CINISMO FAMOSO

«Bardo» es un ensayo filmi-lúdico sobre la simulación de una vida, de una casa, de una familia, de un público; de un creador que es un impostor y que simula triunfos y victorias. «Todos somos impostores en este teatro de la vida», afirma Joselo Rueda en este texto en el que se pregunta si Iñárritu lucha contra Iñárritu en esta película, quien además por si fuera poco la crítica fue durísma con él, advierte.

Por Joselo Rueda

I

Mi primera aproximación a Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades (México, 2022), de Alejandro G. Iñárritu, fue con miedo. La crítica fue durísima con su nueva entrega. La veía en la sala y esperaba desde el inicio que algo fallara y no sucedió. Mi segunda aproximación (a las pocas semanas), también apostaba por encontrar algo que me hiciera dudar de la primera y tampoco sucedió. La tercera ocasión que nos sentamos a dialogar Bardo y yo, con calma, con detenimiento, a casi dos años de aquellas iniciales experiencias en la pantalla grande, pienso que sigo encontrando motivos para reconocerla igual que la primera vez que la miré.

II

Bardo es un viaje personal de un autor introspectivo llamado Alejandro González Iñárritu, en el que, diría yo, más que de reconciliación, es de conciliación, a través de Silverio (Daniel Giménez Cacho), el protagonista, su alter ego. Bajo un pomposo subtítulo que lo justifica al mencionar que el documental del protagonista así se llama. Bardo abre un diálogo onírico que invita al descrédito con la secuencia de un parto.

Éste inicia con una ensoñación primigenia: volar, saltar volando, en medio de un campo agreste. El “yo” no se puede ver, no es posible salir de la pintura, voltear y mirarse, solo contempla un agujero en la pintura y cuando salta en este sueño, no se ve así mismo. Iñárritu está soñando en todo ese cine que lo forjó. Es el inicio de Del olvido al no me acuerdo, (Rulfo, 1999): el hombre mirando su mundo desde una perspectiva onírica y de nostalgia, el hombre volando sobre un desierto.

III

En la secuencia del Subway, la referencia con el agua al subconsciente ya es clara. Los pies metidos en el agua, hurgando para salvar la vida son el comienzo del ciclo, el círculo de la narrativa que empieza donde va a terminar. Iñárritu une el inicio y el final de su película. Continúa con un despertar en una casa inundada, en medio del desierto. El falso oasis, la maqueta, la bambalina, la construcción precaria de experiencias. Todo son ilusiones. Una casa de juguete, los personajes, los hombres como parte del constructo, de la invención del niño Hugo Cabret. Todo es una puesta en escena, como una idea a la Lars von Trier.

IV

La simulación de una vida, de una casa, de una familia, de un público. El creador que es un impostor que simula triunfos y victorias. Todos somos impostores en este teatro. Representar la batalla del Castillo de Chapultepec, una épica gloriosa de los niños cadetes: los mexicanos que convierten una vergonzosa derrota en una victoria mítica. El embajador gringo que le pide que se preste a la farsa, a la representación, al apoyo encaminado y dictado. “Porque México no es un país, ¡es un estado mental!”

Daniel Giménez Cacho, atrapado en los versos de un poema fílmico de G. Iñárritu.

Bardo es un viaje personal de un autor introspectivo llamado Alejandro González Iñárritu, en el que, diría yo, más que de reconciliación, es de conciliación, a través de Silverio (Daniel Giménez Cacho), el protagonista, su alter ego. Bajo un pomposo subtítulo que lo justifica al mencionar que el documental del protagonista así se llama. Bardo abre un diálogo onírico que invita al descrédito con la secuencia de un parto.

JOSELO RUEDA

V

La primera entrevista del documentalista Silverio en el film de Iñárritu es una representación, la de una falsa Televisa, la de un circo del absurdo. Están dando la nota de su futuro, de cuando sufre el stroke en el metro. Risas fingidas, forzadas y a destiempo en el público. “El Prieto”, le recuerdan. Y prestarse al show, a la guasa, a demeritar la obra, al escarnio público, al sinsentido. Es verse expuesto frente al personaje que se desnuda. ¡Iñárritu se desnuda! Y al parecer, todo es una representación en la cabeza, en el imaginario de Silverio. “La vida no es más que una serie de imágenes idiotas”, reacciona el cineasta, opina del Social Media al ver un TikTok que se burla de él. Silverio puede hablar en voz en off. Sus pensamientos, su palabra interior, su lenguaje interiorizado es público, anda desnudo por la vida.

VI

El logro y la pérdida, cuando de pronto Lucía (Griselda Siciliani), su esposa, desaparece y se le ofrecía a Silverio. Lo inasequible, lo inalcanzable, lo etéreo, el arte que no se deja tocar. La música que oímos y no vemos. La oscuridad como una música. La musa inasequible como la vida o su comprensión, su entendimiento, su sentido, su sinsentido. La musa que le ofrece las tetas y el artista solo aspira a desearlas, porque no se dejan atrapar. No tan fácil. Solo después del cortejo, de encender la lámpara, de prender y apagar varias veces el switch, para asirnos de las sombras, para alcanzar el conocimiento. Porque somos ignorantes.

¿Cómo muestro al mundo esta luz? ¿Tengo que pasar por el ridículo, por la representación, por el escarnio, para sacar a los ciegos de la ilusión? ¿Por medio de la ilusión y de las sombras proyectadas en la pantalla? En el evento cinematográfico frente a ellos,  jugando con la musa, corriendo tras la musa, seduciendo a la musa, para que sus senos me amamanten. De asirla y hacerla mía, de prometerle matrimonio, jurarle amor eterno.

VII

De los sueños que son realidad y de la realidad que son sueños. Del eterno vivir soñando o soñar despierto. De los que venimos a no nacer, de los que venimos a no morir. De las ideas que se quedan en memorias difusas, en imágenes grabadas en una cinta, que se convierten en nuestros recuerdos, porque ya no recordamos si recordamos cuando estábamos ahí o mi recuerdo es solo de la grabación de alguien que estuvo ahí. Debemos ya dejar ir a Mateo, a la imagen, al niño muerto, al recuerdo difuso, a nuestras interpretaciones, solo queda vivir y atestiguar.

¿Cuál es el enemigo en Bardo contra el que lucha Silverio? No es contra él mismo, aunque podríamos pensar que sí. Silverio lucha contra la fama, el éxito, la envidia, el desprecio y la incomprensión.

Foto: Aprilis Zaratustra

Joselo Rueda, hijo de Luis Rueda, administrador de cines de la extinta COTSA, pasó su infancia y adolescencia frente a las pantallas de las salas de arte como «Versalles», «Bella Época», «Elektra» y «Pecime». Estudió Comunicación en la Universidad Iberoamericana, donde realizó varios cortometrajes. Trabajó como editor de cine con Óscar Figueroa y participó como asistente de producción para Dos Crímenes. Su tesis profesional fue el cortometraje 4 maneras de tapar un hoyo, animación en 35 mm finalista en el Festival de Cannes 96 en Sección Oficial y obtuvo más de 40 premios internacionales. Actualmente dirige para Cabeza Films, productora fincada en México. Cuenta con 2 nominaciones al Grammy Latino y un Premio Nacional de Periodismo con Laura Castellanos. Actualmente está en postproducción de su largometraje documental Dónde están.


Descubre más desde REVISTA LOS CÍNICOS

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario

aUTOR

TENDENCIAS