CINISMO / TÓNICA REPLÍCANTE
Y los dieciocho años de una liturgia cinéfila de un grupo de parroquianos amantes del cine freaky sitgetano
Por Alberto Zúñiga Rodríguez

En el distrito barcelonés de Horta-Guinardó (el tercero en extensión de la ciudad condal), Ramón fundó un gimnasio en el año 1997. Sergio, oriundo del barrio (y quien sólo se ha mudado de casa una vez en sus 47 años de vida, en la misma calle donde se ubica este gym, siete años después decidió inscribirse. Ahí, entre pesas, sudor, rutinas de cardio, aparatos, toallas y músculos ávidos de crecer, Ramón y Sergio forjaron una entrañable amistad que, 3 años después, empezó a concertar una cita anual que es ya toda una tradición y un acto litúrgico: acudir al emblemático Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya Sitges (que este octubre de 2025 cumplió 58 años de vida, el primero en su tipo en todo el globo terráqueo).
Aunque Ramón ya solía acudir a Sitges previamente, cuando asistieron juntos por primera vez con Sergio en aquel 2007, en el mítico Volkswagen Golf GT negro de este último, que sigue siendo el vehículo oficial de la comitiva y que no ha hecho jugarreta alguna en el camino, jamás se imaginaron que estaban inaugurando una tradición cinéfila y de amigos que este año cumplió la mayoría de edad y a la cual, algunos nos hemos sumado. Edu, por ejemplo, lo hizo en el 2014 y quien esto escribe en 2022. Algunos otros no han vuelto y seguramente lo extrañan, como Kiliam, quien por algunos años también fue cómplice de esta justa cinéfila anual.
Bastantes son las razones y sobran enumerarlas para describir por qué es una delicia acudir a este festín fílmico que atinadamente se fundó en 1968 cuando los géneros de terror y fantástico vivían una edad dorada en el mundo (2001: Una odisea del espacio, los vampiros barrocos de la Hammer, los horrores existenciales de Polanski o las alegorías políticas de Romero) y donde la sangre desbordante (a chorros y borbotones preferible), los golpes por cada rincón de la pantalla, los fantasmas, los efectos especiales, los maquillajes espectaculares, las criaturas salvajes y cualquier narrativa quimérica encuentra vida y fieles seguidores en este pequeño pueblo de la costa mediterránea española, a tan sólo 40 kilómetros al sur de la cosmopolita Barcelona y que en estas fechas festivaleras se calcula que reúne a más de 180 mil asistentes en sus diferentes actividades.
Para estos parroquianos amantes del cine freaky sitgetano, el ritual comienza a tempranas horas del sábado, 8 am en punto, ni un minuto antes ni después. El punto de encuentro es la ermita del deporte de Ramón. Ahí nos encontramos los convocados, aunque para mí el viaje comienza hora y media antes porque tomo un tren que viaja de mi ciudad actual, Terrassa (ubicada 28 km al norte de Barcelona), a la estación de Fabra i Puig donde Sergio pasa por mí. Peculiar -bastante- el trayecto de este segundo sábado (hemos ido a Sitges este año dos sábados, como manda la tradición, el 11 y el 18) ya que sólo me bastó preguntarle a un joven peruano de unos 30 años aproximadamente, si en esa vía el próximo tren sería mi destino (los trenes de Renfe suelen fallar con precisa regularidad y singularidad para nadie ajena) para que al escuchar mi acento me preguntara si era mexicano y darme toda una innecesaria explicación en formato monólogo -a las 6:30 am, insisto- de por qué los peruanos nos odian tanto a los mexicanos, de las razones que obligaron a que depusieran de su cargo a Dina Boluarte, el asalto a la embajada mexicana en Ecuador en 2024, el supuesto odio de los ecuatorianos también a nosotros los mexicanos, del por qué Claudia Sheinbaum es persona non grata en el Perú, del odio de los centroamericanos a nosotros los mexicanos y de los dos tipos de personas que, según él, también abordan el tren a esa hora los sábados: los trepacerros y los obreros. Todo esto en una -insufrible- dosis de más de 15 minutos hasta que tuve que cambiarme de sitio para enviar algunos correos electrónicos de trabajo que me apremiaban, no sin antes despedirme y recomendarle los dos restaurantes peruanos fabulosos que tenemos en Terrassa (De aquí a Lima y La Gozadera, los ceviches son una maravilla en ambos sitios).

En el punto de partida la expectativa de lo que se verá en la jornada es alta; la lista de películas y boletos de entrada se custodian como el bien más preciado -guardados en un folder transparente, junto a otra hoja que apunta con precisión en una tabla hecha en Excel que contiene fecha, título de la película, lugar de proyección, hora de entrada y de salida-, así como los clásicos croissants gigantes de chocolate (de más de 25 centímetros de largo y aún más en sabor; un manjar) mandados a hacer una semana antes en una mítica panadería del barrio y recogidos la tarde anterior, para el disfrute del primer acto previo a la primera proyección del día, el desayuno en la cafetería del hotel Melià, la sede principal de Sitges desde los años noventa, adoptada después del inminente triunfo de los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992. Para luego dirigirnos al que fuese durante sus dos primeros años, la sede oficial, el bellísimo Cinema Casino Prado (146 años de vida y con unos frescos peculiares) donde Eye for an eye (2024), del experimentado director de videoclips, el norteamericano Colin Tilley que debuta en el largometraje, nos aguarda. Anna, una joven neoyorkina acaba de perder a sus padres en un accidente, abrumada por el duelo, decide mudarse con su abuela a un pueblo de Florida, donde conoce a una pareja de jóvenes de su edad, conflictivos. El chico, interpretado por Finn Bennet -y a quien recientemente vimos en la segunda temporada de True Detective: Noche Polar-, un bully profesional, lanza violentamente debajo del puente en el que se sitúan, a un puberto que iba pasando inocentemente en sus patines. Sin que Anna (Whitney Peak) o la novia del chico (Laken Gilles) lo impidieran. El accidente provocado es el detonador para que el espíritu de Mr. Sandman despierte (invocado por el niño con fractura de brazo y a manera de venganza, a las faldas de un árbol donde hubo que tallar los nombres de sus 3 agresores) y los persiga para sacarles los ojos. Estupenda en talento, diseño sonoro y repleta de clichés (en momentos absurda e hilarante: “eres buena onda, pero un poco zorra”, la tía abuela de Anna le clava unas tijeras en los ojos a su hermana) y referencias a clásicos del cine de terror (Pesadilla en la calle del infierno, Wes Craven, 1984), 101 minutos después damos por inaugurado el día. El sábado anterior (el 11 de octubre), lo iniciamos -en otra sede, el renovado y recientemente recuperado Centro Cultural Escorxador, que entra al quite de la ausencia del mítico cine El Retiro que un año después sigue en obras- con The Fog, el filme de John Carpenter de 1979, proyectado en 4k como parte de la selección de Sitges Classics y con una Jamie Lee Curtis espectacular.
Nadie se imaginó que un festival que nació, primero como una iniciativa para recuperar turismo en temporada baja, se convirtiera en uno de los festivales más importantes del mundo y el más emblemático en su temática y su género. Aquella primera Semana Internacional de Cine Fantástico y de Terror -su nombre inicial- nacía casi como un gesto de resistencia cultural en una España aún sujeta al corsé del franquismo. Lo que empezó como un experimento entre amigos, una reunión para visionarios y curiosos, tres años después, en 1971, cuando adquirió la categoría FIAPF (otorgada por el gremio que lleva su acrónimo: Federación Internacional de Asociaciones de Productores Cinematográficos y que reúne a más de 30 asociaciones de productoras cinematográficas del mundo), otro gallo les cantó: el nuevo sello lo transformó de una iniciativa meramente local a una cita internacional.
Alberto Zúñiga Rodríguez
Ya que se aborda el tema de algunos espacios del festival, el Cinema Casino Prado es también el recinto que ofrece su pantalla a las secciones Noves Visions, Anima’t o Seven Chances, además de las sesiones nocturnas y maratones (a los que estos queridos amigos han asistido en más de una ocasión y como dice Edu, “a más de uno he visto evaporarse de la butaca durante la madrugada”).
Por otro lado, algo que llama especialmente la atención de este festival de la costa catalana, es precisamente el aire de libertad, el ambiente festivo que se vive en sus calles y la implicación de sus habitantes. El zombiewalk, por ejemplo, convoca a cientos de personas caracterizadas y las casetas (el Fan Shop) que venden desde un llavero, imanes, camisetas, pósters, hasta los objetos más extraños, es una ruta obligada en el paseo del malecón. Por supuesto, las exposiciones que se montan en el Centro Cultural Miramar, que este año la dedicó al 50 aniversario de la película Jaws (Steven Spielberg, 1975) y algunos monstruos célebres debajo del agua, es otro punto obligado de visita. Esa libertad contrasta con aquellos días en que Sitges se fundó y España estaba aún bajo la dictadura franquista: la censura limitaba la proyección de muchas películas extranjeras y el cine de género apenas tenía presencia institucional.
Les pregunto a mis correligionarios sitgetianos qué tantos cambios han visto desde aquella primera vez que acudieron. Lo primero que les salta a la memoria es que antes de la pandemia, no existían los asientos numerados y tenían que hacer filas larguísimas de hasta 50 minutos antes de entrar a la sala para encontrar un buen lugar (por eso en el Excel está incluida la columna de hora de salida). Incluso, recuerdan, como dice Sergio: “tener que correr dentro de la sala para pillar un sitio bueno porque la gente corría ahí dentro”. Y hablando de butacas, rememoran también que antes eran de madera, incómodas y las filas se caían. Por otro lado, y volviendo al tema de boletos, me comparten que las entradas que se compraban por internet y con antelación, había que cambiarlas en una caseta fuera del Miramar. Desde que ellos comenzaron su travesía y visitas a Sitges hace 18 años, siempre han comprado paquetes de entradas porque salen más económicos que de forma individual. Para nadie es ajeno tampoco que las entradas se agotan rápidamente, por la alta demanda de asistentes. Factor para tomar en cuenta por si se pretende visitar esta fiesta del cine fantástico.

También recuerdan cómo ha subido la presencia de figuras de nivel internacional de unos 12 años a la fecha con personalidades nacionales y extranjeros como: Oliver Stone, Guillermo Del Toro, Antonio Banderas, Dario Argento, Susan Sarandon, Christopher Walken, Bigas Luna, J.A Bayona, entre muchos otros. Y es que aclaran que es posible y cómo no podrían hacerlo con un presupuesto que ronda los 2 y medio millones de euros de presupuesto (y un montón de voluntarios). Y hablando de cambios, a Ramón, especialmente le indigna que no hayan podido reparar ya el cinema Retiro y que, además el propio cine pida donaciones para su restauración (lo leemos en una lona que expone unos renders de cómo se verá en un futuro el legendario cine). Sobre los cambios y el paso del tiempo, recuerdan con especial gracia, aquella ocasión que vieron una exposición en el Miramar -por los 50 años del festival- donde había expuesta una carta de 1974 donde el Festival de Sitges invitaba al emblemático británico Peter Cushing (evocado por todos por su inolvidable papel en Drácula de 1958 de Terence Fisher), donde le decían que él pagara sus gastos de transportación y que llegando el festival le pagaría todo. “Sí, claro, cómo no” (Risas). Así de surreal era Sitges y lo sigue siendo de diferentes maneras, pero también innovador y un importante bastión de resistencia cultural. En plena censura, el cine fantástico se ofrecía como un refugio de metáforas: los monstruos servían para hablar del miedo político, de las grietas sociales o del deseo reprimido. Sitges fue, desde su origen, un lugar donde la imaginación era una forma de disidencia. Las primeras ediciones tuvieron algo de rito secreto. Las proyecciones eran escasas, los recursos mínimos y las sillas, incómodas, pero el entusiasmo —ese fuego de la juventud cinéfila— bastaba para sostenerlo todo. Se invitaba a gente que no llegaba, algunas de las películas que se transportaban en avión tampoco lo lograban en muchos momentos y los cambios de cartelera eran obligados. Las primeras películas que se proyectaron no tenían subtítulos y algunas no eran de idiomas populares, otras venían en ruso, por ejemplo. Son muchas las anécdotas que se cuentan de su fundación y su paso del tiempo.
Por otro lado, mis colegas sitgetianos también han podido constatar cómo en estos 18 años la ciudad ha crecido y se ha expandido. Solían estacionar el auto a las afueras de la ciudad, junto al edificio de los Mossos d´Esquadra (la policía autonómica de Cataluña) donde habían explanadas y terrenos vacíos y hoy están llenos de edificios nuevos y la ciudad se ha extendido hasta la montaña (menuda cresta nos toca subir al finalizar el día uno porque efectivamente, no cabe ni un alfiler o mejor dicho, ningún auto, en ningún sitio).
Lo que para ellos no ha cambiado es el ritual de comer en el restaurante italiano La Tratto, donde los conocen y les reciben como en casa. Sergio y Ramón, en su primera visita juntos, llegaron al centro a comer y “nos pegaron un palo de 35 euros por persona”, comenta Sergio. Al año siguiente buscaron otro sitio y encontraron este, que ya es un clásico para ellos, arriba de las vías del tren que atraviesa la ciudad y a donde acuden los locales o los conocedores como ellos. El menú es delicioso, lo constato y confieso.

Nadie se imaginó que un festival que nació, primero como una iniciativa para recuperar turismo en temporada baja, se convirtiera en uno de los festivales más importantes del mundo y el más emblemático en su temática y su género. Aquella primera Semana Internacional de Cine Fantástico y de Terror -su nombre inicial- nacía casi como un gesto de resistencia cultural en una España aún sujeta al corsé del franquismo. Lo que empezó como un experimento entre amigos, una reunión para visionarios y curiosos, tres años después, en 1971, cuando adquirió la categoría FIAPF (otorgada por el gremio que lleva su acrónimo: Federación Internacional de Asociaciones de Productores Cinematográficos y que reúne a más de 30 asociaciones de productoras cinematográficas del mundo), otro gallo les cantó: el nuevo sello lo transformó de una iniciativa meramente local a una cita internacional. Y desde ese año se volvió competitivo y con el nombre que lo conocemos: Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya Sitges. Fue a partir de ese momento cuando los distribuidores empezaron a mirar hacia el Mediterráneo, los críticos europeos a escribir sobre aquel pequeño milagro, y las películas fuera de serie, terroríficas y fantásticas encontraron una nueva casa. Todas las criaturas extraordinarias aquí eran bienvenidas. En una España que empezaba a resquebrajar su régimen político, Sitges ofrecía lo que ninguna otra institución cultural podía: libertad. Mientras en otros certámenes se hablaba de autores consagrados, en Sitges se celebraban los delirios, las sombras y los abismos del género.
Sitges es más que un festival, es una comunidad. Un evento que ha cruzado con éxito el umbral de las décadas, adaptándose a las nuevas tecnologías y expandiendo sus horizontes al público infantil y juvenil, el King Kong Area alberga espectáculos, charlas, conciertos y se ha consolidado como un indudable observatorio del imaginario contemporáneo. El festival crece en público, en industria y en discurso. Se crean espacios para series, realidad virtual, inteligencia artificial, e incluso performance. La mirada femenina y las narrativas queer ganan terreno. Desde aquel proyector tembloroso del 68 hasta las proyecciones inmersivas del presente, Sitges ha mantenido una misma pulsión: convertir la imaginación en un acto político y poético.
Donde otros festivales buscan lo canónico, Sitges celebra lo indómito. Donde otros miden la industria, Sitges mide la fiebre. Y es quizá por eso que, más de medio siglo después, el festival sigue latiendo como una criatura viva, insaciable, que no deja de preguntarse —como todo buen filme fantástico—:
¿y si el mundo fuera otra cosa?
Tendría que terminar esta crónica aquí pero no puedo dejar pasar por alto otro clásico sitgetiano: algunas malas películas, las risas y las formidables. Y es que ese Sitges maravilloso también programa películas insufribles y verdaderos truños (muchos), como Night Patrol del cineasta norteamericano Ryan Prows. Conocido por su ópera prima de culto Lowlife (2017) y Terror, su segmento para V/H/S/94 (2021). La inmensa sala del Auditori dentro del Melià, con más de 1,300 localidades, enmudecimos ante la fallida lucha entre pandilleros Zulús de Los Ángeles, California y policías que se convierten en vampiros y que hace que uno se pregunte cómo diablos decidieron programarla, pero más aún, arrojar la verdadera cuestión: ¿cómo se atrevió Universal a apostar por un proyecto que mezcla con calzador personajes, universos y culturas sin un género claro y una trama que pueda sostenerse? De risa total ver vampiros que se colocan sus propios colmillos de plata, el protagonista con una especie de arma-lanza-algo tipo ¿linterna verde? y con un atuendo zulú para forzar más su ¿personaje? Aunque uno salga de malas de la sala, todo se compensa con las risas, el buen momento y la convivencia con estos parroquianos sitgeteanos, a quienes se agradecen todos los momentos memorables que hacen que esta cita anual sea impostergable o los momentos de éxtasis colectivo como cuando salimos de ver la finlandesa y mejor película de ese año, Sisu, (Jamalmari Helander, 2022). Desconozco si dentro de algunos años, la inteligencia artificial avance a niveles que pulverice la industria del cine (que ya está transformando) y espacios como las salas de cine o festivales como Sitges se extingan, que espero que no ocurra… pero mientras eso no suceda, recomiendo vivir la experiencia de este festival para cualquier amante de este tipo de películas.
Dejo acá el palmarés de la Selección Oficial en competencia:
-Mejor película: La hermanastra fea (The Ugly Stepsister), de Emilie Blichfeldt
-Premio Especial del Jurado: ex aequo El furioso (The Furious), de Kenji Tanigaki, y Obsesión (Obsession), de Curry Barker
-Mejor dirección: Park Chan-wook por No hay otra opción (No Other Choice)
-Mejor interpretación femenina: Rose Byrne por Si pudiera, te daría una patada (If I Had Legs I’d Kick You)
-Mejor interpretación masculina: el reparto masculino de La plaga (The Plague)
-Mejor guion: Un fantasma útil (A Useful Ghost), de Ratchapoom Boonbunchachoke
-Mejor fotografía: Diego Tenorio por La virgen de la tosquera
-Mejor música: Yasutaka Nakata y Shouhei Amimori por Exit 8
-Mejores efectos especiales: Tenille Shockey y François Dagenais por Honey Bunch
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Alberto Zúñiga Rodríguez es cineasta y un obrero fílmico nacido en el rancho de las balas perdidas -fílmicas- Morelia, Michoacán. Ha dirigido los largometrajes Rupestre (2014), En la periferia (2016) y Emiliana Gat-alana (2023). Vive en Barcelona desde el 2022 donde conduce y produce el cinepódcast Tónica Replicante.







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