JUGUETE RABIOSO
Los de abajo, pero muy abajo
Por Mariano Morales
«Desprecias mis emociones naturales
Me haces sentir como mugre
Y estoy herido…»
Ever Fallen in Love? – The Buzzcocks

Mientras los reflectores se distraen con la ya gastada exposición de nuestra clase política —sus viajes al extranjero, sus guardarropas imposibles de costear con el salario de sus cargos, sus relojes que marcan la hora de otra realidad—, la reciente liberación de Israel Vallarta se convierte en la piedra en el zapato para cierto periodista experto en montar ficciones con olor a mierda. Pero eso, por más escandaloso que luzca en pantalla, es solo otro episodio repetido hasta el vómito: un disco rayado que la gente ya tararea con la misma indiferencia con que espera el final de una telenovela que sabe de memoria.
Lo que no debería seguir ocurriendo —pero ocurre, y a nadie parece importarle— son historias como la de Fernando, un niño de apenas cinco años que conoció el trato inhumano antes que cualquier juego, y que terminó abrazado por la muerte antes de aprender siquiera a defenderse.
Nos quieren convencer de que tu vida, Fernando, cabe en una nota de tres párrafos y una foto pixelada fabricada por una inteligencia artificial que no sabe distinguir la inocencia del cadáver. Un nombre común, una edad que debería oler a dulces y no a formol, y un mundo que decidió meterte en una bolsa negra, sellarte y mandarte al olvido. ¿Cuál fue tu error? Nacer en el país equivocado. Y siempre habrá un imbécil dispuesto a tranquilizarse diciendo que “Diosito así lo quiso”, como si la pereza moral viniera bendecida.
La justicia, además de ciega, es cobarde. Prefiere hacerse sorda para no escuchar el llanto de los pobres, ese llanto que no cotiza en bolsa ni genera trending topics. La pobreza, esa enfermedad crónica, se convirtió en el justificante perfecto para cada omisión, para cada “no había patrulla disponible”, para cada “así pasa”.
Mariano Morales
Tu madre, enferma y sola, no tuvo fuerzas para protegerte. Las sirenas llegaron tarde, como siempre, con la calma burocrática de quien ya está acostumbrado a recoger cuerpos. Y cuando llegaron, tu playera blanca, con un Olaf sonriente, ya estaba fría. Tu nombre ahora se pudre en una “carpeta de investigación”: pomposo eufemismo para un manojo de papeles sin alma que dormirá en un archivero oxidado. Dentro, la foto mental de una madre desesperada, mendigando mil pesos para pagar la renta a prestamistas de barrio. No los consiguió. La deuda no se cobró en efectivo: se cobró con lo único que le quedaba.
La justicia, además de ciega, es cobarde. Prefiere hacerse sorda para no escuchar el llanto de los pobres, ese llanto que no cotiza en bolsa ni genera trending topics. La pobreza, esa enfermedad crónica, se convirtió en el justificante perfecto para cada omisión, para cada “no había patrulla disponible”, para cada “así pasa”.
Yo, aquí, con un nudo en la garganta y una rabia agria que me quema el estómago, siento cómo alfileres invisibles intentan perforarme las entrañas para comprobar si todavía puedo sentir algo. Y sí, todavía siento, y eso es lo que más jode: porque mientras uno se revuelca en la indignación, el resto sigue su vida, deslizando el dedo por la pantalla en busca de otra tragedia que mirar con morbo.
Allá afuera, en lo más hondo, siguen cayendo los que ya no tienen donde caer, pero el país sigue de pie… sobre cadáveres. Los políticos dan sus mañaneras, se avientan chistes malos que sus aplaudidores celebran como si fueran oro. Lo importante es no dejar de reír, aunque a los niños los sigan matando. En X —antes Twitter—, #solocosto100euros es tendencia. Qué emoción. El algoritmo no tiene luto, no se indigna, no cuestiona: solo mide cuántos segundos te toma olvidar a Fernando para pasar al siguiente video de un perro bailando, una influencer vendiendo tés milagrosos o un idiota explicando cómo “manifestar abundancia”. Así matamos dos veces: primero con la bala invisible de la pobreza y luego con la pala invisible del olvido.
C

Mariano Morales mejor conocido como EME, es un escritor de servilletas, cronista de las causas pérdidas y poeta del mítico colectivo Escuadrón de la Muerte S.A.







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