EL DIETARIO DE ALMENDRA

Algo así como un educado y apestoso tipo

A Almendra no le gusta el olor a cebolla que dejan unos tacos al pastor a las tres de la madrugada.  Eso acabó con todas y cada una sus fantasías con ese educado pero apestoso tipo. Aquí su olorosa historia.

Por Almendra

El físico no pudo conmigo, parece que después de 13 años de conocernos en persona, en el trabajo y en el Facebook, resultamos intelectualmente incompatibles. Es guapo, siempre lo fue, pero a sus 41 a mí me hizo falta lo que prometió: una película en casa.

Seré breve. Ni sus fotos de torso desnudo, ni su último tatuaje, ni las pecas de su espalda, ni su último corte de pelo, ni sus manos de músico, ni sus fotos, ni sus sueños, ni sus fantasías con los ángeles de Victorias´Secret, ni su mejor amiga lesbiana, pudieron prenderme las hormonas más allá de una noche.

Claro que el sexting es una herramienta para alimentar la imaginación y levantar la libido de los amantes a distancia, pero eso tampoco fue suficiente para pasar más de una noche. Yo necesito piel, necesito carne, necesito labios y el aliento violento y esas manos que se acerquen a mi cuello para devorarme y susurrar esa canción: “¡quiero desgarrarte!”.

El clima estaba perfecto. Era una tarde de lluvia cuando llegué a su casa. Así lo acordamos. Dejé mi maleta, me prestó las llaves de su departamento y salí con una amiga a tomar un café. Él se fue a trabajar. Nos acompañamos en el camino. Nos despedimos por un rato, teníamos una cita en la noche. Iríamos al bar donde toca y después regresaríamos a su casa.

Dos gatos nos esperaban. Me quité las botas negras, las medias negras y el vestido… negro. Él también se quitó la ropa. Usa boxers de abuelito, no había visto de esos desde que era niña. Y eso fue hace más de tres décadas.

Los boxers que me gustan son ajustados y cortos o a media pierna, pero no como esos que vi, sueltos y con ese par de piernas largas, flacas y blancas. No le vi la espalda, pero sé, por sus fotos, que tiene pecas en el pecho y que le gustan las tangas, a mí no. Prefiero los boxers para chicas, the boy underwear for women, es lo que me gusta. Las tangas no son lo mío y tal vez, tal vez, él esperaba esa noche una imagen mía de mi ropa interior.

Yo llevaba una prenda de encaje rosa, con un corte clásico de mujer. Me quité el bra primero y me puse la batita blanca de algodón. No hice ningún intento por provocarlo porque la verdad, en el fondo, no me apetecía. Fue él quien se acercó, comenzó a acariciarme el cabello, la cabeza, el cuello y así se fue acercando a mi pecho hasta erizar mis vellitos de los brazos. Después del preámbulo y sin decir nada, dejé que me besara. Sí, tenía curiosidad por probar sus besos. Fue suave y hasta tierno. Resultó un caballero. Me acordé de mi profesor de psicología que alguna vez dijo: “ustedes las mujeres lo que verdaderamente quieren es un camionero”.

Me monté en él. Sí, como un jinete, para que esa noche no se le olvidara jamás que yo soy la chica a la que nunca volteó a ver en aquel bar, a la que no vio escribir desde su cubículo de aquel viejo periódico donde trabajamos juntos, a la que no besó cuando estaba borracho en una discoteca que hoy ya no existe. Y en cambio, besó a una gata vulgar.

No, no tan brusco, pero esperaba otra cosa de él. Parece que mis expectativas sobre el rockstar —hoy, un ruckostar— no se vieron del todo cumplidas. Fue un caballero sí, debo admitir que me trató como a una dama; con cuidado, con tiempo y con sutileza pero yo por dentro estaba ardiendo. Y es que minutos antes no me apetecía la seducción, sólo que cuando apagó el celular entendí que era mi momento y no había por qué esperar. Y es que las mujeres necesitamos atención. Es una cosa muy simple: Apaga el celular.

Me monté en él. Sí, como un jinete, para que esa noche no se le olvidara jamás que yo soy la chica a la que nunca volteó a ver en aquel bar, a la que no vio escribir desde su cubículo de aquel viejo periódico donde trabajamos juntos, a la que no besó cuando estaba borracho en una discoteca que hoy ya no existe. Y en cambio, besó a una gata vulgar.

Quise que no se le olvidara, ni mi nombre, ni mi cara, ni mi boca en su ombligo, ni mis manos jalando su pelo, ni mi olor a azúcar de invierno… Y que jamás se olvide que conmigo hasta gritó, él fue el que gimió.

Las cosas cambian, el tiempo pasa, la hormona se alborota, se duerme y ronca. La hormona canta, la hormona salta, la hormona sale a pasear. Sus hormonas y las mías no van para más. Esa noche fue esa y nada más.

Al día siguiente y después del concierto, de una visita a otro bar, para ver tocar y cantar a sus amigos y luego de escuchar a su mejor amiga, hablando sobre el buen ser humano que es y el buen padre que es, tuve suficiente. No habría argumento para continuar con él. Aquellos tacos al pastor a las tres de la mañana acabaron con todas y cada una de mis fantasías. No me gusta el olor a cebolla, ni en tu boca, ni en la mía, pensé. Pero no dije nada.

-Dos al pastor y con cebollita asada, por favor.

-¿Sólo dos?

-Sí, sólo dos ¿o son muy grandes?

-Normales. Dijo el taquero.

-Es que con ella, todo es petit. Y sonrío dulcemente mirándome a los ojos.

-Sí, conmigo todo es petit, you know…

Sus amigos nos llevaron de vuelta al departamento. Ya eran casi las cuatro de la mañana y yo viajaría al día siguiente. No lo besé esa noche y él entendió bien cuando le di la espalda y apreté la almohada.

-Tengo mucho sueño.

Su celular sonó dos veces en la madrugada. Parecía que Darth Vader, tenía cosas importantes que decirle: “Yes, Master”.

Dormimos unas horas. Me di un buen baño. Gocé el agua caliente por más de media hora mientras él dormía. Salí de la regadera, envuelta en su toalla azul. Me vestí y me puse mi ropa interior de encaje negro. Abrió los ojos.

—Gracias por dejarme dormir en tu casa, le dije y me acompañó hasta la puerta, luego me dio un abrazo, un beso y nos despedimos.

-De nada. Fue un placer

-¡Me voy, con mi verano en la piel! ¡Mira! ¡Va a llover otra vez!

En realidad es un buen tipo, es sólo que no me gusta el olor a cebolla a las tres de la mañana. ©

Almendra, “Almendrita” me decían cuando era niña.