CINISMO / OPINIÓN

Por Jonatan Frías

«Leer a Arendt es abrazar la responsabilidad de pensar y actuar en un mundo plural», señala Jonatan Frías, autor de esta nota.

El 4 de diciembre de 1975, el mundo perdió a una de sus mentes más agudas y provocadoras: Hannah Arendt. Nacida en 1906 en Alemania, esta filósofa judía, exiliada por el nazismo, no solo fue una testigo excepcional del totalitarismo y sus horrores, sino también la pensadora que nos dio las herramientas conceptuales para intentar comprenderlos. A medio siglo de su muerte, la lectura de Arendt no es solo un ejercicio intelectual, sino una necesidad cívica.

La biografía de Arendt está íntimamente ligada a las convulsiones del siglo XX. Estudió con gigantes como Martin Heidegger (con quien mantuvo una polémica relación personal y filosófica) y Karl Jaspers. La llegada de Hitler al poder en 1933 la obligó a huir; primero a París, donde trabajó activamente ayudando a refugiados judíos y, finalmente, en 1941, a Estados Unidos.

Esta experiencia del desarraigo y la pérdida de la ciudadanía (un tema central en su obra) le confirió una perspectiva única. Desde su refugio en Nueva York, Arendt escribió las obras que la cimentarían como una pensadora política de primer orden: Los Orígenes del Totalitarismo (1951), La Condición Humana (1958) y, la más controvertida, Eichmann en Jerusalén (1963).

La importancia de Arendt radica en su capacidad para redefinir la política y la acción humana. Su obra principal, Los Orígenes del Totalitarismo, desmantela las estructuras del nazismo y el estalinismo, distinguiendo el totalitarismo de la tiranía tradicional. Para ella, la esencia del totalitarismo reside en su pretensión de control total, su ideología que lo explica todo y su uso del terror como motor de la historia.

En La Condición Humana, Arendt distingue tres esferas de la vida activa: Labor: La actividad biológica de supervivencia; Trabajo: La creación de un mundo artificial y duradero de cosas; Acción: La interacción directa entre los individuos, la esfera verdaderamente política, donde se revela quiénes somos en un espacio público de pluralidad.

Su mayor legado es el rescate de la acción y el espacio público como el lugar de la libertad. La política, para Arendt, no es administración ni dominio, sino la capacidad de los seres humanos para iniciar algo nuevo y actuar juntos.

La publicación de Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal, generó una tormenta de críticas y disputas que la persiguieron hasta el final de sus días. Arendt cubrió el juicio de Adolf Eichmann, uno de los principales arquitectos de la «Solución Final,» para The New Yorker. Su conclusión fue demoledora: Eichmann no era un monstruo sádico, sino un burócrata aterradoramente ordinario, un hombre «terrible y horriblemente normal» que simplemente no pensaba.

«La lección de la banalidad del mal no es que el mal sea común, sino que el mal extremo puede ser ejecutado por personas sin motivos malignos especiales, sino por una aterradora ausencia de pensamiento o reflexión.»

Esta idea, de que el mal más grande puede ser cometido por personas que actúan sin malicia profunda, sino por la simple adhesión a normas y la incapacidad de ejercer un juicio moral independiente, fue inicialmente malentendida como una minimización de la Shoá. Arendt defendía que su objetivo era comprender un nuevo tipo de criminalidad, no absolver al criminal.

La publicación de Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal, generó una tormenta de críticas y disputas que la persiguieron hasta el final de sus días. Arendt cubrió el juicio de Adolf Eichmann, uno de los principales arquitectos de la «Solución Final,» para The New Yorker. Su conclusión fue demoledora: Eichmann no era un monstruo sádico, sino un burócrata aterradoramente ordinario, un hombre «terrible y horriblemente normal» que simplemente no pensaba.

La otra fuente de controversia fue su crítica al rol de ciertos Consejos Judíos (Judenräte) durante el Holocausto. Arendt argumentó que la colaboración de estos consejos, forzada por los nazis, hizo que la maquinaria de la destrucción fuera más eficiente. Esta crítica la enfrentó a gran parte de la comunidad judía e israelí, que la acusó de falta de solidaridad y de «culpar a la víctima.»

Arendt también mantuvo diferencias significativas con otro gigante intelectual judío exiliado, Isaiah Berlin. Para Arendt, la libertad (la Libertad como Participación) es esencialmente pública. Consiste en la acción y la participación en el espacio público con otros ciudadanos. Es la libertad para iniciar y actuar; mientras que Berlin, en su famoso ensayo Dos Conceptos de Libertad, defendió la libertad negativa (libertad de interferencia) como la más segura. Era escéptico de la libertad positiva (libertad para la autorrealización o participación), temiendo que pudiera llevar al totalitarismo si un Estado decidía qué era lo «mejor» para el individuo.

Arendt veía la libertad negativa de Berlin como insuficiente, como una mera protección del ámbito privado, mientras que la libertad, en su sentido más elevado, solo puede florecer en la política activa.

La publicación de Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal, generó una tormenta de críticas y disputas que la persiguieron hasta el final de sus días.

A cincuenta años de su muerte, el pensamiento de Hannah Arendt resuena con una urgencia escalofriante en nuestro presente:

  1. La Pos-Verdad y la Mentira Política: Su análisis de cómo los regímenes totalitarios utilizan la ideología y la mentira para construir una «realidad» paralela es vital para comprender la desinformación masiva y los ataques a las instituciones democráticas.
  2. El Ascenso del Autoritarismo: Sus advertencias sobre el colapso del «espacio público» y la sustitución de la acción por la administración o la ideología nos ayudan a diagnosticar las democracias enfermas de hoy.
  3. La Banalidad en la Era Digital: La ausencia de pensamiento que Arendt criticó se refleja hoy en la viralización acrítica de contenido, la cultura de la cancelación sin deliberación, y la rendición de la responsabilidad individual ante el algoritmo o el grupo.

Leer a Arendt es abrazar la responsabilidad de pensar y actuar en un mundo plural. Es un llamado a resistir la comodidad de la ideología y la obediencia sin juicio. Su legado no es una filosofía del consuelo, sino una filosofía de la vigilancia y el compromiso con la política en su sentido más noble: como el arte de vivir y crear libertad juntos.

Jonatan Frías (1980) es escritor y editor. Ha publicado cuentos y ensayos en antologías y revistas nacionales y extranjeras. Sus recientes libros son Presuntos ensayos para un jueves negro (UAA, 2019), La eternidad del instante (UAA, 2020) y El dilema de los erizos (Fondo Blanco, 2022).


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