CINISMO LGBTTT…
Ustedes los coquetones
Chulos y coquetones «es una muestra de cómo se puede informar con lenguaje ligero, humor cautivante e ironía certera», advierte el autor de estas líneas. Un libro de Antonio Bertrán en el que recupera doce historias de vida que representan las diferentes realidades «que vivimos los gays en México y el proceso histórico que ha vivido la comunidad para defenderse ante el rechazo constante».
Por Rubén Gil
Para mí, decirle abiertamente a mi madre que soy homosexual fue como pedirle que me pasara el salero. Estábamos los dos, sentados a la mesa, comiendo uno frente al otro. En ese momento yo tenía novio y cada que podía, durante nuestras pláticas, le insinuaba la importancia de esta persona para mí. Le daba pequeñas pistas: saldré con Fulano al cine, mira el regalo que me trajo Fulano de su último viaje, hoy me quedaré a dormir con Fulano, no hay persona más apuesta en la Tierra que Fulano; pistas muy bien veladas, poco evidentes. Así que ese día, mientras comíamos, ella ya sabía que había una pequeña probabilidad de que su niño fuera homosexual. Sin embargo, quiso despejar todas sus dudas y me lo preguntó así, sin reparo: “¿Eres gay, hijo?” En ese momento se me fue chueco la comida, y sin mirarla a la cara le dije que sí. Mi madre me dijo que ella me apoyaba y que sólo me pedía que me cuidara. Le agradezco infinitamente a mi madre que, en ese momento, tan importante para mí, me haya hecho sentir querido.
Mientras fueron pasando los años, yo comencé a frecuentar más homosexuales. Al platicar con ellos me daba cuenta que, si bien algunos habían tenido una historia grata como la mía, existían otros casos de salidas del clóset menos afortunadas, como la de un chico que se tuvo que mudar a la Ciudad de México, donde trabajó como cajero en una tienda de autoservicio por un año, hasta que sus padres habían decidido perdonarle sus pecados y recibirlo de nuevo en casa. Otros ni siquiera eso, simplemente sus familiares habían perdido todo tipo de contacto con ellos por su orientación sexual. Distanciarse era más llevadero que aceptar que sus hijos no eran heterosexuales. Esa indiferencia ante el lazo afectivo que para mí era connatural entre padres e hijos, hizo que me interesara en conocer más sobre las anécdotas de vida de aquellos que eran homosexuales como yo.
Así me acerqué a asociaciones civiles, activistas, investigadores y periodistas que se habían dado a la tarea de registrar la historia de la homosexualidad en México. Fue por pláticas que mantuve con ellos que me volví más consciente del proceso que ha pasado la sociedad en nuestro país para aceptar a los homosexuales como parte de su comunidad, sin rechazo ni discriminación ni prejuicios. Esos primeros contactos con la comunidad me hicieron consciente de que el panorama era más complejo que sólo salir del clóset: crímenes de odio, falta de atención a la población con VIH/SIDA por parte del sistema de salud, desventajas laborales, represión de la libertad de expresión, violación en general a los derechos humanos e incluso discriminación en la misma Constitución Política hacia la población LGBTTTI.
Motivado por más dudas, seguí consultando autores contemporáneos que trataran temas en relación con la diversidad sexual en el México contemporáneo. Así llegué a Antonio Bertrán y su trabajo que se publica en la sección Nosotros los jotos del periódico Metro. Me pareció, con las primeras lecturas, que era un periodista provocador, no sólo por acompañar algunos de sus artículos con fotos explícitas de caballeros, sino por atreverse a publicar sobre la sexualidad libre desde ángulos políticos, culturales, artísticos, sociales, afectivos y demás. Esto, pese a que se trate de contenidos inteligentes y con un humor que permite sean accesibles, resulta escandaloso para un sector de la población conservador y cegado por prejuicios. Para mí, por el contrario, fue cautivante. Por eso, al enterarme de que había publicado Chulos y coquetones. Conversaciones con protagonistas del mundo gay, me pareció que se trataría un libro que no podía dejar pasar sin leer.
Chulos y coquetones es una muestra de cómo se puede informar con lenguaje ligero, humor cautivante e ironía certera, cualidades que me engancharon a su trabajo periodístico. Sin embargo, lo que más me atrajo es que este libro justamente recuperara doce historias de vida que representan eso que quería conocer, que me hizo eco al caer en cuenta de las diferentes realidades que vivimos los gays en México y el proceso histórico que ha vivido la comunidad para defenderse ante el rechazo constante. Doce personas que, desde el activismo, las artes, la educación, las industrias de la moda y el espectáculo, la medicina e incluso la vida social han logrado aportar para que otros podamos reafirmar nuestra sexualidad sin miedo ni vergüenza, y por lo contrario, con apoyo de nuestros seres queridos.
Entre los perfiles que entrevista Bertrán, uno de los que más significó para mí fue el de Xabier Lizarraga, antropólogo que se ha dedicado a estudiar la sexualidad humana. Me sorprendió enterarme que conserva la primera bandera del arcoíris que alguna vez marchó sobre tierra mexicana, la cual trajo de San Francisco y ondeó aquí un día de 1979. Algo que me hizo admirar a este personaje también, fue el hecho de que realizara reuniones semanales para discutir temáticas mariconas en el emblemático bar de El Taller, el cual tuvo una sucursal aquí en Guadalajara, a cargo de Pedro Preciado y Arturo Leal, dos de los más grandes activistas que ha tenido Jalisco en favor de los derechos de los homosexuales.
Esta actividad la comenzó a hacer Lizarraga con la intención de que todos esos antreros frívolos se enteraran de los temas que se trataban en conferencias y congresos, acción que en lo personal me parecería incluso necesaria en los clubes gay actualmente. La voz de Lizarraga hizo eco en mi lectura, gracias a afirmaciones como: «el clóset es utilísimo para la ropa, pero no para la vida. En sociedades como la nuestra, en la que no hay amenaza de muerte para los gays por parte del Estado, seguir en el clóset es avalar la homofobia, es apuntalarla y lo que tenemos que hacer es acabar con ella, empezando por la introyectada». Quién iba a decir ―pensé al leerla― que aquel día, sentado frente a mi madre, diciéndole abiertamente que era homosexual, ya estaba haciendo un acto político y de solidaridad con mis similares.
Además de los perfiles, algo que me pareció atractivo fue el título que escogió Bertrán, esa frase de chulos y coquetones, que es tomada del gravado que realizó José Guadalupe Posada para acompañar la cobertura periodística del evento conocido como El baile de los 41 o de los 41 maricones, que se realizó a principios del siglo pasado, y en el que 41 caballeros bien colocados en la sociedad porfiriana celebraron juntos una velada, algunos vestidos con trajes de gala y otros con vestidos largos, maquillados e incluso portando senos falsos.
Otro perfil que destaco en mi lectura es con el que Bertrán abre su libro. Antonio Marquet es un académico que cobra importancia no sólo por sus investigaciones en torno a la llamada Queer Nation, sino también por esa característica pasión con la que inmortaliza en su memoria dos fechas: 21 de diciembre de 2009 y 14 de marzo de 2010. Éstas marcan el periodo de aprobación en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal de la “Ley Razú”, como nombra a la enmienda realizada al artículo 146 del Código Civil de la Ciudad de México para permitir el matrimonio entre homosexuales. Para Marquet, la “Ley Razú” no sólo marca un momento histórico, sino también significa la reivindicación de su círculo pequeño de amigos de la secundaria con los que se escondía para jugar a los maridos, rechazados por sus demás compañeros por el hecho de ser homosexuales. También la ley resulta un paso en tema de derechos humanos, que dedica a esos amigos de preparatoria que perdieron la vida durante la epidemia de SIDA que se vivió en los 80 y que no llegaron a experimentar lo que significa amar abiertamente.
Además de los perfiles, algo que me pareció atractivo fue el título que escogió Bertrán, esa frase de chulos y coquetones, que es tomada del gravado que realizó José Guadalupe Posada para acompañar la cobertura periodística del evento conocido como El baile de los 41 o de los 41 maricones, que se realizó a principios del siglo pasado, y en el que 41 caballeros bien colocados en la sociedad porfiriana celebraron juntos una velada, algunos vestidos con trajes de gala y otros con vestidos largos, maquillados e incluso portando senos falsos. Posada ilustra una escena del baile y bajo la imagen que apareció en un periódico de 1901 se lee: “Aquí están los maricones, muy chulos y coquetones”, seguida por una descripción en verso del suceso. La sociedad mexicana de la época tomó ese acto como máxima muestra de falta a la moral e hizo del número 41 un estigma. Tras una redada en el evento, los involucrados tuvieron que pagar sus actos formando parte de los batallones del ejército o con trabajos forzados, por actuar de manera indebida.
Bertrán se apropia, con su libro, de la caricaturización del homosexual que surgió tras este baile. Quizá en ese sentido cobran peso los perfiles de Coral Bonelli y La Supermana, heroína personificada por Daniel Vives, quien se autodefine como “un plan travesti, un plan hombre-mujer, porque soy un hombre que no va a ser nunca un hombre, y una mujer que nunca va a ser una mujer”. Si bien durante el porfiriato, que un hombre se vistiese de mujer era causa para ser juzgado por las autoridades, ahora contamos con casos como Vives, que se pasea por la Ciudad de México en tacones y pantalón, jugando con la ambigüedad de la identidad de género, mientras come sin temor una hamburguesa en la calle sin ser violentado.
A los casos de personas que con su vida aportaron a la visibilidad de la diversidad sexual se suma Coral Bonelli, mujer trans que se hizo famosa durante la infancia como Pinolito, un niño actor que apareció en cintas como Caridad, de Jorge Fons y El hijo de los pobres, de Rubén Galindo. Cuando cumplió 32 años, este actor y bailarín tomó la decisión de vivir como mujer, lo cual a su vez provocaría que se tuviera que enfrentar con la especulación y los rumores de vecinos, familia y sociedad en general. Coral ejerce la prostitución y comparte con su entrevistador aspectos de su vida profesional, así como la importancia de su madre durante el proceso de comprenderse y ser comprendida por los demás.
Las páginas de Chulos y coquetones se completan con las entrevistas a Horacio Franco, flautista que ha ofrecido recitales por todo el mundo usando sus atuendos característicos, muy sensuales; Jorge Saavedra, quien dio un gran paso al ser un médico que declaró abiertamente ser VIH positivo durante un programa transmitido en un canal abierto de televisión nacional; José Rivera, coreógrafo y bailarín que ha sobresalido por idear piezas que traten problemáticas gay a través del lenguaje corporal; Juan Jacobo Hernández, activista histórico que comenzó con los primeros movimientos a favor de los derechos de la comunidad LGBTTTI; Luis Perelman, sexólogo que fundó un grupo de judíos gays en México; Reynaldo Velázquez, artista plástico que constantemente recurre a desnudos masculinos y temáticas homosexuales en su obra; Macario Jiménez y Fernando Raphael, primer pareja homosexual en aparecer en la portada de una revista de sociales en el país, y Nahum B. Zenil y Gerardo Vilchis, quienes desde 1978 viven en pareja y se suman a este libro compartiendo su longeva felicidad materializada en el hogar que habitan.

Tener la posibilidad de conocer a estos doce personajes a través del trabajo periodístico de Antonio Bertrán, me hizo caer en cuenta de la necesidad que tenemos actualmente como sociedad de conocer más sobre la historia del mundo gay en México, principalmente porque estamos viviendo un momento muy significativo para la comunidad. Por un lado, el presidente de México realizó la propuesta de llevar a cabo una reforma constitucional al artículo cuarto para asegurar el matrimonio sin discriminación entre mayores de edad, así como de reformar el Código Civil Federal sobre el mismo tema y para reconocer la identidad de género de la población trans en documentos legales como actas de nacimiento y pasaportes, e incluso se propuso la adopción entre parejas homoparentales a nivel nacional. No obstante, al mismo tiempo, nos encontramos con que en ciudades como Xalapa, donde fui criado, se suscitan crímenes de odio en un club de ambiente. Aunque no quedó claro si fue por eso o por tráfico de drogas. Lo cierto es que Veracruz está en los primeros cinco lugares en México de odio gay.
Cuando me enteré en las noticias del brutal atentado en La Madame no pude sino más que recordar una noche en la que caminaba con mis amigos de la preparatoria por una calle del centro. En la acera de enfrente caminaba un chavito más chico que nosotros, solo. Eran cerca de las 10 de la noche, cuando bajó por la misma calle un auto del que salió volando una botella directamente a la cabeza del chavo, seguido de un: “¡pinche joto!” y risas burlonas. Él se quedó recargado de una pared, aturdido por el golpe. Nosotros nos acercamos para preguntarle si estaba bien, pero nos respondió con otra pregunta: ¿Hay mucha sangre?, señalándose la frente. Durante todo ese momento él no nos quiso ver a la cara, supongo que porque estaba avergonzado. Imagino que, avergonzado, por el golpe, avergonzado por ser homosexual, avergonzado por no saber cómo reaccionar ante la humillación por la que había pasado. Finalmente nos dio las gracias y continuó caminando. Nunca supe qué pasó con él.
Son dos historias aisladas, el botellazo al chavo y el asesinato de inocentes en el antro, pero sólo pude en ese momento caer en cuenta de cómo la violencia hacia los homosexuales ha estado constante durante tanto tiempo. Yo la he vivido, ese chico lo ha vivido, Xalapa lo ha vivido, Orlando lo ha vivido recientemente y el mundo en general está lleno de homofobia infundada. En ese sentido pude sentir empatía con las historias que Bertrán registra en Chulos y coquetones, pues sus protagonistas también vivieron ese miedo, vieron cómo el amor de su vida moría en manos del SIDA sin poder hacer nada para ayudarle a hacer de la enfermedad un proceso más llevadero, vieron a sus padres darles las espaldas por ser homosexuales, incluso decidieron escapar del país con la esperanza de encontrar un lugar donde pudieran sentirse libres. Ellos y nosotros hemos vivido con miedo. Leer este libro nos permite entender un poco más de ese proceso por el que todos hemos pasado para intentar vivir felices y amar libremente, sin miedo.
Hace unos días, mi mamá me estaba ayudando a decidir qué ropa usar durante la primera cita con el chico que me gusta, y no podía creer que años atrás había tenido miedo de decirle quién soy. En varios momentos, mientras leía Chulos y coquetones, me encontré con que los entrevistados también fueron conscientes de ese momento en el que se dio un cambio en sus vidas, y dejaron de vivir con temor, para celebrar quiénes son en compañía de quienes los aman, dar ejemplo de lucha y atreverse a decir en voz alta el nombre de su amor. Por ello no me queda más que agradecer a Antonio Bertrán por tan noble ejercicio periodístico, informativo, inteligente y humorístico, que nos permite llegar a la reflexión de quiénes somos como individuos y como sociedad, de todo el camino que hemos recorrido y el otro tramo que nos queda para ser chulos y coquetones sin miedo a que nos detengan, castiguen o contengan. ©
* Versión de un texto leído en la presentación del libro Chulos y coquetones. Conversaciones con protagonistas del mundo gay, de Antonio Bertrán, el 17 de junio del 2016 en la Casa Museo López Portillo, en Guadalajara, Jalisco.

Rubén Gil fue editor de La Cigarra revista literaria; fue reportero y coordinador de la sección de cultura de Ĺa Jornada Jalisco.