COBERTURA FIL DE GUADALAJARA 39
Una entrevista con el autor de El amigo muerto
Por José Antonio Monterrosas Figueiras
Hace mucho tiempo que no conversaba a fondo con Antonio Ortuño sobre su literatura. Cuando lo entrevisté era 2011 y todos estaban vivos a su alrededor: su esposa, su hermano, su padre, su perrita, sus amigos, su Ozzy Osbourne y para colmo ahora trae un libro que se llama El amigo muerto. Si bien hemos coincidido en varios momentos como la presentación de la película Recursos humanos (México, 2023), basada en su novela con el mismo nombre, dirigida por Jesús Magaña, presentada en el Teatro Melchor Ocampo, en el Festival Internacional de Cine de Morelia de hace dos años, y coincidimos, por obvias razones, en la misma Feria Internacional del Libro de Guadalajara del 2024, una noche Ortuño me dijo, en ese tono irónico que lo caracteriza, que siempre nos encontrabamos en los mejores eventos, esto fue cuando me vio llegar al velorio de su padre quien falleció a los cien años acá en Guadalajara.
Ahora nos volvemos a ver en una cafetería con un hermoso nombre: Cola Corta, supongo por aquello de que es un espacio pet friendly. ¿El motivo? Ya lo dije, su literatura y el nacimiento de El amigo muerto, o más bien la resurrección de un Frankeinstein de juventud, su nueva novela sobre la reaparición de una amistad ya fallecida, cuando List, personaje principal de esta historia, le llega un mensaje a su celular: «¿Estás List?¿Quién chingados eres?» List entonces recibió unos «jajaja» como respuesta. Son de Carlitos Villaurrutia, el amigo muerto, quien lo mató una bala perdida en medio de una trifulca que se desató meses atrás en el puesto de piratería de su familia.
Así que El amigo muerto (Planeta, 2025) que se presentará dentro de la FIL de Guadalajara, este 29 de noviembre, me llevó a reencontrarme una vez más con mi tocayo el 19 de este mes, para conversar alrededor de otro de sus libros, también para recordar a Jorge Ibargüengoitia -al que dicen algunos de sus colegas que Ortuño siempre habla cada FIL de él, como si fuera el máximo feligrés de su parroquia-. Y es que Antonio estará moderando una mesa, donde estará Luis Estrada para platicar sobre Las Muertas de, otra vez, Jorge Ibargüengoitia, que el cineasta antes mencionado adaptó para una serie que se estrenó en septiembre en Netflix.
Ambas cosas sucederán en la FIL, luego de que el escritor-dios guanajuatense cumpliera, este 27 de noviembre de 2025, un año más de fallecido -su aniversario número 42, para ser concreto-, en un lamentable avionazo rumbo a Bogotá, en el año de 1983. Yo decía en un texto anterior que Luis Estrada se cuidara de subir a un avión para venir a Guadalajara, pero si viene en camión corre el riesgo de quedarse atrapado en algún bloqueo carretero de los agricultores y transportistas que están en protesta contra el gobierno de Claudia Sheinbaum. Tendrá que ser avión, ni modo. Aquí esta conversación con Antonio Ortuño que como él dijo: «I’m back».

-¿Cómo te encuentras tú? ¿cómo estás viviendo este momento, donde has tenido, particularmente, muchos acontecimientos que te han, supongo, impactado?
-No, bueno, claro, pues cuando hay pérdidas de familiares cercanos, del círculo más estrecho de una persona, pues claro que se cimbra todo el sistema en el que uno vive, ¿no? Entonces, pues han sido unos años muy complicados. Temas personales y también un poco para reubicarse, ¿no? A mí no me gustan los términos de autosuperación, entonces de repente iba con mi terapeuta que es muy sensata, no utiliza así como estas cosas de esta psicología de que hay que reinventarse. No es esa la idea, sino sencillamente cómo reubicarse en la nueva realidad y a partir de ahí seguir, ¿no? Sí han sido procesos largos y son complicados, no son nada agradables, pero eventualmente las cosas a veces mejoran, ¿no? Y en mi caso por fortuna han mejorado mucho. De alguna manera siento como que sería exagerado decir como: «I’m back», pero… «I’m back».
-Esta novela de El amigo muerto, es una que es como una resurrección de un muerto, ¿no? Y es un libro que tengo entendido se publicó el 2014, tu vida era otra, ¿no?
-Sí, sí, es verdad. Se escribió por primera vez en la segunda mitad de los 90, así que claro que mi vida era completamente distinta. Su primera versión fue una novela de tempranísima juventud, casi novela de la mayoría de edad apenas y mi primer intento de escribir una novela en la que completé un manuscrito. Y claro que circunstancias completamente distintas, yo todavía vivía con mi madre, mi madre todavía vivía y yo pasé muchos años porque crecí en la colonia de las Águilas y pues vivía ahí a una cuadra de López Mateos (en Guadalajara).
Trabajé desde muy joven, pero no tenía computadora, tenía una máquina de escribir viejísima, que era de mi abuelo, que así escribía, a martillazos. Además el teclado estaba durísimo, era un mecanismo del año del caldo, que desde luego que jamás se había aceitado, ni se le había dado de mantenimiento. También escribía mucho a mano, pero tengo una letra horrible. Entonces, pues compré ese manuscrito con muchos trabajos y el resultado fue una carpeta llena de hojas; algunas a máquina llenas de tachaduras y de enmiendas y otras a mano también con tantas tachas y enmiendas que era casi ilegible. En aquel momento me resultó muy satisfactorio terminar el manuscrito, pero lo archivé y decidí escribir otras cosas. Lo enfrenté como una suerte de ejercicio en ese primer momento, ¿no? y pues muchos años después, hará unos años, 11 o 12 años quizás un poquito más, porque claro, de que se retrabajó el libro que se publicó, también pasó un tiempecito.
Un sello editorial que entonces era independiente, me invitó a unirme a una colección que ya tenía una trayectoria de novelas que están destinadas a un público como de jóvenes adultos, digamos, como de preparatorianos, gente entre los 15 y los 20 años más o menos. Yo les dije que no escribía novela juvenil, hasta ese momento no lo había hecho. Después incursioné, pero en ese momento todavía no lo había hecho, pero tenía aquella novela que había escrito siendo muy joven y en que los personajes eran jóvenes. Y pues la podía revisar para ver si les interesaba. Era un caos la carpeta, muchas de mis hojas escritas a mano. Una novia que tuve las había capturado ya en computadora y me habían traído unas hojas impresas y aparte tenía las otras hojas a máquina con tachaduras, armé un manuscrito, les gustó en la editorial, firmamos el contrato y luego me di cuenta de que necesitaba estirar la novela como un 20%, 25%, pues no daban las páginas el número mínimo que establecía el contrato y para mí el contrato era importante, porque yo estaba pagando la hipoteca en ese momento y todo ayudaba, ¿no? Todo sumaba.
Entonces, la realidad es que nunca quedé satisfecho con esa, pues como primera encarnación de la novela, porque retrabajé la prosa sobre todo pensando en que creciera, ¿no? Como si le echaras levadura extra al pan y la realidad es que no quedé contento con el resultado final. A la editorial le gustó, el libro salió, su edición se acabó, el sello en aquel momento también lo publicó en Argentina y en Chile y por circunstancias editoriales, todo esto se explica en la nota breve, nota introductoria del libro. Iba a salir otra novela mía, La fila india, la que llevaba bastante tiempo empeñado y pues ahí después de algunas discusiones con los editores, etcétera, optamos por no sacar dos libros al mismo tiempo o los dos con mi nombre y esta novela se firmó con pseudónimo. Con el nombre de mi tío abuelo, por el que me llamo Antonio: A. del Val.
Y claro, desde luego que a mí me gustó el hecho de haber logrado como levantar de alguna manera ese proyecto, pero no estaba ni de cerca satisfecho con el resultado. Entonces, de alguna manera, lo único que me consolaba es que se había publicado con pseudónimo y que de alguna manera era una suerte de hijo no reconocido o no reconocido a medias, porque luego, claro, en redes y demás y en algunos comentarios, algunas personas sabían que era mi libro. Desde luego los editores, otros de los autores de la colección sabían que yo era el autor del libro, pero la mayor parte de la gente y los lectores no sabían que el autor no estaba identificado, había quedado ahí como en el olvido, ¿no?
El año pasado hablando con mis editores en Planeta, en Seix Barral, que han recuperado como todas las novelas, esta biblioteca, digamos de mis novelas reunidas en la editorial, me preguntaron por este libro, ¿no? Y cómo lo veías, si valía la pena retomarlo. Yo dije, «Bueno, pues sí retomarlo, pero no como está. Déjenme releerlo y ver qué se hace, ¿no?» Y decidí que sí quería intentarlo, pero que lo tenía que trabajar y me di a la tarea durante varios meses de dejar el libro como quería que estuviera. Claro, ayuda el tener 30 años más de experiencia de cuando se intentó por primera vez y así, bueno, claro, es una historia bastante truculenta, pero 30 años después quedó el libro como yo quería, creo que reteniendo lo que yo quería de la idea original, pero con mayor conocimiento de causa para narrarlo como merecía la historia y ahora estoy muy contento y pues a la expectativa un poco de ver también las lecturas y cómo lo toma la gente, pues en ese entendido de que es una novela nueva y no, me agrada, ¿no? Está este libro como un poco híbrido entre el pasado y el presente.
Ahora, en la primera era Black boy, ¿no? Black boy se llamó esa que pareció en la colección. Así es. Todos los libros de la colección, es decir, el título yo no le puse no porque se me ocurriera, sino porque todos los libros de la colección, por ejemplo, estaba, no sé, Zombie Girl, que creo que existe y que era de Raquel Castro, había un Rocker boy, que me parece que era de Armando Vega Gil, había un Hipster boy, o a lo mejor así lo recuerdo, de mi buen amigo Gabriel Rodríguez Liceaga. ¿Sabes? Había varios autores ahí participando con estos libros, entonces, bueno, pues quedó el título como Black boy, también por la lógica de la colección, ¿no? Pero bueno, pues ya en esta encarnación distinta se retomó un título que a mí me parece mucho más apropiado para la novela.

-Es un título también habla de un proceso que has tenido ¿no? O sea, del fallecimiento de tu hermano hasta de tu perrita (Toribia), ¿no?
-Y la viudez y claro, bueno, hasta en enero falleció Toribia, mi leal compañera por 12 años y que había condenado llevarla a todas partes.
-¿En el título hay algo de eso?
No, no, no, realmente, porque el título en realidad es la lógica propia a la novela y la idea de la novela sí permaneció inalterable. Es decir, los únicos ajustes, digamos, después narrativos a la novela, no de fraseo o algo así, que es lo que más trabajé, sino estrictamente narrativos, pues tuvo que ver con el mundillo, con que la tecnología fuera como apropiada y claro, que hace 30 años, pues mucho de lo que ahora es cotidiano es absolutamente incipiente, ¿no? Te acordarás que los celulares eran unas tortas inmensas y los servicios de mensajería en línea en el ICQ y cosas así, como para gente muy clavada que empezaba a usar el internet, existían los cibercafés, ¿sabes? Era como otra manera de encarar la tecnología que ahora, tenemos todo en un celular y eso resuelve las cosas en un primer momento, pues requería que los personajes fueran a cibercafés, pero la idea de la muerte era central en el libro desde el principio, claro, una edad de la muerte que me parece que ahí se retiene mucho la idea original. Creo que cambia mucho el concepto de la muerte que puede tener un joven del que tiene una persona muchos años después y que además pues como señalas, ya le tocó atravesar una serie de pérdidas personales.
Mi idea al escribir esta historia en la temprana juventud, es que la muerte para los personajes era casi estimulante. A veces decir, sí, es un shock la desaparición del amigo, pero para muchos jóvenes y quizá por eso en las culturas juveniles, o en muchas subculturas juveniles, existe esa fascinación como por la sangre, la violencia, el peligro. La muerte es una suerte de estímulo, ¿no? que hace sentirte más vivo, el estar en contacto con ella y se toma de una manera mucho más vitalista y mucho menos pues filosófica, quizá de la que uno lo tenía que tomar muchos años después. Entonces no tuvo que ver el título, porque además el título se retomó de ideas muy anteriores, entre dos o tres posibilidades, porque nunca tuvo un título definido ese primer manuscrito, pero sí tenía varias ideas, había ahí una hojita en la que había anotado los títulos y esta fue la que me pareció mejor, que además pues refleja bastante fielmente, me parece, la idea como central del libro, ¿no? No tiene que ver la historia en ese sentido, con lo que sucedió después.
A fin de cuentas todo lo narrativo, las ideas, los personajes, los acontecimientos, pues son ideas de la segunda mitad de los años 90. Aunque claro, no deja ser curioso que el narrador del libro y sus amigos, estén atravesando como ese duelo y como esa pérdida, ¿no? Es decir, es algo que sí me daba yo cuenta mientras revisaba y fraseaba, pero traté de retener sobre todo esa óptica y esa cosmovisión del narrador que es un tipo joven y no como imbuirlo en propias observaciones y sentimientos y sensaciones actuales sobre la muerte.
-Precisamente en estos días tuve la oportunidad de estar en la misa del cineasta Pancho Rodríguez (quien falleció el pasado 14 de noviembre acá en Guadalajara a los cincuenta años de edad), y me sorprende que de pronto en la novela hay un Panchito ahí, ¿no?
-Sí, el buen Pancho Balas. Sí, bueno, claro, Son cosas que uno no puede saber en lo absoluto. Yo a Pancho lo conocí un poco después de haber escrito esta novela, por medio de un amigo en común, de Payó González que compartía con Pancho, y desde luego conmigo, el entusiasmo por la cuestión cinematográfica. Y aunque nunca coincidimos mucho, además yo soy una persona bastante apartada, digamos estoy muy en mi casa, paseo a mis perros, escribo, leo y hace como dos años no bebo, cuando conocí a Pancho, que sí bebía y bastante, pero cuando murió Rigo Mora, que era también amigo en común, muy cercano mío y había sido pues colaborador con Pancho en algunos proyectos, recuerdo que varios terminamos después del funeral en casa de Pancho bebiendo y Pancho era como el más animoso, como el que más decía: «arriba corazones» y estaba tratando ahí de levantar los ánimos que estaban por los suelos.
Digo había pasado una enfermedad muy larga y había sido una muerte como triste, con muchos padecimientos físicos, en mala situación económica y recuerdo bien que Pancho fue como de los más esforzados o el más esforzado en esa suerte de velorio con un montón de chelas, donde vivía entonces, en un departamento allá a la vuelta del Salón del Bosque más o menos, pues por levantar el ánimo, ¿no?, y es algo que yo siempre le tuve como muy en cuenta, siempre me daba mucho gusto verlo, yo hacía un par de semanas que antes de que falleciera me lo topé en la calle y él me decía que estaba muy contento, que estaba como muy feliz, con muchos proyectos, siempre era una persona que la vi como jubilosa y desde luego me entristeció mucho la noticia y digo, me pareció comprensible la decisión de la familia de que no hubiera funeral, es algo que me tocó ver, que pues a él no le atraía particularmente y que trataba de hacérselo incluso más llevadero a los demás, ¿no? En su intento de convertir el funeral en un jolgorio.
Creo que era muy del carácter de Pancho, ese optimismo desatado, desde luego, la gente que lo haya tratado más, podrá hablar mucho más hondamente de él, pero yo en el trato que tuvimos, conmigo siempre fue muy cordial y siempre parecía estar eufórico y enamorado de sus proyectos y expansivo, así con ganas de que todos leyeramos sus guiones, viéramos sus películas y eso desde luego pues lo hacía un sujeto muy agradable.
-Ahora la novela, uno de los temas también es la amistad, Estos momentos vibrantes de la juventud, ¿no? ¿cómo vas tú construyendo, como lo reinterpretas ahora, que ya eres un Antonio Ortuño, como bien dices, mucho más mesurado, una vida mucho más tranquila allí, pues en una reinvención, yo creo, ¿no?, de tu propia literatura tal vez también
Sí, claro, trabajar con esta novela que fue la primera que completé y retomarla, digamos, esas ideas y esa concepción del mundo, esa composición de alguna manera que existe siempre en un texto tan antiguo, claro que te mueve un poco el piso y te confronta con quien eras y con quien querías ser también de alguna manera, porque siempre hay una especie de construcción extraimaginaria en la literatura, ¿no?
El caso de la narrativa me parece que uno siempre construye creciéndose dos o tres pasos para que ese organismo narrativo que estás construyendo no sea sencillamente como una especie de diario personal. Ahí es donde me parece que entra la percepción, la imaginación, esta capa o mano de pintura que le da la literatura a la experiencia. Es decir, siempre que concebí ese texto como un juego de ficción, no trataba de que fuera algo confesional, ni que reflejara mi vida en aquel entonces, ni hace 15 años, cuando lo retorné, ni ahorita. No estoy muy interesado en la parte como confesional de la narrativa, pero a la vez, desde luego, uno pone sus propias ideas y su propia experiencia y su propia memoria en lo que escribe, ¿no?, es decir, que aunque no estés volteando a ver tu vida, ni tengas esta como tentación egotista, tan en boga, de que todo sea el Yo y hablar desde el uno mismo y que cierta gente le parece que solo es válido hablar desde los propios zapatos y que a mí me parece una obsesión bastante estúpida de aplicarse a rajatabla, pues habría que desaparecer el 99% de la literatura que vale la pena, pero para mi idea finalmente pues ahí están y lo notas bien, pues uno de los temas que siempre me ha apasionado es el tema de la amistad, ¿no?, quizá porque me interesan bien poquito las historias familiares y ese como ámbito no es algo que me atraiga particularmente, aunque me parece que son un ingrediente interesante en ciertas historias, pero nunca he escrito una historia de amor, exclusivamente de amor. Creo que hay otro tipo de nexos que me interesa explorar más y uno de ellos es el de la amistad.
Probablemente la novela en la que eso se ha explorado mucho más es en La armada Invencible (Planeta, 2022), la más reciente, absolutamente nueva y eso comparte con El amigo muerto, ¿no?, que gira entorno a esa amistad que a mí me parece más real, que es así como un poco bravía, de gente que también tiene sus problemas, que se critica, que se echa carrilla, que tienen esta relación como ruda pero leal y eso creo que a mí me interesa y que me interesa que muchos de los libros, que para mí han sido capitales en mi concepción literaria, pues tiene que ver con eso. Vamos, desde El Quijote, que es la historia de una amistad, ¿no? Que es la de Quijote y Sancho, La isla del tesoro, Tom Sawyer y Huckleberry Finn. Es decir, hay un montón de modelos literarios de la narrativa de peripecias, de la narrativa de aventura que de alguna manera es un poco junto con la novela negra, los referentes de este libro de El amigo muerto y que tienen que ver con la amistad.
A mí me cuesta mucho incluso como lector, cada vez más quizá, esta narrativa de los lobos solitarios, del que solo vive para sí mismo y que parece estar aislado de todo y ve todo como desde la distancia con una suerte de lejanía y de abismos, de percepción con respecto a los demás. Yo a veces siento que sería divertido mandar a terapia a muchos adultos autores, junto con sus personajes. Yo tengo la impresión de que nadie vive tan aislado como viven los narradores de muchos libros y que tanto egotismo en general suele ir de la mano con la incapacidad de narrar acción física, con la incapacidad de narrar ambientes, de narrar el paso del tiempo y todo se convierte como en discurso.
Una vez que cierta narrativa hizo una especie de Tabla Rasa y decidió que la narrativa tenía que ser poesía y que bastaba el fraseo para justificar la narración, pues se pierde todo lo que la narración aporta y que no está en la poesía, por eso son cosas diferenciadas. A mí me fascina la poesía y busco la poesía en la poesía. No trato de hacer poemas cuando cuando escribo narrativa. Entonces, claro, a mí me interesa el mundo, me interesa la dinámica, me interesa el movimiento, me interesa el paso del tiempo. Yo creo que lo mismo que Tarkovski famosamente dijo, que el cine se trataba de esculpir con la luz, pues yo creo que narrar se trata como de esculpir con el tiempo, de esculpir el tiempo en la narración. Y narrar el paso del tiempo implica que hasta el escenario cambie, cambian las personas, el lenguaje se va desarrollando también y eso es lo que a mí me importa y por eso factores como la amistad, como el trabajo, como las pasiones cotidianas, hasta los hobbies, si lo quieres ver de esa manera, de alguna manera la más invencible es la historia de unos tipos que tienen un hobby, que es el Heavy Metal compartido y eso los acerca y los hace amigos y en El amigo muerto, pues es esta amistad como incuestionable, de gente que se crió junta, que son vecinos, que han sido compañeros toda la vida y que las circunstancias extremas ponen a prueba como es amistad.
Qué tan amigo eres de alguien, que a veces no te queda más remedio que ser amigo, porque si es tu vecino de frente, con el que vas a la escuela, con el que juegas futbol, pues vas a tener una relación quieras o no. ¿Qué tan importante o tan real es esa relación? Bueno, pues la novela de alguna manera es esa puesta a prueba de esos lazos de amistad entre sus personajes. Vamos, hay libros, supongo, buenísimos, escritos desde esos postulados, que a mí no me interesa desarrollar en mi narrativa, no digo que sean buenos y todo lo demás son una mierda, pero que los escriban otros, está muy bien, ¿no? Pero yo quiero explorar estos caminos y desde luego, es satisfactorio sentir que la mayor parte de la gente no lo está haciendo, que van por otro lado. Me parece muy bien, qué bueno que vayan por otro lado, porque pues así hay más cancha de este lado, ¿no?
-Sí, lo que veo es que te interesa es la idea de desacralizar incluso la misma amistad, ¿no? O sea, hay un elemento ahí de la violencia o del lenguaje, digamos, rudo, que es una manera de decir, que la amistad tampoco es perfecta y absoluta, ¿no?
-Claro, yo creo que la idealización siempre oscurece y siempre emborrona las relaciones amorosas, las relaciones de amistad, las propias relaciones familiares. Siempre la idealización convierte las cosas en lo que no son y por lo tanto las falsean. Entonces todo lo que vemos literariamente idealizado, claro, podrá o no ser hermoso, pero para mí la belleza no es la discusión sino la sensación de que aquello es es verosímil, que aquello es verídico. No sé si hay amistades de amigos que todo el tiempo se estén diciendo: «Qué maravilloso eres, pero tú eres genial, pero tú eres perfecto, pero tú eres más perfecto.» Yo tiendo a pensar que eso solo pasa en los Ositos Cariñositos o en Barney, el dinosaurio, y claro, el corazón de las narraciones siempre es el conflicto. Incluso dentro de esta suerte de sociedad o de relación voluntaria que es una amistad de contrato voluntario, de lealtad con otra persona que es la amistad, pues incluso ahí hay tormentas, hay grietas y pues los acontecimientos, insisto, lo ponen a prueba, ¿no?
El amistad es un juego del lealtades, de deslealtades, de reencuentros y desencuentros y me parece que es un escenario sumamente estimulante y que por fortuna y por definición, pues escapa a todos los clichés que van relacionados por un lado a las narraciones familiares siempre azotadas y estos libros de «Ay, mi padre era frío, nunca me dio un abrazo realmente.» Pues cuéntaselo al psicoanalista, ¿no? No, no me llenes páginas con eso. O las historias única y exclusivamente centradas en el amor, que también pasa un poco lo mismo, ¿no? Ambas formas tienen como toda una serie de clichés asociados, porque se han abordado una y otra vez en la literatura y la amistad teniendo una tradición o una serie de tradiciones que me parece que está bastante más libre de clichés.
Solo traté de evitar el Quijote, Sancho, Holmes, Watson, etcétera, El amigo brillante con el amigo torpe, porque los dos son unos pendejos, ¿no? Y eso me parece que es lo que a mí más me divierte de los personajes, que tengan que investigar algo, personas que están infradotadas para investigar cualquier cosa, como estaríamos cualquiera de nosotros. Nadie es investigador. La novela negra de repente tiene esta suerte de convención de que la enfermera, la vecina de al lado, el señor que está ahí leyendo su periódico, en el momento en que se aplican a la investigación son unos halcones y todos son capaces de averiguar y pues mis personajes no son así. Se meten en una serie de broncas, van de callejón sin salida, en callejón sin salida, pero eso no les quita la necesidad de seguir investigando y de tratar de averiguar algo porque involucra pues a un amigo, ¿no? Aunque tuvieran tantas diferencias con él, pues ellos siguen sintiendo esa lealtad.
En El amigo muerto, la idea con Liszt es que en la juventud finalmente casi todas las decisiones están por tomarse, es decir, yo creo que este tema a veces tan manido, de la búsqueda de identidad, en realidad es como, al menos hasta el escenario mexicano, la búsqueda de un camino de supervivencia, ¿no? A veces de supervivencia literal, es decir, Carlitos acabó como acabó y entonces List y Maple siguen vivos, pero también, bueno, cómo ganarse la vida, ¿no? Cómo seguir adelante, si es la escuela, si es el trabajo, si es que… ¿no? Es decir, creo que la búsqueda de List, es cierto, es por encontrar qué pasa con esos mensajes de Carlitos, porque es su amigo muerto que le está mandando mensajes, ¿qué hay detrás de eso? ¿Qué juego es ese y para qué? En algún momento eso se convierte en tratar de entender: ¿qué pasó con Carlitos? ¿Por qué murió? ¿Si hay algo más o qué más hay detrás del incidente específico en el que mataron a su amigo, pero también es una búsqueda pues de todo? ¿De quién es él?, pero sobre todo de ¿cómo va a vivir su vida? Porque todo son oportunidades, pero también, todos son riesgos y pues siempre parece que el saldo no le alcanza a List para las cosas que no quedan listas en la universidad, tiene un trabajo horrible, él mismo tiene serias dudas de ser capaz de llevar adelante una relación con la chica que le gusta, que es la hermana de otro de sus amigos. Creo que eso es algo que va muy aparejado con el hecho de ser joven en México, está uno como a la deriva.
Si de por sí todo joven está en esa suerte de búsqueda, el caso de México es pues casi inevitable, sobre todo me parece que es una novela en la que queda como bastante claro la estratificación de la vida social en México. Es decir, las oportunidades que le sobran a los amigos ricos que tienen su casa, que tienen automóviles, que tuvieron colegiaturas en colegios en donde con pagar pasabas, en contraste con los amigos pobres que pues si no salen en lista, se amolaron, y tienen que encontrar el trabajo, aunque sea el más rabón posible en una papelería ayudando a los niños con la tarea y surtiendo ahí cosas en el mostrador y todo es eso, la búsqueda por sobrevivir. Esa creo que sería un poco como el centro de la percepción y desde donde está narrada la novela.
A ver, es que a veces yo creo que la agudeza la interpretamos como humor, no necesariamente, es decir, no hay hay momentos en los que uno se puede reír así a carcajadas en Las Muertas, quizá dependiendo del talante de cada quien, pero yo creo que sobre todo es un libro muy agudo y que a veces interpretamos la agudeza como hacer gracia y no son lo mismo necesariamente, ¿no? A mí me parece que es sobre todo una novela muy aguda y que puede dar con esos momentos en que se toca la tragedia y el absurdo, que llegan a ser risibles por lo oscuros,
Antonio Ortuño
-Hablando también un poco sobre este tema de la literatura y el cine, tú precisamente en la FIL presentas Las muertas también, ¿no? A mí me me llama mucho la atención cómo de pronto hay cosas que se van como conectando, ¿no? El cine, el tema de la muerte… ¿Cómo ubicas ahorita, digamos, sobre todo, un personaje que también dicen que siempre hablas de Jorge Ibargüengoitia? Que Igual también siempre te preguntamos de él, pero… ¿qué pasa con él en este momento?
Bueno, desde luego que yo siempre he tenido la idea de que Ibargüengoitia es un escritor muy subvalorado en México por la crítica y por la academia, pese a que hay críticos y académicos que me parece que han justipreciado la obra de Ibargüengoitia, pero en México tiene muy buena prensa el melodrama y la solemnidad. Hay muchos críticos, no todos afortunadamente, pero muchos críticos para los cuales cualquier rasgo de humor es inaceptable y rebaja la obra a payasada y también es cierto que tenemos esa idea de que un libro tiene que ser solemne para ser realmente hondo, ¿no?
A mí me pasa, y siempre lo he pasado con Ibargüengoitia lo contrario, yo siento más la presencia real de México en las páginas de Ibargüengoitia, en la visión de Ibargüengoitia en sus novelas, en sus artículos, que en muchos otros escritores, que pueden ser sensacionales también, pero en los que yo veo un México estetizado y que no me da ese sabor de realidad que me da la obra de Ibargüengoitia, que a decir, en ese país y en ese lenguaje en el que yo siento que vivo y veo las cosas a la luz de los Palacios de Ibargüengoitia, como que esa especie de escalofrío del reconocimiento de decir: sí eso pasa, ¿no? Eso que ya Daniel Sada decía que el sabor de la vida en México era de la tragicomedia. Creo que eso lo captó mejor que nadie y quizás antes que nadie, Ibargüengoitia, y después, desde luego, otros autores, el propio Daniel Sada es un ejemplo de ello y otros autores, ¿no? No es privativo, pero sí me parece que Ibargüengoitia abre ese camino.
No, no es el el humor como de ingenio o absurdo o de chistoretes de otros autores que es cierto, a veces hay gente que quiere escribir con humor y los termina siendo como el campeón del humorismo blanco, como le decían al inolvidable Gaspar Enaine, Capulinita. Y me parece que Ibargüengoitia no trata de hacer chistes, sino que tiene una mirada que es provocativa y que es bastante subversiva de la realidad mexicana, porque justamente desacraliza el nacionalismo, en los discursos políticos de construcción de esta nacionalidad trágica y heroica que se nos a querido vender como si todos fuéramos eternamente un Cuauhtémoc de cuadro al que están a punto de quemarle los pies y dice, «¿Acaso estoy yo en un lecho de rosas?» Y claro, entre cierta crítica predomina la idea de que ese melodrama, esa tragedia en el mejor de los casos y pues es la que rifa y la que tiene que representar al arte mexicano y desde luego, ese tipo de mirada, vuelve como algo secundario y periférico en otro como Ibargüengoitia, ¿no?
Realmente quienes han sido los valedores de Ibargüengoitia todo este tiempo son los lectores, porque sigue siendo un escritor que se reedita continuamente, que se lee y que le gusta a los lectores, sin que las opiniones de ningún tipo, ni los que lo rebajan, ni los que lo exaltan, ni los que lo critican, ni nada le importa a los lectores. Sigue siendo muy leído por los lectores, su trabajo se reedita continuamente, las ediciones se acaba y uno nota el entusiasmo a los lectores y cómo para el lector de a pie, el divertirse con un libro y el reconocerse, el reconocer su entorno en el libro, pues es un es un placer literario y bueno, pues quien no lo ve así, pues ni modo, ¿no?
Hay hasta gente empeñada ahora casi en cancelar a Ibargüengoitia, pero afortunadamente pues nadie les hace caso, ¿no? Y de alguna manera el hecho de que triunfara, como ha triunfado la serie de Netflix, que ha estado un montón de tiempo entre las series más vistas de Netflix, que es una plataforma en la que de repente sale una película, es número uno y al día siguiente ya no salen las listas. Bueno, pues esta serie se mantuvo como mes y medio en los primeros lugares, la han visto millones de personas, se vio mucho fuera de México también, según los datos de la propia plataforma y eso desde luego que pues ayuda a demostrar, me parece, esa actualidad que no se pierde, o sea, una historia de los años 60 en México, pues sigue siendo tan actual que la gente se vuelca y le encanta y se reconoce en ello, ¿no? Entonces, bueno, desde luego que yo lo celebro, que me parece un acierto y me parece muy comprensible que tenga esa resonancia, porque pues logró conectarse con la gente, como lo hacen los libros de la Revolución y creo que eso le demuestra esa actualidad que sigue teniendo su obra, ¿no?
-Sería una especie de amigo muerto para ti
-Sí, por supuesto, por supuesto. Lo releí. Yo lo releo bastante, es decir, no soy como un cristiano con la Biblia y me pase todo el tiempo leyendo Ibargüengoitia y no uso sus libros de oráculo. Hay épocas en las que lo releo bastante, épocas largas en las que lo dejo de leer. Siempre he creído que el mejor homenaje a un autor que ha sido como importante para uno como lector y como escritor, pues es, no intentar copiarlo y eso lo tengo bastante presente, yo no trato de que mis libros se parezcan a los libros de Ibargüengoitia.

-Pero le haces preguntas, le haces preguntas a sus libros…
-Mmm, a ver, yo creo que sobre todo Ibargüengoita para mí fue importantísimo como un autor formativo y que ayudó a formar mi idea de qué tipo de literatura quería escribir y con qué herramientas podía contar y que años después, incluso ya con varios libros publicados, también de alguna forma me me afianzó en mi, la idea de buscar por otros lados narrativamente una obra como la de Ibargüengoitia entre otros autores, pero apostarle más al lenguaje como vivo, al lenguaje coloquial cotidiano. En mis primeros libros tenían un lenguaje mucho más libresco y que paulatinamente se fue decantando más, cada vez más, hacia un lenguaje más vivo y más cotidiano, que me parece que uno de los grandes ejemplos de ese uso literario del lenguaje cotidiano en México, pues es justamente la prosa de Ibargüengoitia, ¿no?
Tampoco es mi única influencia, para mí fue tan importante en otro sentido Borges, pero claro, si uno está en la ventanilla de Borges, pues hay una fila de 750 autores con los que además muchas veces uno no siente tener ninguna clase de afinidad. Cada quien tiene su Borges, ¿no? A mí hay muchas cosas que me fascinan y que me interesan de Borges y que no es lo que fascina y le interesa de Borges a otros colegas. Por ejemplo, a mí estas ideas como fantásticas de los relatos, de algunos relatos borgianos, pues me parecen bien y son relatos que disfruto, pero no es lo que más me interesa de Borges, ¿no? A mí me gusta mucho más el Borges ácido, el Borges socarrón, el Borges de estas colaboraciones delirantes con Bioy Casares, de las Crónicas de Gusto Domec, el Borges ensayista, el Borges prosista, del ensayo, de la prosa breve. Me gustan mucho los cuentos, pero no son como lo más importante para mí como autor, lo que más gravitó en mí, ¿no? Y hay otra serie de autores que también han sido muy importantes para mí, por distintas causas, no sé, Boris Vian, Mikhail Bulgakov,
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El momento en que Ortuño empieza a hablar de Borges, un grupo de jóvenes que estaban en ese mismo café, donde lo entrevistaba, caminaron a la calle mientras iban riendo a carcadaja limpia. Entonces Antonio no puede evitar expresar, como si fuera un pensamiento que se le escapa de su cabeza, que esta es «una característica increíblemente musical, el ir gritando en todo momento, haciendo todo el ruido que se puede. Ese es algo sensacional e inevitable», enfatiza el escritor tapatío. «A mí que el ruido me gusta, la música muy ruidosa, pero la oigo con audífonos y el ruido no deseado me molesta muchísimo y que alguien vaya riendo como un loco, de verdad me dan ganas de que le den medicamentos, ¿no? Pero bueno, qué bueno que sea feliz y creo que hay algo impostado en reírse tanto», concluyó su paréntesis, para continuar sobre su gusto por leer a Ibargüengotia.
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-Y claro, termino hablando mucho de Ibargüengoitia porque quizás la gente no está acostumbrada, todo el mundo ahora -o mucha gente-, sobre todo generaciones posteriores a la mía, pues hablan mucho de Bolaño y hablan mucho de otros autores y no son tantos, porque está ese terreno como pantanoso que muchos autores tienen miedo de que los tomen como poco serios si hablan de Ibargüengoitia. En cambio, bueno, si hablas de Rulfo, pues estás hablando en un terreno que es como granito de firme, ¿no? Es decir, la poesía, la exactitud de Rulfo, esta novela prodigiosa que es Pedro Páramos, si tú pones eso como modelo literario, todo el mundo dirá, «Ah, mira, muy bien». Y si dices que Las muertas es una obra maestra de la literatura, no va a faltar el que diga: «¡Hombre, pero cómo, si eso no es un libro, eso es una payasada!» ¿no? Eso también lo abordó mucho Ibargüengoitia en vida, en algunos de sus artículos, en el que pues mostraba como su frustración por esta idea de que, si uno se divierte y la pasa bien con el libro, el libro ya no es serio, ¿no?
Hay gente para la que la literatura es como un diagnóstico de cáncer de colon y tiene que sufrir mientras escribe, tiene que sufrir mientras ve, tiene que sufrir todo el tiempo y tiene que infligir ese sufrimiento también a los lectores y yo no entiendo la literatura de esa manera. O sea, para mí la risa es una de las mejores formas de evitar el mundo y pocos autores como Jorge Ibargüengoitia me parecen más hospitalarios en ese sentido, incluso cuando aborda temas tan truculentos y lo hacen tan bien como en Las muertas, ¿no? Que no es un libro fácil y es un libro en que el humor negro de alguna manera concilia lo inaceptable y lo horrible con lo cotidiano, como pasa en la vida real en México.
Aquí estamos tomándonos un café a kilómetros, seguramente, si es que son kilómetros, de unas fosas y así vivimos, tomando cafecito entre las fosas y haciendo chistes y sobreviviendo de la mejor manera que podemos, y eso no niega una cosa, pero tampoco se puede negar la otra. Es decir, no vivimos en una obra de teatro existencialista de colores solo oscuros, en blanco y en negro y en alto contraste en donde toda la gente esté así. No vivimos en una película de Ismael Rodríguez. No sé quién vive así en México, pero vemos a gente que se va riendo a carcajadas todo el tiempo. Sigue cualquier foro en el que hablen mexicanos, todo el tiempo están haciendo chistes. Es decir, el sabor, insisto, de la vida en México es de la tragicomedia y creo que lo percibió muy bien Ibargüengoitia y por eso me parece importante.
Yo podría hablar de otro montón de autores Me preguntan mucho porque soy el que más se anima a decir: «oiga, sí, sí, es igual de importante que Rulfo, es igual de importante que Paz, es igual de importante que Rosario Castellanos, no es menos que ellos y el que uno se pueda reír, pues para mí es un buen síntoma, ¿no? Digo, ya en el caso de un pelmazo, que también sea incapaz de reírse cuando lee a Ibargüengoitia, qué tiene que que hacer de verdad, pues electrochoques, o algo así, porque pues tiene el alma muerta, ¿no?
-Ahorita que dices del melodrama también Guillermo del Toro retoma mucho esa parte, ¿no?
-Digo, por ejemplo, este Frankenstein es sí la parte melodramática, él es en general creo que un autor que se ha destacado en su cinematografía por irse mucho por el lado emotivo, digamos, del cine. Es decir, es un cine de monstruos que lloran y eso me parece que también pues ha conseguido esa comunicación que él tiene con sus seguidores, ¿no? Hay mucha gente a la que le gusta eso, no asustarse con Frankenstein, sino tener esta especie de sufrimiento así como pobrecito, ¿no? Es una especie de hombre elefante que sufre y dice: «También hay algo humano ahí», pero son eso, son ópticas y algunos tenemos un talante que nos acerca más a una óptica y otros tienen otro talante que los acerca más a otro tipo de registro, ¿no? Yo sinceramente si puedo elegir si algo va a suceder conmigo, mientras estoy leyendo un libro, viendo una película y las posibilidades son reírme o llorar, prefiero reírme. Eso no quiere decir que toda comedia sea Adam Sandler, hay muchas maneras de reírse como hay muchas maneras de llorar. Así yo no creo que haya que rebajar la tragedia, decir: «Eso es mercado de lágrimas», eso es una telenovela, pues no pero son distintas estrategias y distintas maneras de contar las cosas.
Mis propias novelas por los hechos que contienen, pues narrados desde otro punto de vista, pues serían un lloradero, pero a mí no me interesa ese punto de vista. Creo que hay suficiente gente haciendo melodrama en México, casi toda la literatura mexicana es melodramática y se trata de sufrir y sufrir y sufrir y sufrir y sufrir abnegadamente. Es decir, es una literatura que parece que escribió Libertad Lamarque y Marga López y eso puede tener una cierta belleza y hay obras maravillosas escritas en ese registro. Nomás a mí no me interesan como lector y no las quiero escribir, pero yo no me considero como el eje del mundo, ni el juez supremo. A mí no me gustan, yo no las quiero leer y yo no las quiero escribir, pero entiendo perfectamente que tenga lectores y que tenga gente que quiera crear en ese registro. Me parece muy bien, ¿no?

-¿Has leído Las Muertas actualmente?
-Sí, sí, justo antes de ver la serie. Dentro de los libros de Ibargüengoitia, me parece que Las Muertas es el libro que literariamente es más complejo. Salta de puntos de vista, tiene registros de lenguaje muy diferenciado y me parece, en ese sentido, un texto muy estimulante, ¿no? En el que sÍ puede existir algo así como este término como de autosuperación de la zona de confort, sin duda, y bueno, como ahorita se salió con la suya con un libro como Las muertas, ¿no?, porque deslocaliza de alguna manera a ese como narrador en primera persona, picaresco, que suele ser el que lleva adelante los relatos de Ibargüengoitia y este es distinto, es un punto de vista múltiple.
A mí me gusta mucho en un sentido como de construcción narrativa y creo, justamente, además, que es un libro que tiene como el mérito, para mí, de ser uno de los primeros libros centrados en el tema de los feminicidios. Claro, son feminicidios accidentales, por torpeza, pero que ahí está el elemento de cómo el crimen, lo que produce alrededor es toda una serie de complicidades para taparlo, ¿no? Creo que en ese sentido pues es un libro muy adelantado a su tiempo en muchos sentidos. A mí me parece un libro fascinante. Yo creo que fue a lo mejor publicado, unos 18 o 20 años antes de que saliera la película Fargo y anticipa en los mecanismos narrativos de algo como Fargo, Las muertas. Es decir, crimenes por idiotez, la maldad como síntoma de la estupidez humana y esta cruza, digamos, del True Crime, con la comedia del absurdo que es fabulosa. En Fargo, bueno, pues me parece que ese registro dio con esa tecla muchos años antes Ibargüengoitia en Las Muertas.
-Como un un dios humorista, ¿no?
A ver, es que a veces yo creo que la agudeza la interpretamos como humor, no necesariamente, es decir, no hay hay momentos en los que uno se puede reír así a carcajadas en Las Muertas, quizá dependiendo del talante de cada quien, pero yo creo que sobre todo es un libro muy agudo y que a veces interpretamos la agudeza como hacer gracia y no son lo mismo necesariamente, ¿no? A mí me parece que es sobre todo una novela muy aguda y que puede dar con esos momentos en que se toca la tragedia y el absurdo, que llegan a ser risibles por lo oscuros,
Básicamente, no sé, toda la historia, por ejemplo, del pobre personaje de Blanca, que después del aborto, las convulsiones, que le apliquen una friega y la quemen y está a punto de morir, la quieren revivir dándoles sorbitos de Coca-Cola, ¿no? Es horroroso y es risible a la vez por lo horroroso, por darse cuenta de cómo la imbecilidad termina provocando muchos más daños a veces que la maldad. Y cómo siguen todavía haciendo cosas después de muerta y en el momento en que caen en crisis y la quieren desenterrar para sacar los dientes de oro, y cuando lo logran se dan cuenta que ya le sacaron antes los dientes, que ya hubo una primera inhumación clandestina. Es creo fabuloso, no porque se burle de la desgracia, sino porque la revela como corazón imbécil de la de la maldad, que muchas veces tiene la maldad y la maldad cotidiana con la que convivimos, muchas veces está movida por la simple y llana imbecilidad y eso a mí me parece fascinante. Y no es un libro pues de chistes, como la historia que uno lee en Twitter del abuelito de, «Ay, fíjate que le echamos hongos, pero no eran hongos, eran hongos de los que ponen, jajaja». No es un meme y eso es lo que me parece valioso sobre la realidad.
-Muy bien, Antonio, ahorita que te escucho eso, pienso también en tu literatura y esta parte de hablar cosas muy escabrosas, ¿no? Y al mismo tiempo de conectarlas con con la realidad, ¿no? Pero tú crees que tu literatura trascenderá, digamos, se podrá atender mucho mejor el Antonio Ortuño al tiempo…
-Hombre, no sé, ojalá, es decir, yo no me planteo así como que en las mañanas me levanto y diga: «qué pensará de mí la posteridad y para mí, con sobrevivir escribiendo, que es lo que he conseguido desde hace casi 15 años, pues ya es bastante y el poderme dedicar a la escritura como actividad primordial en la vida y que el resto de las actividades estén conectadas también con la escritura, las clases que doy, los talleres que imparto, etcétera, y pues desde luego para mí es una felicidad continua, me dedico a lo que me gusta y a lo que me apasiona. No sé qué es lo que vaya a pensar la posteridad y me gusta pensar que al menos quien me quiera leer en el futuro, pues no lo podrá hacer con el manual de en 2025 se escribía de estos temas, se privaba la literatura del yo y este era un autor que como nació en tal estado de la República y en aquel momento estaba en boga la literatura del noroeste, pues podemos estudiar los autores del noroeste, a mí realmente no me interesa, ni lo geográfico, ni por edad, ni creo en esta cosa por de las generaciones.
Creo que es como los signos del zódiaco, cuando la gente habla, es que los boomers y es que la generación X y la fregada. Nadie me ha podido contestar si hay generación X en Haití, si hay generación X en Belice y toda la gente tenía que pensar así como los gringos que se identifican con ese tipo de sociología de meme también. Es que la realidad, el pensamiento y los discursos de las redes sociales, incluso los que fingen ser como emancipatorios, me da una flojera espantosa, es un lenguaje horrible y francamente, pues pensado para caducar, para ser desechable, incluso cuando tratan de abordar temas serios, pues todo se limita como a consignas, como a frases hechas, como un lenguaje en general horroroso y pues directamente no me interesan ni las consideraciones, ni las concepciones asociadas a las redes sociales y a la civilización digital, ninguna de esas categorías, ni nada de eso me importa en lo absoluto.
Yo escribo lo que escribo porque me divierte, porque me interesa y espero, justo, que pues encuentre a los lectores porque les interese, porque se la pasan bien con los libros incluso pasándosela mal, incluso leyendo sobre temas escabrosos, el libro resulta lo suficientemente sugestivo y envolvente para que se tengan que quedar y para que se lo lean. Yo no quiero necesariamente que la gente encuentre las grandes verdades de la vida. Me acuerdo cuando en pandemia que me invitaron a hacer un aviso, pidiendo a la gente que por favor se lavara las manos y demás. Sí, hombre, yo francamente no me imagino estar mandando esta serie de mensajes, espero que mis lectores sean lo suficientemente sensatos para lavarse las manos solos, ¿no? Si no al rato uno acaba siendo pues el conejito de los dientes que le dice: «Se cepillan para abajo y se cepillan para arriba.» Yo no me veo en esa postura en lo absoluto, no me interesa ser como el heraldo de una fundación, ni de nuevas causas, ni nada, me me importa muy poco ese tipo de consideraciones y ese tipo de público.
Me gustaría pensar, incluso que quien me lee es capaz de salirse también como de esa escala de valores bastante desechable y leerse un libro por el mero disfrute de leerse el libro, ¿no? Yo siempre he leído los libros cuando me interesan, siempre he sido un lector muy desobligado, nunca termino un libro por obligación, salvo cuando tuve que trabajar haciendo reseñas y para mí era horroroso tener que terminar el libro, porque si no, no lo puedo reseñar. Sería completamente anti ético. Si hubiera habido chat GTP, quién sabe si no me hubiera visto tentado a que chat GTP lo reseñara, pero no existía chat GTP y pues tenía que reseñar y entonces pues me los tenía que leer, a lo mejor eso tenía que ver con siempre ser un muy mal lector de novedades, no me interesan las mesas de novedades, voy a las librerías y me paso la mesa de novedades de refilón.
-Pero a lo mejor tú estás ahí…
-Sí, pero no tengo más remedio, ¿no? No me voy a las librerías a ver mis libros, ya los escribí. Busco los libros de otros en las librerías. A mí desde ese lado me gusta que la gente me mande la foto de ya me compré tu libro, etcétera, la comparto. Yo siempre lo celebro y siempre estoy agradecidísimo con los lectores. Entonces, pues para mí es un motivo de alegría que alguien me mande la foto. «Mira, ya compré tu libro y aquí lo tengo con el café». Claro que lo presumo y me enorgullece y le estoy agradecidísimo al lector. Yo no voy a una librería buscando encontrar mis libros, voy a una librería buscando encontrar libros que me interesen y siempre me he pasado largo de la mesa de novedades, ¿no?

Me pondría como de mal humor y como tantos años, bueno, pues recordarás que además de que reseñaba libros en distintos medios, mucho tiempo fui el comentador del libro de la semana en la W y tuve una columna en el Informador que era como sobre novedades del mundo literario durante 8 o 9 años, antes en el suplemento de libros en público, ya sea la mitad, las reseñas. Me pasé casi 20 años de mi vida reseñando novedades. Estoy harto de las novedades y no pienso volver a leer una novedad si puedo evitarlo.
Estoy como completamente desligado de la actualidad literaria, no me importa que es lo que está de moda, no me importa quién da el Nobel, no voy a leer a un autor porque le dieron el Nobel, no le reconozco jurisdicción a la Academia Sueca sobre mi gusto lector, que bueno, que lo hagan y me imagino que es un buen mecanismo de promoción a la literatura, pero sinceramente pues no me no me interesa, o sea, puede suceder que un autor que me agrade le den el Nobel, no suele pasar, pero de repente sucede y tampoco me molestan y siento que me robaron, ni nada por el estilo, sencillamente pues me importa tanto como el Grammy. Tampoco oigo la música porque le den o no el Grammy, ¿no? A mí siempre me maravilla, sobre todo cuando gente de mi edad, ahora que veo gente de mi edad diciendo, «Oigan, el nuevo de Rosalía», y se vuelven locos y digo, «Güey, ¿qué oías hace 15 minutos que no existía Rosalía?» Claro, la respuesta es que siempre han estado oyendo los 40 principales, ¿no? Entonces le parece fabuloso lo que esté de moda. Yo no soy de esa manera, digo, escucho Heavy Metal que es la música menos cool del mundo que todos los intelectuales se persinan y cuando les digo que mi grupo favorito es Black Sabbath, la mayor parte de ellos se persinan y otra parte quieren saltar de un balcón.
Hace poco la feria del libro de Nueva York, la moderadora de la mesa en la que yo estaba que era sobre música y literatura, estaba de verdad consternada de que yo oía Heavy Metal y decía, «Pero eres latinoamericano». Ella es una latinoamericana que vive en Nueva York y decía, «Es que es parte de tu identidad». Digo, «bueno, pues sí, pero yo no vivo en Nueva York». Yo no lo tengo que demostrar a nadie que soy latinoamericano, vivo en Guadalajara. Estoy rodeado de latinoamericanos que no es por definición.
-Es la tierra del Doble P, ¿no?
-Claro, bueno, la peor aún del tequila, el mariachi. Peso Pluma iba al colegio donde iban mis hijos, entonces, pues yo sé que de al menos tiene una parte injertada de fresa de Zapopan, lo cual me hace dudar bastante de que de verdad sea el gangster que dicen que es, pero es que esa música a mí no me interesa directamente, pues para mí es la música que suena en el camión cuando yo iba a la escuela y ahorré para mi primer walkman, con tal de no oír la música que ponían en el quería que mi principal influencia cultural pues fuera el chofer de la ruta 258, ni los vecinos, ¿no? Tuve la enorme fortuna, mi mamá, oía música que a mí no me gustaba, pero mi mamá trabajaba todo el día y no estaba en casa. Entonces, mi mamá era española y pues le gustaba Rafael. Le gustaba mi mamá Rafael, le gustaba Julio Iglesias, le gustaban las zarzuelas. A mí no me gusta nada de eso, pero tampoco me gusta la música de rock en ningún lado. Y estuve oyendo rock por suerte y por fortuna y eso deformó mi cerebro y no quiero oír cosas que yo no elija y la música de camión, la música que te ponen en las tiendas de autoservicio, la música que insisten en que te tiene que entrar por los oídos y que te tiene que gustar y que además te tiene que fascinar y que además tienes que reconocer que Taylor Swift es la mejor artista que ha existido en el mundo desde Leonardo da Vinci, porque vende muchos discos. A mí en realidad eso me da risa y me maravilla y me pasa lo mismo con el autor de moda, ¿no? Puede ser bueno, puede ser malo, no lo sé. A lo mejor lo averiguo en 15 años, termino leyendo el libro que estaba de moda 15 años antes y digo, «Ah, qué buen libro era.» Pero no me molestaría llegar 15 años tarde, sí, voy a cumplir 50. O sea, no voy a descubrir como San Pablo el camino de Damasco y voy a decir, «Ay, es que lo que yo tenía que hacer era imitar a esta joven narradora coreana.» Ya no va a pasar. Entonces, para qué leo novedades, no me importa. Leo muertos y soy muy feliz.
***
Al final de la entrevista le recuerdo a Antonio Ortuño que se cumplirán 42 años, este 27 de noviembre, el cual ya pasó para cuando esté publicada esta entrevista y me recuerda que cuando fueron los 40 años del deceso de Ibargüengoitia, en 2023, le hicieron un homenaje en la feria del libro de Bogotá. «Tú sabes que iba viajando hacia Colombia cuando el accidente había salido de París el vuelo y al despegar de la escala en Madrid fue cuando se estrelló y yo me di cuenta que iba volando hacia donde volaba Ibargüengoitia y que iba hacia Bogotá cuando despegó mi avión, aquí del aeropuerto de Guadalajara. Debo decir que pasé como unos segundos de inquietud y además no me gustan los aviones, les tengo bastante miedo».
Agregó Ortuño que voltió alrededor, recordó que claro, Ibargüengoitia se mató rodedo de personajes notables y en su viaje no reconocía nadie de los otros pasajeros y eso lo tranquilizó. «Si llego a ver, no sé, a Fernando Quirarte o a alguien conocido, digo, ‘Voy a unirme a Ibargüengoitia hoy en la eternidad.». Subrayó a demás: «Yo le le tengo miedo a los aviones, ¿no? No, no, vuelo nunca muy tranquilo, soy incapaz de dormirme en los aviones y claro, era como una inquietud que me daba risa nerviosa ir volando en los 40 años de la muerte de Ibargüengotia, hacia el homenaje y okey, hacia el mismo destino al que él nunca llegó, ¿no? Afortunadamente yo llegué muy bien, pude ir al homenaje y se hizo ahí con el auditorio en la feria del libro en Bogotá, con un librero bogotano muy agradable, que se ha dedicado a coleccionar ediciones de Ibargüengoita y que le sabía muchísimo sobre Ibargüengoita, cosa que me pareció muy bien, incluso me regaló una edición colombiana de uno de sus de sus libros, pues fue muy disfrutable, sí.
Para mí es es, no tengo ningún problema en decir que es uno de los escritores que más me han influenciado y una de las principales influencias, digamos, artísticas en general al nivel de mis directores favoritos de cine, de los grupos de rock que más me han gustado y que he vuelto una y otra vez, pues a ese mismo nivel y al que están Borges, Boris Vian, Bulgakov, Philip Roth o Patricia Highsmith, Rubem Fonseca, como mi altar personal, ahí mismo está Ibargüengoitia para mí, ¿no? y hablaré lo mismo de Rubem Fonseca y de Patricia Highsmith, si me preguntaran por ellos, la gente quiere hablar solo de Bolaño, no sé, de García Márquez, de los infrarealistas, que probablemente ya nadie se acordaría de los infrarrealistas si no los hubiera de alguna manera reenganchado al río del interés literario Bolaño, ¿no?
En Los detectives salvajes que es seguramente el mejor libro de Bolaño y además el que más me gusta a mí, de lejos, ¿no? Creo que es una novela importante, pero pues no es como uno de mis héroes del año sinceramente. Parece que es muy buena esa novela, pero otras novelas de Bolaño pues me pusieron menos, ¿no? Y que bueno que haya gente para que Bolaño sea el oráculo y sea la cifra de la literatura, me parece sensacional y para mí no es. Hay otros autores que no me importan más y bueno, yo no tengo ningún problema en hablar un poquito de lo que sea. De verdad ha sido importante para mí, de verdad creo que tiene la calidad literaria como para que se hable incluso mucho más de lo que se habla, ¿no?, hay gente que ha llenado libros de sus memorias personales como el lector de García Márquez y yo de repente contestar entrevistas sobre Ibargüengoitia o ir a alguna mesa donde se habla de su obra, pues tampoco me parece un exceso, ¿no?
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José Antonio Monterrosas Figueiras es periodista cultural y cronista de cine. Es editor cínico en Los Cínicos. Ha colaborado en diversas revistas de crítica y periodismo cultural. Conduce el programa Cinismo en vivo.







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