COBERTURA CÍNICA FICG 40

Los años salvajes, el nombre de un filme chileno, que estaba apunto de salirme de la función, y es que sentí un tanto exagerado su personaje principal en esas imágenes de inicio, de ese viejo cantante de rock llamado Ricky Palace, que vive una madurez podrida en Valparaíso para luego trasnformarse en uno complejo e interesante.

Por José Antonio Monterrosas Figueiras

«Mi esposa tiene lupus», me cuenta el conductor del Uber en el que voy rumbo al Conjunto de Artes Escénicas, el sitio donde se han desarrollado en esta semana gran parte de las activides del Festival Internacional de Cine en Guadalajara en su edición 40. José Othon me describe lo terrible de esa enfermedad, lo caro de los medicamentos que por fortuna los recibe del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de las Trabajadores del Estado (ISSSTE), ya que su esposa trabaja en el gobierno, de la situación que él mismo vive como «papa luchón» de dos adolescentes, me dice que le expresó a su pareja que «¡no hay de otra que continuar!» y a la par le pega al acelerador de su auto. Este momento es acompañado por el intenso calor, el tráfico sobre el Periférico y una combi quemada que vemos en una orilla de la calle, el condutor del Uber me advierte que ese «cascarón» se puede vender caro. Lo dice convencido, ya que él se ha dedicado al láminado y sabe que para los coleccionistas de autos eso es oro molido, ahora más bien chamuscado.

Traigo acá esta breve historia, porque este jueves tocó ver una película chilena de un hombre que le dicen que el bar donde trabaja lo cerrarán, por lo que debe desocupar el lugar donde vive y además un doctor le anuncia que está enfermo, por lo que no debe tomar alcohol. Por si fuera poco, en un periódico lo declaran muerto. Aunque le expreso a su director al terminar la función, que luego de ver las primeras escenas de Los años salvajes, el nombre de su filme, estaba apunto de salirme de la función, y es que sentí un tanto exagerado su personaje principal en esas imágenes de inicio, de ese viejo cantante de rock llamado Ricky Palace, pero que luego se convirtió en uno complejo e interesante. Ricky -actuado por Daniel Antivio, que se parece a Jameson, el jefe de Peter Parker en el periódico ficticio Daily Bugle- vive una madurez podrida en Valparaíso -el lugar, me cuenta el cineasta Andrés Nazarala, por donde el rock and rol entró a Chile en los años cincuenta- un tanto enojado con la vida, pues resulta que su amigo y colega, Tommy Wolf, un día le robó una canción que además de ser dedicada por parte de Ricky a una mujer de la que estaba profundamente enamorado, Tommy, ahora un viejo copetudo y triunfador tras ganar mucha plata con ese hit musical, ahora está de vuelta por el lugar donde un día Ricky y Tommy fueron grandes hermanos y colegas. Los años salvajes, recuerda a ese cine del filandés Aki Kaurismaki que siempre suele contar historias de hombres con vidas austeras, pero de personalidades extravagantes, de esos perdedores que viven como si fueran grandes leyendas.

Una película que hace una redención de esos hombres que como Ricky que tuvieron que adaptarse a las nuevas épocas, las de ahora, sangoloteadas por el femismo, lo que su guionista Paula Boente que acompañaba al director en la sala de cine, recuerda que algunos especatdores la entendieron como la deconstrucción de un macho -un macho que canta además- y que tiene sus admiradoras que lo intentan ayudar a salir del hoyo emocional y económico en el que se encuentra.

José Antonio Monterrosas Figueiras

Al final de la función converso con su director, me recuerda que además de tener dos novelas y escribir crítica de cine, fue alumno del cineasta independiente argentino Raúl Perrone -que lo vemos en los créditos- y con quien trabajó en películas que aunque se filmaron -como se pudo- nunca dieron a luz. Los años salvajes es su segunda película, su primera se llama curiosamente Debut, del 2009 y ahora trae una película realmente buena, porque es un homenaje a los rockeros que crecieron en Valparaíso y que sus vidas se vieron truncadas por la dictadura. Una película que hace una redención de esos hombres que como Ricky tuvieron que adaptarse a las nuevas épocas, las de ahora, sangoloteadas por el femismo, lo que su guionista Paula Boente que acompañaba al director en la sala de cine, recuerda que algunos especatdores la entendieron como la deconstrucción de un macho -un macho que canta además- y que tiene sus admiradoras que lo intentan ayudar a salir del hoyo emocional y económico en el que se encuentra. Un buena pelicula chilena que nos hace rememorar la película Whisky del uruguayo Pablo Stoll, por esas atmósferas de ciudades atrapadas en una época como Angelópolis, que por cierto, Stoll ahora trae una comedia de zombies y se ha podido ver en el FICG, pero yo no pude verla -sniff- o a Post morten, del también chileno Pablo Larraín, donde vemos a un imitador de Elvis Presley bailar, igual que esta película de Nazarala donde hay un concurso de hombre viejos disfrazados con el legandario traje blanco de El Rey del Rock. Ésta en fin, es una película de un rockero que está viviendo probablemente su última transformación antes de morir. Un tanto hilarante como nostálgica es esta historia, avinagrada gracia que tiene una banda sonora de Sebastian Orellana, un músico chileno de Concepción, tierra de Los Tres y Los Bunkers, que ha hecho rockabilly bolero punk y es que el cine chileno -como sus fiestas dentro del FICG que fue el siguiente punto luego de ir por unos tacos esta noche de lluvia en Guadalajara- generalmente no decepcionan.

Francisco Saavedra Sánchez tendría que tomarle una foto a Ricky Palace con su Mamiya RB67. Foto: José Antonio Monterrosas Figueiras.

Por cierto, al final, antes de la entrevista con el realizador de esta película -que espero pronto compartir por acá- me saludó un joven que horas previas, entre el viaje en Uber y esta película, lo conocí en la enorme Librería Carlos Fuentes que se encuentra dentro del Conjunto de Artes Escénicas, en un café que lo rodean cientos de libros, en una de las mesas colectivas donde se puede comer y que ha fungido como sala de prensa durante el FICG, ya que la sala de prensa real es como una película sueca de Roy Anderson, pero a la tapatía, con grandes ventanales donde entra la luz de forma inclemente como si estuvieramos en una sala de espera para viajar hacia la nada. El caso es que ahí había un joven de Tlaxcala, Francisco Saavedra Sáchez, quien lleva una cámara vieja, una Mamiya RB67, con la que hace retratos, toma fotos en la calles y quien vive desde hace cuatro años en Guadalajara y lleva un chaleco reporteril de la Cineteca de por acá, pues trabaja ahí al menos ahora que está el FICG, pero que bien podría vivir dentro de Los años salvajes retratando a Ricky Palace en algún bar de Valparaíso.

José Antonio Monterrosas Figueiras es periodista cultural y cronista de cine. Es editor cínico en Los Cínicos. Ha colaborado en diversas revistas de crítica y periodismo cultural. Conduce el programa Cinismo en vivo.


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