A VECES ME DESPRECIO

Y cuando desperté los gusanos seguían ahí

No sé si vayamos juntos al concierto. No sé si me atreva a ver a alguien con quien viví pasajes de una vida exterminada, ajena, muy diferente, o suceda todo lo contrario y explote y renazca cual Ave Félix.

Por Félix Morriña

Hace poco una bella cuarentona me despertó para preguntarme si iría al concierto por tres décadas de Fobia al Palacio de los Deportes, el cual se celebrará el próximo viernes 29 de junio.

Fobia

No recordaba bien a bien que esa fémina entrada en tragos, aún atractiva y empedernida dipsómana melómana —lo sé por terceras personas y algunas fotos recientes, no se confundan—, me había acompañado a algunos conciertos en el Auditorio Nacional y en los antros-foros culturales de la década de los años 90, dígase La Diabla, LUCC, Rockotitlán, Bulldog y Rockstock, entre otros, si la memoria no me falla.

Es más, no sabía que tenía mi número telefónico, pero aún más sorprendente que regresara a vivir a este país en decadencia, al que cada vez me incrementa ese temor intenso e irracional, de carácter enfermizo y antipático, es decir, “me da fobia este país”, alcancé a externar, para estar ad hoc.

Luego me dijo que si no podía invitarla para esa fecha. Respondí —cual dandy pero punk— que podría llevarla el 21 de septiembre al mismo lugar. “¡Esta vez no te me vas a escapar!”, sentenció.

Tratando de motivarme a las tres de la madrugada —dejé de acostumbrarme a ese horario para interactuar vía telefónica—, me recordó que la banda integrada, actualmente, por el cantante y guitarrista Leonardo de Lozanne; el tecladista Iñaki Vázquez; el guitarrista y compositor Paco Huidobro; el baterista Jay de la Cueva y el bajista Javier “¡Chá!” Ramírez y que fuera una de las más importantes del rock en español, al lado de Caifanes, Neón y Maldita Vecindad y Los Hijos del Quinto Patio, entre varios más que fueron parte del movimiento socioeconómico del Rock en tu Idioma, a finales de la década de los años 80 y gran parte de los años 90, y que hicieran ricos a productores, promotores, managers y demás personal del sello discográfico BMG Ariola, merecía una crónica mía y redactar una columna sobre cómo se ven y cómo percibe al grupo la gente y su público a 30 años de formación.

La intensa fémina insistía en que era buen momento para situarnos en aquellos tiempos de fama, respeto a los medios, intensas jornadas etílico-culturales con los integrantes de las bandas mencionadas, de constantes amoríos, de buen ingreso económico, de las cartas que llegaban a los diarios para felicitarme, en especial al extinto periódico El Nacional, por esos textos periodísticos, e incluso, llamadas y visitas inesperadas y sorprendentes.

Le dije a mi antigua compañera de excesos y fiestas con lo más granado de la música de habla hispana y gran anfitriona (prácticamente vivía dos días a la semana en su hogar en la hoy Ciudad de México), que eso ya fue, que la profesión está muriendo lenta y deshonrosamente, y que me había desprendido de muchas cosas de aquellos años.

Luego me dijo que si no podía invitarla para esa fecha. Respondí —cual dandy pero punk— que podría llevarla el 21 de septiembre al mismo lugar. “¡Esta vez no te me vas a escapar!”, sentenció.

Me dejó anonadado cuando me narró un pasaje mío de un texto que no poseo, en el que cuento sobre el clima, el olor de la fama, el color del dinero; el sabor del sexo; los placeres sibaritas; la textura de las pieles extranjeras en la cama de la habitación asignada en su hogar; de la comida, del mate; de la calma que daba la cannabis tras días de consumo de alcaloides; de las pocas horas de sueño; de las horas de vuelo; de los largos días en autobús yendo de gira con las bandas; de los conciertos masivos en los que la euforia era única y sentíamos que éramos verdaderos registrando la historia del rock en México. ¡Entonces, era otro país, donde teníamos cabida y algunos de mis mejores amigos estaban vivos!

Todo eso me hizo saborear lentamente un borbón en casa, sentarme para hacer esta entrega y decidir ir al primer concierto, porque durante el segundo programado en septiembre por la excelente demanda de boletos, no creo estar.

Puse a todo volumen el primer disco de Fobia, sacado al mercado en 1990, y donde están tres rolas que me recuerdan mucho ese artículo del que me hablaba mi colega esa madrugada. Estas son “Dios bendiga a los gusanos”, “El crucifijo” y “Moscas”. Todas compuestas por el seis cuerdas de Fobia, el talentoso Francisco Huidobro Preciado.

“El otro día me dijeron que las excitaba/ Que revolcarse por mi cuerpo las alborotaba./ Van a bajar por mí/ Y me quieren llevar/ A no sé qué lugar/ Muy lejos de aquí”, dice esa canción “Moscas” de ese disco que de hecho, recalco, es el mejor del grupo por muchas razones.

Los discos de Fobia y su severo impase

FobiaTuve oportunidad de vivir intensamente la música de Fobia del primer disco al “Rosa Venus” (2005), pasando por “Mundo feliz” (1991), “Leche” (1993) y “Amor chiquito” (1995), pero los demás discos “Fobia On Ice” (en vivo, 1997), el recopilatorio “Wow 87-04” (2004), “XX” (en vivo 2007) y “Destruye hogares” (2012), ya no los saboree.

Con el tiempo la banda cayó en un impase severo, luego ya no estaban en boga, ni vigentes, ni componiendo y se dedicaron a otras cosas, principalmente a proyectos personales, algunos chafas, la verdad.

Después vino la etapa de la decadencia del rock en general, al grado de que muchos están diciendo que también ya fue, que está muriendo. La fábrica Gibson, por ejemplo, ha quebrado a nivel mundial, porque ya no se venden guitarras y la demanda de sintetizadores y mezcladoras es lo de hoy.

Por eso le comenté a mi vieja cómplice que ir a ver a Fobia era por mera nostalgia, por recordar los conciertos chingones que ofrecían, ya sea en foros locales o en los masivos, porque esta banda tuvo esa elegancia pop, presencia escénica, músicos en constante evolución y de pronto, ¡zas!, estaban en el pasado pero no tronaron el proyecto  y ahora se juntan para esta gira que les redituará para las sesiones terapeúticas-siquiátricas, médicos en general, algunos pasatiempos y algo para comprar el pozo de la tumba o para pagar viejas deudas. Ojalá los que vivimos esta etapa como periodistas pudiéramos hacer una gira para cubrir gastos.

Con el tiempo la banda cayó en un impase severo, luego ya no estaban en boga, ni vigentes, ni componiendo y se dedicaron a otras cosas, principalmente a proyectos personales, algunos chafas, la verdad.

Sin más cumplí mi palabra, aquí está esta entrega y van dos rolas que me traen muy buenos recuerdos de ese olor del éxito, la fama, el buen gusto, de mis trajes, mis atuendos de época que están en este borbón que ingerí y que lo disfruté tanto como aquél texto —¡escrito a mano!— que le regalé a la susodicha y que sólo ella tiene, nadie más.

¿Saben? Me gustaría ver mi letra, mi punketa grafía de nuevo —que se lo regalé, entregué o me robó durante una sesión dipsómana en su hogar—, pero no me atrevo porque ese ente creativo se transformó en otra cosa y tal vez me duela observarme a casi tres décadas de existencia.

¡Ahí fue escrito, ahí se quedó!

No sé si vayamos juntos al concierto. No sé si me atreva a ver a alguien con quien viví pasajes de una vida exterminada, ajena, muy diferente, o suceda todo lo contrario y explote y renazca cual Ave Félix.

Al tiempo y que dios bendiga los gusanos que se han de comer mis ojos, que me limpiarán las muelas, cuando ya no pueda hablarte.

¡Salud!

©

*Versión despreciable de la respetable columna Silencios Estereofónicos de Félix Morriña, publicada en el diario Impulso.

Félix Morriña
Dandy pero punk.

Félix Morriña es periodista y promotor  etílico-cultural. Columnista en Impulso, Semanario Punto Revista Ágora. “Este oficio sí es para cínicos”, podría ser el título de su libro de crónicas culturales.