DANDYS Y CÍNICOS
“Leo, tú eres el renacido”: G. Iñárritu
Por José Antonio Monterrosas Figueiras
Si Birdman de G. Iñárritu es el «Batman decrépito», según el crítico de cine Jorge Ayala Blanco, y Deadpool de Marvel, es el «Chapulín colorado rudo», según el periodista Marco Levario Turcott. Entonces Leonardo DiCaprio además de ser el «Renacido», también podría ser un nuevo mexicano.
«Ebrios callejeros que citan frases manidas de Shakespeare a nivel Chespirito».
—Jorge Ayala Blanco acerca de Birdman de Alejandro G. Iñárritu.

«Leo, tú eres el renacido. Gracias por darle a esta película tu alma, tu arte, tu vida». Estas fueron las palabras que le dedicó el cineasta mexicano Alejandro G. Iñárritu al actor estadounidense Leonardo DiCaprio, en su discurso después de recibir el Oscar en la categoría a Mejor Dirección por su película The Revenant.
Es extraño —y no— ver cómo muchos mexicanos —que viven en México, of course— se sintieron identificados con el triunfo del actor norteamericano, pues DiCaprio había sido uno de esos «grandes perdedores» del Oscar en otras ocasiones. La sensación del ya merito nacional, tal vez provocó que creciera ese deseo de triunfo (muy cantado desde hace tiempo pero que al final podía ser arrebatado). Es un caso muy curioso porque daba la sensación de que DiCaprio era más mexicano que el mismísimo Alejandro González Inaritú.
Lo que entonces parecía una broma de las redes sociales, acerca de que si ganaba DiCaprio el Oscar a Mejor Actor nos vamos al Ángel a celebrar, resultó que era en serio. Así que después de terminada la edición número 88 del Oscar, la noche del domingo 28 de febrero, hubo decenas de personas que se reunieron no sólo en el monumento del Ángel de la independencia que como su nombre lo dice: simboliza la Independencia de nuestro país, sino también en otros espacios públicos importantes de otras ciudades mexicanas como Monterrey o Guadalajara.
Aunque todo esto pareciera una trivialidad, a mí no me lo parece. Me hace ver cuánta cercanía se puede tener con los «gringos», como solemos llamar en México a los vecinos del norte para despreciarlos. Pero nuestra vida cotidiana está impactada por su cercanía. Y eso por supuesto que no nos gusta aceptarlo del todo.
No sé por qué escribir todo esto me hace pensar en Piporro… Será por su canción Chulas fronteras. Dice parte de su letra: «Antes iba al otro lado / escondido de la gente / pues pasaba de mojado. / Ahora tengo mis papeles / ya estoy dentro de la ley / tomo whiskey o la tequila. / Hasta en medio del high way».
Recuerdo que en los ochenta del siglo pasado era muy común odiar en México a los españoles, los llamábamos gachupines. De ese tiempo para acá, parece ser que esto se ha ido diluyendo. Noto que eso de gringos malos contra mexicanos buenos cada vez es menos intenso. Y en eso Birdman y El Renacido, en tiempos del capitalismo artístico —diría el filósofo Gilles Lipovetsky— y sus premios, han servido de algo más allá del mero divertimento de domingo.
«Tengo mucha suerte de estar aquí esta noche», expresó Alejandro G. Iñárritu en el Dolby Theater en la ceremonia 88 del Oscar, «porque sé que muchos otros no han tenido la misma suerte», continúa el cineasta mientras la excelsa melodía de un, paradójicamente, racista pero genio musical llamado Richard Wagner lo corretea. Luego agrega: «a veces pasa que no te escuchan, que solamente ven el color de tu piel, así que qué bueno liberarnos de todos los prejuicios y asegurarnos de una vez por todas que el color de la piel se vuelva tan irrelevante como la longitud del cabello». Remata: «Esto es para mi padre».
Claro que a mayor diálogo entre culturas, las resistencias de unos cuantos son más radicales y duras. Este es el caso del empresario estadounidense Donald Trump que quiere ser presidente de la tierra de los inmigrantes. La semilla del odio racial está ahí y sin duda está despertando. Por eso también me agrada que en estas «aparentes trivialidades de la vida», un mexicano que vive en Los Ángeles, le exprese a un «güerito» —frente decenas de sus compatriotas— que él es el renacido.
«Tengo mucha suerte de estar aquí esta noche», expresó Alejandro G. Iñárritu en el Dolby Theater en la ceremonia 88 del Oscar, «porque sé que muchos otros no han tenido la misma suerte», continúa el cineasta mientras la excelsa melodía de un, paradójicamente, racista pero genio musical llamado Richard Wagner lo corretea. Luego agrega: «a veces pasa que no te escuchan, que solamente ven el color de tu piel, así que qué bueno liberarnos de todos los prejuicios y asegurarnos de una vez por todas que el color de la piel se vuelva tan irrelevante como la longitud del cabello». Remata: «Esto es para mi padre».

Tengo una sensación ambivalente con Alejandro González Iñárritu y no sé cómo explicarla. Espero desarrollarla con más calma en otro momento, pero insisto, si me pidieran elegir entre: Alejandro G. Iñárritu y Donanld Trump, partiendo que el triunfo del cineasta mexicano en Estados Unidos es de cierta manera un granito para que ese loco no llegue a gobernar el país más poderoso del mundo —que tiene un presidente por cierto, no hay que olvidarlo, negro como Will Smith—, me quedo con el primero.
Hace unas semanas, en la discusión sobre The Revenant en el programa de radio de Los Cínicos, el escritor Alonso Guzmán me entregó una hoja donde venía un fragmento de una entrevista que le hizo Andrés Paniagua, al crítico, ensayista y poeta italiano Massimo Rizzante, la cual se publicó hace un mes en Letras Libres. Ahí se lee lo siguiente: «La literatura es una. Los escritores, los artistas, los críticos, siempre han pensado de una manera supranacional. ¿Vas a escribir un poema? Vas a leer a los poetas franceses, mexicanos. Digamos que un crítico va a leer el poema de un poeta mexicano, ¿cómo vamos a ver el valor de ese poema? ¿solo desde las raíces mexicanas? Eso se llama costumbrismo, es una enfermedad del nacionalismo».
Si el Birdman de G. Iñárritu es un «Batman decrépito», según el crítico de cine Jorge Ayala Blanco, y Deadpool de Marvel, es el «Chapulín colorado rudo», según el periodista Marco Levario Turcott. Entonces Leonardo DiCaprio además de ser el «Renacido», también podría ser un nuevo mexicano. Algo de eso lo explica Heriberto Yépez en su libro de cultura pop: La increíble hazaña de ser mexicano (Planeta, 2010).
Se lo dice a Javier Solórzano en una entrevista radiofónica de hace seis años: “El mexicano tiene que darse cuenta que se está construyendo en buena medida como un gringo extraterritorial y eso no es malo ni bueno simplemente algo que el mexicano debe aceptar. En lugar de estarlo negando. Ahora es global pero el mexicano sí tiene un proceso más fuerte que en otras partes, son nuestros vecinos y el norte se está recorriendo hacia el sur. La frontera está en la Ciudad de México hoy. Creo que lo estamos negando». Luego el escritor fronterizo apunta que así como: «es bueno aceptar lo indígena, algo que podemos asimilar es que somos norteamericanos y eso no está ahorita en la mesa de discusión todavía”.

Los premios de Lubezki, Iñárritu y DiCaprio, —y en un año bisiesto—, parece que abonan, no sólo en el discurso sino en las acciones «tribales», hacia esa discusión. Digo esto no sólo por su triunfo lacerante que vimos en The Revenant, sino por aquello de que varios mexicanos gritaron eufóricamente en el Ángel de la Independencia: «Leo, hermano, ya eres mexicano».
Ahora estoy pensando que nuestro costumbrismo ha llegado muy pero muy lejos. Ajúa! ©
José Antonio Monterrosas Figueiras, editor cínico en Los Cínicos y periodista re-picante en Replicante.
