CINISMO DESENMASCARADO

Lowlife nos da buenas razones para pensar que el luchador mexicano protagonista de esta película de bajo presupuesto quería ser en realidad El Santo. Fernando Ramírez Ruiz cuenta esa historia en este cinismo desenmascarado.

Por Fernando Ramírez Ruiz

Lowlife (EUA, 2017), dirigida por Ryan Prows, nos da buenas razones para pensar que el luchador mexicano protagonista de esta película de bajo presupuesto quería ser en realidad El Santo, pues se supone que es un luchador mítico, pero conseguir los derechos del Enmascarado de Plata es muy caro, así que tuvo que conformarse con ser El Monstruo.

El Monstruo, sin embargo, es barato y no sólo por lo del presupuesto. Para empezar es chaparro, al contrario de su padre y su abuelo, los monstruos que le anteceden y cuyos zapatos no puede llenar. Lo peor de todo es que los anteriores engendros eran vengadores, defensores de los mexicanos, pero éste en vez de hacer eso tiene un trabajo vergonzoso e indigno, que consiste en llevar a los clientes con las mujeres que su gansteril jefe gringo fuerza a prostituirse, convirtiéndose así en un auténtico esperpento de los sótanos de la taquería angelina, donde su jefe que también es su suegro,  tiene su negocio de

Con una mexicanidad extraña, llena de mitos, pero intensificados en la que no se puede no cumplirle un deseo a una quinceañera o quitarse una máscara de luchador, una vez que uno se la pone. Al final El Monstruo decide que dejarle su máscara a su hijo sería dejarle una carga, como la que ha tenido que cargar él, inferior a su padre y a su mito. Siendo un supuesto héroe que defiende a los oprimidos, que en el camino se pasó del lado del opresor/explotador por más que venda tacos. Como suele suceder.prostitución y robo de órganos. Un taquero macabro y gringo.

Fernando Ramírez Ruiz

Tras una historia rocambolesca tipo Tarantino-wannabe y, sin embargo, no carente de interés; en un elei underground que además de bajos y siniestros fondos taqueros está poblado de inmigrantes ilegales, adictos, exconvictos, delincuentes, gente que vende a sus hijas y quienes les roban sus órganos. Con una mexicanidad extraña, llena de mitos, pero intensificados en la que no se puede no cumplirle un deseo a una quinceañera o quitarse una máscara de luchador, una vez que uno se la pone. Al final El Monstruo decide que dejarle su máscara a su hijo sería dejarle una carga, como la que ha tenido que cargar él, inferior a su padre y a su mito. Siendo un supuesto héroe que defiende a los oprimidos, que en el camino se pasó del lado del opresor/explotador por más que venda tacos. Como suele suceder.

Así que mejor le deja la máscara para que un gringo le ayude a los mexicanos. Mismo que necesita la máscara y el mito para tapar la suástica en su cara, que debió tatuarse para sobrevivir en la cárcel, pero que ya habla de México como su tierra ancestral. Al final opresores y libertadores quedan todos enmascarados y confundidos por igual.

*Versión cínica retomada del blog Smile on a dog.

Fernando Ramírez Ruiz estudió en la prepa de La Salle, de la Ciudad de México, al lado del hijo del presidente Miguel de la Madrid y en la secu Nuevo Continente se enamoró de Lucerito, tiempo después cruzó miradas y le dijo quiúbole a Yordi Rosado en la Universidad Intercontinental, de la que desertó de la carrera en Ciencias de la Comunicación. Ha conocido a Diego Luna, fue Stand in de Sasha Sokol y el Chivo Lubezki en una película. Está escribiendo el libro de memorias: «Quiúbole con mis encuentros con los famosos».


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