DANDYS Y CÍNICOS
El apestoso cuento del periodista cultural
Era la Navidad del 2012 y traía bajo el brazo El apogeo de la mezquindad, del periodista Víctor Roura —con el que celebró 40 años de periodismo cultural. Esperaba terminarlo antes de que llegara el 2013 para decirle a su autor: «he sobrevivido a tu lectura y a esta tierna y apestosa Navidad”.
Por José Antonio Monterrosas Figueiras

Esta Navidad del fin del mundo, me acompaña un libro donde el periodista cultural Víctor Roura describe sus “vivencias y decires” durante largos y ominosos 40 años en ese oficio: “Son cosas que he mirado, oído, olido, percibido.[…] En este libro hay una palabra que merodea constantemente los cinco capítulos: mezquindad, porque gira en torno de la condición humana”(pag. 11). Ahí por ejemplo, descubro el verbo mexicanear: “que en su colorida acepción puede significar transar, delinquir, despojar, estafar, malversar, escamotear, repiñar o sobornar, según la situación”(pag.19). Una forma muy mexicana, supongo, de ser mezquino. “México corrupto”, una redundancia según Roura en su texto llamado “Cochupo”.
El apogeo de la mezquindad (2012) tuvo su propia experiencia conmigo, cuando Lectorum —la editorial que lo publica—, me lo entregó en Guadalajara durante su Feria Internacional del Libro, que se realiza cada fin de noviembre e inicios de diciembre en esa ciudad. Ahí pasó apenas por los ojos de Humberto Musacchio cuando asistí a la presentación de su bíblico México: 200 años de periodismo cultural (Conaculta, 2012); de Rogelio Villarreal en algún encuentro veloz entre los pasillos de la Expo Guadalajara por la cobertura que realizamos de la FIL para Replicante —la revista que él edita y en la que yo colaboro— y también, por las manos y boca del pequeño hijo de los queridos Ana y Héctor. Además durmió en casa de la pintora Adriana, en el hostal de «el Pálido». Estuvo entre otros lugares como un estudio de grabación, donde un grupo de nuevos amigos ensayaban un repertorio musical para un homenaje dedicado al grupo Pantera.
Después del generoso trajín tapatío de más de una semana, llegó conmigo a la Ciudad de México, abordo de un camión con dirección a la colonia Roma, en donde hubo una breve y chispeante visita a la casa de la sonriente Marcela (ese día creo que no tanto). Camila —su traviesa bebé de apenas dos años— tuvo a bien abrir ese libro, mientras yo trataba de conversar con su mamá. Cami tomó el lápiz que estaba recostado en medio de las hojas del libro y comenzó a dar parsimoniosos trazos verticales sobre la página 23, titulada: “Caminar sobre cuerdas flojas en callejones estrechos” que es la primera parte del Capítulo I en la que Roura relata experiencias sobre corrupción, plagio y el trabajo sectario del periodismo de la cultura en México. En su página 37, el también escritor resume: “De vez en cuando es bueno lavar la ropa sucia en público, así la gente puede creer que la casa se mantiene limpia entonces ¡ah!, fuera de impurezas…”
“Yo lo único que hice en este libro fue comentar mis vivencias porque no puedo hablar por otro. Alguien me dijo que yo me sentía un mártir de la prensa cultural. ¿Si yo no hablo de mí, de quién voy hablar? Además, creo que en mi libro no existen mártires, ni villanos. Son situaciones que yo he vivido y que quise hacerlos notar para que la gente —si lee el libro— conozca que este medio o la humanidad entera es mezquina. Eso no significa que yo me sienta mal, yo estoy muy bien conmigo mismo.”
Días más adelante, en mi errabunda vida por el Distrito Federal, tuve la oportunidad de conversar con el autor de esa apología a la mezquindad humana. Eso fue al término de la presentación del libro que su amigo Musacchio había estrenado ya en Guadalajara. En la nueva y amplia librería Elena Garro, situada en una de las calles empedradas de Coyoacán —la librería Educal, me comentan, más grande del país, charlamos. Paradójicamente, el libro no fue firmado por Víctor Roura, pero sí por Mateo —el otro hijo de Marcela, de cuatro años de edad— días más adelante después de mi fugaz encuentro con el periodista en aquel centro cultural en el que tuve la impertinencia de hacerle un par de preguntas, mientras tomábamos una copa de vino. Responde, por ejemplo, acerca de mi cuestionamiento sobre las razones de su mezquindad literaria: “Yo lo único que hice en este libro fue comentar mis vivencias porque no puedo hablar por otro. Alguien me dijo que yo me sentía un mártir de la prensa cultural. ¿Si yo no hablo de mí, de quién voy hablar? Además, creo que en mi libro no existen mártires, ni villanos. Son situaciones que yo he vivido y que quise hacerlos notar para que la gente —si lee el libro— conozca que este medio o la humanidad entera es mezquina. Eso no significa que yo me sienta mal, yo estoy muy bien conmigo mismo.”

Las memorias vivas del también editor de la sección cultural de El Financiero [1] siguieron vagando bajo mi brazo, entre mis manos o resguardado en mi mochila; pasando por las camas improvisadas, los sillones incómodos, la biodiversidad del transporte público, los hogares navideños, las cafeterías con Wi-Fi, los parques meados por perros y las taquerías indispensables para revivir cada día en la ciudad del Apocalipsis. Hasta un amigo que conocí, ya hace más una década en la universidad, se fotografió con él para hacer real aquello que dijo en plena Noche Buena: “La vida apesta pero hay que vivirla”.
En el fondo de la imagen se puede ver un adorno navideño colgado en la pared y en primer plano Gucho apretando entre sus manos El apogeo de la mezquindad de ese escritor y periodista que leo a través de @ElFinanciero_Mx, acaba de presentar un libro más, el poemario José y Reina: un septiembre olvidado en Suma (Editorial Unasletras), en la Casa Museo de Felipe Carrillo Puerto, en su natal Yucatán. En el que cuenta, en dodecasílabos, la historia de amor entre su padre y madre. Apunto de finalizar el año, continúo leyendo sus 378 páginas. En tanto, otro amigo vía chat, al mandarle a su correo algunas hojas escaneadas donde él es mencionado, me responde, después de su rápida lectura: “Muchas gracias, Toño, de veras que me enterneció Roura… cómo sufre ese pobre y santo hombre…!”
Todavía no termina el año y espero llegar al 2013 con El apogeo de la mezquindad terminado, para decirle a los ojos a su autor: “Víctor Roura, he sobrevivido a tu lectura y a esta tierna y apestosa Navidad”.©
* Texto publicado originalmente en El blog del crono, en enero de 2013.
[1] El 1 de agosto de 2013 Víctor Roura renunció a la jefatura de la sección cultural de El Financiero, la cual encabezó durante 25 años.

José Antonio Monterrosas Figueiras, editor cínico en Los Cínicos y periodista replicante en Replicante.