CINISMO SEXOCRANEAL
Cráneos de Placer S.A.
Una reunión de amigas. Una familia admirable. Unos cráneos sexuales y un par de duendes vagan en este cuento erótico de este escritor hilarante peruano.
Por Julio Meza Díaz
A Lucero, Javier y Emma
-Mamá me dijo, hace ya varios años, que si tienes un negocio de abarrotes es bueno dejar un cráneo en el local por las noches. Ella me explicó que cuando no hay nadie, el cráneo parece cantar, silbar, gritar. Los ladrones creen que hay gente y no se atreven a entrar. Y tú sabes, una termina haciéndole caso a mamá.
-Pero amiga, ¿qué tiene que ver eso con tu matrimonio?
-Una noche mi marido y yo peleamos. Nunca faltan razones. A veces se acaba el dinero, los chicos se ponen insoportables, se malogra una cañería o se va el internet. En ese entonces, para colmo de males, mi esposo y yo atendíamos nosotros mismos el negocio de abarrotes, doces horas diarias. ¡Y ni así terminábamos de pagarle al banco! Nos mandamos a la mierda y lo boté de casa. Él vino a pasar la noche aquí. Al día siguiente volvió con otro ánimo, empezó a tratarme bien, hasta salió a hacer las compras del día, incluso me trajo flores. Sospeché. Ya sabes cómo son los maridos…
-Había otra, seguro. Una zorra. Esas aparecen al menor descuido.
-Eso pensé. Pero no era así. Él me lo contó todo. Se había echado a descansar sobre los sacos de azúcar, en el depósito, muy molesto conmigo, pensando en pedirme el divorcio. En algún momento se quedó dormido. Y en sus sueños apareció un hombre guapo, que silbaba, cantaba, gritaba y le preguntó por qué había venido. Mi esposo le contó sobre nuestra pelea y el hombre le invitó a beber vino, se hicieron amigos, tuvieron sexo.
-Ay, amiga, no. ¡No! ¿Le creíste?
-Pruebas, le dije, y me mostró el culo. Sí, se lo habían roto gustosamente. Esa noche vine para acá. En este mismo local funcionaba la tienda de abarrotes. Y esta habitación era el depósito. Me puse a dormir sobre las cajas de enlatados. En efecto, en mis sueños apareció un hombre guapo. Cantó, silbó, gritó. Luego me conversó, quiso invitarme vino y le fui sincera. “Quiero sexo duro y que dure”, le dije.
-Muy bien. Una tiene que apuntar directo a los setenta y cinco gramos que importan.
-Así es. Y déjame decirte que fue una experiencia de otro mundo. Cuando desperté, relajada, vi cómo algo se escabullía de mi costado y se introducía en el cráneo. Tendría medio metro de tamaño, era algo así como un duendecito.
-Ay qué asquito, amiga…
-Le conté a mi esposo. Ambos se lo contamos a nuestros hijos. Al menor de los dos, a Julita, se le ocurrió la idea del negocio.
-Te felicito. Em-pren-de-du-ris-mo. Esa es la idea para salir adelante… Pero espera, ¿no es Julito?
-Es Julita, pero da lo mismo. Sucede que desde niña se viste de niño, se pone un dildo y le da duro a su hermano mayor.
-Amiga, perdona, pero eso no es un poco, digamos… curioso.
-Mira, a los dos les gusta, eso es lo que importa, y además Julito es muy creativo. Por eso a veces habla y se ríe solo, escucha voces… En fin. Julito nos explicó cómo podía funcionar el negocio en una pizarra. ¡Y hasta usó cuadros estadísticos y no sé qué fórmulas! En resumen, nos dijo que podíamos ofrecer los servicios sexuales de los cráneos. Eso sí, debíamos conseguir más de ellos. Y antes de abrir el negocio, estudiar todas las posibilidades de nuestra oferta.
-Uy, amiga, ese chico es tan inteligente y tiene una carita de travieso… ¡Me lo como al Julito!
-Ya te imaginarás que todos en casa salimos a buscar cráneos. Incluso mi madre. Se los compramos a un panteonero, se los intercambiamos por droga a un trabajador de la morgue, mi esposo logró robarse varios de las urnas de algunas iglesias. Le pusimos un número a cada uno y comenzamos a probarlos. Ya te imaginarás lo que fue.
-¡Qué envidia! ¡Me hubieras avisado!
-Me llevé los cráneos de las iglesias y fíjate que a esta edad recién me enteré que las santas y santos son adictos a la hipoxifilia y el fisting. Mi marido se encerró con los cráneos de un equipo de rugby y durante dos semanas solo salió de la cama para orinar dolorosamente y balbucear frases como: házmelo con el botín, mejor con el balón. Mi madre se aburrió pronto y fue al zoológico empecinada con la idea de conseguir cráneos de gorilas.
-Entiendo a tu madre. Te juro que la entiendo, amiga.
-Lo de mis hijos fue un tema aparte. Se obsesionaron con el cráneo N° 1, el primero que conocimos mi marido y yo. Lo probaron durante algunas noches y luego hicieron un experimento. El mayor durmió con el cráneo en el velador mientras Julita se quedaba a lado, vigilando. De pronto vio que su hermano, pese sus párpados cerrados, jadeaba, sonreía. Cubrió entonces el cráneo con una campana de vidrio. Y cuando el duendecito salió de abajo las sábanas y quiso regresar a su cráneo, no pudo.
-Me llevé los cráneos de las iglesias y fíjate que a esta edad recién me enteré que las santas y santos son adictos a la hipoxifilia y el fisting. Mi marido se encerró con los cráneos de un equipo de rugby y durante dos semanas solo salió de la cama para orinar dolorosamente y balbucear frases como: házmelo con el botín, mejor con el balón.
-Lo dejaron sin casa al pobrecito.
-No solo eso. Julito, su hermano y el duendecito se pusieron a fornicar, aunque creo que el duendecito gritaba a ratos: “no, por favor, no”. El hecho es que fornicaron tanto que el duendecito se murió.
-Ay, amiga, así son los chicos. Juguetones.
-La verdad, me molesté mucho. ¡Con lo que había costado conseguir cada cráneo! Pero Julita dio una solución: había que enterrar el cuerpo del duendecito pero sin su cabeza.
-¡Claro! Así no perdían nada.
-Exacto. Eso sí, fue un poco trabajosa la decapitación y sobre todo sacarle la piel y los músculos a la cabeza, pero ya sabes, cuando la familia trabaja unida, todo se hace más fácil.
-Muy cierto, amiga.
-Mi marido decidió probar el cráneo del duendecito. Durmió con el cráneo al lado y soñó con el hombre guapo de la primera vez. El hombre estaba ahora muy delgado, tosía constantemente. Mi marido le exigió sexo y el hombre le dijo que era muy cansado morirse dos veces, que por eso no le daría nada, que estaba molesto y que reclamaría con los demás duendes y etc.
-¡Ay, amiga, qué problema!
-Tal cual. Pero lo atrapamos. Julita fue precavida. Mientras mi marido dormía, le había puesto una campana de vidrio al cráneo. El duendecito era ahora realmente pequeñito. Tenía el tamaño de una mano pero daba unos gritos enormes. Lo metimos dentro de una olla.
-¿Lo hicieron sopa?
-No. Mis hijos no sé qué le dieron de fumar. Se relajó y ahora está ayudándole a Julito a planificar la realización de su sueño.
-¿Qué quiere hacer ese travieso?
-Julito va a manejar un tractor, en la pala mecánica pondrá parlantes gigantescos, de ellos saldrá el “Himno de la alegría” de Beethoven, la versión para bebés. Adelante y en los costados del tractor irán a pie y desnudos los duendes. Bailarán agitando sus tetitas, penecitos y culitos, zin-zan, como pendulitos. La gente se quedará hipnotizada por el zin-zan, zin-zan y la caravana llegará a la plaza central de la ciudad. Allí Julita enterrará en uno de los jardines un pequeño paquete, mientras los demás seguirán ocupados con el zin-zan, zin-zan, zin-zan. La caravana se retirará con calma, entre la admiración y los aplausos de la multitud. El paquete será una bomba de 7.8 megatones que estallará treinta minutos después.
-¡Qué divertido, amiga! Lo estoy imaginando ahora mismo, zin-zan, zin-zan y… ¡¡¡boommm!!! ¿Y por qué quiere hacer eso?
-Por hacerlo nomás. Es su sueño.
-Ay, amiga, qué alegría me da todo lo que me cuentas. Son una familia admirable. Me gustaría ser como ustedes.
-Todo ha sido gracias a los cráneos. Recién con ellos hemos empezado a llevarnos bien. Y sin traumas ni reclamos ni otras tonterías. Julito dice que de grande escribirá un libro que se llame: Sexo con mi familia: ¡qué ricos recuerdos!
-Qué frescos, amiga. ¿No me quieren adoptar?
-Claro, si tú siempre has tenido unas piernas… “La patona”, te hemos apodado en casa…
-Ay, amiga…
-Pero luego hablamos de la adopción. Te he puesto en el velador dos cráneos de jugadores de rugby, tres de santitas y uno de gorila. ¡Lo que le costó a mi mamá convencer al vigilante del zoológico! Pero bueno, ese chico y ella ahora están de novios.
-Lo importante es que sean felices.
-Sí, es cierto… No es necesario que te quites la ropa. Igual amanecerás desnuda y tal vez con la blusa sin botones.
-El colchón está un poco duro, amiga.
-Es que tiene una cubierta de cuero. De lo contrario se pudre por tanta humedad.
-Ustedes piensan en todo.
-Así es. Ponte los tapones en los oídos. Los clientes de los cuartitos de los costados empezarán a jadear pronto. Y no olvides que me pagas mañana cuando despiertes.
-¿No hay descuento para las amigas?
-Todavía, mi patona. Sucede que aún no le terminamos de pagar al banco. Ahora relájate y descansa. Pronto sabrás lo bueno que es soñar…©
* Este cuento fue publicado en una versión breve en la revista N° 1 de microcuentos de terror, La taberna de innsmouth, de Cathartes Ediciones, Arica, Chile.
