RECONCOMIOS INCORDIOS FÍLMICOS
La erospásmica fruslería del fin del mundo
Por Gervasio Níveo
«Radiantes chupapollas que comparte con este churro, en la erospásmica fruslería del fin del mundo, dos homínidos quieren, tumefacto el miembro, impeler el coito que hidrópico pide el destino de la humanidad», apunta el crítico con agudeza, en este mini-ensayo sobre la última entrega de la franquicia Terminator.
Con el paladar acérrimo proliferan, entre mis adustos molares entresijos al vislumbrar en el ocaso cinematográfico, el vesicante zamacuco que Alan Taylor, entre otros de sus tursígenos bodrios televisivos concomita Sex and the City y un cimacio de cohechos audiovisuales, que aún hoy, en cetrina postura incólume, hacen purgar la tripa apenas o en su defecto, se menciona en un espacio cotarro como éste.
Trapacera la guionista, Laeta Kalogridis, quien con su tara de amasio, Patrick Lussier, subvierten el de por sí subvertido universo creado por James Cameron y Harlan Ellison, en 1984.
Mil veces un supino puntapié en la sinecura que regodearse en esa psicastenia sci fi, dilogía de un mundo que es y no es y vuelve a ser, como una dislalia antonia o una tropicalizada díada que deja el entresijo del guiño, el paladar hendido y cierto, leve, pero real, aroma escatofílico que encanta a los fatuos, que son, al alimón, el ecúmene de las salas cinematográficas.
Entonces, en la erospásmica fruslería del fin del mundo, dos homínidos quieren, tumefacto el miembro, impeler el coito que hidrópico pide el destino de la humanidad. La historia, pues, una vez más, hollada en ares del manido pavor de la destrucción humana.
Injerirse en el lebruno arrepentimiento de la especie, genera el inmarcesible y oneroso sentimiento de perfidia.
Agrofa del destino y su patógeno paladín cíborg, la tal Sara Connor, quien me recuerda, en su celo, a no pocos alcornoques, quien, como dijera Ventura de la Vega: “¡Hombre, Zapata es un alcornoque!”, su nombre y su ripia pluma delatan la sicastenia de una estirpe sicofanta, procaz en su pubescente intimidad y frágil gallardura, que, en el mejor de los casos, se ratifica en la sinecura de su reverter omnímodo.
Sean pues esos onagros y su rebuzno de vieja ambladora, su estandarte para la crítica cinematográfica.
Chupapollas y morbosos, opérculos de testaferros que exportan su nefanda neurastenia en las butacas doradas, según su progenie, de alguna obsoleta cineteca.
Radiantes chupapollas que comparte con este churro, aquella historia del labriego sevillano, que ni en el campo ni en monte pudo. Para mí, son La carabina de Ambrosio.
En fin, Terminator Genesys es el badulaque de una generación parecida.

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Gervasio Níveo, crítico de cine sibilino y cardenchero.