Sobre La Llorona de 1933
Por Francisco Meza
Hurgando en el infinito almacén de información que es Internet, espacio donde, por cierto, las películas mexicanas no son escasas, se puede ver la cinta La Llorona, de 1933, dirigida por el mexicano Ramón Peón.
La Llorona, leyenda popular que al mismo tiempo es una pista de aterrizaje a la realidad inmediata en nuestro país, como en el de otras sociedades del continente americano que sufrieron la colonización europea en el siglo XVI, es también una película de 1933 que presenta características universales como la tragedia de Medea de Eurípides.
En ella se observa la imperante necesidad del director, Ramón Peón, en mostrar tres símbolos de los cuales —al menos dos—, pertenecen a la historia de México.
El primero es, el tocar de una campana, acción que encuentra una asociación inmediata con el movimiento independentista de 1810. El segundo, los atributos de la diosa y madre prehispánica Coatlicue. Finalmente, el tercero, la unión representativa de cuatro círculos que dan la impresión de ser un rosetón arquitectónico.

La campana en movimiento y el monolito estático, cumplen con la función de contraplano durante y el progreso simultáneo de los créditos iniciales, musicalizados por el maestro Max Urban.y luego, el supuesto rosetón desde los primeros planos secuencia.
Los símbolos de la campana y la diosa, al momento de la construcción de esta película, también forman parte de la joven nación que pretendía incorporarse, de manera abierta, al proceso de modernización que caracteriza a una buena parte de las sociedades urbanas.
Un dato histórico interesante es que Ramón participó como productor en la primera película sonora mexicana, Santa, de 1932, dirigida por Antonio Moreno.
Este afortunado encuentro circunstancial con La Llorona me recordó su importancia temática en lo que corresponde al proceso de la identidad mexicana —de horror— y sus etapas históricas.
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Francisco Meza, antropólogo y crítico de cine.
