DANDYS Y CÍNICOS

Somos libres como un bluebird

La muerte de David Bowie fue como un cuervo, sentí un escalofrío profundo al escuchar su póstuma canción «Lazarus», que es una oda a la enfermedad, al dolor, pero también a la libertad. Mi madre de 66 años de edad —tres menos que el cantante— podía irse de este mundo en cualquier momento a causa de esta cabrona enfermedad que la fue marchitando lentamente.

Por José Antonio Monterrosas Figueiras

A mi madre, un año después de su partida

I.

La noche que murió David Bowie fue una de domingo festivo. Yo bailaba un par de cumbias con mi amiga Perla, en algún lugar de la Ciudad de México. Eran las cuatro de la madrugada del lunes 10 de enero, cuando sonó «Rebel Rebel» en las bocinas de ese antro de la colonia Condesa que todavía estaba repleto de seres que no querían que terminara el fin de semana. Fue extraño escuchar al Duque Blanco después de Los Ángeles Azules, pero así fue.

En ese momento, pensé que la fiesta apenas estaba comenzando. Recordé cuando en medio de una reunión con amigos desperté después de quedarme dormido un buen rato, eran tal vez las tres de la madrugada de un sábado, pero al escuchar la rola «Youngs Americans» de Bowie no pude pegar el ojo hasta entrada la tarde del otro día.

Al enterarme que el cantante inglés, reconocido no sólo por sus canciones sino por su trabajo actoral en cine, estaba enfermo de cáncer, el campanazo vino a mi cabeza, era tiempo de volver con mi madre a su casa, para continuar acompañándola en ese terrible proceso que venía viviendo ya desde hace muchos años, pero el cual se complicó desde abril de 2015.

La muerte de David Bowie fue para mí como un cuervo,  que no me atreví a describirlo en ese momento —pero que lo vi volar sobre mi cabeza— y sentí ese escalofrío profundo al escuchar su póstuma canción «Lazarus», que es una oda la enfermedad, al dolor, pero también a la libertad. Mi madre de 66 años de edad —tres menos que el cantante— podía irse de este mundo en cualquier momento a causa de esta cabrona enfermedad que la fue marchitando lentamente. Seis meses después, el 13 de julio de 2016, ella murió. 

II.

En la historia de mi familia la enfermedad ha sido un tema, y por ende la salud también. Mi madre y mi padre han sido uno la antítesis del otro. Mientras ella pedía salud, él buscaba no enfermarse, a grados enfermizos. Ambas cosas no dejan de ser dañinas. Lo mejor tal vez es aprender a vivir con nuestras propias deficiencias adquiridas sencillamente por el paso del tiempo.

Después de la muerte de David Bowie, ya en casa de mi madre, me encontré con un artículo del doctor Arnoldo Kraus, “Sacks: enfermos, no enfermedad” ahí leí que los buenos maestros suelen repetir que: “hay enfermos no enfermedades” porque “el enfermo suma enfermedad y circunstancias” y la enfermedad es “un hecho inédito en la vida del individuo”

Después de la muerte de David Bowie, ya en casa de mi madre, me encontré con un artículo del doctor Arnoldo Kraus, “Sacks: enfermos, no enfermedad” ahí leí que los buenos maestros suelen repetir que: “hay enfermos no enfermedades” porque “el enfermo suma enfermedad y circunstancias” y la enfermedad es “un hecho inédito en la vida del individuo”. El texto dedicado al escritor y neurólogo Oliver Sacks que en febrero de 2015 recibió la noticia de que el melanoma que le habían diagnosticado en el ojo, diez años antes, había hecho metástasis y ahora le afectaba el hígado. Seis meses más adelante murió.

III.

JAM_Mamá

Después de la muerte de mi madre escribí esto en mi Facebook, lo recuerdo justo un año de su ausencia:

“Hoy, 13 de julio de 2016, es un día que ha marcado para siempre el resto de mi días. Les informo que mi mamá Leonor Carolina Figueiras Azamar falleció esta tarde a sus 67 años. Fue una dura batalla contra el cáncer y se escapó de este mundo, después de mucho dolor de por medio. De abril del año pasado al día de hoy viví muy de cerca ese proceso —tuve ese privilegio. Vi sus alegrías, sus esperanzas, su valentía y también vi su derrumbe y su devastación. Mi madre no fue la mujer perfecta, sólo fue una mujer amorosa y muy rabiosa. Ella me nombró Antonio y le agradezco —me encanta mi nombre. Ya emprendió un viaje que sólo tendrá vuelta en mis recuerdos. Se fue justo 30 años mayor que yo aquella madre que fue la mejor y también la más temible. Siempre la llevaré en mi corazón. Y como alguna vez le escribí, cuando era un niño: “Mamita: En el mar el faro es guía como tu lo eres en mi vida. Tu hijo que te quiere. José Antonio”. ¡Buen viaje!”

El doctor Arnoldo Kraus —que mi madre me contó que lo visitó en algún momento, al ver en mi escritorio algunos de sus libros— cita, en «Recordar a los difuntos»una frase misteriosa del poeta francés René Char que dice que: “las palabras saben de nosotros lo que nosotros ignoramos de ellas”.

David Bowie podría cantar entonces que las hojas se adhieren a los árboles como uno se adhiere a un amor, pues somos criaturas en un viento salvaje. Deja que éste sople a través de tu corazón, que algún día seremos libres como un bluebird. Hasta luego, madre. ©

José Antonio Monterrosas Figueiras
Reportero Repicante.

@jamonterrosas

José Antonio Monterrosas Figueiras es editor cínico en Los Cínicos y periodista replicante en Replicante y al revés en Revés.