duro que envejecer. ¿Tú lo sentiste también? Al final, rodeada de hombres lascivos, de miradas que la cosifican, de recuerdos, de códigos sociales, ella elige. Elige no dejarse tocar. Elige observar. Elige verse a sí misma. En su mirada final está todo y si no lo ves, si no sabes mirar esa mirada, entonces no entendiste nada.

En la parte final, la película dialoga con El año pasado en Marienbad, esa película francesa imposible de explicar donde el tiempo y la memoria se funden. Pero lo hace desde otro lugar: con más carne, más alma. A ratos también recuerda a La vie nouvelle, de Grandrieux, o incluso a Panos Cosmatos, por esa mezcla de estética y descomposición, de erotismo y decadencia. Y en el centro, hay una adolescente que se convierte en mujer. Una que se da cuenta de que no quiere un príncipe ni un protector, solo quiere ver y ser vista de verdad.

El amor aquí no es conquista, es presencia, es quedarse a mirar cuando el otro se rompe, es bailar con alguien que no te desea, es tomar una mano sin querer poseerla, es saber cuándo no hablar y eso, como espectadores, nos pide lo mismo, que dejemos de intentar entender todo, que dejemos de buscar estructura, que dejemos de exigir una trama, solo hay que mirar, porque como dice la película, como dice la vida misma: La antropología es ver y si no sabemos ver, si no aprendemos a mirar con el alma, entonces nada nos puede tocar y entonces, dime: ¿qué estás pensando?

Foto: Aprilis Zaratustra

Joselo Rueda, hijo de Luis Rueda, administrador de cines de la extinta COTSA, pasó su infancia y adolescencia frente a las pantallas de las salas de arte como «Versalles», «Bella Época», «Elektra» y «Pecime». Estudió Comunicación en la Universidad Iberoamericana, donde realizó varios cortometrajes. Trabajó como editor de cine con Óscar Figueroa y participó como asistente de producción para Dos Crímenes. Su tesis profesional fue el cortometraje 4 maneras de tapar un hoyo, animación en 35 mm finalista en el Festival de Cannes 96 en Sección Oficial y obtuvo más de 40 premios internacionales. Actualmente dirige para Cabeza Films, productora fincada en México. Cuenta con 2 nominaciones al Grammy Latino y un Premio Nacional de Periodismo con Laura Castellanos. Actualmente está en postproducción de su largometraje documental Dónde están.


Descubre más desde REVISTA LOS CÍNICOS

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario

aUTOR

TENDENCIAS