CINISMO / TÓNICA REPLICANTE

Por: Alberto Zúñiga Rodríguez

I. De escarabajos culturosos

Son las 10 de la mañana en alguna cafetería de la capital Campeche y las 6 de la tarde en Barcelona, estamos a punto de iniciar la videollamada, para entrevistar el cineasta y promotor cultural Freddy Nah Alvarado (1978), quien es parte del pequeño equipo del Vochocinema, un proyecto campechano de exhibición cinematográfica nómada nacido en 2012. En ambos sitios la temperatura supera los 30 grados, es martes 8 de julio. En días previos a la charla, me he estado preguntando sobre el territorio afectivo e irreversible (generacionalmente) que ha sembrado en la cultura popular mexicana un vehículo sedán de la marca Volkswagen (el auto del pueblo, traducción literal) importado directamente desde Alemania a nuestro país en 1954.

El último vocho mexicano y del mundo—un sedán azul— tuvo el precio de 84 mil pesos y fue la pieza número 21.529.464. Foto: Andrew Winning/AP.

“El escarabajo”, “el vocho”, “el vochito”, “la pulguita”, “la fusca”, “el chango”, “el chícharo”, “el huevo” o “el volky” (folky denominación y pronunciación entre sus más reacios y aferrados coleccionistas). Las denominaciones y apodos sobran para este automóvil que comenzó su fabricación en Puebla a partir del 15 de enero de 1964 y que rápidamente se convirtió en un símbolo de la movilidad popular mexicana pero que no reparó únicamente en esos jardines. Su incorporación a la vida cotidiana en México transgredió cualquier límite imaginado por sus creadores germánicos. En los años 70 y 80 (pero también en los 90 y los dos miles), el vocho se consolidó como “El rey del taxi” en la Ciudad de México, pintado primero de amarillo y luego de verde limón con franjas blancas.

Su diseño compacto y resistencia lo hicieron ideal para el caótico tráfico capitalino, pero también para el rural, el semiurbano y cualquier paisaje desde Tijuana hasta Tapachula. Mi querido tío Jesús López (taxista en Morelia durante gran parte de su existencia) decía en vida que era “como un fierro viejo, pero indestructible” y sobre su resiliencia soltaba un clásico de sus clásicos: “hasta con una media de mujer cambias la banda, nunca te deja tirado”. Con precios accesibles y mecánica sencilla, “el vochito” fue el primer auto de muchas familias mexicanas y me pregunto si acaso alguien no tuvo uno en su vida o alguna historia con él, lo dudo. La publicidad en los años 70 lo promovía como un vehículo «familiar, económico y fácil de reparar». En zonas rurales, se adaptó para usos insólitos, desde tractor improvisado hasta ambulancia en comunidades sin servicios médicos. Su producción en Puebla continuó hasta entrado el nuevo milenio, el 30 de julio de 2003, décadas después de que dejara de fabricarse en Alemania (1978). Rentable “el chiquitín”.

Aunque ningún gobierno mexicano lo ha declarado como «Patrimonio Cultural Tangible» o cosas de ese estilo que suelen proclamar, como reconociendo su impacto social, este artefacto de movilidad se transformó y es un símbolo inobjetable de la mexicanidad, apareciendo en arte (el Vochol de los huicholes es una maravilla que recorre el mundo), artesanías y diversos objetos, incluso en exposiciones y museos. A nivel mundial sí que existe una conmemoración sobre su existencia, el 22 de junio, en conmemoración de la firma del contrato entre Ferdinand Porsche y la Asociación de la Industria Automotriz Alemana en 1934, que marcó el inicio del desarrollo de este auto. Si rebasamos las fronteras de territorio mexa en lo simbólico, “el último de los mohicanos”, el recién fallecido expresidente uruguayo, Pepe Mújica, lo mostró al mundo con dignidad, negándolo a la compra a un jeque árabe que le ofrecía más de un millón de dólares por él y como símbolo político, económico, de resistencia y funcional ante las huestes del capitalismo que lo fagocita todo y es insaciable.

II. El vocho morado que se trasnformó un cine rodante

Las apariciones y cameos que ha tenido el vocho en la gran pantalla mexicana serían dignas de un estudio amplio. Me viene a la mente “a bote pronto” la comedia mexicana estelarizada por el enorme actor Silverio Palacios, Acorazado (Álvaro Curiel, 2010), donde interpreta a un trabajador que acondiciona uno como una lancha improvisada para cruzar desde Veracruz a Estados Unidos, el problema es que el plan se tuerce y llega a Cuba, de donde intenta escapar a toda costa. Antes, a mediados de los 90, el cineasta mexicano Ángel Flores Torres, quien diera vida a emblemáticos videoclips del rock mexicano (en aquel tiempo filmados en película) puso a otro a cuadro como taxi en el cover de Jaime López, Chilanga Banda, hecho por Café Tacvba.

La comedia mexicana estelarizada por el actor Silverio Palacios, Acorazado (Álvaro Curiel, 2010).

La lista podría seguir y seguir pero aquí lo importante es saber cómo un vocho se convirtió en un cine itinerante y adquirió el nombre de Vochocinema. Se lo pregunto a Freddy, quien parsimonioso responde que fue en 2012 cuando leía en el Anuario Estadístico del Instituto Mexicano de Cinematografía (IMCINE), entre otros datos, que el 90% de las familias mexicanas no incluían al cine en sus gastos culturales. El dato le pareció abrumador, crudo y decidió que debía hacer el algo, estaba convencido que el cine no podía seguir siendo un lujo reservado para quienes vivían cerca de un multiplex.

En un momento determinado, él y su compañera-productora de andanzas (Karla Sansores Montejo, quien no está al inicio de la charla y se incorpora 40 minutos después) se toparon en el camino con un vocho que costaba 6 mil pesos. ¡Eureka! deciden que podría ser una gran idea convertirlo en un cine nómada, vagabundo y que se adentrara a comunidades en las profundidades de Campeche. Sin embargo, la semilla del proyecto se plantó años atrás, en la infancia de Freddy, marcada por las historias de su madrina Doña Anita, una mujer que en los años 50 convirtió un terreno familiar en el ejido de Zamula en un trailer park internacional. 

Doña Anita trabajaba frente a la catedral de Campeche en un lugar llamado Puerto de Cantón. Ahí conoció a William Coleman, un viajero estadounidense que llegó después de la Segunda Guerra Mundial. Se enamoraron perdida y locamente y “en un mes estaban casados», relata Fredy con una sonrisa enorme. Toma un respiro y recuerda que aquel Trailer Park Campeche donde pasó muchas tardes de su vida funcionó durante 54 años y se convirtió en punto de encuentro para mochileros de todo el mundo, muchos de los cuales dejaban cartas, libros y souvenirs que Nah Alvarado descubriría años después. El momento clave llegó cuando una pareja de australianos apareció en el lugar con un Volkswagen Sedán 1960 y entonces introspectivo rememora: «Venían desde Australia, habían cruzado Rusia, dormían en un roof tent sobre el vocho. Esa imagen se me quedó grabada».

En un momento determinado, él y su compañera-productora de andanzas (Karla Sansores Montejo, quien no está al inicio de la charla y se incorpora 40 minutos después) se toparon en el camino con un vocho que costaba 6 mil pesos. ¡Eureka! deciden que podría ser una gran idea convertirlo en un cine nómada, vagabundo y que se adentrara a comunidades en las profundidades de Campeche.

Alberto Zúñiga Rodríguez

En aquel lejano 2012, Freddy tomaba un taller de cine documental con el director itinerante y viajero Tin Dirdamal, en el que proyectaban películas al aire libre en patios improvisados. La experiencia del cine al aire libre, su formación como cineasta, su amor por viajar (y los viajeros), el hallazgo del vocho en venta y el impacto de los datos del Anuario Estadístico del IMCINE lo llevaron a unir piezas y preguntarse: “¿Y si el cine fuera al encuentro de quienes no pueden ir al cine?”

La oportunidad se les presentó a Freddy y su equipo con una convocatoria estatal de apoyo a promotores culturales en la que ganaron 30 mil pesos, lo justo para comprar un proyector, una pantalla, un equipo de sonido y adaptar el vochito morado recién adquirido. El sueño se volvía real: un cine itinerante que podía llegar a las comunidades más alejadas de Campeche. La primera función fuera de la capital del estado fue en Nilchi, con la película La desilusión nacional de Olallo Rubio (2014), la palabra Nilchi, por cierto, es una palabra maya que refiere al nanche, fruta popular del sureste, que en mi tierra moreliana “ciudad de las balas perdidas” le llamamos “changunga”.  

A esa función, asistieron adultos, jóvenes, niños. En ella no hubo butacas, ni alfombra roja, por lo que  los niños se sentaron en el suelo, los adultos se llevaron sus propias sillas. Lo que sí hubo fue una enorme emoción, esa que produce ver una película en grupo, una emoción colectiva. Y así, sin más, arrancó la primera gira de Vochocinema. “Fue mágico», recuerda Mia Salinas, quien acompaña a Freddy en la entrevista, quien a sus 16 años, prácticamente ha ido creciendo junto al proyecto, sigue acompañándolo en cada gira con una labor puntual que descubriré en breve.

Antes de esta primera salida, el Vochocinema encontró su identidad más irreverente con el “Festival de TeLol”, -sí de TeLol– que desde 2013 transforma espacios abandonados de Campeche en salas de cine al aire libre. «Escogimos el Fuerte de San Miguel, un lugar tétrico y olvidado, pusimos Hasta el Viento Tiene Miedo y terminamos a las 3 de la mañana. La gente llegó disfrazada, con pizzas… En esos días Facebook no tenía tantos algoritmos. ¡Y se viralizó!», cuenta Freddy entre risas.

el “Festival de TeLol”, -sí de TeLol– que desde 2013 transforma espacios abandonados de Campeche en salas de cine al aire libre.

El ”Festival del TeLol” cumple 10 años en este 2025 y en su convocatoria en la plataforma de inscripción a festivales de cine, Festhome, en uno de sus apartados dice:

EL PÚBLICO

Campeche, tiene el mayor índice de asistencia al cine en México, igual que a la mayoría de los mexicanos les encanta el género de terror, por tanto, el público campechano es exigente, si algo les gusta lo aclaman y se paran, si les disgusta lo abuchean, si algo les llama la atención asisten aún cuando hay lluvia, es un público difícil de complacer. Si lo logras con tu trabajo, ¡tendrás a un público fiel!

EL AMBIENTE

El festival se realiza al aire libre en algún parque público, casa o lugar abandonado , de fácil acceso, muchos asistentes les encanta ir disfrazados de calacas, de personajes de Halloween, llevan sus pufs, sillas mesas, neveras, refrescos, ordenan pizzas, comida china, hacen un pic nic nocturno, van con la abuelita y también se retiran porque la abuelita le dio frió, es un ambiente festivo, los fumadores se aíslan a su zona de fumadores, se sientan y se concentran en la proyección y participan en la rifa final y si les gusta la película gritan…otra otra otra. Iniciamos con chocolate caliente y pan de muertos y cacaro ¡a proyectar!

El SISTEMA

No tenemos financiamiento, solo ganas de mostrar películas, tenemos una pantalla de 2.56 metros, un proyector Epson 1965 de 5500 Lumenes, sistema de Audio, usamos para la programación el software KODI que nos permite automatizar las tareas, también usamos movieposter.

Llama especialmente la atención, que el festival de cine de terror de Vochocinema ofrece hospedaje en sus propias casas a las y los seleccionados.

Si eres de la península de Yucatán o del interior de Campeche, te aseguramos hospedaje y alimentos en casa de los miembros del staff donde podrás pasarla chido y con unos buenos anfitriones.

Si eres de otros estados de la república mexicana, podemos darte hospedaje en casa de los miembros del staff y poder convivir con familias y personajes de Campeche, que te darán una excelente bienvenida

Si eres del extranjero y quedas seleccionado, y tienes posibilidad de venir a México vía Cancún o ciudad de México, te damos la bienvenida y te hospedamos en casa de los miembros del staff podrás comer la comida de Campeche y conocer a cocineros tradicionales, si eres un realizador especial que solicita ciertos lujos, nos entristece no poder realizar tu solicitud, no contamos con presupuesto, solo tenemos ganas de exhibir ¡cine al aire libre! Pero que puedas asistir y hacer scouting, ¡sería genial tenerte!

Al vocho-cine purpúreo lo acompañó hasta el 2018 (que se quedó pequeño y salió de circulación), una máquina profesional de palomitas, sillas plegables, la pantalla de más de dos metros de largo, un equipo de sonido y lo que hiciera falta porque como reza la sabiduría popular: todo cabe en un vochito si lo sabes acomodar.

“Ya no daba abasto. Lo habíamos modificado como los taxis de CDMX: sin asiento delantero, con una parrilla encima… Pero era insuficiente», explica Karla Sansores, cofundadora del proyecto y quien además de hacer las palomitas y producir -en el sentido de organización cinematográfica-, mantiene el orden general durante las giras.

III. El cine más pequeño de México: La Caracola

Una vez jubilado el mítico vochito violáceo que diera nombre a este proyecto, otros vehículos se han incorporado a suplir sus funciones y también nuevas ideas para fortalecer su iniciativa de exhibición itinerante. El que llama fundamentalmente la atención y les vuelve aún más particulares en Vochocinema es la casa rodante que estuvo abandonada por años en el barrio campechano de Belén y que luego se convertiría en una sala de cine peculiar. «Estuvo 4 años esperándonos. Cuando finalmente la compramos (les costó 10,000 pesos), la forramos con posters de un videoclub que cerraba y la convertimos en nuestra Caracola», detalla Karla. 

El nombre, como tantas cosas en este proyecto, surgió espontáneamente. «En nuestra primera función, alguien dijo: ‘Parece un caracol’. A los chavos les gustó y así se quedó», recuerda con entusiasmo Karla. Hoy, La Caracola es un cine ambulante con capacidad para 8 personas, climatización (a medias, ya que necesita mejorar según los entrevistados) y un ritual inamovible: «Perifoneamos por las calles, repartimos boletos gratis y pedimos que lleven sus vasos para las palomitas», describe la joven Mia, quien ya tiene claro que estudiará medicina para llevar campañas de salud a las mismas comunidades que visita con el cine. 

La Caracola es un cine ambulante con capacidad para 8 personas. Foto: Facebook del Vochocinema.

La Caracola ostenta orgullosamente el título de «el cine más pequeño de México», un reconocimiento no oficial pero ampliamente celebrado por colectivos de cine independiente. «Es como una cápsula del tiempo —dice Freddy—. Los niños entran y sus ojos se iluminan cuando ven que el techo se convierte en pantalla. Para muchos, es su primera experiencia en una sala de cine, aunque sea del tamaño de un closet». 

Freddy reconoce que el proyecto Vochocinema bebe de múltiples referencias e inspiraciones. En primera instancia del Cine Móvil Comunitario de Colombia. También de películas icónicas que les han inspirado como la animación mexicana  La Liga de los 5 (Marvick Núñez, 2020) porque “ahí sale un vocho ‘chayote’ que – lo confiesa emocionado- siempre fue mi favorito». Pero también de otras como la clásica Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988)porque enfatiza: «como el Alfredo de la película, queremos que el cine sea magia pura para quienes nunca lo han vivido». 

La Caracola ostenta orgullosamente el título de «el cine más pequeño de México», un reconocimiento no oficial pero ampliamente celebrado por colectivos de cine independiente. «Es como una cápsula del tiempo —dice Freddy—. Los niños entran y sus ojos se iluminan cuando ven que el techo se convierte en pantalla. Para muchos, es su primera experiencia en una sala de cine, aunque sea del tamaño de un closet». 

Albreto Zúñiga Rodríguez

El líder de Vochocinema también revela que la idea de La Caracola surgió de proyectos de los que escucharon hablar o descubrieron por internet, como el Cinema PUK de acá en España y el británico Cinema Sol, ambos con sus casas rodantes, como las tantas que vio desfilar por el Trailer Park Campeche de su madrina. Aunque estos no son los únicos referentes, en México también Combiscopio Cinema en Veracruz y Cinegacho desde Chiapas, comparten la filosofía de cine nómada y les admiran su labor.  «No inventamos el hilo negro_confiesa Freddy- sólo tomamos lo que amábamos del cine y lo metimos en un vocho. Después, la gente nos enseñó el camino» y en efecto, el proyecto creció.

La dinámica actual de la gira de Vochocinema es muy peculiar porque propone toda una experiencia para los asistentes. A la hora pactada del evento, grupos de 8 personas pasan por turnos a ver la programación de cortometrajes dentro de La Caracola, el resto de los espectadores afuera observan las piezas de tecnología que incluye el pequeño “Mini Museo del Cine” que coordina Mia y que cuenta con cámaras de video antiguas, reproductores y algunos juguetes de la época del pre-cine como zoótropos, taumatropos y otros objetos. Además, hay retas de fútbol que organiza Ricardo, el más pequeño del equipo (13 años) y quien socializa con todos los pequeños que acuden al llamado de proyección fílmica. Y como antes se mencionaba, Karla se rifa la industriosa labor de hacer las palomitas desde la máquina. Una vez que ha oscurecido, comienza la función, la colectiva, la que normalmente es un largometraje y en la que el propio Freddy funge como cácaro. Todo gratuito para el público.

Aquí en este timelapse podemos ver en acción a La Caracola.

El equipo de Vochocinema ha vivido una cantidad importante de anécdotas entrañables, por ejemplo, los habitantes de un pueblo los dejaron dormir al terminar una función en la comisaría de policía, ante la imposibilidad de encontrar un hotel cercano o la fortuna de contemplar paisajes espectaculares, indescriptibles y paradisiacos, especialmente por la noche contemplando las estrellas. Otras experiencias no han sido así, algunas de ellas han estado ligadas con descomposturas mecánicas de los vehículos en medio -literalmente- de la nada y con el temor de que algún animal pudiera atacarlos en la oscuridad de la selva o la irreverencia de algunas autoridades, que se han opuesto a que se proyecte su programación.

En la lógica de Vochocinema, la rebeldía no se proclama: se practica. Llegan a una comunidad, con o sin permiso (habitualmente con el primero), limpian el espacio público, lo decoran con banderines, perifonean por las calles con altavoz en mano. Instalan el cine, proyectan, comparten palomitas y risas —a veces hasta que les duele el estómago de tanto reír— y se marchan como si nada hubiera pasado. “Nos gusta que duden: ‘¿eso realmente sucedió o lo soñamos?’”, dice Karla, quien también es escritora y promotora cultural. Como si el cine fuera un cometa, o un cuento contado al oído.

La programación se construye a partir de sus gustos, de los contextos, de alianzas y de lo que consiguen: como cortos del programa Cine Morbido (del festival de terror Mórbido) o del festival Ambulante, o de producciones del IMCINE; también se nutre de películas en lengua maya y sus propias producciones documentales como Nal tel, el maíz perdido de los mayas que el propio Freddy dirigió recientemente y que versa sobre el terrible problema del maíz transgénico en la región. No es un catálogo curado desde arriba, sino una colección afectiva, pedagógica y política.

A cambio del cine, las comunidades les han regalado llaves simbólicas, tortillas, frutas, hospedaje improvisado. “Una vez, en Tancuché, se nos descompuso el vochito en medio de la nada, sin señal. Apareció un señor con machete desde la selva y pensamos lo peor. Pero no: nos dio comida y nos llevó a un pueblo de Yucatán a buscar ayuda” recapitula Karla. Les pregunté sobre el tema de la seguridad y la propia Sansores responde que nunca les han robado nada porque La Caracola lleva un letrero que dice: “Por favor, no me robes” y después de una pausa agrega que: “misteriosamente, funciona”.

Vochocimena se ha podido financiar y subsistir gracias a diferentes momentos donde se ha visto beneficiado por estímulos como FOCINE, el cual le permitirá realizar su gira anual este 2025 y de otras vertientes más comerciales -en un menor porcentaje- como el uso de La Caracola para fiestas y proyecciones privadas. También es posible gracias a tandas, rifas, ventas de comida, y el trabajo voluntario de un equipo pequeño y diverso, tan singular como su proyecto: 

– Fredy: “El visionario” que conduce (literal y metafóricamente). 

– Karla: “La sirena» que hace palomitas y mantiene el orden. 

– Mia: “La cangreja» adolescente que enseña a los niños qué es un VHS. 

– Isabel: La animadora que improvisa funciones con pelucas coloridas. 

– “Doña Petronas”: La chofer septuagenaria que maneja la camioneta. 

– Ricardo: “El director de fútbol» que atrae al público infantil. 

Además de sus giras y el festival itinerante, Vochocinema como proyecto cuenta también con su trinchera urbana y cine en la capital de Campeche, su sala de cine llamada “El Brazo Fuerte” (nombre inspirado en un cuento de Juan de la Cabada y que dio nombre a la película de nombre homónimo de 1958, considerada como una de las cintas precursoras del género de la sátira política y de los rodajes independientes en México) donde más que una sala de Séptimo Arte es un proyecto de centro cultural comunitario. «Es cine incómodo: hablamos de ecocidio con butacas rotas y rifamos huevos de nuestro gallinero», bromea Karla. Aunque rara vez superan los 11 espectadores, han creado también rituales únicos: boletos pintados a mano con acuarela, debates post-proyección y hasta trueques con hierbas de su huerto. 

Vochocinema es un proyecto contracultural porque apuesta por la alegría en un país que parece necesitar tragedia para ser tomado en serio.

Después de más de una hora de una agradable conversación, casi para cerrar la entrevista, les pregunto sobre el futuro de Vochocinema y su respuesta es casi como un canto uniforme coral: es crecer en sus giras, tener otra casa rodante para quedarse más días o poder dormir ahí, llevar una ludoteca, un teatro de sombras, salas de lectura y campañas de salud itinerantes (el sueño de Mia).

Vochocinema es un proyecto contracultural porque apuesta por la alegría en un país que parece necesitar tragedia para ser tomado en serio… Porque revaloriza el espacio público… Porque devuelve la experiencia colectiva al cine… Porque enseña a los niños que el cine no es sólo el de superhéroes, sino una herramienta para ver el mundo y verse a sí mismos. Lo es también porque transforma comunidades desde la empatía, la escucha y la memoria, porque siembra imágenes donde sólo ha habido históricamente silencio, abandono y miseria y porque todo cabe en su proyecto vochístico, incluso el sueño de construir un país mejor.

Más Vochocinemas por y para el mundo, por favor. Y para Vochocinema, gracias y larga vida.

Alberto Zúñiga Rodríguez es cineasta y un obrero fílmico nacido en el rancho de las balas perdidas -fílmicas- Morelia, Michoacán. Ha dirigido los largometrajes Rupestre (2014), En la periferia (2016) y Emiliana Gat-alana (2023). Vive en Barcelona desde el 2022 donde conduce y produce el cinepódcast Tónica Replicante.


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