CINISMO GARAÑÓN

Crónica del nacimiento de un cineclub (ahora muerto)

Por Mónica Maristain

Hace un año nació un cineclub —ahora extinto— con un homenaje a un director maldito de un cine inclasificable. Mónica Maristain, escritora y periodista, asistió esa apertura el 5 de agosto de 2014. La crónica fue publicada, sin planearlo, dos días después de sucedido, en Sinembargo.mx. Es decir, un año antes del 40 aniversario del comienzo del rodaje —el 7 de agosto de 1975—, de Alucarda, la hija de las tinieblas, de Juan López Moctezuma, según apunta Manolo Durán en la revista Belcebú (julio, 2015).

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Un cineclub que ya murió y que arda en el infierno.

La tarde se ha puesto gris, pesada, en Metepec. Hay una casa pintada de azul en el frente. Un jardín al fondo con árboles altísimos que no consiguen frenar la llovizna pertinaz, el aire en proceso de congelación, un frío impropio en el estío de agosto pero al que ya están acostumbrados los habitantes de este pueblo mágico en el Estado de México.

Los rostros miran al cielo como en señal de ruego para que no se largue el aguacero. En el jardín, mesitas de madera con la marca de una famosa cerveza acuñadas en el frente esperan que el público vaya ocupando su lugar. Como un viejo estandarte de promesas, se yergue una inmensa lona blanca: un cineclub ha nacido.

En “El Cantón, cocina de barrio y cerveza artesanal”, una iniciativa más que gastronómica que se da cita en la calle Vicente Guerrero, su dueño, Ernesto Rangel, va de aquí para allá, haciendo gala de exquisita amabilidad, velando por los presentes y también por los fantasmas del cineasta mexicano de culto Juan López Moctezuma, convocado en la primera función del flamante cineclub.

Juan López Moctezuma.
Juan López Moctezuma.

El Cantón Restaurante es en realidad una “tapadera” para el colectivo cultural, heredero de una experiencia pasada llamada la Casa Nostra, con la que el mencionado Rangel y su socio y tocayo Ernesto Rojo dan cabida a iniciativas como la Radio Cantón y ahora al cineclub impulsado entre otros por el joven periodista y crítico de cine Antonio Monterrosas Figueiras.

Eso sí, lo cultural no quita lo exquisito y desde panes caseros que guardan en su interior una deliciosa sopa de cenizo, hasta albóndigas con un extraño picor dulce, sin dejar de mencionar las cervezas artesanales y la “bienvenida a casa” Stella, la rubia deliciosa que acaba de aterrizar en el mercado mexicano, todo aquí sabe a mucho, a bueno.

Pero, ¿a quién se le ocurre fundar un cineclub en estos tiempos? ¿Apostar por una casa de comida casera donde el café sepa a café y la música de ambiente deje escuchar las voces de los parroquianos?

“Lo del cineclub es importante. Se trata de crear un espacio de cine alternativo, frente a la preeminencia de Cinépolis que tiene muchísimos espectadores en Metepec”, explica “Toño” Monterrosas.

Lo de la comida experimental y diferente es para “que aquí se sientan un poquito, aunque sea sólo un poquito, más felices”, confiesa Ernesto Rangel.

A menudo se hace referencia en México al enorme patrimonio arqueológico, al impresionante tesoro de arte prehispánico, pero pocas veces hay referencias justas a la gran riqueza de cultura popular que guarda en su seno esta nación por momentos inverosímil.

Estos sueños quizás sean los efectos de la garañona, la bebida de hierbas que los pobladores de Metepec presumen como un tesoro valioso. Quizás sean las historias que se cuelan en los rincones de una ciudad que –se queja un vecino- “se ha agringado un poco con tantos McDonald y OXXO a cada paso”.

Alguien habla de un artesano de nombre El Botis, que hace esplendorosos árboles de la vida para pagar el sustento y que en los tiempos libres dirige un grupo punk llamado Orines de cerdo. Otro cuenta su paseo fantástico por la legendaria cantina 2 de abril, fundada en 1932, y que cuenta con un impresionante mural pintado por el Colectivo Siqueiros.

Por allí pasa Luri Molina, el eximio bajista integrante de Paté de Fuá, recién llegado de Europa, con el pelo corto y una playera intensamente verde. El verborrágico y algo exaltado Diego Maroto hace reír a sus compañeros ocasionales de mesa mientras espera el turno de su concierto, allende la medianoche, porque aquí en Metepec, los vertiginosos tiempos defeños se estiran con una morosidad envidiable.

Después de todo, ¿para qué correr? Es tiempo de fantasmas. La noche es larga.

Juan López Moctezuma, nuestro Ed Wood

Diego Maroto y Ulises Guzmán en el homenaje a Juan López Moctezuma.
Diego Maroto y Ulises Guzmán en el homenaje a Juan López Moctezuma. Foto: Enrique Gallegos.

“No ha tenido tanta influencia de lo Pánico. Para mí Juan ha tenido influencia del propio Juan”, aclara con voz firme el experto en cultura popular Carlos Monsiváis. Desde las escenas de la formidable película Alucardos. Retrato de un vampiro, a cargo del talentoso Ulises Guzmán, arden –literalmente arden- las escenas extraídas de los filmes realizados por Juan López Moctezuma.

Nacido en la Ciudad de México en 1929, muerto el 2 de agosto de 1995, fue director y actor de infinidad de películas, locutor de radio, director de Televisa Europa y productor de cabecera de Alejandro Jodorowsky.

Vamos, que fue nuestro Ed Wood sobre todo a causa de películas un tanto infames, un tanto delirantes, un tanto tribales y extremas (ahí está el rostro quemado de uno de los integrantes de la producción de Alucarda para comprobar hasta qué extremos nos referimos) que constituyen un capital infalible para fans irredentos como Manolo y Eduardo.

Son ellos los “lucardos” del documental de Ulises Guzmán los que se ponen en el centro de la película para hacer cine dentro del cine y continuar la estela fantástica de un director que, al decir de Monterrosas Figueiras, “toma cosas de la realidad para hacer historias fantásticas”.

“Lo que hace Guzmán es un proceso inverso, es decir, toma cosas de la ficción para llegar a la realidad y de ese modo resucitar a López Moctezuma”, agrega el colaborador de la revista Replicante.

“El único mérito que tengo es el haber sido fanático de sus películas y por tanto muy entusiasta y en el camino haberme encontrado con mucha gente que colaboró con el proyecto”, cuenta Guzmán.

Se refiere entre otros a Manolo y Eduardo, una pareja absolutamente friki y entrañable que un buen día decide rescatar a Juan López Moctezuma del manicomio donde estaba internado e intentar curarlo con la psicomagia, llevándolo entre otras cosas al Desierto de los Leones, para que reconozca las locaciones donde filmó Alucarda.

Alucarda, la hija de las tinieblas.
Alucarda, la hija de las tinieblas.

A menudo se hace referencia en México al enorme patrimonio arqueológico, al impresionante tesoro de arte prehispánico, pero pocas veces hay referencias justas a la gran riqueza de cultura popular que guarda en su seno esta nación por momentos inverosímil.

El documental de Guzmán, proyectado en una fría noche de Metepec, con la botella de garañona que circulaba en forma comunitaria mientras en la pantalla hasta la nieve ardía —por decirlo de algún modo— y los fantasmas de López Moctezuma pintaban un árbol de la vida imaginario en el cielo, son destellos de ese mar infinito donde nadan a contracorriente las joyas de un tesoro todavía sin descubrir.

Siempre que en un pueblo haya un cineclub, una biblioteca, un taller de cerámica, un trueque de discos, estaremos salvados, porque como bien supo decir el poeta, “el tiempo está a favor de los pequeños, de los desnudos, de los olvidados”.

El Cantón.
Gracias, Juan López Moctezuma. Nos vemos en el infierno.

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*Crónica originalmente publicada, el 7 de agosto de 2014, en el portal Sinembargo.mx con el nombre Los fantasmas de Juan López Moctezuma beben garañona en la fría noche de Metepec.

Mónica Maristain
Foto: Lizbeth Salas.

Mónica Maristain es escritora, editora y periodista en Sinembargo.

@mmaristain