DANDYS Y CÍNICOS
Revisteratura, periodismo cultural y crítica de cine picante
Las revistas culturales y sus hacedores, sospecho, que tal como el escritor Naief Yehya, lo relata en su libro Pornografía debe ser: “el deseo del pornógrafo —el literato— [que] puede ser excitar al lector o transgredir las normas sociales, pero las intenciones del creador no nos dicen todo acerca de la obra misma”.
Por José Antonio Monterrosas Figueiras
I. Sobre revistas culturales: “Joder es libertad”

Una de las formas de conocer el mundo es mediante la pornografía y no me refiero sólo aquella que solíamos ver en el recreo de la primaria, por allá de los años ochenta del siglo pasado, sino a cualquier tipo de pornografía que pretenda mínimamente provocar y atrapar nuestra curiosidad de posible lector y hacernos reír —de emoción o de preocupación. Pienso que toda revista cultural debe ser pornógrafa. Uno de mis compañeros, en esos años ochenta “leía”, por ejemplo, las imágenes de una Playboy y todos alrededor de él también, pero sin saber con claridad lo que veíamos, pero ahí estábamos con él. Al tiempo fuimos descubriendo cada uno en su propia soledad esa fascinación —ahí un lector cautivo. Su servidor, además de que nunca fue precoz en eso de los libros, sí tal vez en una que otra historieta, pero en cuestión de revistas siempre hubo una inquietud aparte, sobre todo en las pornógrafas.
Las revistas culturales y sus hacedores, sospecho, que tal como el escritor Naief Yehya, lo relata en su libro Pornografía debe ser: “el deseo del pornógrafo —el literato— [que] puede ser excitar al lector o transgredir las normas sociales, pero las intenciones del creador no nos dicen todo acerca de la obra misma” (p17) y más adelante: “La pornografía era reclamada como patrimonio de los librepensadores, los herejes y los revolucionarios”(p36). Así, los orígenes de la pornografía era presentar “visiones de un mundo al revés, un mundo de sexo ficción casi surrealista en el que los valores eran opuesto a los que imperaban en la realidad”. Las revistas culturales son el espacio donde muchos escritores no sólo se forman sino se transforman —o se deforman y se vuelven gárgolas.
Mientras escribo esto, en mi mesa de trabajo está una revista coordinada por el escritor J.M. Servín titulada: Proyecto Gonzo, Cuaderno Cero. ¡Sexo a la mexicana!, y más historias del país de la eterna crisis, donde se pueden leer frases como la del periodista Marco Lara Klahr : “Estos miembros de las Fuerzas Armadas naufragan luego con sus parejas en hoteles de paso donde el crimen organizado suele filmarlos”, o algunas frases de otros autores que salpican el texto del filósofo Ricardo Donato M. Plata Porno a la mexicana, como la de Arthur Schopenhauer: “El instinto sexual es el más vehemente de todos los anhelos, el deseo de los deseos, la concentración de toda nuestra voluntad”, o “joder es libertad en esencia”, de George Steiner.
Las revistas culturales son revistas pornógrafas pero no sólo basta con las estridencias, requiere a mi parecer de otras elegancias de la literatura mexicana.
II. Sobre la literatura de revistas culturales en tiempos de Internet
El tema me hace recordar el libro del periodista cultural Rogelio Villarreal, El dilema de Bukowski, un libro que compendia textos de diversos temas como el arte, la política y el mismo periodismo. La introducción escrita por Heriberto Yépez expresa lo siguiente: “La televisión ya ganó la guerra. Escribir es, por lo tanto, únicamente cuestión de cómo afrontar la derrota. Ésta es una de las ideas rectoras de esta recopilación de textos de Rogelio Villarreal, uno de los mejores ejemplos de cómo en México un autor forma parte de su obra en la interacción con las revistas y los medios en general”.
Más adelante expresa sobre el editor de la revista Replicante:
“Un autor de revisteratura tiene intereses variables y escribe con una alta conciencia del tipo de lector al que se dirige. El autor de revisteratura podría ser visto con desprecio por los Autores Bibliográficos (tal y como un pintor ve con malos ojos a un diseñador) […] Es impuro”. O tal como le solía decir a un amigo: “Cuando debes hacer karate haces ballet y cuando debes hacer ballet haces karate”.

Las revistas culturales son obras efímeras y colectivas. Octavio Paz lo dijo algunas vez: “Siempre que un grupo de jóvenes escritores se juntan quieren modificar al mundo, quieren llegar al cielo, quieren defender el mundo, y lo único que se les ocurre es fundar una revista” o un blog —si son muy chaquetos.
Más adelante Yépez explica que: “la enorme influencia que las revistas han tenido sobre los escritores ya ha transformado la manera en que debemos devorar los libros”. Luego recomienda Heriberto que ese libro de Villarreal se lea “como se lee un periódico o un magazine”.
Finaliza con la idea de que tanto la televisión, la Internet y las revistas están asesinando al libro, sin embargo, afirma que “por desgracia el Internet no es sólo el reino de las imágenes sino también el triunfo absoluto de las malditas palabras”.
III. Sobre el periodismo cooltural en revistas de papel y en la web
Primero decir que tratar de definir al periodismo cultural es en sí mismo una manera de intentar neutralizarlo, de encasillarlo, de diluirlo, sin embargo para entender qué eso del periodismo cultural es necesario lanzar algunas ideas acerca de dónde se nutre el periodismo de la cultura.
Muchos pensarán que el periodismo cultural es una definición absurda en sí misma, pues el periodismo debe ser “culto”. No es así. El periodismo cultural es diverso y heterogéneo. Me gusta, en ese sentido, la definición que el escritor Gabriel Zaid expresa que “la cultura libre prospera en la animación y dispersión del diálogo y la lectura”, que también “opera en forma artesanal, diversa y [de nuevo] dispersa” porque afirma el escritor regiomontano “la cultura tiene vocación de libertad”. (Dinero para la cultura; Debate, 2013). Así también el periodismo cultural.
El periodismo cultural es diverso y heterogéneo. Me gusta, en ese sentido, la definición que el escritor Gabriel Zaid expresa que “la cultura libre prospera en la animación y dispersión del diálogo y la lectura”, que también “opera en forma artesanal, diversa y [de nuevo] dispersa” porque afirma el escritor regiomontano “la cultura tiene vocación de libertad”. (Dinero para la cultura; Debate, 2013). Así también el periodismo cultural.
En mi camino como periodista enredado en la cultura, no había tenido una claridad en cuanto a qué es lo que yo hacía hasta que me encontré un pequeño libro del mismo Rogelio Villarreal, Periodismo cultural en tiempos de la globalifobia, [Ediciones sin nombre, 2004], Aquí dice él algo que para mí es la definición más interesante al respecto:
“No concibo el periodismo de la cultura si no es animado, a la vez, por un espíritu generoso, tolerante y provocador. La necesidad de compartir y discutir ideas y preferencias literarias, estéticas y filosóficas –o de cualquier otra índole– va de la mano de la crítica, la denuncia y la claridad estilística. Género proteico y expansivo, el periodismo cultural se nutre indistintamente del ensayo literario, de la narrativa y la crónica, de la crítica cinematográfica, de la teoría del arte, de las ciencias sociales y exactas y de las nuevas tecnologías que están provocando cambios inusitados en todo el mundo. No hay tema que escape a la atención y a la disección del periodista cultural. El periodista de la cultura, por tanto, puede ser un improvisado o un erudito; un advenedizo o un ente sensible abierto a las ideas y a las más diversas manifestaciones del espíritu y de la inteligencia. Nada hace más daño al periodismo de la cultura –y a la cultura misma– que la ingenuidad y la desinformación, la parcialidad y la prepotencia. No es suficiente emitir juicios o panegíricos, por lo que la autocrítica debe ser una herramienta de afilación continua.
La práctica y la difusión de la cultura, frente al cáncer de la barbarie generalizada —la guerra, el racismo, los fundamentalismo, la hambruna, el repunte del capitalismo salvaje, la hipocresía religiosa, la corrupción de la empresa y de la burocracia—, ofrecen la posibilidad concreta y cotidiana de humanizar gradualmente el planeta”.

Víctor Roura, por su lado, quien estuvo al frente, durante 25 años, en la nutrida sección cultural del diario El Financiero, en su despedida, el viernes 2 de agosto de 2013, afirmó que “El periodismo cultural, por supuesto absorbe, o debería absorber, todos los géneros posibles de la prensa: ahí están la crónica, pero también el apunte informativo (e informal); la entrevista, pero también la conversación literaria (y los debates); el reportaje, pero también los conocimientos del lenguaje (y su urdimbre); el ensayo, pero también la visión poética. Si no está incorporada la poesía en los trasuntos periodísticos, este oficio está en peligro de caer en los lugares comunes, en las siniestras muletillas , en los goznes de la maquinaria jubiladota de la escritura”.
Agrega más adelante que: “El periodista, el buen periodista, trabaja para sí mismo (tratando de explicarse el mundo, tratando de definirlo, de hurgarlo, de sacudirlo, de exponerlo), porque no se quiere mentir. Y, para ello, su arma son las palabras y las —sus— lecturas, de allí que acotarlas —o cortarlas— puede ser considerado, según el afectado, o un crimen o una bendición”. (El Financiero, viernes 2 de agosto de 2013, p 37).
IV. Perímetros —nostálgicos— de las revistas culturales
En el libro de Pedro Valderrama Villanueva, El perímetro de la hoja. Las revistas literarias de Guadalajara (1991-2000), de Ediciones Arlequín, se lee a José Luis Martínez quien afirma que: “en las revistas existe un material importante para el conocimiento de la historia literaria y cultural de los pueblos, cuya evolución ni puede limitarse al estudio de los libros” […] “[Las revistas literarias o culturales] han desempeñado una función importante en el periodo contemporáneo de nuestras letras. En muy contadas ocasiones los escritores deciden o encuentran oportunidad de recoger en volúmenes sus trabajos” […] “en las revistas hacen nuestros escritores sus primeras armas; allí se forman desde allí parten para más ambiciosas empresas. Los libros pocas veces nos muestran la verdadera evolución de nuestros autores; las revistas literarias [y culturales], en cambio, registran día a día su curiosidad, sus preferencias, las formas de su sensibilidad, su progreso o su decadencia” ( p 12).
V. ¿Por cierto, qué hacía la crítica de cine en una revista de poesía?

Recuerdo que mientras realizaba un dossier para la revista Replicante, solicitado por su editor Rogelio Villarreal, en el que se intentara reflexionar acerca de si: «Otro cine es posible”, conocí al poeta Juan Esmerio quien me invitó a colaborar en la revista de poesía Timonel, tras mis argumentos de por qué en una revista de ese tipo era importante hablar sobre cine.
Esto fue en la ciudad de México durante los días en que se realizaba la Feria Internacional del Libro de Minería, hace un par de años. El escritor originario de Sinaloa, venía acompañando a mi buen amigo y librero Francisco Franco –que nada tiene que ver con ese dictador español. En el Stand del Forca, el Fondo Regional del Nororeste, se encontraba un libro del crítico de cine Ernesto Diezmartínez Guzmán llamado: Vértigo. Veinte años de crítica cinematográfica, editado por el Instituto Sinaloense de Cultura. Para este caso vale la pena agregar que es un recuento de cincuenta películas en cuarenta y dos textos los cuales fueron publicados, en su momento, en alguno de los varios diarios, revistas y suplementos para los que ha escrito Diezmartínez.
Ese libro llamó mi atención porque a Diezmartínez lo había invitado para que participara en ese dossier, vía correo electrónico, pero no había recibido algunas respuesta de él al respecto. Esmerio me preguntó: “¿le van apagar?” Yo dije que no. Entonces olvídalo, no te va a responder. Al final acordamos hacer una breve entrevista sobre el tema. Todo esto sirvió para dos cosas: expresarle a Juan Esmerio el porqué era importante que se hablara de cine en una revista poesía y lo otro, que yo colaboraba en esa revista de poesía, pero que me pagaran por hablar de cine. Así fue como comencé a participar en revista Timonel, en su última página con el título de Ojosdetopo.
No dejaba de parecerme muy atractivo escribir sobre cine, en una revista de poetas, para una ciudad como Culiacán, sobre todo cuando me dicen que Sinaloa no es sólo la tierra de los narcotraficantes sino también de los poetas, porque si algo hay en Sinaloa son poetas. En Sinaloa por cierto, nació una de las críticas de cine más feroces, como lo fue Cube Bonifant en los años veinte del siglo pasado y que muy joven viajó a la Ciudad de México, donde murió casi a los noventa años en su casa de Coyoacán. Ella era mejor conocida como una pequeña marquesa de Sade o Luz Alba.
Dice Viviane Mahieux en su libro «Una pequeña marquesa de Sade, crónicas selectas (1921-1948)», Pérdiga, 2009), que: “Las tempranas crónicas de Bonifant habían insistido a menudo en su poco interés en el cine: le aburrían los manierismo de las actrices italianas, la simpleza de las tramas hollywodenses y más que nada, le exasperaba el efecto que tenía el cine en un público influenciable. Seguramente nunca imaginó que pocos años después se estaría dedicando casi exclusivamente a la crítica de cine”. Así que en Sinaloa no sólo hay buenos poetas y narcotraficantes, sino buen semillero críticas de cine
En el 2011, el poeta metido a crítico de cine, Jorge Ayala Blanco, me dijo que la crítica de cine es un objeto y que tiene que sostenerse sobre sí misma, tiene que ser un reflejo de una obra, de otra obra. “Es una especie de interdependencia, terminas el ciclo biológico, alguien la hace y alguien la deshace. Alguien la monta y alguien la desmonta”. Me explicó además que “la práctica de la crítica de cine tiene que estar dada, precisamente, en función de eso, y a mí siempre me recuerda una idea de Baudelaire que decía que la única crítica válida es una obra de arte reflejándose en otra obra de arte”. No es gratuito además que retome las ideas del poeta Baudelaire, porque Ayala en el fondo, como ya dije, quiso ser poeta pero fracasó en ello y la crítica de cine le permitió ser poeta desmontador de imágenes. Ha dicho además que: “él no es barroco, sino que es mexicano”. Ergo, él es poeta mexicano que hace crítica cine en México.
Lo más importante para Ayala Blanco ha sido “ejercer la crítica de cine como un género literario”. Lo reiteró el 21 de enero del años 2012, durante la presentación de su libro El cine actual, estallidos genéricos [Conaculta Cineteca Nacional, 2012] en la Cineteca Nacional, en la Ciudad de México. Ese día, además cumplió cincuenta años de escribir sobre cine y lo celebró con ese título que forma parte de su colección dedicada al cine extranjero.
En resumen, decir que la crítica —y la crónica— de cine, es importante que se exprese en las revistas de poesía y en las culturales de panochas jugosas y vergas erectas, más que en las revistas especializadas en cine, que sólo leen los mismos aburridos especialista en cine. Pues, ya lo dijo Henry Miller en Sexus que: “Si nos aceptásemos a nosotros mismos tan plenamente, la obra de arte, el entero mundo del arte, de hecho, moriría de desnutrición”.
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José Antonio Monterrosas Figueiras es editor cínico en Los Cínicos, ha colaborado en algunas revistas de crítica cultural.
Buen artículo, inteligente… y por cierto, también tengo el deseo de que “el entero mundo del arte muera de desnutrición”.
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¡Qué muera!
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