CINISMO MAROMERO
La brava historia del coleccionista de golpes
Filo recoge una fotografía del suelo donde Pedro Infante tiene unos guantes de box, está en posición de guardia y le dice “¿sabes cuál era su deporte favorito? ¡Pues el box!”
Por Scarlett Lindero

Cuando Filo recuerda sus primeras clases con Manuel El Chilero Carrillo se levanta y se prepara como para subir al ring “lo importante es saber caminar” dice y encorva su frágil cuerpo en posición de guardia “si un boxeador no sabe caminar dentro del cuadrilátero, no es boxeador.” Da dos, tres golpes a su sombra. Lo importante es tener un buen punch.
Es flaco como una rama, mide aproximadamente un metro y cincuenta y cinco centímetros. Sus ojos son pequeños, sonríe con la mirada. Su fragilidad no le impide bregar. A sus setenta y tres años cada día, empuja un “diablito” desde el local 120 de la Plaza Meave hasta la calle Balderas del Centro Histórico, recorrido que le lleva veinte minutos. Llega a medio día para colocar su puesto, o su altar de antigüedades. Filogenio Torres Cayetano es el único anticuario de la zona.
A las 11:30, comienza la jornada: Filo lleva un bastón de aluminio, no le gusta usarlo. Está parado afuera del local de Wotán, su hijo. En el fondo hay un baño habilitado como bodega. “Hay que entrar con cuidado, ya se me han caído varias cosas por brusco.”
El baño (o la bodega) es una pieza de no más de tres metros de ancho, donde apenas y cabe su diminuto cuerpo, al estar ahí parece que él también es parte de los cachivaches, casi se camuflajea. El olor que desprende el papel viejo es una bocanada de recuerdos. Los objetos corren el riesgo del paso del tiempo, se oxidan, olvidan y envejecen como nosotros. Cuando recoge el “diablito” con el que traslada sus objetos echa el bastón encima de las revistas y se convierte en parte de la colección. “Ahí queda mejor, quisiera venderlo pero nadie me lo compra.”
A los trece años, Filo comenzó en la albañilería. Creció en un pueblito del Estado de México, en San Felipe del Progreso. Sus tíos, Basilio López El Toluquito y Lupe López lo prepararon desde pequeño en el arte del box hasta que llegó a la puerta del número 36 de la calle Buen Tono, en la periferia del Centro, al gimnasio Jordán, la “catedral del boxeo”. Ahí conoció a Rubén El Púas Olivares, uno de los mejores boxeadores de la historia en México y se entrenó con un reconocido entrenador de box en la década de los setenta en México: Manuel El Chilero Carrillo.
Desde entonces Filo no ha tirado la toalla. Sigue entrenando a jóvenes y niños en el gimnasio El Shu Guerrero, en Tlatelolco. Todos los días.

Hace treinta años que Filo es coleccionista de antigüedades. Hace treinta años que le dijo a su jefe, Ricardo Hernández, un anticuario de la Plaza del Ángel en la Colonia Juárez, que quería salir a las calles a vender, a seguir coleccionando. Al principio, le daba vergüenza. Ahora salir a las calles y ser vagabundo como él dice, es lo que lo hace sentirse vivo.
Sale de su bodega, pregunta al encargado del local por Wotán. No está. Se despide desanimado y jala su carrito hacía la Avenida Lázaro Cárdenas. Filo para su marcha en repetidas ocasiones. No es el ardor del sol a medio día el que quema su vista; no ve con claridad de un ojo, siente en su mirada sonriente una ligera nubosidad. “Si viera bien con este ojo no tendría que usar esta cochinada.”
El 15 de abril se conmemora un año más del aniversario luctuoso de Pedro Infante y en el puesto de Filo hay diez fotos del ícono de la época del cine de oro mexicano. “Estas fotos que ves aquí no las tiene nadie más que yo merito.”
Wotán, su hijo de treinta y tantos años fue campeón de luchas hace cinco en Ciudad Juárez, es su mayor orgullo. Wotán es parte de la dinastía Torres. Los otros dos hijos de Filo, Impulso y Oscuro también son luchadores. Él mismo los entrenó desde niños.
“A la cinco de la tarde recojo mi puesto” mira su reloj, va siete minutos adelantado porque le gusta estar a tiempo. El tiempo. En siete minutos recoge sus recuerdos. Uno de los periódicos de su colección anuncia la muerte de Tin Tan, es el periódico Excélsior, la fecha: 29 de junio de 1973.
Antes de llegar a acomodar su puesto pasa a saludar a “Normita” una vendedora de dulces que está afuera del Mercado de Artesanías La Ciudadela, le compra diez pesos de pepitas y le promete regresar más tarde. “Qué crees Normita ya casi me operan de mis oclayos, ya voy a poder verte mejor con mis ojazos nuevos.” Se ríe y Normita se ruboriza.

Filo está de lunes a viernes en la esquina de Balderas y la Calle Morelos, a unos sesenta metros del diario Milenio, y a quinientos metros de la llamada Esquina de la Información, por ser la unión entre las redacciones y talleres de El Universal y Excélsior desde 1920. Vende esos periódicos desde esa época, guarda en su colección unos dos mil quinientos, son pocos, dice.
Filo tiene sus clientes, la mayoría reporteros o curiosos, le piden periódicos o suplementos culturales. Para él lo más importante son ellos –y sus recuerdos−.
Uno de sus clientes se acerca.
─ ¿Ahora que me trajiste mi Filo?
─ Todas las fantasías
Y por todas las fantasías se refiere a las revistas de las mujeres más bellas de México, la colección de revistas tiene la fecha: 1972. Para él todas las fantasías están en un papel carcomido por el tiempo. Todas las fantasías y recuerdos están ahí, en el tiempo. Siete minutos.
Tenía diecinueve años cuando lo perdió todo: se encontraba en un edificio de la colonia Campestre Churubusco en un segundo piso. A esa edad aún se dedicaba a la albañilería y su hobbie era el boxeo. Subió a una losa de bovedilla para alcanzar una pila de ladrillos y cayó o más bien “voló” como dice él. Recuerda que despertó en un hospital “vendado como una momia”. Estuvo diez años sin subirse al ring. En su cabeza aún se ve la cicatriz de trece centímetros que le dejó aquel knockout.
Detrás del mostrador de “La Eléctrica” un local de lámparas y productos de iluminación, Wotán no es Wotán si no Rubén. A los doce años empezó a vender en las calles con su papá y lo acompañó siempre en el recorrido de los objetos antiguos y el boxeo. Rubén consiguió esa bodega para su papá porque en su casa ya no caben más. Saca su celular y muestra una fotografía de Filo con Antonio Infante, sobrino de Pedro Infante.
Antonio Infante conoció a Filo hace veinte años cuando vino de visita a la Ciudad de México con su esposa Rocío y desde entonces le envía cada año fotos inéditas de su tío para que Filo las venda. “Este señor estima mucho a mi papá, si no le envía fotos le envía dinero.”
El 15 de abril se conmemora un año más del aniversario luctuoso de Pedro Infante y en el puesto de Filo hay diez fotos del ícono de la época del cine de oro mexicano. “Estas fotos que ves aquí no las tiene nadie más que yo merito.”
Pasa un señor de unos setenta y cinco años de edad y grita:
─ ¡A Pedro Infante lo mandó matar Miguel de la Madrid! Se murió apenas a los 85 años, estaba en Sinaloa escondido.
─ ¡Nombre!
─ ¡Sí, hombre hasta salió en la tele!
Filo recoge una fotografía del suelo donde Pedro Infante tiene unos guantes de box, está en posición de guardia y le dice “¿sabes cuál era su deporte favorito? ¡Pues el box!”
─ ¡Ah que mi Pepe! No me creas pero investígale. Hasta aparece en el Internet.

El señor se va y Filo vuelve a ver la fotografía y se queda pensando en ella. ¡Pues muerto o no Pedrito me va a ayudar a vender mucho!
El gimnasio en Tlatelolco donde Filo entrena diario a sus muchachos se llama “Shu El Guerrero” en honor a un luchador mexicano profesional que en la década de los ochenta fue una de los pilares de las funciones del elenco de los independientes quienes tenían su sede en el Toreo de Cuatro Caminos. Shu El Guerrero entrenó a Wotán y es uno de los máximos ídolos de la dinastía Torres.
Cuando Filo recibe los golpes de sus alumnos debe ser cuidadoso pues las cataratas en sus ojos le impiden ver por dónde viene el golpe. “Ya no le tengo miedo, que me rompan un diente si quieren total que casi ya no tengo muchos.” Ríe y se asoman los cuatro dientes que aún conserva.
Mira su reloj, ya casi es hora de levantar el puesto. Hoy sólo vendió 120 pesos: tres revistas y una fotografía de María Félix. No llegó el cliente de las fotos del Che. “¿Tú crees que sí mandaron matar a Pedro Infante?” le pregunta a su sombra. ©

Scarlett Lindero es periodista cultural. Actualmente es reportera para el periódico El Heraldo de México. Ha colaborado en la revista Yaconic y en el periódico La Razón.