MAREMOTO MARISTAIN
«Es difícil entender y explicar los impulsos de un escritor. La verdad es que muchas cosas no las sé»
La enfermedad. Estados Unidos. Nueva York. El mundo navega por esos tres estantes, donde como dice Win Wenders, “la obra de uno cabe en una repisa”. Siempre estaré sentada en el medio de una habitación sin muebles donde leeré La trilogía de Nueva York, en homenaje a ti, Paul Auster.
Por Mónica Maristain
Creo que escucharé una música de jazz. Probablemente John Coltrane y esa canción de Duke Ellington: “In A Sentimental Mood”. Un estado de ánimo sentimental al enterarme (hace menos de 10 minutos) que falleciste a los 77 años.

Escribiste desde los 16, 60 años de escritura para esos estantes que tiene Wim Wenders y que te criticaba un poco: ¿Tanto has escrito? A veces creo que escribiste como esas bandadas de pájaros que aparecen de vez en cuando en el cielo y yo pensaba que el final de la película El color púrpura (la que estaba viendo cuando me enteré de tu muerte), con cuatro canciones que le agregaron para que sea una nueva versión, muchas aves correrían disparadas en el horizonte.
Porque eso uno veía cuando terminaba de leer algún libro tuyo. Lo juro, a veces me sentía Marco Stanley Fogg y quería leer los libros que nos dejó algún pariente o pasar días enteros sin comer, para sentir cómo se pegaba la piel del estómago al estómago. Aunque luego miraba una Tita o una Rhodesia y se me iba la inanición literaria.
Hace 24 años venía yo a México y una de las cosas raras que había era que Paul Auster iba a estar en Bellas Artes. Nunca vi una fila tan vasta, que yo además hice, para que me diera su libro (ese titulado Tombuctú firmado y para que pudiéramos cambiar tres palabras: le hablé de mi dificultad para pronunciar el inglés y él me habló de su dificultad para encarar el español. ¡Entonces rompimos!, diría Alejandro Dolina.
El anuncio de que vendrías a Guadalajara.
“¿Recuerdas el día en que cambió tu vida?” y es que quizá no haya otra obra de Auster que condense con mayor acierto las obsesiones de su universo creativo. El diario The Guardian ha dicho de 4 3 2 1: “Auster se centra no sólo en lo inesperado, sino en ese ‘¿qué hubiera pasado si…?’ que nos obsesiona; en todas las vidas imaginarias que alimentamos, y que corren paralelas a nuestra existencia actual”.
“Esta es la historia más crucial que he experimentado. Es algo que me ha acechado a lo largo de los años y con lo que he vivido desde entonces. Fue, sin duda, el día más importante de mi vida”, dijo el autor poco antes de visitar la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, donde lo vi por segunda vez.
Recuerdo mucho, ahora, Diario de invierno. En Diario de invierno, Paul tiene 65 años y no tiene empacho en dibujar el contorno y las pulsiones de un deterioro físico previsible, la figura de un ser humano en tratos personales con la muerte, tan lejos como estaba antes, tan cerca como está ahora.
Lo hace echando mano de la memoria y con el pincel melancólico y a veces indulgente con que él pinta su literatura, una voz que paga el alto precio de llegar hondo primero a sus lectores y después, mucho después o casi nunca, a los críticos y colegas, algunos de los cuales han adoptado como deporte cotidiano despreciar a un escritor que comete el pecado de ser demasiado leído.
En Diario de invierno, Paul Auster vuelve la mirada sobre sí mismo y parte de la llegada de las primeras señales de la vejez para rememorar episodios de su vida.
“Sí, bebes mucho y fumas demasiado, has perdido dientes sin molestarte en reemplazarlos, tu régimen alimenticio no se ajusta a los preceptos de la ciencia nutricional de nuestros días, pero si evitas la mayor parte de las verduras es porque no te gustan y encuentras difícil, si no imposible, comer lo que no te apetece”: la vista implacable autoexaminándose, en una tercera persona vocativa de un hombre “que se ha pasado toda la vida adulta vertiendo palabras como sangre en un papel”.
Las cicatrices del béisbol infantil, las otras marcas que quedaron en el rostro fruto de una circunstancia que el narrador no consigue recordar, los padres omnipresentes en el ejercicio de la nostalgia por medio del cual el pasado se vuelve presente: el autorretrato de Paul Auster modelo 2012 es un fiero esbozo de la especie humana en la sociedad moderna.
Un texto que brillará en el contexto de su obra con la profundidad de quien se sabe “un solícito esclavo de Eros”, el hombre que ha caminado un largo trayecto desde su niñez hasta la sesentena “sin que rara vez haya habido un momento en que no hayas estado enamorado”.
Nieva profusamente en el universo Auster, que al decir del crítico Michael Dirda, “resulta uno de los más inconfundibles de la literatura contemporánea”. Es el invierno de nuestro contento, agradecidos lectores como somos.
Nieva profusamente en el universo Auster, que al decir del crítico Michael Dirda, “resulta uno de los más inconfundibles de la literatura contemporánea”. Es el invierno de nuestro contento, agradecidos lectores como somos.
Mónica Maristain
“Donata [esposa de Wenders] y yo tenemos un gran librero al que llamamos el cerco. Anoche me acerqué a él y me di cuenta de que ¡llenas tres estantes de esa cosa! ¡Tres estantes enteros son sólo tuyos! Tus novelas, libros de ensayos, memorias, traducciones. Me di cuenta de que debes ser uno de los escritores más prolíficos del planeta.
–La verdad es que no lo creo. He escrito mucho. Si haces esto durante tantos años, las pilas de papeles crecen. Escribo en serio desde que tenía quince o dieciséis años. Estamos hablando de más de cincuenta años. Es difícil de creer.
–¿Comenzaste cuando tenías quince años?
–Sí. Pero eres un año mayor que yo y ahorita no puedo contabilizar cuántas películas has realizado y la cantidad de libros que publicaste. Tengo un gran estante con libros tuyos.
–Espero que no se doble. Hoy en día las películas caben en espacios tan pequeños. Tengo algunas de mis películas en una repisa. Ahí está el trabajo de tu vida, en una maldita repisa”.
La conversación deliciosa que publicó La Jornada, traducida por Roberto Bernal, es una de las últimas cosas que hemos leído. Hablabas con tu amigo, el cineasta Wim Wenders y le decías: El acto de escribir me resulta agotador, física y mentalmente. Me canso tanto al final del día que me siento como si hubiera corrido un maratón. Cada vez paso menos las tardes leyendo, sobre todo mientras trabajo en una novela. Prácticamente lo que hacemos todas las tardes –cuando no es temporada de béisbol, como has mencionado– es ver una o dos películas en la televisión. Siri y yo nos tumbamos en el sofá y vemos todo tipo de películas. En general, nos gusta ver películas antiguas. En Estados Unidos hay un canal de televisión estupendo que se llama Turner Classic Movies. Es como tener una cinemateca en tu televisor las veinticuatro horas del día. En los últimos años hemos visto muchas películas estadunidenses de los años treinta que no conocíamos. Me parece que hay una energía en estas películas de la época de la Depresión, un nuevo estilo de actuación y de colocarse frente a la cámara, que resulta estimulante. Gente como James Cagney o Edward G. Robinson eran nuevos tipos de actores. No eran personas hermosas, pero tenían el fuego de la vida dentro de ellos. Eran tan naturales. En algunas de las películas de principios de los años treinta se les puede ver improvisando. Se inventan cosas delante de tus ojos. Nos encanta ver las películas antiguas.”
Siri se refiere a Husdvet, la gran escritora que un día dijo públicamente que su esposo tenía cáncer.
La enfermedad poco a poco fue ganándolo todo y por eso decía que un día más era eso: un día para vivirlo.
“Es difícil entender y explicar los impulsos de un escritor. La verdad es muchas cosas no las sé, no tengo todo de antemano, conforme lo voy desarrollando voy viendo el libro que voy a escribir. Siempre me siento un principiante”, dijiste en una entrevista grupal organizada por Planeta hace tres años.

A propósito de la cultura de la cancelación, Auster dijo que “Me causa mucho pesar, no es una tendencia muy prometedora en la cultura estadounidense, pero con el poder creciente y enorme de la ultraderecha en mi país, no me preocupo demasiado por eso. El peligro de Donald Trump y los republicanos fanáticos que han venido para destruir el país, me parecen tan urgentes, que no creo perder el tiempo en estos otros asuntos”, expresa.
“Lo de la cultura de la cancelación lo hacen chicos jóvenes, muy idealistas y no creo que vaya a ser un problema nacional, el problema es que se nos va a terminar la democracia y dentro de muy pocos años, Estados Unidos va a desaparecer”, agrega.
“Una de las cosas que me sorprendió al hacer el libro sobre Stephen Crane es que los abismos entre ricos y pobres son tan hondos como en los de su época. Ahora estamos otra vez donde estábamos hace 120 años. Se desmantelaron los sindicatos, a los trabajadores se los trata como basura y los ricos se enriquecen constantemente. No estaba escribiendo sobre la prehistoria, sino escribiendo sobre Estados Unidos, que no es muy distinto al que era hace 100 años”, dice.
Auster trata de pensar qué otros autores le interesan tanto como Stephen Crane. Le hubiera encantado escribir sobre Herman Melville y la mayoría de ellos, los escritores de los siglos XIX, de los principios del siglo XX, retrataron el pase de una sociedad agraria a una sociedad industrial. “Estos autores olieron lo que iba a pasar y lo escribieron”, afirma.
“Entre esos creadores yo nombraría a Emily Dickinson, quien para mí y para mi esposa Siri Hustvedt, resulta inagotable y es una gran fuente de inspiración”, agrega.
“¿Quién era yo a los 28 años, la edad en la que murió Stephen Crane? Me acababa de casar, había publicado unos tres libros de poesía, había traducido bastante poesía y había escrito bastantes ensayos literarios y había acumulado 1000 hojas de prosa, que nunca me habían causado demasiada satisfacción. Si me hubiera muerto a los 28 años, habría desaparecido, habría sido como una piedrita que cayó al agua. Creo que mi trayectoria es normal, es típica, comencé a pensar que tenía una carrera a principios de los 30 años, Crane es como Mozart: produjeron muy jóvenes”, dijo.

La enfermedad. Estados Unidos. Nueva York. El mundo navega por esos tres estantes, donde como dice Win Wenders, “la obra de uno cabe en una repisa”. Siempre estaré sentada en el medio de una habitación sin muebles donde leeré La trilogía de Nueva York, en homenaje a ti, Paul Auster.
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*Nota publicada originalmente en Maremotom.com

Mónica Maristain. Nació en Argentina. Desde el 2000 reside en México. Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras. En Argentina dirigió las revistas Cuerpo & Mente en Deportes y La Contumancia. Aquí dirigió la revista Playboy, para todo Latinoamérica. Fue editora de El Universal y editora de Puntos y Comas, en el sitio Sinembargo.com. Ha publicado muchos libros, entre ellos los de poesía: Drinking Thelonious y Antes. Los dedicados a Roberto Bolaño, entre ellos El hijo de Mister Playa. Su libro más reciente es Los mexicanos ejemplares, del 2023, editado por la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL).







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