IN MEMORIAM

Por Zeth Arellano

Mónica Maristain durante la presentación de su último libro, acompañada de Zeth Arellano (autora del texto) y Mariño González. Foto: José Antonio Monterrosas Figueiras

Conservo muy vivo el instante en que Mónica me confió que había llegado a un punto sin retorno: escribiría sin reservas, sin excusas, sin permitir que el tiempo, ese adversario silencioso, siguiera avanzando sin haber puesto en el papel aquello que la habitaba.

En su voz había una determinación que trascendía la mera voluntad; era una convicción que parecía provenir de un impulso interno con el que buscaba ordenar un torrente de significados, emociones, memorias y cuestionamientos que pugnaban por cobrar forma. Esa urgencia no era desesperación, sino un acto de fidelidad a sí misma, a su forma de comprender el mundo y de situarse dentro de él.

Comprendí entonces que para Mónica escribir no era únicamente un oficio: era una manera de sostener la vida, de comprender sus matices y, tal vez, de desafiar su fugacidad. Y así como escribía, leía. Pero leer, para ella, no era una actividad pasiva ni un simple pasatiempo intelectual. Era alimento para la conciencia, herramienta de expansión y un ritual que la vinculaba con lo esencial.

Cada lectura se convertía en una lente que amplificaba su entendimiento y a la vez la impulsaba a crear. El resultado lo presentó hace un par de días en uno de los eventos literarios más importantes, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. En este libro, la fusión entre lectura y escritura se hace evidente: Leeré hasta mi muerte (Malpaso Ediciones) funciona como un mapa emocional e intelectual en el que Mónica traza rutas entre aquello que la conmovía, la irritaba, la intrigaba o la desestabilizaba.

En sus páginas entrelaza universos que a primera vista podrían parecer inconexos, pero que en su mirada encontraron un puente: narrativa, acontecimientos públicos, figuras deportivas, autores, fenómenos sociales y dilemas éticos, todo ello convertido en un tejido de conexiones sorprendentes que invitan a pensar más allá de lo evidente.

Lejos de ofrecer conclusiones cerradas, Mónica propone interrogantes que se abren como ventanas hacia múltiples interpretaciones. Su obra no busca dar certezas, sino provocar movimiento. Es un libro que, más que dictar, convoca; más que resolver, incita y ante su partida intempestiva, se convierte en una invitación donde cada lector debe asumir su propia postura, tomar las riendas del análisis y responder desde su experiencia. Estoy segura de que Mónica confíaba en la inteligencia de quien la lee, y por eso no subestima, no guía, no adoctrina. Solo abre puertas —muchas— y permite que cada quien decida qué hacer con ellas.

Mientras avanzaba por sus páginas, no pude evitar imaginarla como una filósofa del presente: atrevida, lúcida, capaz de sostener ideas firmes y, a la vez, de transformarlas cuando el pensamiento lo exige. Su voz posee algo de los espíritus inquietos que no pueden conformarse con lo ya dicho. Observaba, confrontaba, contrastaba con la agudeza de quien ha aprendido a leer al universo con atención y, sobre todo, con honestidad. Esa combinación la convirtió en una narradora que no temía internarse en territorios incómodos o en zonas donde otros preferían guardar silencio.

En el libro aparecen personajes que deambulaban entre sus reflexiones como si fueran habitantes de un mismo universo simbólico: escritores, deportistas, líderes, creadores, figuras del debate público. No se presentan como ídolos ni como figuras intocables, sino como referencias que permiten explorar temas profundos de la existencia. Mónica los convoca no para rendirles tributo, sino para examinar lo que representan en nuestra cultura y en su propio recorrido vital. Desde esas presencias, a veces luminosas, a veces contradictorias, surge una exploración íntima de cuestiones esenciales: la mortalidad, la gloria, la identidad, el desencanto, la vulnerabilidad.

Comprendí entonces que para Mónica escribir no era únicamente un oficio: era una manera de sostener la vida, de comprender sus matices y, tal vez, de desafiar su fugacidad. Y así como escribía, leía. Pero leer, para ella, no era una actividad pasiva ni un simple pasatiempo intelectual. Era alimento para la conciencia, herramienta de expansión y un ritual que la vinculaba con lo esencial.

Cada pasaje parece confirmar que, aun en medio del desconcierto, siempre existe un lugar donde cobijarse. Ese refugio no es un sitio físico, sino la palabra: la que se escribe, la que se lee, la que se piensa. En su obra, Mónica encontró en el lenguaje un espacio para decantar lo que la desbordaba y un medio para dialogar consigo misma y con los demás, más allá de la muerte.

Su curiosidad merece mención aparte. Aquí nos dejó ver la inquietud de la infancia, esa capacidad de asombrarse sin prejuicios y de dudar de todo, combinada con el discernimiento de quien ha recorrido la vida con conciencia crítica.

Cada acontecimiento, por trivial que parezca, se convierte en una oportunidad para profundizar. Nada pasaba inadvertido a su mirada; cada gesto del mundo podría convertirse en materia literaria, filosófica o emocional. Esa sensibilidad impregna este libro, donde además comparte vivencias personales y encuentros simbólicos con figuras como Bolaño, Maradona, Milei, Vargas Llosa, Openhaimer y otros tantos que aparecen como puntos de partida para investigaciones más amplias.

Los temas que aborda no son simples menciones: totalitarismos, diversidad, provocación cultural, censura contemporánea, decisiones trágicas y dilemas éticos se entrelazan en un discurso valiente, que no rehúye la complejidad ni pretende suavizarla. En vez de ofrecer un tratado académico, Mónica construye un mosaico narrativo donde cada tema se presenta como un eje que sostiene y a la vez desafía la lectura. Sus observaciones generan resonancias que permanecen mucho después de cerrar el libro.

Leeré hasta mi muerte es una obra que invita a entrar en la mente de una autora que pensaba, sentía, se cuestionaba y se exponía con claridad y sin artificios. Quien se adentre en estas páginas encontrará no solo una recopilación de ideas, sino un recorrido por las tensiones de nuestro tiempo. El libro es, al mismo tiempo, una conversación íntima, un acto de resistencia frente al olvido y un testamento.

Mónica escribía para comprender y para dejar un rastro de esa comprensión. El lector, al acompañarla, se convierte en cómplice de esa travesía. Este es un libro escrito desde la lucidez, el coraje y una profunda necesidad de entender el mundo antes del final y ahora que no está, no puedo imaginar una mejor forma de honrarla, hay que leerla, en todas sus formas, hasta que la muerte deje de ser un simple espectador y se convierta en verbo.

Zeth Arellano es maestra en Cultura Escrita por el Centro de Estudios y Posgrados Sor Juana, narradora mexicalense dedicada al relato breve. Obtuvo el primer lugar en narrativa del VIII Certamen Literario Ricardo León, en España y ha participado en diversas antologías como la edición Lados B 2018 (Nitro/Press), en la de relato corto Vacunas contra la poesía (Editorial La Rumorosa) y en Ni una sola palabra (UANL). Cuenta con participaciones en revistas digitales como ERRR Magazine, Penumbria, El Septentrion, Mood Magazine, Erizo Media, Pez Banana, Cinosargo y Lado Berlín Magazine, entre otras. Actualmente participa con un espacio literario en radio en el 101.9 FM La Buena Onda y escribe sobre libros para Maremoto Maristain. Es autora del libro Ruinas líquidas (UANL, 2025).


Descubre más desde REVISTA LOS CÍNICOS

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario

aUTOR

TENDENCIAS