DANDYS Y CÍNICOS
Te odiamos Au(o)diard
Emilia Pérez, del francés Jacques Audiard, es una película-road movie-tragicomedia-musical-religiosa-trans-francesa-belga-mexicana, donde vemos la historia de cómo un padrote narcote que canta, se convierte en una beata madrota trans divina melodiosa y por eso: te odiamos tanto Au(O)diard.
Por José Antonio Monterrosas Figueiras
«Subiendo al cielo / cayendo al abismo / Flotando en el limbo / Llegando al fondo / Tocando el éxtasis / Tocando el sol / Se compran colchones / tambores / refrigeradores / estufas / lavadoras / microondas / o algo de fierro viejo que venda»
Camille Dalmais basado en el popular audio «Fierro viejo» mexicano de María del Mar Terrón1

No es la primera vez que lo digo, pero yo sigo esperando que algún cineasta haga ya la primera película musical del cine de luchas, donde Santo y Blue Demon, además de pelear contra los monstruos, canten sus hazañas mientras golpean sus cuerpos engrasados, vestidos con sus tradicionales máscaras, capas, calzones y botas con brillos tornasol. Lo vengo pensado cada vez más -tal vez podría ser el rompe-géneros Guillermo del Toro o mi querido amigo cineasta mexico-emileano-catalano, Alberto Zúñiga Rodríguez-, sobre todo ahora que he visto al villano Joker cantar dulcemente al lado de Lady Gaga, las payasadas cinematográficas, odiables por muchos, de Todd Phillips, o ahora que he mirado -hasta donde pude- a la hermosa entrada en años Demi Moore en La Sustancia, donde las mujeres se despedazan -justificando que es ella misma pero de joven, la increíble Sarah Margaret Qualley- y que varias mujeres-feministas, no sólo les gustó si no que la recomendaron porque les generó goce ver sangre y lo mejor es que fue dirigida e ideada por una fémina francesa, carajo, llamada Coralie Fargeat. Lo confirmo, ahora que el primero de enero de este nuevo año, observé con estos ojos cínicos al temible Nosferatu de Rober Eggers presumir un bigotazo y que la doncella le pidiera que la devorara hasta el amanecer. Cabe agregar que las tres películas las presencié en una sala de cine, no en plataformas digitales, ¿casualidad?
Así que lo vengo pensando más y cada vez más, ahora que la película-road movie-trágicomedia-musical-religiosa-trans, Emilia Pérez (Francia-Bélgica-México, 2024), que Jacques Audiard descubrió su historia en una novela de Boris Razon con el nombre de Écote, que parece ser la prima santo-padrota-divina de ese musical de luchadores, pues ahí vemos al estereotipo del narcotraficante mexicano -extravagante y cabrón- llamado Manitas del Monte, encarnado por la actriz trans Karla Sofía Gascón, entonar una melodía para pedirle a una negra mexicana abogada llamada Rita, personificado por la dominicana-estadounidense Zoe Saldaña, que se encargue de encontrar al doctor en el mundo que lo transforme en mujer, una mujer que por cierto, no se vuelve en cualquier mujer sino en una redentora, en una santa madrota trans que defiende una de las causas en esa ficción, que curiosamente existe en la realidad, pero son tiempos de Cuarta Transformación López Obrador-Sheinbaum y se han empecinado no solo en negarla, sino en rasurarla, despreciarla e incluso desaparecerla porque son supuestos momentos de pacificación en el país. Me refiero al activismo de las madres buscadoras de sus familiares de desaparición forzada en México que van más de 100 mil desaparecidos. No por nada suena arrogante y exagerado oír decir a Audiard que: “nunca se había hablado tanto en la prensa mexicana sobre los desaparecidos, aunque sea para darme con todo. Pero al menos se habla. La prensa francesa está replicando todo eso. Libération, por ejemplo, ¿desde hace cuánto tiempo no hablaba de México?”

Y la pregunta es pertinente, pues resulta que luego de haber concluido el sexenio de nuestro tlatoani del amor posmoderno, inmersos en el dolor de su ausencia, sintiendo la crueldad de su silencio, odiando vivir la inclemencia de su orfandad, resulta molesto que un viejo cineasta francés “clasista y racista” venga a hacer una película con mirada gentrificada, que poco le faltó para llamarla Emilia López, para así cantarnos suavemente en la cara a nosotros y al mundo entero sobre las peores y más podridas hazañas del ser mexicano actual como son la corrupción, el narcotráfico, la pobreza, los feminicidios y las desapariciones forzadas, e incluso nos invite vilmente a que “abracemos la miseria”, frase que se oye en una de las melodías de Emilia Pérez. La miseria, esa maldita palabra que nos recuerda a personajes como El Chavo del Ocho que tanto gusta en Latino América, pero que en México detestamos profundamente, porque nos muestra como si fuéramos ese adulto tonto disfrazado de niño come tortas de jamón, que vive en un barril de una vecindad que parece más bien un psiquiátrico. Una oda a la miseria miserable del humor blanco mexicano, vista en el Canal de la Estrellas y escrita por el Shekespeare chiquito, Roberto Gómez Bolaños “Chespirito”.
Lo que calienta más es que la tal Emilia Pérez labios inflamados, la encarne un español, uno que tragó de las taranovelas mexicanas y de una de las películas más taquilleras en la historia de México como Nosotros los nobles, y ahora transformado en mujer, con el nombre de Karla Sofía Gascón, gane premios en Cannes, en los Globos de Oro y ahora esté nominada en los Oscar a Mejor actriz, con un personaje que nos arrebata a los santos-narcos-mexicanos con huevos de toro, esos que ahora por cierto, están en prisión en Estados Unidos, y que desde los gobiernos morenistas se han abocado en darles abrazos y no balazos, porque son seres humanos desarmados que merecen todo nuestro respeto, por lo que mejor hay que avisarles a sus mamacitas para que les digan que se porten bien. Y todo muy lindo eh, pero los españoles tienen que pedirnos perdón, por lo que hicieron hace 500 años, agrrr. ¡Oígame nooo!, y los corridos tumbados, aprovechando, hay que censurarlos porque hacen apología de la violencia. Cuál es el odio a la película de Audiard, que descubro el pasado 29 de enero, que su biografía en Wikipedia la trolearon poniendo la foto oficial de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, donde aparece con la banda presidencial y su vestido color marfil, en lugar de la imagen de ese artista de 72 años con sombrero y lentes oscuros, pero que ahí le cambiaron la edad a la de 92 años. La afrenta es clara: te odiamos «Odiard» y con odio jarocho.
Lo que calienta más es que la tal Emilia Pérez labios inflamados, la encarne un español, uno que tragó de las taranovelas mexicanas y de una de las películas más taquilleras en la historia de México como Nosotros los nobles, y ahora transformado en mujer, con el nombre de Karla Sofía Gascón, gane premios en Cannes, en los Globos de Oro y ahora esté nominada en los Oscar a Mejor actriz, con un personaje que nos arrebata a los santos-narcos-mexicanos con huevos de toro.
José Antonio Monterrosas Figueiras
Lo que se nos olvida es que el humor francés puede llegar así, injurioso y blasfemo, lo vimos con la revista Charlie Hebdó en enero de 2015, que se tilda de ser una revista irresponsable y que sufrió el asesinado de varios de sus caricaturistas en París, por un grupo de fundamentalistas islámicos, por dibujar años antes a su profeta Mahoma. Lo vivimos apenas en los Juegos Olímpicos en Francia, el año pasado, cuando con un humor grotesco y festivo, indignó a los cristianos por la supuesta última cena queer que miramos todos en las pantallas durante su inauguración, que luego el mismo Comité Olímpico tuviera que poner la mejilla y el director artístico Thomas Jolly pusiera la otra, explicando que no era eso sino otra cosa, que era “La fiesta de los dioses” de Jan Hermansz van Biljert con Apolo, Hércules y otras figuras mitológicas, pero obvio que era también la última y orgiástica cena trans, representada en el país de la Sumisión de Michel Houellebeq, previo al duro andar de los atletas por las disciplinas superiores del Olimpo deportivo.

La paradoja con doña Emilia Pérez, es que esta película no es sólo francesa, porque también tiene participación belga y mexicana en su coproducción, ésta última estuvo a cargo de Pimienta Films, la casa productora de cine independiente que fue fundada en la Ciudad de México en 2008 por Nicolás Celis, por lo que no es ni puramente francesa, ni puramente mexicana, ni puramente belga, y de ahí la participación de Adriana Paz, pero no en un estelar sino en una especie de mujer mexicana del pueblo bueno, del México real, de la que Emilia Pérez se enamora cuando Epifanía (Adriana Paz) va a la fundación que busca a personas desaparecidas llamada irónicamente Lucecita, para pedir información de su marido ausente y es ahí que la misma Emilia le dice que se encuentra en una morgue y donde sucede el flechazo lésbico-trans. A partir de ahí, Emilia y Epifanía sostienen una historia de amor, y la esposa pocha de Emilia, Jessica, actuado por Selena Gómez, quien piensa que su marido está muerto y que Emilia es su prima del capo Manitas del Monte, retoma una relación con un ex amante narquete que hace que hasta le duela la pinche vulva nomás de acordase de ese sombre-rudo, quien termina desapareciendo a la ahora mujer comprometida con las familias que buscan a sus consanguíneos. Es en ese momento en donde Emilia Pérez es elevada a divinidad y Epifanía junto con un grupo de personas le cantan en procesión por las calles de algún pueblo mexicano, una melodía llamada “Las damas que pasan”, mientras llevan la figura beatificada de la mujer trans muerta en un accidente automovilístico, donde iba la esposa y su amante, dejando huérfanos a dos niños que la noble Rita terminará adoptando.

¿Pero les tiene muy indignados en las benditas redes sociales a muchos esta novela musicalizada porque trata superficialmente y cantando sobre el tema de las personas de desaparición forzada en México? Bueno, el año pasado vi una película mexicana en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara, filmada por el cineasta mexicano Alejandro Gerber Bicecci, llamada Arillo de hombre muerto, que tendría ya que estar en cines de todo el país y que el tema es la desesperación que vive una familia en esa búsqueda que no tiene fin. Aquí no hay colores alegres, tampoco actores y actrices canturreando y bailando y actúa por cierto de manera magistral Adriana Paz en el papel de Dalia, una mujer que trabaja en el metro de la Ciudad de México y que un día su marido, quien también labora ahí, no vuelve a casa. Ojalá que cuando se estrene nos envolvamos también en esa bandera de la indignación nacional para exigir que el tema sea primordial para el gobierno y la sociedad. Un gobierno, que no es poca cosa, es encabezado por una mujer, por la primera presidenta de México, Claudia Sheinbaum Pardo, que lidera el segundo piso de la cuarta trans-formación. Pero regreso al principio, ojalá pronto se anuncie el primer gran musical de cine de luchas, que ahora que lo pienso podría se ser un cineasta francés, pues si un lugar del mundo aman las películas de Santo es Francia, qué esperan para contar la historia de un Santo trans que termine entregando su máscara a Blue para besarlo en la boca. ¿No estamos viviendo tiempos estelares de la historia de México con música de Alta Energía e Ítalo-Disco en el Ángel de la Independencia del faraónico sonidero mexicano PollyMarchs? ¿Transitaremos entonces hacia allá o nos quedaremos en nuestra falocéntrica celebración eterna y a puerta cerrada de dignidad nacional? Ya estoy pensando incluso que Juan Gabriel no ha muerto y que nuestra verdadera madre de México, anda en realidad cantando por el mundo en un cuerpo de una beata -sin reata- mujer trasnsexual.
C
- La cantante francesa Camille Dalmais fundido en una especie de audio tune basado en la voz del popular audio «Fierro viejo» mexicano de María del Mar Terrón, que suena al inicio de la película Emilia Pérez ↩︎

José Antonio Monterrosas Figueiras es periodista cultural y cronista de cine. Es editor cínico en Los Cínicos. Ha colaborado en diversas revistas de crítica y periodismo cultural. Conduce el programa Cinismo en vivo.







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