CINISMO
La imposibilidad de conectarse emocionalmente con el espectador
Por un afán de alejarse del relato fílmico tradicional, el cine mexicano de vanguardia, —por lo menos el presentado en el FICUNAM 2016—, además de provocar cierta pesadez y, a veces, una sensación de agobio, también genera una imposibilidad de conexión emocional con el espectador. Eso le preocupa al autor de este texto tras haber revisado la decena de obras que conformaron la sección Ahora México.
Por Sergio Raúl López #FICUFAN
Tras revisar la decena de obras que conforman la sección Ahora México de la sexta edición del Festival Internacional de Cine UNAM [1], y más allá de mis consideraciones de índole tanto estéticas como ideológicas y de gramática cinematográfica, quiero mencionar algunas líneas que reúnen o que permiten agrupar racimos de propuestas audiovisuales en torno a ellas.
La duración: ¿una falta de aliento para relatos más complejos?

Creo que los títulos que integran la sección muy bien podrían dividirse entre aquellos que aspiran a ser considerados largometrajes en forma y que, por tanto, rondan o superan el estándar industrial de los 90 minutos, lo que les permitirá, si tal es el caso, ser programados en la cartelera comercial: Pozoamargo (99’), Las letras (77’), Los herederos (75’), Somos lengua (80’), Mientras se busca al diablo (84’) y Parque Lenin (75’).
El segundo grupo de trabajos, simplemente no alcanza la hora de duración. Es más, pareciera existir la voluntad de sus directores en no rebasar tal barrera y ocupar cincuenta y pocos minutos, lo que les vuelve mediometrajes en la usanza ortodoxa, un limbo, pues actualmente es mucho más sencillo programar largometrajes o cortometrajes y no los relatos intermedios. Es el caso de Placa madre (54’), Ícaros (53’), Casi paraíso (56’) y Minotauro (53’). ¿Se trata de una duración más llevadera con el audiovisual digital de autor? ¿Habrá una falta de aliento para relatos más complejos?
Del otro lado encuentro una cierta voluntad por hallar relatos novedosos dentro del cine contemplativo, que sigue erigiéndose como una opción no sólo estética sino económica y, sobre todo, altamente recompensada en festivales.
Borrosa forma documental
Otra línea que puede agrupar a estos filmes concursantes se refiere a una borrosa forma documental que impulsa su registro y/o elaboración. El caso más claro es Las letras (México, 2015), de Pablo Chavarría Gutiérrez; inspirada en el preso político chiapaneco Alberto Patishtán que, sin embargo, deviene en un libre ejercicio de creación de imágenes, a veces inconexas de tan metafóricas y del que sólo pocos elementos nos reconectan con la narrativa sobre este caso de la injusticia gubernamental.
Pero algo similar ocurre con Ícaros (Costa Rica-México, 2015), de Pedro González-Rubio, cuyo catalán desertor, devenido en hippie-nudista costarricense, afecto al chamanismo y a la contemplación, no revela ni interioriza al personaje —pese a que se la pasa meditando y viajando psicodélicamente—, sino que apenas lo refleja porque está ahí, frente a la lente.
Placa madre (México-Bolivia, 2016), de Bruno Varela, acaba por ser una sucesión de imágenes enfebrecidas sobre un sitio enigmático de Bolivia, pero que se aleja de todo intento por documentar el lugar para rondar la instalación y el videoarte más caprichoso que informativo, propio de galerías.
Casi paraíso (México-Alemania, 2016), de Pablo Narezo, emplea viejas cintas de cine casero para que el director intente explicarse a sí mismo, mediante el acercamiento a su familia y sus ascendientes, de manera bastante accidentada y con muchos saltos y elipsis.
Parque Lenin (México-Francia, 2015) Itziar Leemans y Carlos Mignon, documenta la vida de hermanos cubanos dedicados al arte y que han sido separados, pero también con un relato no lineal y muchas escenas que sólo ambientan pero no cuentan.
Finalmente, el found footage de Mientras se busca al diablo (México-Paises Bajos, 2016), de Danniel Danniel, Diego Gutiérrez en colaboración con Kees Hin, alcanza el extremo de renunciar a ordenar o calificar las cien horas de material, dejado por dos hermanos holandeses, para recurrir al azar y al accidente, no para hallar fragmentos y decidir su duración o la velocidad y el sentido en que se reproducen.
¿Relatos novedosos?
Del otro lado encuentro una cierta voluntad por hallar relatos novedosos dentro del cine contemplativo, que sigue erigiéndose como una opción no sólo estética sino económica y, sobre todo, altamente recompensada en festivales, pues la misteriosa narcolepsia de los personajes de Minotauro (México-Canadá, 2015), de Nicolás Pereda, no es tan lejana de la forma callada, de violencia contenida, para expiar una culpa en de Pozoamargo, que contiene un relato más contundente y dramático.
Y el relato más ortodoxo —en el sentido formal—, que es el documental Somos lengua (México-República Dominicana, 2016) de Kyzza Terrazas, sobre raperos y MC’s de distintos sitios de México y Dominicana, con cabezas parlantes y números musicales, logra tener momentos de absoluto sello contemporáneo en sus imágenes.
Mientras Los herederos (México, 2015), de Jorge Hernández Aldana, abreva del cine ficcionado mexicano que busca denunciar ciertas injusticias en la parte burguesa de la sociedad, con cierta debilidad, en una historia que conecta mucho con la Después de Lucía que destapó a Michel Franco a la palestra internacional. Esta vez productor del largometraje.
El uso de la luz natural muy recurrente, del habla de otros idiomas que no sean el español o que tengan variantes dialectales absolutamente inconfundibles, que carezcan —excepto por uno, Casi paraíso— de voz en off y que incorporen sonoridades electrónicas o de la música jazz o de concierto para provocar atmósferas lejos de la cotidianidad que retratan, también son elementos a tomar en cuenta en esta selección.
La imposibilidad de conectarse emocionalmente con el espectador

Algo que me preocupa, igualmente, es que este afán por alejarse del relato fílmico y de la gramática cinematográfica tradicionales que provoca, muy frecuentemente, experimentaciones que no conducen a verdaderos hallazgos que influyan en la producción de imágenes o de sonidos a otros realizadores, sino que, por el contrario, provocan una cierta pesadez y, a veces, una sensación de agobio, de imposibilidad de conectarse emocionalmente con el espectador, más que a un nivel superficial y anti-efectista, con situaciones imposibles o ilógicas, por el afán de renunciar a lo dramático. El ejemplo más claro es Minotauro, que prefiere dormir a su trío de actores antes que ellos logren hacerlo con la audiencia.©
[1] En los días pasados me tocó revisar los diez trabajos audiovisuales que conformaron la sección Ahora México del sexto Festival Internacional de Cine UNAM (FICUNAM), al formar parte del jurado del premio Guerreros de la Prensa invitado por el periodista Juan Manuel Badillo y organizado por la Red Mexicana de Periodistas Cinematográficos, al lado de Omar Cabrera, Arturo Flores, Cesar Huerta, Julio Yahir Lopez Peralta, Amelia Rojas, Mario Székely y Columba Vértiz.
Fue un honor inaugurar este premio otorgado por los periodistas acreditados por vez primera en el festival universitario, por lo que decidí exponer, junto con el correspondiente dictamen con el que a mi juicio era el ganador junto con dos menciones honoríficas, algunas reflexiones.
Sergio Raúl López, periodista cultural y subdirector de la revista Cine Toma.
