DANDYS Y CÍNICOS
Un amor cínico entre la Bella y la Bestia
La forma del agua es la historia de un amor cínico en aguas negras, que podría llamarse La forma del desagüe porque en esta historia la bella no es tan bella y la bestia no es tan bestia, es decir, que la bella tiene algo de bestia y la bestia tiene algo de bella, porque para del Toro el enamoramiento se reconoce primero en las similitudes y luego en las diferencias.
Por José Antonio Monterrosas Figueiras
Guillermo del Toro contaminó mi corazón de perro rabioso. Es como un sacerdote de un amor gordo que se despega el chicharrón de la playera cada vez que dice una frase guadarranchera. Guillermo del Toro estuvo en la ciudad de Morelia, donde ya estuvo un personaje que dijo que México estaba maldito por ser guadalupano —ya ni lo es tanto, ahí tienen a la Santa Muerte— y que podría pronto tener el peluche redondo y bendito —como ese del Papa Francisco en los puestos de periódicos, de Morelia, a 150 pesos— con galleta de la suerte incluida que tuviera hermosas frases, tales como: “Cuando te enamoras, reconoces algo de ti en esa persona”, “El amor enmudece, el amor rebasa la palabra”, “Lo que te hace defectuoso es lo que te hace interesante” o “El amor no tiene forma, como el agua”.
Por cierto, la última vez que vi a Guillermo del Toro, antes de Morelia, fue en el festival de cine de su tierra, hace dos años, cuando hablaba de la hecatombe y esas tragedias que estaban por venir —¿habrá sido el terremoto del 19 de septiembre en la Ciudad de México al que se refería?—. En ese entonces no traía película y recuerdo que enloqueció a sus fanáticos, al grado de que él propuso una charla más, después de la que tuvo con el crítico de cine Leonardo García Tsao, ese Osorio Chong de la crítica de cine, y así fue (Ver «La hecatombe de Guillermo del Toro»; Replicante: 11 de marzo de 2015).
El 9 de marzo de 2015 lo recordamos como «El día Guillermo del Toro», pues el cineasta tapatío contestó cualquier cantidad de preguntas de un público devoto hasta que llegó la oscuridad en esa ciudad asediada intempestivamente por el frío. En Morelia sucedió algo por el estilo. La locura por el “gordo maleducado”, como se llegó a definir él mismo, no paró y la generosidad del realizador fue absoluta y desbordante. El viernes 27 de octubre, siendo las cinco de la mañana, jóvenes Millennials ya hacían fila afuera del Teatro Melchor Ocampo, y dos días antes hasta el cineasta húngaro Béla Tarr corrió para sentarse en una butaca y ver el décimo filme de Memo.
La forma del agua es la historia de un amor cínico sumergido en aguas negras, que podría llamarse La forma del desagüe porque en esta historia la bella no es tan bella y la bestia no es tan bestia, es decir, que la bella tiene algo de bestia y la bestia tiene algo de bella, porque para del Toro el enamoramiento se reconoce primero en las similitudes y luego en las diferencias. Y aunque su historia es de una mujer muda e invisible para la alta sociedad, que limpia la mierda y los orines de los baños y los laboratorios de científicos que realizan experimentos en los tiempos de la Guerra Fría, en Estados Unidos, en el filme se ponen ciertos elementos que nos traen a la época actual, como es el interpelar a la masculinidad de estos días sobre: ¿qué significa ser hombre?
A del Toro le interesa el amor eclipsado, porque el amor es como un perro infernal iluminado sobre una alcantarilla. Ya alguien había dicho que una alcantarilla es un cínico y el amor en del Toro es un “mostro” mexicano cínico porque “el amor por el mostro es el cine mexicano”. Lo sublime y lo terrible es lo mexicano.
Queda claro que a la mujer de hoy le dan tedio las formas en que se veía “al marido mítico”: ese esposo/sponsor y macho mexicano/universal de los sesentas, frente a un dios del amazonas que lo traen para que ese “marido mítico”/científico cabrón —con sueño americano incluido— que no se lava las manos al mear, amaestra a esa bella bestia acuosa, de la que se enamora la chica muda bestialmente bella y común.
El amor entre la bella no tan bella y la bestia no tan bestia es de otra manera al de una mujer bienvestida en la cama matrimonial con un hombre/macho que sólo quiere escuchar los chillidos de «su mujer». La comunicación entre la bella no tan bella y la bestia no tan bestia es a partir del lenguaje de señas y de la mirada. Ahí están los amantes tocándose los dedos discretamente mientras ven la película, porque con las manos se puede reconocer al “mostro” del otro, el cíclope, el mundo y la tibieza del amor. Eso que el escritor argentino Julio Cortázar escribió en su «Rayuela» (Capítulo 7).
«Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua».
Además, del Toro dice que la solución para ser felices es pensar en el otro, porque cuando piensas en el otro estás satisfecho; afirma que el remedio para la soledad es mirarse en los ojos del otro y en el cine. Y es que si algo tienen en común el amor y el cine es la mirada. Me parece el cineasta nos presenta un filme donde hay una historia de la mirada, de su propia mirada después de diez versiones de sus “mostros” amorosos. En La forma del agua, la bella terrenal se queda con la bestia acuosa, aunque pareciera que es al revés (¡Spoiler spolier spoiler!). «Es que el cine es más grande que tú y que yo». Ahí el amor de la mirada efímera y trascendente.
A del Toro le encantaría seguir conversando con sus «mostros» mexicanos, autografiarles hasta la garra del pie izquierdo y comer tacos sudados toda la noche con aquellos que lo persiguen por la ciudad, porque todo en su persona es voraz, porque él se acerca a la película como si fuera la última, porque sus días también son así, como el de cualquiera de nosotros: finitos. Él recuerda las palabras que le expresó Felipe Cazals de que llevaba inhalando en nueve películas y en esta décima exhaló, soltó el cuerpo o algo así. Porque no todas sus películas le han gustado, pero de todas ha aprendido algo.
A del Toro le interesa el amor eclipsado, porque el amor es como un perro infernal iluminado sobre una alcantarilla. Ya alguien había dicho que una alcantarilla es un cínico y el amor en del Toro es un “mostro” mexicano cínico porque “el amor por el mostro es el cine mexicano” cínico. Lo sublime y lo terrible es lo mexicano. El filme de Guillermo es de aquel “mostro» ilustrado que come birria y al otro día una concha con leche, porque todas sus películas de él son muy personales, y en ellas conviven el Frankenstein de Mary Shelley y el Pinocho de Carlo Collodi, ambas caras de la monstruosidad humana salpicadas con un poco de guacamole mexicano, con un toque de comicidad y de desgracia universal.
“El cineasta debe tener la fragilidad de un poeta y la resistencia de un boxeador”, expresó del Toro en el teatro Melchor Ocampo ese viernes y lo mejor, fue cuando una chica le preguntó al realizador de El espinazo del diablo, Mimic y otras «mostrosidades» lo siguiente: “Guillermo, ¿cómo va a ser el fin del mundo?” Sorprendido pero sonriente retomó las ideas de su abuela: “El fin del mundo, Memito, será ronco… lento… y enfadoso”. Son las formas del desagüe de un gordo crepuscular que es el primer cineasta mexicano en ganar en Venecia el León de Oro, y seguro será el primero que viajará a Marte. Amén. ©

José Antonio Monterrosas Figueiras es editor cínico en Los Cínicos y periodista replicante en Replicante y al revés en Revés.