IN MEMORIAM
Apesar de que todos la abominamos… «¡Feliz Navidad!»
Por José Antonio Monterrosas Figueiras

Ahora que es Navidad y Mónica ya no está aquí, hay que recordar que una vez ella apuntó unas líneas decembrinas de las que, dicen, están llenas de amor y paz. A fuerza de intentar no ver la tradición de las narraciones de esta época, escribió en el prólogo del libro El último árbol. Cuentos de Navidad, de «cuyo paradigma inevitable es, sin duda, la historia del huraño Ebenezer Scrooge, contada magistralmente por Charles Dickens», la periodista, escritora y editora, afirmó con sopresa, que ésta «se niega a perecer en la Literatura”.
Luego hizo una observación de los textos ahí reunidos, los cuales ella los seleccionó: “(Que) aunque los cuentos contemporáneos no suelen traer moralejas ni participar en esa magia redentora, por medio de la cual los malos se convierten en buenos y los buenos en mejores el día en que se celebra el nacimiento del niño Dios, se erigen de todos modos en un testimonio irrebatible de que la ocasión navideña es todavía un buen tema para los escritores”.
Era 2008, le recuerda a un periodista del sitio Prensa Libre, cuando le tocó “vivir una Navidad sola en México”, porque le agarró “una gripe terrible” que le obligó a guardar cama en las fiestas. Fue entonces cuando sintió que le hubiera hecho mucho bien, que mientras se recuperaba rescostada en su cama, podría estar acompañada en ese momento de soledad, por cuentos navideños escritos por sus colegas latinoamericanos. Entonces, ella empezó a pedirles a los autores narraciones decembrinas y logró reunir a cuatenta y seis, lo cual le sorprendió que ninguno de a los que convocó, le dijera no tener o no querer escribir sobre la Navidad.
El libro que finalmente nació en el invierno de 2011 y ahora está descontinuado en librerías, contiene veinte historias de aquella cuarentena de escritores que respondieron al llamado de Mónica. Estos son los colombianos Héctor Abad Faciolince, Antonio Ungar y Sergio Gamboa; los españoles Elvira Lindo y José Ovejero; y el peruano Santiago Roncagliolo; así como los argentinos Andrés Neuman, Federico Andahazi. -el fallecido en 2024- Edgardo Cozarinsky, Rodrigo Fresán; y los mexicanos Ana García Bergua, Álvaro Enrigue, Alberto Ruy-Sanchez, Francisco Hinojosa, Élmer Mendoza, y Pedro Ángel Palou, entre otros. Según la misma nota antes citada, estaba en planes un segundo volumen, porque quedaron cuentos de autores como el nicaragüense Sergio Ramírez, y los mexicanos Ana Clavel, Claudia Guillén y Eduardo Antonio Parra. Ignoro si éste se logró, pero de no ser así, no estaría nada mal hacerlo realidad, y así hasta llegar a diez o veintitrés libros más con cuentos navideños.
Algunos de estos relatos, que se encuentran en este primer libro, fueron compartidos ese mismo año en la revista SinEmbargo, cuando Mónica estaba acargo de las secciones de espectáculo y cultura de ese sitio del que ella fue una de sus fundadoras. Entre estos está el de su admirado Álvaro Enrigue, a quien consideró uno de los más grandes escritores mexicanos por su novela Tu sueño imperios han sido.
Explicó en una nota de su MaremotoM, en octubre de 2022:
Decir que el escritor (Álvaro Enrigue) tiene una narrativa prodigiosa es tan frívolo como cuando él mismo se describe como “un mexicano muy orgulloso”. Lo cierto es que aparte de los lugares comunes, es absolutamente verdadero.
No podríamos armar un sistema de competencias, pero sin duda Enrigue es uno de nuestros mejores autores, no sólo por lo que dice, sino por cómo lo dice.
Desde el archivo –en ella también están Muerte súbita y Ahora me rindo y eso es todo– regresa ahora con el encuentro entre Hernán Cortés y Moctezuma, en la novela Tu sueño imperios han sido, editada por Anagrama, la editorial a la que el autor es fiel y que asegura en la sinopsis que “unos no han visto jamás en su vida caballos, los otros nunca hasta ahora han probado el chocolate”.
Este es el encuentro entre dos mundos, dos imperios, dos idiomas, dos cosmovisiones. Álvaro Enrigue construye una ficción alrededor de esta reunión donde todo lo que se sabe es más o menos leyenda. Hay algunos escritos de los cronistas de la época, pero poco más, en manos de este “inteligentísimo autor”: definición de Carlos Fuentes.
«Algunas condiciones indispensables para que nazca un dios», es el cuento navideño de Álvaro Enrigue que se encuentra el libro de El último árbol…, en el que revive la fábula de la Nochebuena.
“Frente al espejo quebrado del agua de la fuente”, relata Enrigue, “Joseph recuerda cuando hacía muchos años —casi treinta— le anunció trabajosamente a Jacobo su primera boda. El viejo respondió: “Ya sabes lo que pienso, sería mejor que siguieras los pasos de tu hermano y te retiraras a una de las cofradías de célibes del desierto: si no hay semilla, no hay maldición”. Estaban en la carpintería. El viejo se limpió el sudor de la frente y siguió aserrando un madero, su hijo volvió a lo suyo. Después de un tiempo, se animó a insistir: “No tengo vocación para el retiro, y alguien tiene que ayudarte con la carpintería”. “Piénsalo bien, ya no eres un niño y conoces los augurios; para nosotros no es igual tener descendencia”.
“Ya lo pensé”. “Entonces para qué me preguntas”. Unos meses más tarde, en su lecho de muerte, Jacobo insistió en el asunto cuando se vio a solas con Joseph: “Prométeme que bajo ninguna circunstancia vas a permitir que tu mujer dé a luz en la ciudad de David”. Hacía generaciones que la descendencia del rey de los judíos prefería no llamar a Belén por su nombre.
Perdonen la insistencia, pero este diciembre una gripe feroz, indomable, atacó el cuerpo Mónica Maristain en medio de la Feria Internacional de Libro de Guadalajara, la cual la tumbó en su cama a su regreso a la Ciudad de México, el 8 de diciembre. “No puedo ni hacerme un té”, fue el último mensaje que recibí de ella en mi Whats App, la mañana del jueves 11 de diciembre, muy temprano, a las 6:17 AM. El “cómo sigues, Mónica», ya no tuvo respuesta de parte de ella. Estando yo lejos, en Guadalajara, era díficil poder hacer algo más. Mónica se murió ese día de un infarto.
¿Cuál habrá sido el libro que dejó en su buró al lado de un Topo Chico, esperando ser leído por Mónica a días de la Navidad? ¿Logró abrir ese tesoro negro que jaló desde de Guadalajara? Ella quería viajar a Argentina para pasar este diciembre con sus hermanas y hermanos para así recordar juntos a su hermana Laura, quien murió trece días antes que ella, pero no logró.

Este 24 de diciembre, buscando en librerías ese libro de cuentos navideños, me traje en su lugar, dos del escritor cubano Leonardo Padura, estos fueron El hombre que amaba los perros, de 2009, y su más reciente Ir a la Habana, de 2024. ¿Por qué Padura? Porque con él comenzó la FIL de este año, con una conferencia de prensa la tarde del viernes, 28 de noviembre, en la Expo Guadalajara.
Luego de esa rueda de prensa que fue a las seis de la tarde, donde Mónica sí estuvo, y yo no por terminar una nota, llegué aprisa para ver si lograba hacerle una pregunta a Padura, y en la entrada, a la primera persona que vi fue a ella. «¿Vamos a cenar?», me preguntó mientras la abrazaba, «Sí, Mónica», y entré a la sala de prensa para ver a Padura y preguntarle: «¿De qué color son las nubes de Cuba?». Luego de ello me fui al aréa de FIL Niños para entregar materiales didácticos que serían dados a los niños y niñas que asistírian a la charla sobre la película Emiliana Gatalana, de mi amigo Alberto Zúñiga, quien no pudo venir porque está en Barcelona y la FIL no pudo apoyarlo en su viaje, apesar de que su película era la perfecta combinación entre Barcelona y México. Tuvo que pasar media hora para que me los recibieran, así que el encuentro con Mónica tuvo que esperar para el día siguiente.
Para cuando yo le escribí para saber si todavá podíamos cenar, ella ya estaba en su cuarto, ya había comido un “sandwichito” y su nota sobre Leonardo Padura ya estaba puesta en su sitio. “Irse o quedarse: Leonardo Padura abre la FIL con una conversación sobre Cuba, memoria y exilio”, es el título. La reflexión es muy interesante, sobre todo ahora que Mónica no pudo viajar a su país, Argentina, para seguir con su duelo acompañada de su familia.
Escribió en su primer reporte desde la Feria:
Una cola interminable para conseguir los gafetes de prensa. El aire espeso, la espera larga, la impaciencia como un murmullo que no cesa. A un costado, casi como si la realidad se abriera para dejar pasar otro ritmo, inicia la conferencia de prensa de Leonardo Padura, Premio Princesa de Asturias, escritor que este año recibirá el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Guadalajara y que viene, también, a presentar su nuevo libro Ir a La Habana (Tusquets).
Empieza la FIL y empieza Padura. Habla sereno, con esa cadencia cubana que hace del pensamiento una narración y de la narración una vida entera. Entre reporteros, estudiantes, académicos y curiosos, el autor reflexiona sobre su país, sobre la migración, sobre la memoria que se vuelve herida y aprendizaje. No es casual que su obra vuelva, una y otra vez, al desgarro del exilio, a la pregunta que persigue a toda generación cubana: ¿qué significa quedarse? ¿Qué significa irse?
La conversación arranca en tono cordial. Padura recuerda sus recorridos por América Latina, la relación larga con México, el cariño que dice sentir y el que recibe. Evoca sus primeras visitas, aquellas que lo llevaron a la casa de Trotsky en Coyoacán, el descubrimiento de un silencio bibliográfico en Cuba que más tarde detonaría El hombre que amaba a los perros. Habla de sus novelas como quien vuelve a una casa ansiada: Mario Conde nacido literariamente en Guadalajara, Regreso a Ítaca como reflejo del exilio, La novela de mi vida y esa luz que dialoga con Heredia, con la historia literaria, con el desarraigo.
Cuando toma el micrófono, la pregunta se abre de manera directa. ¿Tiene más valor irse o quedarse? Esa disputa íntima, personal, irrebatible. Padura responde con firmeza. Cree que es más valiente quien deja la tierra propia. Cree que partir implica una violencia espiritual, un desprendimiento de códigos, lenguas e historias. Yo creo lo contrario, le digo. Él cree que quien parte se enfrenta a la intemperie. Yo creo que quedarse, cuando todo hiere, exige coraje. Y esa divergencia queda flotando como si la literatura no estuviera hecha también para sostener tensiones y no resolverlas.
Padura vuelve entonces al hilo que lo ha perseguido toda la vida: la migración como destino humano y dolor político. Habla de gobiernos que criminalizan el movimiento, de fronteras convertidas en amenaza, del miedo como forma de existencia para miles. Recuerda la pobreza como motor, la violencia como empuje, la ruptura como origen. Nadie se va porque quiere, dice. Se va quien ya no puede quedarse.
Yo también escribí una nota sobre la FIL y Leonardo Padura, pero Mónica no quiso leerla, mucho menos publicarla en MaremotoM y más bien creo que sí la leyó, pero me dijo que no para evitar una discusión entre nosotros. En aquella aparece parte de su nota, su viaje a Guadalajara y la mención de su último libro Leeré hasta mi muerte, Ahí está además la respuesta de Padura a mi pregunta, construida a partir de una conversación con mi querida amiga Saskia Verger, la talentosa pintora cubana que vive en México, que le da miedo las multitudes, pero en sus cuadros suelen estar cientos de hombrecitos entrelazados. Escribí ahí:
Veo que allá está el cubano (Leonardo Padura) rodeado de gente, periodistas, lectores, me acerco para hacerle esa pregunta. «¿Leonardo Padura, para usted de qué color son las nubes de Cuba?» Y me responde. Mientras me va contestando mira hacia arriba: «Depende, hay momentos en que son blancas y hay momentos en que son negras. Depende de la hora del día, del parte metereológico y también depende del momento y la condición desde la cual uno las mira, la realidad, depende mucho de esa perspectiva humana, porque le ponemos o le quitamos colores a las cosas que uno tiene, de acuerdo con nuestros sentimientos, con nuestro estado de ánimo, nuestro pensamiento, entonces creo sí, que puede variar mucho los colores y para mucha gente el cielo de Cuba está bastante encapotado, está bastante cubierto de nubes negras».
Es Navidad y Mónica ya no está aquí, quedan esos cuentos que al escritor Antonio Ortuño, autor de la novela El amigo muerto, a la pregunta de si le gustaban los relartos de Navidad, contestó con su afilada ironía, que no le gusta ésta, ni ese tipo de historias, que ni siquiera el Cuento de Navidad -el de Charles Dickens-, “porque me parece muy moralina. Así que no soy ideal para recomendar este tipo de lecturas”, apuntó.
Era 2008, le recuerda a un periodista del sitio Prensa Libre, cuando le tocó “vivir una Navidad sola en México”, porque le agarró “una gripe terrible” que le obligó a guardar cama en las fiestas. Fue entonces cuando sintió que le hubiera hecho mucho bien, que mientras se recuperaba rescostada en su cama, podría estar acompañada en ese momento de soledad, por cuentos navideños escritos por sus colegas latinoamericanos.
De hecho, agregó en esa nota del mismo 2011, cuando apareció el libro ideado por Mónica, el cual nació en pesebre latinoamericano, que para alejarse de este ambiente lo que solía hacer era leer a Cioran, el filósofo rumano autor de los Silogismos de la amargura, de manera que ahí está una opción para los que detestan esta época. Ahora mi tocayo, en este 2025, para desear felices fiestas desde su Facebook y agradecer a toda la amable clientela que lee sus libros o «las payasadas» que planta en esa red social, pegó «el infaltable calendario de carnicería a manera de tributo».
No faltó que alguna mujer que come carne de soya en la cena de Navidad, lo echara por ese maldito calendario bovino que acompaña ese mensaje salpicado de amor y paz. Aclaró entonces: «En mi familia nadie pelea por terrenos pero acá en FB ya me bloqueó una vegana por poner la foto del calendario de una carnicería (era un chiste: no soy carnicero, desde luego). Qué rara es la Navidad», concluyó.

Y pienso y que es tan rara, como ya no tener a Mónica Maristain por aquí, escribiendo cosas en su Facebook y compartiendo notas de su periódico. Tan rara como aquel poema del japonés Sakutarō Hagiwara que hoy en la mañana me llegó a mi Whats y me dejó si palabras. Éste dice:
¿Qué cosa es la Navidad?
Envidioso del hijo del vecino,
me asomé por su ventanal.
Cuartos y cuartos adornados,
raros, desconocidos jueguetes de Occidente,
y astros y astros, luces, sobre papel plateado.
Quisiera eso también yo:
Ojalá que tuviéramos Navidad en mi casa.
Envidiando el hogar de los cristianos,
al escuchar el órgano y los himnos
esa noche de invierno
las lágrimas rodaron de mis ojos de niño.
Con todo y a pesar de todo. Feliz y mamaria Navidad con este, su último arbol, de Mónica Maristain.
Al margen: ¿Mónica, cuáles son los mejores libros de este 2025? ¿Nos puedes decir?
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José Antonio Monterrosas Figueiras es periodista cultural y cronista de cine. Es editor cínico en Los Cínicos. Ha colaborado en diversas revistas de crítica y periodismo cultural. Conduce el programa Cinismo en vivo.






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