CINISMO / FILMEWEB
La plusvalía del trauma de Joachim Trier
Por: Alberto Zúñiga Rodríguez

Lo de Joachim Trier ya no es una promesa, es un diagnóstico, una constante. Tras habernos vendido la crisis existencial generacional como un videoclip de colores saturados en tiempos post-pandemia en la ultra famosa, La peor persona del mundo (2021), ahora el noruego regresó a la selección oficial de Cannes 2025 para entregarnos Sentimental Value. Y lo hace con la frialdad de quien realiza un inventario en una casa de empeños (en épocas después de fiestas navideñas): sin redención, solo una evaluación de daños.
La película, que le valió el Gran Premio del Jurado en el antes mencionado festival galo, que -además- le supo a justicia poética, es un mecanismo de relojería sobre la estafa del legado. Trier, junto a su inseparable Eskil Vogt en el guión, nos lanzan a la cara la historia del veterano Gustav Borg (brutal Stellan Skarsgard), un famoso cineasta en fase de descomposición creativa y declive que pretende utilizar a sus hijas como combustible para su última intentona de apuesta fílmica, en una clara dialéctica del vampiro: el arte no imita a la vida, el arte se alimenta de los restos biográficos de los que amamos hasta dejarlos secos.
Gustav regresa a su antiguo hogar justo en el velorio de su ex mujer Sissel y se reencuentra con sus dos hijas. A la mayor, Nora, actriz de teatro (fetiche de Trier: Renate Reinsve; fabulosa aquí también), le ofrece actuar en su nueva película. Marcada por el abandono de su padre, no lo acepta y somos testigos del daño que le evoca esta propuesta (un repaso por la historia de su linaje y el epicentro que es su casa). Agnes, la hija menor, es historiadora, está casada con Even y tiene un hijo, Erik, a quien Gustav también quiere para su película (como antes lo hizo con Agnes) y en algún momento determinado, le irrita y le remueve su propia historia de abandono.
Como un gran cartógrafo de la melancolía moderna y desertando la búsqueda de la identidad juvenil para centrarse en la geología del rencor, Trier se rifa una película que teje un drama familiar que es, a la vez, una farsa sobre el ego artístico y una elegía sobre los objetos (y las personas) que dejamos atrás. Las fabulosas secuencias iniciales en el teatro y el estrés por pánico escénico que supone el arranque de una obra, ya anticipan la personalidad de Nora y esos dejos de dolor y cicatrices… pero no hay que emocionarnos, porque ese no será el frenético ritmo de la película que se vuelca luego hacia momentos de parsimonia y lentitud que nos hacen pensar que hay -incluso- exceso de minutaje (y que a pesar de esto, es disfrutable).
La casa: El mausoleo de la burguesía y la arquitectura del privilegio
En el centro de este conflicto no están únicamente las personas, sino la Casa, con mayúscula. Trier filma la propiedad familiar no como un simple hogar, sino como un objeto transgeneracional que ha acumulado más tristezas que proezas. Es un inmueble que funciona como un archivo de fracasos: cada pasillo, cada moldura y cada mueble de impoluto diseño escandinavo parece retener el eco de una discusión vieja o de un abandono silencioso. Con un diseño al estilo Ikea, pulcro, elegante, pero de fragilidad bien escondida.
Para Trier, la casa es el fetiche máximo de la burguesía noruega: un espacio que se hereda con la esperanza de continuidad, pero que termina siendo un recordatorio material de lo que se ha podrido por dentro. En este filme, las paredes no protegen; vigilan. La casa es ese objeto que pasa de mano en mano cargado de una plusvalía de melancolía, obligando a las hijas a habitar los traumas que su padre nunca se molestó en limpiar.
Lo que incomoda de Sentimental Value es su honestidad brutal sobre la figura del autor. Trier se mira al espejo y se reconoce en la monstruosidad de Gustav. Hay una crítica feroz a esa necesidad masculina de trascender a través del celuloide, incluso si para ello hay que incendiar la herencia emocional de los hijos y rematar la casa familiar.
Si algo sabe hacer Trier —y aquí lo lleva al paroxismo— es filmar la arquitectura del privilegio. Oslo es aquí un conjunto de interiores tan pulcros que resultan violentos. Nora (una Renate Reinsve que ha sustituido la vitalidad por un dolor acorazado) se mueve entre estos muros como quien recorre una celda de lujo, intentando descifrar si el regreso de su padre es un acto de amor o una simple búsqueda de locaciones y personajes para su narcisismo. Mientras ella implosiona por su relación personal con un colega casado.
Hay una densidad en la imagen que nos recuerda que el pasado pesa y que la memoria es un archivo defectuoso. El montaje, siempre fragmentario, nos obliga a reconstruir el rompecabezas de una familia que se comunica mejor a través de los objetos que de las palabras. Karin Irgens desde la resistencia noruega (durante la Segunda Guerra Mundial), fue arrestada y torturada por cómplices del régimen Nazi por distribuir propaganda. Finalizada la guerra, Karin se casó, heredó la casa y tuvo un hijo, Gustav, en 1951, pero en 1958 se suicidó ahorcándose en la casa cuando Gustav tenía siete años, hecho que el propio cineasta intenta representar con una encumbrada actriz de Hollywood: Rachel Kemp (Elle Fanning, impecable igualmente) a quien conoció en un reputado festival donde él tuvo un homenaje a su trayectoria… La casa pasó a Edith, hermana de Karin, hasta su muerte, momento en que Gustav la heredó, se casó-habitó con su esposa e hijas y terminó por abandonarlas. Ahí sus hijas crecieron escuchando por conductos de calefacción las sesiones de terapia de su madre Sissel con sus pacientes.
El cine como autopsia

Lo que incomoda de Sentimental Value es su honestidad brutal sobre la figura del autor. Trier se mira al espejo y se reconoce en la monstruosidad de Gustav. Hay una crítica feroz a esa necesidad masculina de trascender a través del celuloide, incluso si para ello hay que incendiar la herencia emocional de los hijos y rematar la casa familiar.
Al final, salimos de la sala con la sensación de haber asistido a una autopsia elegante. Trier no ha hecho una película para que nos sintamos mejor; ha hecho un ensayo sobre las ruinas de la intimidad y el peso muerto de las herencias. Es cine lento a momentos para tiempos densos. Joachim Trier ha dejado de jugar a ser el joven maravilla para convertirse en el forense de su propia estirpe.
En un momento puntual Rachel Kemp decide que no hará el papel de Nora que Gustav diseñó desde siempre y que ha conmovido tanto a Agnes. Gustav se emborracha, decide mandar a la chingada la casa y colapsa en el jardín, lo que lo manda al hospital. Al volver a la vida, Gustav retoma el proyecto, pero no desde lo fastuoso sino desde otras lindes que incluye antiguos colaboradores y la complicidad de sus hijas y nieto.
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Alberto Zúñiga Rodríguez es cineasta y un obrero fílmico nacido en el rancho de las balas perdidas -fílmicas- Morelia, Michoacán. Ha dirigido los largometrajes Rupestre (2014), En la periferia (2016) y Emiliana Gat-alana (2023). Vive en Barcelona desde el 2022 donde conduce y produce el cinepódcast Tónica Replicante.






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