El pájaro y el escarabajo el Terciopelo azul
La locura representada por Jack Booth y Dorothy Vallens en «Terciopelo azul», de David Lynch, es el gran escarabajo que se comerá al final el pájaro del amor, pero no porque sea su contrario, más bien es su comida.
Por Fernando Ramírez Ruiz

La historia de Terciopelo azul, la cuarta película dirigida y con guion de David Lynch (EUA, 1986) es de contrastes y símbolos muy nítidos. Claramente definidos, como las cercas bien pintadas de Lumberton y sus flores de colores firmes.
La manguera que se atora es como el sistema cardiovascular del que riega que está a punto de descomponerse y dejar de funcionar y tan claro como los detalles es la historia, que en el fondo se trata del contraste entre el amor, simbolizado por los pájaros, la propia Sandy Williams, el personaje de Laura Dern que nos lo dice al contarnos su sueño de los pájaros y con los escarabajos.
¿Pero qué significan esos insectos? Podría ser la violencia pero no creo, esa más bien está representada por el fuego. Que se prende cuando Jeffrey Beaumont (Kyle MacLachlan ) golpea a Dorothy Vallens (Isabella Rossellini) y en otros momentos de violencia.
Los escarabajos aparecen primero cuando el padre de Jeffrey cae al pasto, tras lo que parece un accidente cardiovascular y son como una revelación. Vemos lo que había estado velado bajo el pasto, las flores y las bardas blancas y son apenas el anuncio de lo que está escondido detrás de esa América de bomberos sonrientes y canciones melosas como el terciopelo azul.
Esa combinación de violencia y suavidad que acostumbra Nicolas Winding Refn, ya estaba en Terciopelo azul. En la cantante exquisita a la que le gusta que le peguen, en el matón Jack Booth (Dennis Hopper) que llora con las canciones románticas y llama cartas de amor a los balazos.
Jeffrey jugará al detective, o más bien, al fumigador de plagas. El «bug boy» encargado de los insectos y buscando en los rincones de la cocina va a encontrar violencia, corrupción, pero sobre todo locura. Justo en el departamento de la cantante de la inocente, melosa y nostálgica “Blue Velvet”.
Fernando Ramírez Ruiz
Esa combinación de violencia y suavidad que acostumbra Nicolas Winding Refn, ya estaba en Terciopelo azul. En la cantante exquisita a la que le gusta que le peguen, en el matón Jack Booth (Dennis Hopper) que llora con las canciones románticas y llama cartas de amor a los balazos. Y en ese personaje bizarro, pero genial, Ben, el «elegante», el «suave» Ben (Dean Stocwell en una actuación tan breve como inolvidable), que parece un opiómano no sólo imperturbable sino tieso como momia, pero que no por eso deja de sorrajarle un puñetazo a Jeffrey.

La locura sin embargo me parece que aquí es la madre de todos los escarabajos. La violencia y la corrupción parecen secundarias a su lado. Ella es la que se esconde detrás de los terciopelos rojos que se agitan inquietantes, la que aparece en la sala rojiza de Dorothy.
La locura representada por Jack Booth y Dorothy Vallens es el gran escarabajo que se comerá al final el pájaro del amor, pero no porque sea su contrario, más bien es su comida, como la tierra para los pastos de los jardines de Lumberton, o de América o del mundo.
C
Esta reseña crítica forma parte de la selecta curaduría de la Filmoteca Ramírez «A smile on a dog».

Fernando Ramírez Ruiz estudió en la prepa de La Salle, de la Ciudad de México, al lado del hijo del presidente Miguel de la Madrid y en la secu Nuevo Continente se enamoró de Lucerito, tiempo después cruzó miradas y le dijo quiúbole a Yordi Rosado en la Universidad Intercontinental, de la que desertó de la carrera en Ciencias de la Comunicación. Ha conocido a Diego Luna, fue Stand in de Sasha Sokol y el Chivo Lubezki en una película. Está escribiendo el libro de memorias: «Quiúbole con mis encuentros con los famosos» y es director de la Filmoteca A smile on a dog.







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