Conferencia dictada por Jerome Williams a estudiantes de la O’Connor High School

Por Jerome Williams

Durante un retiro en la ciudad de Dublín, que duró de 1977 a 1979, Jerome Williams escribió su Opus Magnun Cuando creí que las imágenes tenían sentimientos[1]  También ofreció una charla a los alumnos varones que se graduaron de la G. O’Connor High School, instituto que tuvo entre sus alumnos a eminencias como John Jacob Aubart, Thomson Brandeis y Grace Scott Duff Gordon. [2] A continuación las palabras del maestro, escritas en el otoño de 1978, en una traducción de Adrián G. Camargo.

Apreciables graduados:

En muy poco tiempo, cuando las calladas capas blancas del invierno se hayan retirado, para que los sonidos de la primavera nos llenen los oídos por la mañana y el té deje ese sabor amargo que tiene en el invierno, ustedes habrán terminado una etapa en su vida. Éste fue una de los más duros periodos que he vivido, pero obligatorio para poder continuar el paso por la escalera que nos llevará a nuestros estudios profesionales.

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Tener 16 o 17 años puede ser la peor tragedia del mundo, recuerden que los adultos lo hemos vivido, aunque no lo parezca. Muchos avatares, sorpresas y hoyos encontrarán en su camino. Empero, hay algo que quisiera advertir a ustedes, algo que aún a los mayores nos sorprende, y esto es la volatilidad y vulnerabilidad que tenemos los seres humanos.

Volteen y mírense entre ustedes. Sonrían, porque será la última vez que sean amigos entre ustedes. No volverán a verse como ahora lo hacen. Crecerán y sus compañeros cambiarán cuando sean viejos. Muchos de ustedes dejarán de verse por años, lustros, décadas, y tal vez, algún día se encuentren, en un pub, en una iglesia, en el parque o en una farmacia comprando toallas sanitarias para sus esposas o queridas.

Si llegara a suceder que aquel que fue su mejor amigo los ignora, les ruego, les suplico, que no se sientan sorprendidos y mucho menos entristecidos. Tal vez, ustedes, no han cambiado, pero ellos sí. Habemos personas que somos como árboles, crecemos y nos robustecemos, echamos raíces. Solamente una hacha podrá echarnos abajo. Hay quienes son como palomas, hacen el vuelo, se esconden por la noche, los cagan desde las alturas y algún día, una escopeta, las echa abajo.

Les contaré una anécdota, aunque espero que ustedes no sufran las tristes majaderías que pueden hacer aquéllos que cambian. Me encontré un amigo de la infancia que me había acompañado —y yo a él— en aventuras, desgracias y alegrías. Hubimos compartido tanto o más, que con nuestros propios hermanos de sangre.

Un buen día, después de diez años sin vernos, entramos en la misma panadería. Me ignoró por completo, incluso cuando me acerqué a saludarle, extendiéndole mi mano amablemente… Comenté el amargo incidente con mi tío Liam, quien me dio una bofetada y al mismo tiempo me preguntó: ¿qué no sabes que él es ahora un corredor de bolsa en Paternoster Square? [3] Entendí entonces: mi amigo había cambiado, era una paloma, no era más mi amigo, era uno de los reyes del mundo.

Joyce, amigo entrañable de Jerome.
Joyce, amigo entrañable de Jerome.

No debemos juzgar a los que eran nuestros amigos por haberse convertido en mejores personas, superiores a nosotros. Aceptarlo y saber girar la cabeza cuando uno de estos seres se atreve a levitar cerca de nosotros es, tal vez, nuestra mejor cara ante la evolución natural de las especies. Unos pocos han de sobrevivir y no hay nada que hacer.

Empero, si alguien apreciado por ustedes se vuelve desconocido por una mujer, entonces es posible que no haya esperanza. ¡Tengan cuidado! He visto las mejores mentes de mi generación perder su brillantez por una mujer, y por el contrario, mis ojos han atestiguado, con profunda tristeza, mujeres convertirse en perras y hombres convertirse en bestias. Las he visto escupir baba y les he visto los ojos llenos de furia. También los he visto distanciarse, subirse a un Zeppelin y evitar saludar a los que caminamos, todavía, por la tierra. También he visto estallar a ese Zeppelin, cual espontáneo Hindenburg.

No se extrañen si ha cambiado la mujer que ustedes tanto amaron. Ellas, por naturaleza, jamás serán las mismas. La mujer de dulce voz que ustedes conocieron, que con sus brazos de albatros venía a abrazarlos y sus ojos, de ciruela, los acariciaba con ternura maternal, puede convertirse, al pasar de los años, en una urraca con graznido sepulcral y garras afiladas, que en cualquier momento se enterrarán en vuestro cuello. ¿Por qué? Se preguntarán ustedes. ¿Por qué sucede esto? No lo sé y es mejor que no gasten sus noches y sus días en tratar de comprenderlo. Por años, las he observado y no puedo llegar a ninguna conclusión. Si algún día, una de ellas deja de amarlos, no se extrañen tampoco, mejor sigan adelante.

Foto: Garry Winogrand.
«No se extrañen si ha cambiado la mujer que tanto amaron». Foto: Garry Winogrand.

Les recomiendo que cuando crezcan, si dejan de ser las personas que son ahora, si inevitablemente entre ustedes alguien volara más alto y se vuelven ásperos e inclementes, preferible será que sean ustedes quienes se conviertan en personas sin sentimientos, que sea la humanidad quien sirva a ustedes y no ustedes a la humanidad. Olviden los sentimientos. Los italianos, los españoles o los portugueses los ejercen mejor que nosotros.

Si alguien a quien ustedes amaban, por quien escribían los más hermosos poemas les deja de responder, no lloren, no sientan pena; tiren sus cartas donde los sirvientes echan sus restos de comida. Y si ella decide amar a alguien más, acepten ustedes su destino, sin enojos ni llantos. O bien, invítenla a cenar y pongan cianuro en su comida.

Asegúrense de tener un jardín grande, para poder enterrarla. Procuren no dejar huella y tener una coartada respecto a su desaparición. Pero si la policía, a pesar de vuestra inteligencia, los atrapara, no entristezcan por ir a prisión. Como dijera el poeta John Milton: “es mejor reinar en el infierno que servir en el cielo”.

Muchas gracias.

Traducción de Adrián González-Camargo.

[1] El libro está próximo a traducirse al español por Adrián G. Camargo.

[2] N. d. T.

[3] Centro Financiero de Londres (N. del T.)

Adrián G. Camargo (el primo lejano, muy lejano, de Alejandro G. Iñárritu).

@wordsandreams

Adrián G. Camargo