CINISMO ALUCINANTE
Tiempos de mutilación: Paty Navidad, pastillas y pareidolia
Nunca seré Hemingway. Nunca podré escribir un borrador borracho o ebrio y durante la cruda pulir la magna obra. No, yo en la resaca es muy probable que llore mientras dejo que la nostalgia venga a ponerme la putiza de mi vida. Daría mi vida por poder encontrar en las manchas la imagen de un santo, como el que encuentra el Pokémon más difícil, volverme en un Juan Diego moderno, un santo influencer que comparte su salvación en redes, pero en lugar de eso, aquí estoy, atrapado en este ciclo autodestructivo.
Por Mariano Morales

Me siento para ser mutilado. Contemplo mi rostro frente a un sucio espejo. Cúmulo de tijeras y máquinas. Pierdo la mirada en los carteles que cubren casi todo el lugar, con anticuados cortes de cabello mientras Paty Navidad habla. Sus palabras son un cósmico zumbido que se mezcla con el murmullo de la ciudad, un eco lejano que parece burlarse de mí.
Siempre estoy escribiendo en cientos de cuadernos, servilletas baratas, borradores en el celular, en notas cerebrales, hasta en conversaciones de WhatsApp de conversaciones muertas, en tanto Paty me recuerda que vende un shampoo re’bueno para la caída del cabello, mal que me viene pronosticando desde hace un par de años. No le pienso hacer caso.

Estoy frente al espejo totalmente drogado, perdido en mis pensamientos. Con frecuencia escribo alcoholizado. Ideas son ideas, pero muy contadas bajo los efectos de drogas. Pastillas, pastillas de todos tamaños, sabores, pero lo más importante, los efectos narcóticos más eclécticos que juegan con mi mente. Paty no para de hablar, me siento dentro de un tornado de sus diferentes conversaciones, un torbellino de palabras que me arrastran y he perdido el hilo de su intento de conversación. Su local lleva años con unas amorfas manchas de humedad y capas de pintura seca, pero ahora, bajo el efecto del toque mágico, todo el techo se ha convertido en una cosmogónica versión malsana de la Capilla Sixtina.
Búsqueda rápida en Google: Pareidolia. “Esto de ver caras donde no las hay de hecho tiene un nombre y se conoce como pareidolia. La palabra se deriva del griego. Es la unión de ‘para’, que significa algo defectuoso o incorrecto, y del sustantivo ‘eidōlon’, que significa imagen, forma o silueta.” Joder, en las manchas comienzo a descubrir la escena casi pictórica de la última vez que nos vimos. La luz parpadeante del lugar me confunde y el ambiente se torna denso. Comienzo a sentir náuseas y sueño. La mano busca a ciegas por debajo de la bata. La mano ciega pero bien amaestrada encuentra las drogas correctas. Son mis aliadas en esta batalla constante.
Cada trago de locura me acerca más a la epifanía que siempre busco, esa chispa de claridad que se esconde tras la niebla de la confusión. La risa y el llanto son solo dos caras de la misma moneda, y hoy, en este instante, ambas están a un paso de mí.
Mariano Morales
El sueño comienza a desaparecer y en su lugar, la adrenalina se apodera de mí. Paty pega sus pechos firmes sobre mi espalda. Pregunta cuándo nos vamos de noche loca a algún karaoke. Compartimos un gusto adquirido por las baladistas ochenteras, esas que, con sus notas melancólicas, hacen que la nostalgia fluya. Asiento mecánicamente mientras hago lo imposible por contener el mar de náuseas y hiel en la boca. Imagino la escena de vomitar todas las pastillotas sobre el área de trabajo de Paty. Voy a sentir mucha pena, pero eso nunca va a suceder. Pastillas. No existen pastillas para desconectar realmente los sentimientos, para ya no sentir frustración o miedo. El espejo me escupe mi reflejo con una naciente sonrisa. Ni Paty ni yo sentimos sorpresa, es la sonrisa sardónica de siempre, esa que ondea la bandera del espíritu kamikaze una mañana cualquiera en este apocalipsis cotidiano que llamamos “vida normal”.
Nunca seré Hemingway. Nunca podré escribir un borrador borracho o ebrio y durante la cruda pulir la magna obra. No, yo en la resaca es muy probable que llore mientras dejo que la nostalgia venga a ponerme la putiza de mi vida. Daría mi vida por poder encontrar en las manchas la imagen de un santo, como el que encuentra el Pokémon más difícil, volverme en un Juan Diego moderno, un santo influencer que comparte su salvación en redes, pero en lugar de eso, aquí estoy, atrapado en este ciclo autodestructivo.

Pastillas, dulces pastillas. Son el único refugio que encuentro en este mundo lleno de espejos rotos y sombras que se burlan de mí. La verdad es que la búsqueda de la redención, a través de una píldora, siempre parece más fácil que enfrentarse a la dura realidad. Paty sigue hablando, su voz se convierte en un murmullo distante y mis pensamientos se desvanecen como el humo de un cigarro, flotando en la penumbra de esta vida que se siente cada vez más ajena.
Cada trago de locura me acerca más a la epifanía que siempre busco, esa chispa de claridad que se esconde tras la niebla de la confusión. La risa y el llanto son solo dos caras de la misma moneda, y hoy, en este instante, ambas están a un paso de mí.
Quiero reír, quiero llorar, pero sobre todo, quiero escapar. Escapar de este ciclo, de estas paredes que parecen estrecharse, de las expectativas y de las promesas que nunca cumplo. Los ecos de la música de fondo me alcanzan, y por un momento, me imagino en un escenario, frente a una multitud, cantando esas baladas que me llenan el alma, pero la realidad me regresa con un golpe seco. Estoy aquí, en este local desgastado, con el reflejo de un hombre que no reconozco, atrapado entre la necesidad de liberación y el miedo a la desilusión. La búsqueda continúa, un viaje sin fin en este apocalipsis cotidiano que llamamos vida normal.
Pastillas, dulces pastillas, como la esperanza que nunca se apaga.
C

Mariano Morales mejor conocido como EME, es un escritor de servilletas, cronista de las causas pérdidas y poeta del mítico colectivo Escuadrón de la Muerte S.A.







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