LITERATURA CÍNICA

Cuarto coral de Armando Ayala Ochoa

Este viaje está dado con palabras sencillas, sin rebuscamientos, mediante una poesía cotidiana y noble, como acaso sea la poesía de los mejores escribientes, la que se escribe desde las emociones y no desde la academia o la rimbombancia. Se agradece poder leer este mapa de viaje, para que en los siguientes naufragios, los marineros tengan un mástil al que asirse.

Por Rocío Franco López

Se dice con insistencia que en la literatura hay apenas unos cuantos temas de los que escribir, se menciona a los de siempre: la muerte, el amor, la venganza, etcétera, pero en esta pequeña lista debiera insertarse también la ausencia. Ese hueco inenarrable que deja alguien en las sábanas cuando se sabe que no volverá.

Se trata de comenzar ese juego que Julio Cortázar narró con maestría en Rayuela y que todos reconocemos con aquella sencilla frase: “¿Encontraría a la Maga?”, y cuando hablamos de encontrar no nos referimos al sencillo acto de ver frente a frente otro rostro que quizá nos resulte conocido, hablamos de “encontrar” esa mirada, ese brillo en unos ojos que nos dé señales de que esa mirada ya estuvo allí antes, de que es el destello que se ha estado buscando.

De nuevo cito a Cortázar cuando habla de encontrarse como dos puntos brownoideos que en términos químicos son dos partículas que debido al medio en que se alojan es imposible que se toquen o que coincidan en un mismo punto; sin embargo, en los términos del amor estos milagros pueden darse, aunque sea muy pocas veces. Para traducirlo en conceptos geográficos, no hablamos de una antípoda: de aquel que se encuentra en el punto diametralmente opuesto a nosotros, sino de un perieco, es decir, de aquél opuesto que se encuentra en la misma latitud.

Pero los milagros son breves y escasos. La cotidianidad con el peso de todo el concreto de las ciudades, con su sarro y su bióxido de carbono puede macular apenas perceptiblemente los corales que construimos cuando estamos enamorados, y así tan sin aviso puede destruirlos.

De todo este transitar escribe Armando Ayala Ochoa en Cuarto Coral; vaya, en realidad, no. En realidad Cuarto Coral habla desde el recuerdo del milagro, y para ello está compuesto de tres apartados y un remate.

En el primer apartado, titulado “Residual”, Armando vaga por una ciudad y unos espacios que no comprenden el dolor de saber que se ha perdido al otro de manera irrecusable; es decir, sucedió el milagro, uno coincidió con otro en medio de una calle, de una fiesta, de una tienda, por intermediación de la más sencilla coincidencia, y de forma instantánea sucedió la historia. Esa historia que todos, en algún momento, estamos dichosos de protagonizar, pero la historia siempre llega a su fin, y lo que nunca cuenta la literatura es lo que sucede luego de que en la pantalla en letras enormes aparece la frase The End; lo que no dice el narrador es lo que sucede luego del “vivieron felices y comieron perdices”.

Pues bien, en “Residual”, Armando Ayala se da a la tarea de describir qué pasa en el íntimo escenario de la pérdida, qué sucede cuando el otro ya hizo sus maletas y se fue dejando tras de sí un portazo o un mensaje sencillo con un imán sobre la puerta del refri. El milagro se ha terminado y uno tiene que lidiar con los trastos sucios y las telarañas en los rincones; porque el mar se ha ido, uno tiene que aprender a vivir de nuevo, porque el otro ya no está allí para invadirnos con su oleaje.

Sin embargo, a ratos en la trampa milenaria y sencilla de la

gente

te busco

Uno sabe desde el comienzo que las historias de amor siempre tienen fin, pero se le olvida a la luz del sol, ante el sabor de las algas y la sal que invade la cama cuando se comparte.

Porque el tiempo cuando pasa deja intentos fallidos

calendarios inservibles inventarios de humedad.

¿Cuánto tiempo puede pasar entre el primer beso y la despedida? Es algo incalculable. Porque uno podrá tachar todos los días del calendario que sean necesarios, uno podrá hacer cálculos numéricos, pagar las mensualidades del arrendamiento, pero a la par, entre los sonidos de ambulancias que se desgañitan mientras corren desesperadas, hay otro tiempo, otra manera de contar los días que se vuelven azules de tan húmedos, hay otras formas de construir ciudades, hábitat que se convierten en corales de tan delicados y flotantes.

A todos mis minutos en blanco y negro

les digo

que la única cana nueva

inunda mi materia gris

de toneladas de miradas muertas

Y uno no sabe cómo, con la partida del otro se le fueron semanas, meses o años, y millares de instantes que ni siquiera caben en la memoria.

Apenas nace todo revienta

dura nada

Dura nada, pero uno debe recomponerse de cualquier forma, uno debe reinsertarse en el mundo real, alejado de las tinieblas submarinas porque sabe que no hay regreso, que no hay componenda, que no hay modo de resarcir todo lo guardado, lo obviado, lo no dicho; que no hay modo de olvidar lo que se dijo de más, lo que debió haberse tragado, lo que debió ser arrojado por la ventana. Ojalá desde el comienzo uno pudiera hacer el balance, el cálculo que guíe como el mejor sextante hasta buen puerto, pero eso es materia deleznable, inapresable.

¿Cuánto tiempo puede pasar entre el primer beso y la despedida? Es algo incalculable. Porque uno podrá tachar todos los días del calendario que sean necesarios, uno podrá hacer cálculos numéricos, pagar las mensualidades del arrendamiento, pero a la par, entre los sonidos de ambulancias que se desgañitan mientras corren desesperadas, hay otro tiempo, otra manera de contar los días que se vuelven azules de tan húmedos, hay otras formas de construir ciudades, hábitat que se convierten en corales de tan delicados y flotantes.

Cuarto Coral

Así, narrando la supervivencia, Armando llega a la segunda parte del libro, llamada “Pleamar”, porque cuando uno cree que el olvido carcome los cascos del navío, vuelve la tormenta a invadirlo todo. Vuelve el agua con su insistente lluvia a decirnos que no hay escapatoria, perder a alguien que se ha amado es igual a la muerte: uno puede acostumbrarse, saber que vivirá con ello, pero nunca habrá resignación, jamás se dejará el reclamo ante el espejo, uno puede volverse un objeto empolvado.

entonces era yo un globo de helio

el licor arrinconado en el fondo de las botellas

una ostra abierta

una fruta mordida


Uno jamás volverá a ser el mismo una vez que a ha perdido a su compañero de viaje. Se puede encontrar a otros, se puede rediseñar el viaje, el navío, la ruta, pero una pérdida es permanente.

pero te espero

a pesar

de la lluvia

y el reloj

que se lleva

las figuras de papel

de esos dos

que no fuimos

nosotros

Y para reafirmar la pérdida, están las palabras del cantante Joan Manuel Serrat que dice en Lucía: “no hay nada más bello que lo que nunca he tenido, nada más amado que lo que perdí”. Uno está consciente de que el otro es una “isla de coral que ha creado mi mente”. El otro no volverá por la sencilla razón de que no es el mismo, podrá regresar en términos físicos, pero una vez desatado el lazo, no hay nunca el mismo momento, la misma mirada, la misma frase, la sutil conexión como la espuma del mar se deshace entre las manos.

este trance

pasajera

hace eterno

este momento

que dura

el tiempo

que tú permaneces.


Llegamos así a la tercera parte del libro, “Coral”, en ella se retoma ese espacio, esa habitación, ese cuarto coral alejado del mundo y su maledicencia. Ese pequeño espacio en el que siguen habitando los dos ideales, las expectativas de dos que como imposibles puntos brownoideos se tocaron.
Se abordan así todos los códigos, los mensajes, las señales construidas entre dos. Todos los lenguajes que se anudan entre dos lenguas, y que sólo pueden ser entendidos y traducidos por esos dos. No hay intérpretes, no hay diccionarios que descifren lo que se dice, se determina o se hace entre los amantes.
Al final de la historia uno querría volver a recorrer ese mapamundi, a pesar de los tropiezos y los ataques piratas, a pesar de la insolación y la arena dentro de las botas, porque uno sabe que aún en medio de la melancolía, de las lágrimas y luego del escorbuto, el viaje ha dejado sus vestigios.

y que no quede ninguna calle

sin recorrer

ningún recoveco

al menos en el sueño

donde trazábamos mapas

de habitaciones húmedas

de cuartos de corales

Así, como Manuel José Othón hizo su viaje a través del desierto en el Idilio salvaje para concluir “qué horrible disgusto de mí mismo”, Armando Ayala nos lleva de la ciudad al mar y de regreso, para poder habitar en los inciertos corales de nuestras propias historias. Para poder sentir de nuevo la añoranza de aquel o aquella que se fue, para pedir

quién fuera tu compañía los lunes

para malgastar los domingos

y arrojar el tiempo

a las alcantarillas


Al final de este recorrido uno piensa que quizás hubiera podido tener expectativas más sencillas, deseos más livianos, quizá debiera dejar de esperar huracanes que lo arrasen todo con su brutal aliento. Al final quizá sólo se desea llegar al puerto, reconocer la paz del continente, dejar el mareo incansable de las olas

y te digo que si vienes

podemos brillar siempre

después de esperar tanto

apagados


Pero la historia se escribió sin pedir permiso, los hechos son concretos e imposibles de olvidar, no hay retorno. Y si uno es poeta, quizá quede el breve consuelo de dejar testimonio, de escribirlo para rememorarlo, este apartado se llama “Para el final”, para arrojar mensajes a otros en botellas que flotarán de forma insospechada.

Hombre encierra a mujer en un libro

para hojearla todo el día

sin que el tiempo deteriore


Este viaje está dado con palabras sencillas, sin rebuscamientos, mediante una poesía cotidiana y noble, como acaso sea la poesía de los mejores escribientes, la que se escribe desde las emociones y no desde la academia o la rimbombancia. Se agradece poder leer este mapa de viaje, para que en los siguientes naufragios, los marineros tengan un mástil al que asirse. ©

Rocío Franco López.

 Rocío Franco López, además de ser una medusa diabólica, es editora y poeta. Es autora de No sé andar en bicicleta (Diablura Ediciones,2014).