LIBROS Y LIBROS DE CINE
El sol que viajaba a espaldas del poeta
Sólo pienso que a veces las respuestas a las preguntas que se hacen, no necesita de palabras, sino simplemente dejar que nos toque el calor silencioso del momento o lo que Octavio Paz define como poesía: el viento invisible que roza la piel.
Por José Antonio Monterrosas Figueiras
Hace un par de años conversé con Julio Trujillo, un poeta en ese entonces de cuarenta años, que al recibirme en su casa al sur de la Ciudad de México, pensé que era su hijo, que me abría la puerta para luego llamar a su padre y atender la entrevista.
Durante la conversación sobre Pitecántropo, sentados uno frente al otro, en una sala que se encuentra en el jardín frontal de su casa, con la grabadora entre mis manos, con un gato incluido en una silla, con una mujer detrás de un ventanal en una habitación llena de libros, con un cartel, al fondo de la cochera, de la película de Jim Jarmush Down by law y con un vaso de agua, unas hojas y el libro sobre la mesa.
En alguna de las preguntas que le hacía a Trujillo, el sol que viajaba a espaldas del poeta, salió de entre las nubes para deslumbrarme, como si quisiese eclipsar su respuesta y fue tan poderosa su luz, que silenció las palabras en mis oídos.
En alguna de las preguntas que le hacía a Trujillo, el sol que viajaba a espaldas del poeta, salió de entre las nubes para deslumbrarme, como si quisiese eclipsar su respuesta y fue tan poderosa su luz, que silenció las palabras en mis oídos.
Yo no sé cómo sucedió exactamente eso, pero después de la entrevista, conversando con el autor de ese libro de animalidad literaria, con el vaso de agua a medio terminar, con un par de notas y el libro sobre la mesa, con la grabadora entre mis manos, con el gato al fondo, encucharado en una silla, con ya no lo sé si la mujer seguía en esa habitación y con Tom Waits, John Lurie, Roberto Benigni de testigos en ese póster, blanco y negro, de la película de Jarmush, le comenté lo sucedido a Trujillo, él cómo estaba de espaldas al sol, sólo me mencionó algo: yo también empecé a sentir su calor.
Lo tal vez maravilloso es que al momento que se lo comentaba y él respondía, cuando lo recordábamos, el sol de nuevo iluminó mi rostro y entibio la espalda del poeta, pero en esta ocasión preferimos callar y dejar que pasara el astro rey por ese lugar, como tratando de que no se enterara que hablábamos de él. Sólo pienso que a veces las respuestas a las preguntas que se hacen, no necesita de palabras, sino simplemente dejar que nos toque el calor silencioso del momento o lo que Octavio Paz define como poesía: el viento invisible que roza la piel. ©

José Antonio Monterrosas Figueiras es editor cínico en Los Cínicos y periodista replicante en Replicante y al revés en Revés.