CINISMO / TÓNICA REPLICANTE
Los vientos de la infancia
Por Alberto Zúñiga Rodríguez

En un rincón apartado del cine de animación contemporáneo —donde conviven los relatos domesticados de grandes estudios y los experimentos visuales de autor—, emerge Sirocco y el reino de los vientos como una pequeña joya, deliberadamente imperfecta, pero profundamente honesta. Benoît Chieux (Lille, Francia, 1960), su director, construye aquí una historia onírica de intenciones minimalistas que sopla con la misma fuerza que su título evoca: un viento que no sólo arrasa, sino que transforma impunemente. Una cinta que se estrena en las pantallas de cine en México este 24 de julio y disponible en España -desde hace algunos meses- en la plataforma Filmin.
Chieux no es un recién llegado al mundo de la animación. Es cofundador de Sacrebleu Productions y colaborador habitual de Jacques-Rémy Girerd (Mia y el Migou, La profecía de las ranas), ha codirigido ya la bellísima Tante Hilda! (2013). Su estilo, fuertemente influenciado por la ilustración y el trazo manual (fue ilustrador por años en Grimm Press), se distancia del perfeccionismo digital para explorar un universo de formas libres y colores planos. En Sirocco y el reino de los vientos, su opera prima, esta estética alcanza un grado de depuración notable, cercana al arte naïf y al universo gráfico de artistas como Henri Rousseau o el Moebius más infantil.
La historia parte de una premisa que, en otras manos, podría sonar trillada: dos hermanas pequeñas, Juliette y Carmen, aburridas mientras su cuidadora temporal (la escritora, amiga de su madre, Agnès) toma una siesta después de haber trabajado toda la noche, descubren un libro mágico que las transportará accidentalmente a un mundo fantástico. Sin embargo, la propuesta de Chieux subvierte el cliché con elegancia: en lugar de héroes predestinados, encontramos niñas vulnerables y decididas, y un mundo que no está hecho de lógicas narrativas, sino de atmósferas, emociones y símbolos. El trayecto no se aloja únicamente en los terrenos físicos, sino que se instala en lo profundamente afectivo: la separación, el miedo, el reencuentro, el duelo, la imaginación como refugio y como puente.
Como ocurre en los ghiblianos Mi vecino Totoro (1988) o El viaje de Chihiro (2001), los referentes más obvios —e inevitables—, el universo fantástico funciona como una metáfora del mundo interior de la infancia, pero si Miyazaki se apoya en la exuberancia visual y la acumulación de detalles, Chieux apuesta por la economía expresiva. Las figuras están delineadas con trazos simples, sin sombreado; los fondos son vastos y silenciosos, como si se tratara de escenografías teatrales. Hay una voluntad de despojamiento, de no saturar el encuadre, que dialoga por momentos con la poesía visual de las también francesas Ernest & Célestine (Benjamin Renner, Stéphane Aubier, Vincent Patar, 2012) o a los mundos de Kirikú y la bruja (1998) de Michel Ocelot.
Uno de los hallazgos más bellos de la película es el personaje de Selma, una cantante de ópera –un ave humanoide– que guía a las niñas convertidas en gatitas (con formas humanoides igualmente) en su búsqueda del esquivo mago Sirocco (para los que vivimos en los ochenta, inevitable no encontrarle su merecido parecido y homenaje con Orko, el también mago de la emblemática caricatura He Man). La voz de ella —una mezcla de jazz, canción oriental y canto ancestral— convierte el sonido en una herramienta narrativa: no se limita únicamente a ambientar, sino que crea mundo.
Bajo su aparente ligereza, Sirocco y el reino de los vientos esconde un tema mayor: el duelo. Agnès, la autora del libro mágico, ha perdido a una hermana y su dolor ha dado lugar a ese mundo fantástico. Las niñas no están atravesando únicamente un paisaje onírico: cruzan, sin saberlo, las capas del recuerdo, la pérdida y la reconstrucción afectiva.
Alberto Zúñiga Rodríguez
Bajo su aparente ligereza, Sirocco y el reino de los vientos esconde un tema mayor: el duelo. Agnès, la autora del libro mágico, ha perdido a una hermana y su dolor ha dado lugar a ese mundo fantástico. Las niñas no están atravesando únicamente un paisaje onírico: cruzan, sin saberlo, las capas del recuerdo, la pérdida y la reconstrucción afectiva. Esta sutileza narrativa es quizá el mayor acierto de Chieux: su respeto por la inteligencia emocional de la infancia.
Su música funciona como contrapunto emocional, expandiendo la geografía del film más allá de lo visual. Aquí, el viento sopla, también canta, acaricia y empuja; los instrumentos elegidos por Pico lo saben y están al servicio de la narración. Imperdibles los temas de su banda sonora Berceuse Flashback y Le Royaume de Sirocco interpretados sobre una base de murmullos y la elegante orquestación que los acompaña.
En cuanto al ritmo, Sirocco y el reino de los vientos opta por un desarrollo pausado, más próximo al vagabundeo que a la progresión dramática clásica. Esto puede desorientar a algunos espectadores acostumbrados a la lógica de recompensas del cine infantil comercial, que también las tiene, aunque en menor medida, pero para quienes se dejen llevar, la película ofrece una experiencia sensorial que desafía la linealidad y privilegia el asombro: como los cuentos que se leen antes de dormir, sin importar tanto cómo terminan, sino el tiempo compartido mientras se despliegan.
Bajo su aparente ligereza, Sirocco y el reino de los vientos esconde un tema mayor: el duelo. Agnès, la autora del libro mágico, ha perdido a una hermana y su dolor ha dado lugar a ese mundo fantástico. Las niñas no están atravesando únicamente un paisaje onírico: cruzan, sin saberlo, las capas del recuerdo, la pérdida y la reconstrucción afectiva. Esta sutileza narrativa es quizá el mayor acierto de Chieux: su respeto por la inteligencia emocional de la infancia.
Otro tema de importancia para la protección de las infancias cobra revuelo, el matrimonio infantil. En la historia, a la mayor de las niñas, Carmen de ocho años, la van a casar en contra de su voluntad con el horripilante y tonto hijo del alcalde de ese mundo airoso. La condena a este hecho no se hace esperar y está ahí explícita y manifiesta. Este es un gran acierto.
Ganadora del Premio del Público en el Festival de Annecy 2023, Sirocco y el reino de los vientos no busca conquistar con fuegos artificiales ni con tramas de alto voltaje. Su fortaleza está en otra parte: en su ternura, en su ética del trazo simple, en su capacidad para recordarnos que la animación puede ser también una forma de poesía e incluso, en transportarnos al recuerdo de los universos oníricos llenos de ojos que pueblan la obra de Salvador Dalí.
Es probable que algunas niñas y niños salgan del cine sin comprender del todo lo que han visto, pero quizá esa misma noche, al cerrar los ojos, sueñen con gatos que vuelan, libros que abren portales y fabulosas canciones que pueden romper cárceles. Y entonces, sin saberlo, habrán entendido lo esencial. Lo que es un hecho es que Sirocco y el reino de los vientos es para todo público y tremenda opción veraniega.
C

Alberto Zúñiga Rodríguez es cineasta y un obrero fílmico nacido en el rancho de las balas perdidas -fílmicas- Morelia, Michoacán. Ha dirigido los largometrajes Rupestre (2014), En la periferia (2016) y Emiliana Gat-alana (2023). Vive en Barcelona desde el 2022 donde conduce y produce el cinepódcast Tónica Replicante.







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