MINIATURAS, PRELUDIOS Y FRAGMENTOS

Los frutos de una isla

Durante el trayecto a la isla los dos permanecieron en silencio, sólo se volteaban a ver sin decirse nada pero no se sentían incómodos por eso. Fueron pasando los días, las semanas y los meses y la cantidad de ideas que compartían era una galaxia de pensamientos.

Por Ulises José

En dos islas, separadas por muy poca distancia, se habían fundado dos culturas. En algunas ideas coincidían, en algunas no. Después de varios centenarios de un intercambio comercial y cultural bastante nutrido, llegaron a la conclusión de que no sería mala idea seleccionar al habitante más sabio de cada cultura y mandar a ambos a algún lugar aislado para que compartiera sus impresiones acerca del cosmos.

Unos meses después, cada isla tenía seleccionado a su campeón. Por un lado se había optado por una mujer de un nombre sin traducción a nuestro idioma, era arquitecta, conocedora de las constelaciones y autora de un libro que explicaba el movimiento del mar. Por el otro lado, se había seleccionado a un hombre con un nombre tan largo que no se podría escribir en un sólo cuaderno. Él era navegante, había recorrido todos los mares, hablaba todas las lenguas de todos los lugares que había visitado y era autor de un compendio de canciones religiosas y seculares de distintas latitudes.

La idea era enviarlos a ambos a una isla mas pequeña que las otras dos, nunca había sido habitada, pero gracias a sus ríos, a su flora y a su fauna, sería fácil vivir en ella. Así que ambos gobiernos construyeron una casa bastante modesta pero con todo lo necesario para que sus dos eruditos vivieran bien los cinco años que pasarían ahí.

Además de las dos habitaciones y los lugares comunes, todos con una iluminación cálida y agradable, también anexaron una biblioteca que contaba con los tomos más representativos de aquellas dos culturas. Y así, al final de una ceremonia llena de discursos solemnes, ambos elegidos subieron a una pequeña barca y se dirigieron a su destino, desde el puerto, los despedían sombreros lanzados el aire y un mosaico de pañuelos de colores.

Durante el trayecto a la isla los dos permanecieron en silencio, sólo se volteaban a ver sin decirse nada pero no se sentían incómodos por eso. Fueron pasando los días, las semanas y los meses y la cantidad de ideas que compartían era una galaxia de pensamientos: el origen del mundo y el universo, la razón de la humanidad, lo infinito del macrocosmos y del microcosmos, el sentido del arte, las cualidades mecánicas del movimiento cósmico, las formas de la naturaleza y todo lo que pudiera derivar de esos temas.

Al paso de un año y como resultado de las largas caminatas que daban para poder charlar, ya habían recorrido gran parte de aquella pequeña isla que había sido su hogar y el semillero de tantas ideas que compartirían con sus conciudadanos y cada vez que caminaban por esos lugares, no dejaban de maravillarse ante la belleza de los paisajes.

En una ocasión, la caminata y la plática los llevaron a un paraje al que nunca habían llegado, no era ni más ni menos bello que todos los anteriores, pero había algo que lo hacía especial, era un valle sin mucha vegetación, pero justo en el centro se encontraba un árbol enorme que sobresalía de los demás por su altura y por lo amarillo de los frutos que daba. A ella le resultó llamativo pero él al verlo se conmocionó.

En alguno de sus muchos viajes había escuchado acerca de los efectos que aquellos frutos producían y conforme se acercaban le explicó que además de tener un sabor exquisito, la pulpa de esa fruta enviaba a quien le comiera a un sueño que duraba varias décadas.

Entre ambos construyeron una balsa y se lanzaron al mar para llegar a alguna de sus islas natales. Por fin pudieron ver a una de ellas, pero no se veían rastros de las construcciones ni nada parecido, lo que les llamó
la atención fue la figura de alguien con apariencia humana que parecía estar esperándolos en la playa.

Pero no era un sueño cualquiera era un sueño lúcido en el que uno viajaba al interior de su mente, a lo más profundo de sus recuerdos y pensamientos, también se lograba una concordancia con el universo y así se encontraban explicaciones a eventos que parecían no tenerlas, además, a pesar de que la persona que lo ingería quedaba dormida por décadas, su cuerpo quedaba conservado como si no hubiera pasado ni un mes.

Regresaron a la casa, cada uno con un fruto y mientras cenaban algo disertaban acerca de lo que podría implicar comerlos o no. El riesgo era dormir de cincuenta a cien años, la recompensa, obtener cierto conocimiento que de otra forma no podrían obtener, decidieron que una noche de descanso ayudaría a la reflexión.

Al otro día buscaron una cueva que sirviera como refugio, la encontraron en la base de una montaña, se internaron hasta que consideraron que era seguro y acomodaron todo lo que llevaron para estar más cómodos. Una vez acondicionado el lugar pelaron sus frutos y los comieron sin dejar de verse a los ojos; realmente sabían exquisito.

Despertaron al mismo tiempo, ambos impresionados de todo lo que habían visto en sus sueños, el universo tenía un nuevo significado y sentían como si hubieren vuelto a nacer. Tardaron un par de horas en lograr mover sus cuerpos que a pesar de no haber envejecido, sí estaban entumidos por tanto tiempo de inmovilidad.

Cuando lograron incorporarse se vieron y sus ropas no estaban, se habían destruido, sus cabelleras los envolvían casi por completo. Salieron de la cueva, la luz los cegó por unos instantes, una vez que sus pupilas se acostumbraron pudieron ver que la isla había cambiado. Seguía hermosa y llena de vegetación, pero había cambiado. A pesar de que les costó un poco de trabajo, lograron llegar a donde estaba su casa pero ya no había nada, no había casa ni rastros de que hubiera estado ahí. Buscaron el pequeño barco que los había llevado y Tampoco estaba.

Entre ambos construyeron una balsa y se lanzaron al mar para llegar a alguna de sus islas natales. Por fin pudieron ver a una de ellas, pero no se veían rastros de las construcciones ni nada parecido, lo que les llamó
la atención fue la figura de alguien con apariencia humana que parecía estar esperándolos en la playa.

Al ver a esa figura cada vez más cerca, notaron que no era humana, sus ojos eran dos, uno y cientos a la vez, lo mismo pasaba con sus brazos y sus piernas, nunca eran sólo dos, nunca eran cientos, pero a pesar de
aquella apariencia, no inspiraba miedo y cuando ya estaban llegando a la orilla, pudieron ver que les sonreía con su boca que era una y miles. Lucharon un poco con la marea, cuando lograron llegar a la playa aquel ser los esperaba con los brazos extendidos.

—¡Eva, Adán, los estaba esperando!

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Ulises José nació en Cuernavaca, Morelos, el 3 de diciembre de 1974. Tuvo su primer acercamiento a la escritura en los talleres de María Luisa Puga en Michoacán en 1986. Estudió producción editorial en 1999 con el grupo editorial Versal. Ha participado como diseñador editorial en varias publicaciones en Morelos y como organizador del festival de cómic Marambo. Actualmente trabaja como colaborador externo en Larousse y como diseñador editorial y asistente de edición en Ediciones Omecihuatl.

Ulises José nació en Cuernavaca, Morelos, el 3 de diciembre de 1974. Tuvo su primer acercamiento a la escritura en los talleres de María Luisa Puga en Michoacán en 1986. Estudió producción editorial en 1999 con el grupo editorial Versal. Ha participado como diseñador editorial en varias publicaciones en Morelos y como organizador del festival de cómic Marambo. Actualmente trabaja como colaborador externo en Larousse y como diseñador editorial y asistente de edición en Ediciones Omecihuatl