CINISMO / TÓNICA REPLICANTE
True crime a la mexicana, sin glorificar, ni «estetizar» al narco
Por Alberto Zúñiga Rodríguez

El narcotráfico en México no se gestó con los cárteles actuales, sino como una red subterránea que fue creciendo al amparo de la corrupción, la desigualdad social y el abandono institucional. Desde mediados del siglo XX, cuando las primeras rutas de tráfico se consolidaban hacia Estados Unidos, hasta las guerras sangrientas del siglo XXI, el país se ha convertido en un doloroso campo de batalla para nada oculto, invisible y lastimosamente, cotidiano, donde las cifras de muertos y desaparecidos se cuentan por cientos de miles, y las fosas clandestinas salpican el paisaje como heridas abiertas (el último géiser que brotó como un rastro «narco-arqueológico» ineludible fue el rancho Izaguirre de Teuchitlán, Jalisco en marzo de este 2025, donde fueron encontrados, por el colectivo Guerreros Buscadores, decenas de pares de zapatos, huesos calcinados, cartas de despedida y una espeluznante fosa común, que muchos siguen negando bajo el calificativo de campo de exterminio).
En ese contexto, el narco dejó de ser sólo un negocio ilícito para convertirse en una forma paralela de poder, una estructura con jerarquías, símbolos, códigos morales y un alcance que desafía incluso al Estado. El desarrollo de toda una cultura, la narcocultura. Es en este terrorífico escenario —de violencia heredada, pactos rotos, traiciones y miedo arraigado— es donde se inscribe la miniserie documental El Culiacanazo: herederos del narco dirigida por la cineasta madrileña, Fátima Lianes.
***
En la madrugada de Culiacán, el silencio tiene filo. Las luces de los coches blindados cortan la penumbra con violencia, y el zumbido de los helicópteros parece murmurar un apellido que, en México, es sinónimo de poder, miedo y legado: Guzmán. Es 17 de octubre de 2019, gobierna la nación Andrés Manuel López Obrador y en Sinaloa el priísta Quirino Ordaz Coppel (actualmente Embajador de México en España y en el cargo desde 2022, designado por el ahora expresidente morenista). Hay un operativo federal en marcha: capturar a uno de los retoños de Joaquín «El Chapo» Guzmán (aprehendido por tercera vez el 8 de enero de 2016 y sentenciado a cadena perpetua en Estados Unidos precisamente el 17 de julio de ese 2019), se trata de Ovidio Guzmán López. La operación falla de forma drástica, porque no hay órdenes de cateo y el incautado es liberado bajo una estampa de hombres muertos de ambos lados -el número real de bajas aún se desconoce- y un arsenal de balas -como si se tratara de una ciudad en guerra- circulando por las calles culichis.
Asistimos en primera persona al momento de la detención, con material de archivo del ejército, vemos el momento exacto y todo lo que ocurre a posteri en 4 capítulos: Jueves negro, Los Chapitos, Cazar al ratón y Arde Sinaloa, de una duración aproximada de 44 minutos cada uno. La escena del fallido arresto, cuya foto ha pasado a la posteridad con un Ovidio Guzmán levantando las manos en señal de rendición y con un peculiar escapulario por encima de su camisa azul claro (glorificado a raíz de ese suceso y consumido por la narcofilia mexicana), es clave y permite entender dinámicas entre policías y ladrones, en este caso fuerzas del orden de todos los niveles, principalmente militares, y los mercaderes de la droga.

El Culiacanazo: herederos del narco, la serie documental de HBO Max (que hace unos días volvió a incorporar la palabra HBO en su denominación; error garrafal resarcido según sus seguidores), no se contenta con narrar un episodio más del narco en México, hace algo más denso, más incómodo: nos enfrenta a la guerra como espectáculo, como enfermedad crónica, generacional y endémica. La serie disecciona el operativo malogrado, pero no se queda en ese instante: escarba, conecta, expande.
«Los Chapitos» son una facción del cartel de Sinaloa, el grupo criminal fundado por el padre, Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera, y por el máximo líder, también recientemente detenido (24 de julio de 2024), próximo a recibir condena en Estados Unidos, Ismael «El Mayo» Zambada. Se presume que son los principales responsables del tráfico de fentanilo al norteño país vecino (y del mundo), cuyas calles han visto emerger una pandemia de consumo, con altas tasas de letalidad y seres humanos consumidos por esta droga convertidos -prácticamente- en zombis. Por eso los buscan las autoridades de ambos países.
Contada con ritmo tenso (el diseño sonoro lo logra sin duda alguna) y una manufactura visual precisa —uso quirúrgico de drones, imágenes de archivo, mapas, líneas de tiempo y recreaciones estilizadas sin caer en la dramatización burda—, el relato se estructura en tres planos: la crónica del día del Culiacanazo, el peso histórico del Cartel de Sinaloa, y la herencia familiar y simbólica que dejan los hijos del narco. En ese entrelazado, la serie encuentra sus trepidantes palpitaciones, no como testigo pasivo del caos, sino como ensayo sobre la fragilidad del Estado mexicano frente al poder informal que lo acosa, somete y pone contra las cuerdas.
El Culiacanazo: herederos del narco, no se contenta con narrar un episodio más del narco en México, hace algo más denso, más incómodo: nos enfrenta a la guerra como espectáculo, como enfermedad crónica, generacional y endémica. La serie disecciona el operativo malogrado, pero no se queda en ese instante: escarba, conecta, expande.
Alberto Zúñiga Rodríguez
Uno de sus mayores aciertos es el montaje paralelo entre la voz oficial —la del gobierno, los militares, agentes de la DEA, exembajadores, funcionarios, estrategas litigantes—, la de los integrantes del crimen organizado y la voz popular, los testimonios de habitantes, periodistas y “víctimas colaterales” (como Felipe Calderón les llamó cuando inició la guerra contra el narco en su sexenio, 2006-2012). Ahí surge la verdadera tensión narrativa: mientras unos hablan de contención, los otros describen terror; mientras unos hablan de estrategia, los otros muestran cuerpos, ráfagas y huidas.
En lo formal, la serie hereda mucho del true crime global pero lo adapta al contexto mexicano. A diferencia de otras producciones que «estetizan» al narco, aquí hay una voluntad ética de no glorificarlo. La figura de «Los Chapitos» no aparece como caricatura ni como héroes o antihéroes: son una presencia fantasmal, omnipotente y cruel, como herederos del negocio pero también del mito. De ellos también se visibiliza la trampa que tendieron para que el socio de su padre, «El Mayo» Zambada, fuera detenido en el Paso, Texas, junto a otro de sus líderes: Joaquín Guzmán López, hermano mayor de Ovidio. Y la cruenta batalla, que se sigue librando y ha cobrado bastantes víctimas (al finalizar la serie hablan de más de 700 personas), con la otra facción del cartel de Sinaloa, la de «Los Mayitos» (los hijos de Zambada). Ambas facciones se acusan de haberse traicionado. Por un lado, «Los Chapitos» acusan a uno de los hijos preso de Zambada de haber testificado en contra de su padre; por otro lado, los hijos del pater familia, «El Mayo», los acusan de haberlo secuestrado y entregado a las autoridades norteamericanas.
Quizá su mayor virtud de esta producción —y también su riesgo— es no cerrar con una conclusión tranquilizadora. La serie no ofrece redención ni moraleja. Muestra un país atrapado en una lógica hereditaria donde el narco es parte del ADN social y donde la violencia no es una anomalía, sino una forma de orden, tristemente una realidad normalizada. Incluso como algo que ya sabemos, que erradicar este mal que nos aqueja como país no depende de la captura de un líder, sino de una estructura social, política y económica enquistada por años, como insoslayable lo cuenta el testimonio oculto de algún integrante del cartel de Sinaloa.
***

El Culiacanazo: herederos del narco es, más que una miniserie documental, un retrato político con forma de thriller, una exploración del miedo y de la normalización del horror. En una época indescriptible en que las balas son trending topic, los narcos se vuelven hashtags y narcocorridos (como ocurre desde hace algunas décadas). Esta serie funciona entonces como advertencia lúcida: lo que ocurrió en Culiacán no fue una excepción, fue una radiografía. Y en esa radiografía, el hueso roto no es sólo el de la ley, es el de todo un país, que desde hace décadas está hecho trizas por estas actividades ilícitas. La confesión del ex mandatario López, argumentando primero que él dio la orden de la liberación (para evitar una tragedia mayor) y luego -en otra mañanera- diciendo que fue el resultado y decisión de un grupo coordinado, deja pensando seriamente sobre la forma en que el Estado Mexicano se ve superado y doblegado, por el crimen organizado.
La serie estrenada el 13 de marzo de este año, por otro lado, se enmarca en un momento histórico lleno de cambios profundos en la relación con nuestros vecinos del norte. En un contexto geopolítico altamente sensible, la figura de Claudia Sheinbaum, presidenta de México, ha encarnado una diplomacia rígida pero hábil, frente a las presiones del gobierno de los Estados Unidos encabezado por Donald Trump (ningún mandatario quisiera estar en sus tacones, está claro).
En una llamada reportada en abril de 2025, Trump propuso enviar tropas estadounidenses a territorio mexicano para combatir los cárteles, una oferta que fue rechazada categóricamente por Sheinbaum, quien declaró: «la soberanía no está en venta». Por otro lado, también ha habido acusaciones graves de parte del mandatario estadounidense, quien llegó a sugerir un supuesto vínculo entre el gobierno mexicano y los carteles, afirmaciones que la presidenta mexicana calificó de «calumniosas», esto sin omitir u olvidar que Trump ha declarado -desde febrero de este año- organizaciones terroristas a los cárteles mexicanos.
Frente a estas tensiones, Sheinbaum ha optado por una estrategia de “diálogo sin sumisión”, por lo que acordó una tregua temporal en los aranceles estadounidenses a cambio del despliegue de 10 mil guardias nacionales mexicanos en la frontera, mostrando firmeza sin provocar confrontación abierta (la rendición absoluta para los críticos de la mandataria). No obstante, la visita esperada cara a cara entre la presidenta de México y el de los Estados Unidos en la cumbre del G7, fue pospuesta, evidenciando las dificultades persistentes en esta relación bilateral. México acusa a Estados Unidos del tráfico ilegal de armas y el alto consumo de drogas de sus ciudadanos y EUA de la producción y trasiego de estas drogas. El perro que se muerde la cola.
***

Si retrocedemos un poco en el tiempo, de ninguna manera podemos olvidar la mítica escena del ahora expresidente de México, Andrés Manuel López Obrador, cuando saluda de mano a la abuela de Ovidio, el 20 de marzo de 2020 e intercambia palabras con ella. La serie nos la recuerda en varios momentos. «Ya recibí tu carta», dice él, en un par de ocasiones… «Ándele, pues», contesta ella) y mucho menos la polémica surgida en torno al gobernador actual de Sinaloa, Rubén Rocha Moya, cuando se llevó a cabo la detención del máximo líder del cártel de ese estado, «El Mayo» y su presunta participación o presencia en el momento del secuestro (también visible en el capítulo final de la serie), hecho que el político niega categóricamente.
Si a todo lo anterior le sumamos, que este viernes 11 de julio de 2025 (que se publicó esta nota) Ovidio Guzmán López testificó en una Corte federal de Chicago donde se declaró culpable de varios cargos, el momento se intensifica aún más. ¿Cuántos políticos estarán temblando de lo que pueda decir este personaje? Este marco político tenso y complejo —en el que se cruzan soberanía, narcotráfico, migración y comercio— ofrece un contexto potente para entender la relevancia sociopolítica de una serie como El Culiacanazo: herederos del narco, que no sólo retrata un suceso puntual, sino las complicadas redes de poder que definen el presente mexicano.
C

Alberto Zúñiga Rodríguez es cineasta y un obrero fílmico nacido en el rancho de las balas perdidas -fílmicas- Morelia, Michoacán. Ha dirigido los largometrajes Rupestre (2014), En la periferia (2016) y Emiliana Gat-alana (2023). Vive en Barcelona desde el 2022 donde conduce y produce el cinepódcast Tónica Replicante.






Deja un comentario