DANDYS Y CÍNICOS
AMLO y Acapulco: Y ahora, ¿quién podrá defendernos?
Han pasado cinco años de que Andrés Manuel López Obrador es presidente de México. Cada que hay una crisis, con el pretexto de no hacer un show, el presidente evita ir a las zonas del país donde hay desastres y si va se atasca el jeep militar en el que viaja, de tal manera que ÉL se vuelva la víctima de la historia, tal como sucedió en su visita a Acapulco tras el paso del huracán «Otis» por Guerrero que ha sido desvastador. ¿Y ahora quién podrá salvar al soldado López? ¿Cuáles brazos lo arroparán tras esta tragedia? Ojalá todo eso fuera un mal sueño.
Por José Antonio Monterrosas Figueiras
El 30 de junio de 2018, a unos cuantos días de que fueran las elecciones presidenciales en México, en la revista Los Cínicos, publicamos una gran crónica escrita por la poeta Rocío Franco López, en la que conversó con cuatro taxistas de Acapulco. Rocío se mudó de Toluca para laborar en el periódico El Sur de Acapulco, así que esa ciudad ya es parte de su vida, tiempo después, afortunadamente, para quienes la queremos, volvió a la capital del Estado de México, y no es que Toluca sea el paraíso, pero al menos no le tocó sufrir el desastre que dejó en Guerrero el huracán «Otis», a finales del mes de octubre de este 2023.
Tal como lo contó en otra crónica que titulamos “Una toluqueña en Acapulco”, por allá de 2017, la también correctora de estilo explicó: “Hace justo nueve días que llegué a vivir a Acapulco. Ahora mientras estoy sentada sobre la colchoneta en la que duermo, con la computadora sobre las rodillas, rememoro todo lo sucedido en los últimos 30 días, y pienso en la relatividad del tiempo. Como decía Cortázar, en lo que puede pasar en un minuto mientras viajas en el metro. En todo lo que se derrumba y se construye cuando quieres cambiar de vida”.
Así que la autora del libro “No sé andar en bicicleta” (que tampoco sabe nadar, je je je), dejó Toluca, la bella, donde escribió precisamente esos poemas que están reunidos en ese pequeño libro editado por la editorial Diablura, para finalmente irse a vivir a un pueblo con mar llamado Acapulco. Su vida fue en sí misma un huracán. Un día un reguetón la recibió y otro más la escupió de esa, dicen, joya del pacífico.
“Acapulco, la ciudad del contraste absoluto”, apuntó Rocío y se va como hilo: “la pobreza extrema versus el lujo ridículo. Tiendas enormes y fastuosas versus tienditas familiares. Basura y desperdicios versus hoteles lujosos. Bares de la más baja ralea versus bares con borrachos de “categoría”. Personas viviendo versus personas divirtiéndose. Personas gozando la vida del mar versus personas muriendo y matando todos los días. No soy turista. Estoy intentando vivir. Esto es Acapulco”, escribió Rocío en su “Como si fuera un reguetón a mi Acapulco”, otra crónica que publicamos de ella en Los Cínicos.
Estos días aciagos para Guerrero, estoy seguro –lo veo además en sus redes sociales- han sido días que la tienen un tanto preocupada. No sólo por el sufrimiento del otro, que siempre ha sido sensible a ello, sino porque seguro sembró algunas amistades (así como la que sembramos ella y yo una vez, cuando viví en Toluca), por lo que además, me consta, suele ser muy solidaria, cuando algo le indigna.
Pero vuelvo al principio, hablaba de esa gran crónica donde conversó con cada uno de los taxistas, cuatro, repito, cada uno por separado, mientras ella viajaba rumbo al trabajo o a su casa, en esos tradicionales vochos color blanco con azul, que como bien dice ella misma, es lo que uno nota al llegar a Acapulco, pues “los taxis en su mayoría son vochos blancos con azul, descontinuados, destartalados, desvencijados y todo lo “des” que se les pueda sumar (desmadrados, por ejemplo), incluso, los que no son vochos suelen poner un letrero en el parabrisas que dice “Cobro como vocho”; pero me estoy equivocando, no quiero hablar de vochos, sino de los singulares señores que los conducen: los taxistas”.
Rocío entonces no les preguntó, como advertimos en la intro de esa gran crónica, “qué es lo que hace un taxista seduciendo a la vida”, como dijera el cantante que inauguró su carrera en Toluca, Ricardo Arjona, sino “por quién votarían en la elección presidencial del 2018”. Hay que recordar que los candidatos eran Andrés Manuel López Obrador, por el Morena; José Antonio Meade, por el PRI; Ricardo Anaya, por el PAN y El Bronco, de forma independiente. Todos los taxistas coincidieron que votarían por «ya sabes quién», es decir, por Andrés Manuel López Obrador, aunque no les convencía del todo parecía ser la opción diferente entre el resto de candidatos.
La última charla ruletera por el puerto, sin embargo, fue diferente a las otras tres, que hasta Rocío quedó conmovida con las expresiones de ese taxista (bueno, no hay que olvidar que es poeta, tiene otra sensibilidad). Ella advierte que fue por ese señor, un joven de alrededor de 40, que escribió esta gran crónica. “Por su mirada llena de limpia ingenuidad costeña”, explicó.
Al conversar con este taxista, notó que es uno que no ha salido nunca de Acapulco y eso le generó cierta ternura, se dio cuenta que al contarle de Toluca, de su volcán, de su clima frío, el taxista le brillaron los ojos, como imaginando ese lugar, así fue también, cuando el hombre habló de Andrés Manuel López Obrador, como aquella esperanza de que al fin México lograra un cambio verdadero.
“—Oiga, pero entonces, si gana el Andrés (sus ojillos ya están en total chisporroteo), ¿usted cree que en Acapulco podamos vivir como en México?”, le pregunta a Rocío el joven taxista (40 todavía se es joven, no seas así Rocío). A lo que ella le respondió: “-Oiga, en Acapulco ya vivimos como en México, la ciudad es muy parecida, el tráfico, los autos, pero ¿sabe por qué es más bonito Acapulco?”, le preguntó la poeta que vino de la ciudad del volcán muerto, “porque está el mar, eso hace buena cualquier cosa en esta ciudad. Y si gana Andrés, quizá lo que ganemos es que ya no haya tantos balazos, oiga; no se fíe de lo que le digo, quizá nos falla”.
Están comenzando a arribar a su destino y el taxista agregó a la conversación: «-Quizá, verdad. Qué tal que nos sale como los otros ratas, oiga. No, pero no, señora, no hay que perder la esperanza, no cree. A lo mejor podemos hacer que Acapulco vuelva a ser bonito. Porque si no, pues ya no tenemos nada”.
Rocío se dio cuenta que para ese momento, los “ojillos de niño ya refulgen de una luz ingenua… sí, la luz de la esperanza”, así lo escribió y luego abundó: “Y no hablo de la esperanza de ya saben quién. No hay proselitismo en esto. Hablo de la esperanza real. De la esperanza de un hombre ingenuo, de la esperanza de poder salir de la pobreza milenaria, de poder vivir de otra manera, aunque ni él mismo sepa qué significa eso. La esperanza de que la vida, la realidad, sean otras, de otro color que no sea el rojo de la sangre que baña este puerto. Así a secas, la genuina… la esperanza”.
“Maldita sea”, expresó Rocío, “en este momento, ya me estaba yo bajando del taxi, sacando el dinero del bolso para pagarle. Y por fortuna, el señor no pudo notar que entonces sí, mis ojos no pudieron contener ya tanta agua, cuando le entrego el dinero, me desea suerte, me echa unas bendiciones. Se las respondo, escondiendo un tanto el rostro, porque ahora sí me corren dos lagrimones por las mejillas, abro la puerta con dificultad, la turbiedad de las lágrimas no me deja atinar a la cerradura. Abro, entro, subo la escalera pensando… Puto Andrés, no sé quién eres, pero si nos fallas, cabrón, si nos fallas, hijo de la chingada… el karma de un país entero te va a caer encima desgraciado””.
Han pasado cinco años de que Rocío Franco escribió esta entrañable nota y de que Andrés Manuel López Obrador es presidente de México. En lo personal no me parece que la gestión de AMLO sea la mejor, pues cada que hay una crisis, con el pretexto de no hacer un show, evita ir a las zonas del país donde hay desastres y si va se atasca el jeep militar en el que viaja, de tal manera que ÉL se vuelva la víctima de la historia. ¿Por qué no viajó en un helicóptero del ejército al puerto de Acapulco, como lo ha hecho para ir ver los avances del Tren Maya o como lo hizo ‘Pochi’, la mascota del equipo Olmecas de Tabasco, para arribar al Estadio Tumbapatos, para el arranque de los playoffs de la Liga Mexicana de Béisbol? Parece más bien, que el presidente no quiere mancharse la investidura presidencial en Acapulco con algunas verdades de los sobrevivientes, ¿no? Ya que teniendo la posibilidad de avisarle a los acapulqueños que venía un huracán nivel 5, prefirió evitar la fatiga y continuar con sus pleitos mañaneros contra los conservadores, neoliberales.
“Queda claro”, señaló el politólogo y periodista Leonardo Curzio, en su columna de El Universal, publicada el 30 de octubre, que: «… el Presidente no tiene empatía con las víctimas, tampoco le gustan las malas noticias. A él le agrada presidir el club de los optimistas y cuando la suerte cambia, como ahora el infortunio azotó al puerto, prefiere combinar diversas maniobras distractoras”. La crisis advierte Curzio, muestra dos rasgos de la personalidad del presidente. “El primero es enfocarse en lo que se dice de él, más que en la propia tragedia. Habló el jueves de su abrumadora popularidad ¿qué puede haber más importante? Y en su alocución del fin de semana de 24 minutos, los cuatro primeros los dedicó hablar de lo que Fox decía y de la voracidad de los conservadores; la partitura conocida”.
Por supuesto que los dislates twitteros de Vicente Fox, como mentarle la madre al presidente AMLO, o los dulces sueños de Ernesto Zedillo desde el Foro Global 2023, de querer “ver un Presidente que no sea elegido mintiendo al pueblo, un presidente que no gobierne mintiendo a la gente y culpando a otros por sus propios errores», pues no son particularmente plausibles, cuando ellos estuvieron en el poder, pero bueno al fin y al cabo mexicanos y están en su derecho de opinar de lo que sucede en el país donde nacieron y que gobernaron, pero moralmente, su opiniones, pueden desvanecerse rápido, por su parte, AMLO, oculta sus errores como presidente hablando mal de los anteriores, algo que también lo pone en un aposición reprobable, sino es que mucho peor que sus antecesores, pues a él la gente lo quiere.
“El segundo”, apuntó Curzio, “es que cada vez que (el presidente) se siente acosado por la realidad prefiere resucitar trillados agravios. El viernes repitió, por enésima vez, que una señora lo insultó en Santa Fe hace 20 años. No lo supera; dedicó más de 15 minutos a hablar de España cuando el tiempo efectivo de los noticieros estaba centrado en la tragedia. En medio de la convulsión acapulqueña reportando cerca de 40 muertos el único nombre propio que le vino a la mente es Krauze, León o Enrique a los que se refirió con tonos de Hugo Wast”. “El presidente”, cierra el politólogo, “solo piensa en él, todo lo demás es circunstancial y prescindible».
Creo el presidente AMLO durante todo el sexenio, se ha notado un tanto sobrado, con una mueca burlona en el rostro cada vez que se le pregunta de alguna tragedia -incluso cuenta chiste-, no es la excepción lo sucedido en Guerrero con el huracán “Otis”, ahí están los quemados por huachicol en Hidalgo, los migrantes que murieron en cerrados en un “albergue” en la frontera norte de México, los que cayeron en la línea doce del metro de la Ciudad de México, los chicos desaparecidos en Jalisco, los cientos de fallecidos por el Covid en México, cuántas veces incluso promovió no usar cubrebocas y dijo que la pandemia le había caído como «anillo al dedo», etcétera.
Da la impresión que alguien lo protege y no parece que sea necesariamente «el pueblo bueno y sabio» -ese que cuenta Rocío Franco, por ejemplo-, pues se ha dedicado a abrazar a los militares y al crimen organizado y no me sorprende eso del mandatario, sino que a pesar de todo eso exista una devoción casi religiosa al presidente AMLO, que creo que ya bordea lo enfermizo. ¿Después de «Otis», esa fe de la gente por AMLO seguirá siendo la misma?, me pregunto.
Falta un año para que termine su sexenio, pareciera que viene la peor parte, ver cómo logra Morena, finalmente, atornillarse en el poder por 70 años como lo hizo el PRI y todo, según, por el bien de los más pobres, esos que ahora vemos en Guerrero a la buena de dios. Ojalá hubiera una salida a todo esto, tristemente no la veo. México se hunde cada vez más como ese jeep militar donde viajaba el presdente más votado de las historia de México rumbo a Acapulco.
Tal como lo expresó la escritora acapulqueña Brenda Ríos en una entrevista publicada en el periódico El País este 2 de noviembre: “Guerrero ha mejorado en el empeoramiento de sus políticos, es una habilidad que solo tiene este Estado. Ha mejorado la corrupción, la impunidad y el nepotismo. Es una vergüenza pública. Se dice ahora que las ayudas serán directas, pero muchos no van a donar porque el Ejército es el que se encargará de hacer la distribución y la gente no confía. Y Eli me contó que el kilo de tortilla está a 70 pesos. Es una zona de guerra”.
Lo sucedido en Acapulco puede ser una oportunidad de en verdad hacer un cambio real, puede ser un punto de inflexión en este gobierno desbordado de indolencia, tal vez se la última oportunidad de dar una vuelta de timón, de verdaderamente demostrar que la causa de Andrés Manuel López Obrador siempre fue justa y auténtica, de reconciliación más que división entre pobres y ricos, así como lo dijo Rocío Franco, tan franca como es ella.
En el 2006, Enrique Krauze escribió un ensayo en Letras Libres que se llama: “El mecías tropical”, seguro más de uno lo ha escuchado, aunque estoy seguro que pocos lo han leído y lo siento, lo que apuntó el historiador en ese tiempo, cada vez va teniendo más sentido. Yo sé que muchos lo odian, pero aquí va.
Dijo Kauze que: “México no es Venezuela. Si bien ya no existen los antiguos valladares del sistema que autolimitaban un poco los excesos del poder absoluto, ahora contamos con otros, nuevos pero más sólidos: la división de poderes, la independencia del poder judicial, la libertad de opinión en la prensa y los medios, el Banco de México, el IFE (ahora INE). México es, además, un país sumamente descentralizado en términos políticos y diversificado en su economía. El federalismo es una realidad tangible: los gobernadores y los estados tienen un margen notable de autonomía y fuerza propia frente al centro. Adicionalmente, dos protagonistas históricos, la Iglesia y el Ejército, representarán un límite a las pretensiones de poder absoluto, o a un intento de desestabilización revolucionaria: la Iglesia se ha pronunciado ya por el respecto irrestricto al voto, y el Ejército es institucional. Por sobre todas las cosas, México cuenta con una ciudadanía moderna y alerta. Los instintos dominantes del mexicano son pacíficos y conservadores: teme a la violencia porque en su historia la ha padecido en demasía.
Costó casi un siglo transitar pacíficamente a la democracia. El mexicano lo sabe y lo valora. De optar por la movilización interminable, potencialmente revolucionaria, López Obrador jugará con un fuego que acabará por devorarlo. Y de llegar al poder, el “hombre maná”, que se ha propuesto purificar, de una vez por todas, la existencia de México, descubrirá tarde o temprano que los países no se purifican: en todo caso se mejoran. Descubrirá que el mundo existe fuera de Tabasco y que México es parte del mundo. Descubrirá que, para gobernar democráticamente a México, no sólo tendrá que pasar del trópico al Altiplano sino del Altiplano a la aldea global. En uno u otro caso, la desilusión de las expectativas mesiánicas sobrevendrá inevitablemente. En cambio la democracia y la fe sobrevivirán, cada una en su esfera propia. Pero en el trance, México habrá perdido años irrecuperables”.
Si Acapulco no avanza, no avanza México. Ya lo dijo también Brenda Ríos: “Acapulco tiene uno de los servicios públicos más caros de México. Es como si fuera una ciudad laboratorio, que adelanta los desastres que vendrán sobre la Tierra: el cambio climático y el problema del agua. Veo un escenario catastrófico, en las siguientes dos semanas toda será ayudas, pero todo tardará si no hay un plan integral de reconstrucción que involucre comunidad, sociedad civil y empresa”.
Pero vuelvo al cierre de la gran crónica que escribió Rocío Franco en 2018, cuando bajó de ese taxi. Así lo dijo la poeta, va de nuevo: “Puto Andrés, no sé quién eres, pero si nos fallas, cabrón, si nos fallas, hijo de la chingada… el karma de un país entero te va a caer encima desgraciado””. Y yo ya no sé si finalmente a AMLO le cayó el chahuistle o él es el chahuistle, o si ésta es su última oportunidad de no fallarle a México, porque mucha gente damnificada en Acapulco y Guerrero, están realmente “encabronadas” con el presidente. Lo único claro es que esto no se terminará en diciembre y la esperanza, puede que también “Otis” se la haya llevado. O es el comienzo del fin.
¿Y ahora, quién podrá salvar al soldado López en este fin de sexenio? ¿Cuáles brazos lo arroparán tras esta tragedia? ¿Los militares, el crimen organizado o el pueblo castigado de Guerrero? Desearía que todo esto sólo fuera un mal sueño. No es así. Esto ya no se trata de saliva para calmar las heridas, sino de personas que lo han perdido todo.
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José Antonio Monterrosas Figueiras es periodista cultural y cronista de cine. Es editor cínico en Los Cínicos. Ha colaborado en diversas revistas de crítica y periodismo cultural. Conduce el programa Cinismo en vivo.







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