CINISMO / FILMOTECA A SMILE ON THE DOG

Por Fernando Ramírez Ruiz

El Frankenstein de Guillermo del Toro (versión Estados Unidos-México, 2025, del mítico monstruo) se centra en las relaciones padre – hijo o padre – creatura. Eso me recuerda a otro clásico de la ciencia ficción, Blade Runner, en el que vemos que el creador limita los años de vida de sus replicantes –que es el conflicto central– y en este Frankenstein los verdaderos problemas empiezan cuando Víctor –como le dice el monstruo al doctor Frankenstein–, tiene una especie de depresión post parto después de dar a luz a su creaturo.

La relación entre él y el monstruo recuerda la suya con su padre, sólo que él sí aprendía y el monstruo no. Quien sabe que habría pasado si Víctor hubiera «manchado» el apellido del padre. Después vemos que el monstruo sí aprende pero sólo lo que le interesa.

Creo que la frase que mejor define la trama es cuando al final el monstruo le dice a Víctor: «La misma marea que me creo ahora te destruye». Frase que también funciona para Harlander, que, al menos en esta película, es realmente un cocreador del monstruo. Él también luchó para crearlo, no hubiera sido posible sin él y al final, cuando quiso evitar su creación pagó con su vida.

Víctor estuvo necio en hacer su monstruito, sólo para acabar encadenándolo, golpeándolo, intentar matarlo y no darle una compañera porque no se fuera a reproducir y así como en Blade Runner un replicante le acaba sacando los ojos a su creador, como los cuervos del famoso dicho sobre criar cuervos, el monstruo acaba matando a Víctor, pero la cosa no es tan sencilla como en el dicho sobre los cuervos, porque en este caso la moraleja más bien dice que quien crie cuervos, replicantes o seres ensamblados de diferentes cuerpos debe dejarlos salir, vivir y reproducirse o la misma energía creadora se volverá contra él.

Víctor estuvo necio en hacer su monstruito, sólo para acabar encadenándolo, golpeándolo, intentar matarlo y no darle una compañera porque no se fuera a reproducir y así como en Blade Runner un replicante le acaba sacando los ojos a su creador, como los cuervos del famoso dicho sobre criar cuervos, el monstruo acaba matando a Víctor, pero la cosa no es tan sencilla como en el dicho sobre los cuervos, porque en este caso la moraleja más bien dice que quien crie cuervos, replicantes o seres ensamblados de diferentes cuerpos debe dejarlos salir, vivir y reproducirse o la misma energía creadora se volverá contra él.

Fernando Ramírez Ruiz

El problema de Víctor no parece ser el haber creado vida, sino el querer destruirla y todo porque el hijo no aprende palabras, pero vemos más adelante que Elizabeth (actuado por la inolvidable Mia Goth), amante de los insectos, y por lo tanto desprejuiciada, logra que aprenda una nueva palabra: Elizabeth. Después, un ciego incapaz de ver la fea apariencia del monstruo, no sólo puede hacer que aprenda palabras sino convertirlo en un voraz lector.

Elizabeth juega el papel de conciencia de Víctor y le advierte, con otras palabras, que el camino del infierno está hecho de buenas intenciones –o supuestas buenas intenciones–. Y vemos que al doctor que dice estar a favor de la vida y contra la muerte, en realidad la muerte de los otros le es indiferente. Como cuando con los condenados a la horca actúa con la frialdad del que busca refacciones para el coche y se lleva los cuerpos de los caídos en la guerra, sin pensar en los que buscarán esos cuerpos con desesperación, porque a Víctor no lo motiva ninguna buena intención, sólo su ego. De hecho en las novelas de Mary Shelley sobre Frankenstein –que en realidad son tres versiones con cambios importantes entre ellas, de 1818, 1923 y 1831–, Víctor es una pésima, mala, terrible persona.

Al final vemos que hay alguien que logra aprender en cabeza ajena, el capitán del barco que desiste en su intento de llegar al polo norte para así no arriesgar a su tripulación. Quizá no quiere acabar como Víctor Frankenstein o como la creatura que la vemos vaga por el desierto helado en la más absoluta soledad.

Fernando Ramírez Ruiz estudió en la prepa de La Salle, de la Ciudad de México, al lado del hijo del presidente Miguel de la Madrid y en la secu Nuevo Continente se enamoró de Lucerito, tiempo después cruzó miradas y le dijo quiúbole a Yordi Rosado en la Universidad Intercontinental, de la que desertó de la carrera en Ciencias de la Comunicación. Ha conocido a Diego Luna, fue Stand in de Sasha Sokol y el Chivo Lubezki en una película. Está escribiendo el libro de memorias: «Quiúbole con mis encuentros con los famosos» y es director de la Filmoteca A smile on the dog.


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