CINISMO FEMIVIAJERO
La pasión según G.H., un sendero rumbo a la verdad del Ser
La propuesta que expone la autora en este ensayo está relacionado con el viaje al conocimiento del Ser en sí mismo, aplicado en la novela La pasión según G.H. de Clarice Lispector, con apoyo de teorías psicoanalíticas de Jacques Lacan “El estadio del espejo” y Gustav Jung “El proceso de individuación”.
Por Raquel Ayala White
«Tout art se caracterise par un certain mode
d’organisation autour de ce vide».
—Jacques Lacan
«L’inconscient est structuré comme un langage».
—Jacques Lacan.

La vida del hombre ha estado siempre regida por la búsqueda de la verdad, el encuentro con las respuestas a todas sus preguntas. Éste, sumergido en su vida cotidiana de ser social, trata de obtener a través de la filosofía, la lógica y su raciocinio, una revelación que le hable sobre la razón de su limitada existencia en la tierra. No siendo esto suficiente, también pretende saber hacia dónde se dirigirá tras su ausencia corpórea.
¿Qué sucedería, entonces, si por alguna razón llega a obtener las respuestas a todas sus preguntas? ¿Está el hombre preparado para saber? Desde esta perspectiva, se pueden dilucidar dos errores; por un lado, el hombre acostumbrado a obtener lo que desea terrenalmente, trata de encontrar sus propias respuestas en ese espacio, ignorando así que ellas encuentran en sí mismo; por otro lado, y aunado a lo anterior, si las respuestas están en el abismo inexplorado del propio hombre, esto significa que éste ya sabe las respuestas a sus preguntas.
Ahora bien, si esto es verdad, ¿cómo hacer para tener conciencia de lo que ya se sabe? Dice Jesús a sus discípulos: “No deis lo santo a los perros, ni les echéis vuestras perlas a los cerdos”, (Mateo 7:6). Respecto a esto, tal vez, la humanidad aún no está preparada para obtener tal sabiduría; pero ¿qué sucedería si se llega a obtener lo deseado?
La propuesta que se expone en este trabajo está relacionado, precisamente, con esta experiencia, con el viaje al conocimiento del Ser en sí mismo aplicado en la novela La pasión según G.H. (1964), de Clarice Lispector, con apoyo de teorías psicoanalíticas de Jacques Lacan “El estadio del espejo” y Gustav Jung “El proceso de individuación”. Cabe aclarar que no se pretende hacer un análisis psicológico en sí, del personaje, como tampoco encasillar a la novela como psicológica. La razón por la cual se eligieron esas teorías, es porque ayudarán a comprender mejor la manera en la que está estructurada la vivencia mística del personaje, también para que el proceso de recepción y comprensión lectora vaya organizando de manera más clara con los mensajes expuestos por el personaje.
Pues bien, como ya se mencionó antes, Clarice Lispector en su novela, La pasión según G.H. (1988)* nos muestra, a través de su personaje, este viaje al centro del Ser y los múltiples descubrimientos, así como, la posesión de conocimientos adquiridos por medio del viaje al interior. No obstante, Clarice agrega una nota al lector en la cual advierte, indirectamente, que la intensión de esta novela va más allá de un simple proceso de creación, por su parte, y de recreación, refiriéndose a su lector. Pues a partir de ella, se presenta una invitación a realizar el viaje del personaje en su propio Ser.
Ahora bien, en la primer parte de la novela, el personaje maneja un tono de desesperación, confusión, desubicación e incredulidad:
«…Estoy buscando, estoy buscando. Intento comprender […] tengo miedo de esta desorganización profunda […] A eso querría llamarlo desorganización, y tendría yo la seguridad para aventurarme, porque sabría después a dónde volver: a la organización primitiva», (Lispector, 1988: 11).

El personaje se muestra en el inicio de un final, lo que ha vivido se posa en el pasado y, por tanto, en la memoria; sin embargo, esos recuerdos guardados están desordenados, fragmentados y, posiblemente, sin coherencia lógica dentro de lo que es su propio ser antes de vivir su experiencia mística, es por ello que siente tal desconcierto.
En cuanto a esto, Jacques Lacan en sus diversos estudios de psicoanálisis se ha interesado mucho en el desarrollo de la paranoia, la compara como un sistema filosófico, un modo de razonamiento lógico inscrito en la personalidad de la persona. La paranoia es definida por Lacan, como una incansable búsqueda de la verdad y ha detectado que hay un aparente desorden de las cosas; sin embargo, dentro de toda esa fragmentación de conocimiento existe una realidad de la que está convencido, la cual dota de sentido a todo lo que lo rodea; empero, esa realidad funciona como un complot contra el mismo.
Como ya se dijo, la paranoia surge a partir de ese deseo de saber, de tener contacto directo con las cosas que desconocemos, ello implica tener un acercamiento con el espíritu, el cual está ligado con el delirio, esto significa que en el fondo del espíritu, después del delirio, se encuentra la verdad, (Lacan, 1984: 8-13).
Con base en lo anterior, parece pertinente exponer que la protagonista G.H., ha presenciado algo que la ha cambiado, una experiencia que forzosamente significa modificar su manera de percibir las cosas; sin embargo, la regla para realizar dicha acción es que: “si avanzase en mis visiones fragmentarias [del recuerdo de lo vivido], el mundo entero tendría que transformarse para que ocupase yo un lugar en él”, (Lispector, 1988: 11).
Esto supone que el hecho es romper sus propios órdenes, debe romper los que la tienen inmersa en el mundo, pero hacer esto implica salir de aquella comodidad y conformidad en la que ha vivido. Pese a que ella se niegue a aceptar su experiencia, las cosas han sucedido y no tiene más que realizar la recreación de lo sucedido, pues: “He perdido algo que era esencial para mí, y que ya no lo es. […] He perdido esa tercera pierna. Y he vuelto a ser esa persona que nunca fui. He vuelto a tener lo que nunca tuve”, (Lispector, 1988: 11). Y al perder la pierna que la aseguraba a su vida antes del viaje, ya no puede formar parte de ese mundo.
La importancia de esto recae en el tipo de viaje que realizó: “perdí durante horas y horas mi montaje humano […]¿cómo explicar que mi mayor miedo esté precisamente relacionado con el ser?” (Lispector, 1988: 12). Este miedo tiene relación con saber que debe cambiar y no saber, previamente, qué sucederá con ella, cómo terminará, qué hará con el conocimiento obtenido.
A grandes rasgos, en el primer apartado, el personaje establece un diálogo, una pelea consigo misma respecto a dar orden a sus recuerdos; sin embargo, cabe mencionar que aquí suceden dos cosas importantes para el desarrollo del proceso de desfragmentación. Por una parte, G.H. recreará, en todo el sentido de la palabra, lo acontecido por medio de la palabra; es decir, la escritura y; por otra, ella sola no será el único testigo de esto, sino que como lo predice al inicio, en la nota al lector, ésta tomará la mano del lector para dos cosas: darse valor para emprender el viaje y trascender su vivencia a otro ser, como se verá al final de la novela.
Como nota, quiero agregar que en cuanto a mi percepción de las cosas, el proceso de escritura, que el personaje hace para contar los sucesos, la sumergen en un estado de trance que se va acrecentando con forme ella se va sumergiendo en su interior y, por su parte, el lector aquí funciona como un Virgilio que la acompaña, pero sin guiarla, ya que no es necesario, ella sabe perfectamente el camino, el lector, en este caso, es la mano que sostiene su mano y la apoya para que tenga el valor de continuar.
Ahora bien, antes de cruzar el umbral junto con el personaje es preciso esclarecer la concepción que Gustav Jung tiene sobre el proceso de individuación, ya que se seguirá paso a paso de la mano del personaje. Pues bien, Jung ve dicho proceso como: “el modelo que sigue el desarrollo y maduración psíquica […] ‘una personalidad más amplia, más madura y poco a poco se hace efectiva y hasta visible para los demás’ para lograr así, ‘la realización de la unicidad del hombre individual’”, (Cholula, 1991: 128). Entonces, con esto se corrobora la idea inicial de que el personaje hace un viaje a la esencia primigenia del propio ser individual, tal como se expresa en el segundo apartado:
«Ayer por la mañana […] nada me hacía suponer que estaba a un paso de descubrir un imperio: A un paso de mi. […] Iba a encararme en mí con un modo de vida tan elemental, que estaba cercano a lo inanimado. Mientras tanto, ningún gesto mío indicaba que yo, con los labios secos por la sed, iba a existir», (Lispector, 1988: 22).
Es tan marcada la rutina diaria del personaje, que nada que se encontrara dentro o fuera de su realidad de confort la hubiese hecho pensar o prever lo que estaba a punto de pasarle, pero sí había rasgos de que ese día sería diferente, la diferencia es que no quería ver. Incluso, su destino se ve reflejado en el artículo de la revista que no quiso leer, acompañado con las negaciones que ella misma inserta en su escritura, para de esta forma interrumpir, inconscientemente, el enfrentamiento con la realidad mística de su aproximación con su ser.
Por otra parte, las descripciones que hace de ella misma, como su limitación de su existencia y vida, a través del ser sólo él, su nombre G.H., así tan abreviado. Su desvalorización al resumirse como ser humano a la forma y tamaño de una maleta, su autoconcepción por medio de las fotografías y su comparación con el departamento, indican un cambio necesario en el rumbo de su vida, es aquí donde comienzan a aparecer los múltiples Yo, los reflejos en el espejo, la toma de conciencia, el reconocimiento de sí misma.
Parece inverosímil que una persona con tal calidad de vida pueda estructurar un discurso como el que ella emplea en esta representación de sus recuerdos, esto quiere decir, que sí hubo un cambio inconsciente tras el viaje. Entonces, lo que debe hacer y el motivo de su vuelta al interior es traer la experiencia al consciente, pues de no hacerlo, es como estar en el mundo, pero no vivir en él.
«Aferra mi mano, porque siento que estoy en marcha. Estoy de nuevo en marcha hacia la más primaria vida divina. […] Aferra mi mano, he llegado a lo irreductible con la fatalidad de un doble; siento que todo esto es antiguo y amplio.[…] Aquella habitación que estaba desierta, y por eso, primariamente viva. Yo había llegado a la nada, y la nada era viva y húmeda».
En el tercer apartado todo comienza a formarse, el personaje se hace consciente de los pequeños guiños respecto a la situación: “¿Cómo diré ahora que ya entonces comenzaba a ver en la antesala de la habitación? Sin saber, estaba ya en la antesala de la habitación. Comenzaba a ver, y no sabía; he visto desde que nací y no sabía, no sabía”, (Lispector, 1988: 32). Para que en el cuarto apartado todo se comience a revelar.
Jung explica que antes de que la situación verdadera comience, “el consciente se pone en una situación de peligro mediante el descenso al inconsciente, pues parece como si el mismo se extinguiera”, (Cholula, 1991: 130) y esto se puede reconocer en la atmósfera en la que está inmerso el personaje:
«En el pasillo, donde termina el apartamento, dos puertas indistinguibles en la sombra se encaran: la de la salida de servicio y la del cuarto de la criada. Los bajos fondos de mi casa. Abrí la puerta que daba al montón de periódicos y a las tinieblas de la empleada y de trastos viejos» (Lispector, 1988: 35).
Después de la situación de peligro, viene la primera fase del proceso, “despertar significa darse cuenta de su propia nulidad, es decir, darse cuenta de su propia mecanicidad, completa y absoluta”, (Cholula, 1991: 136). Esto es lo que ella ve, ya parada en el umbral, no ve más que orden y luz, cuando esperaba encontrar caos y suciedad, ver tal cosa la desconcierta, pero al dar el primer paso hacia su proceso de individuación, esto se le olvida, pues ve:
«En la pared blanqueada contigua a la puerta […] estaba casi en tamaño natural la silueta, trazada de carboncillo, de un hombre desnudo, de una mujer desnuda […]la desnudez venía solamente de la ausencia de todo lo que recubre: eran las siluetas de una desnudez vacía», (Lispector, 1988: 36).
Ver eso la hace sentir incómoda, la enoja, sin duda se ve reflejada en la silueta de mujer, mientras que relaciona a la silueta de hombre con su animus con el cual también se ve reflejada: “Miré el mural donde yo había de hallarme representada… Yo, el Hombre”, (Lispector, 1988: 38). Siente que ésta le agrede, la ataca por su simple estaticidad de carboncillo en la pared. Su incomodidad la orilla a pensar cómo ordenar todo lo que se encuentra inmerso en la habitación; sin embargo, al no encontrar un desorden aparente por el cual empezar, se decide por el armario, trata de abrir la puerta y no puede, entonces: “Al lado de mi rostro introducido por la abertura de la puerta, muy cerca de mis ojos, en la semioscuridad, se había movido una cucaracha enorme”, (Lispector, 1988: 43). Aquí aparece otro reflejo, la cucaracha, la sombra con la que G.H. ha de luchar para poder salir de esa situación y poder volver a su origen.
La sorpresa y horror que implica encontrase frente a frente con su sombra, la inmoviliza, lo único que puede hacer cuando la cucaracha comienza a emerger del fondo del armario, es cerrar los ojos, tratar de no notar su presencia. Con esta acción, comienza a despertarse en ella una extraña sensación, “la valentía, como si el miedo mismo fuese lo que había investigado en mi valentía”, (Lispector, 1988:48). Aquí la protagonista se encuentra al final de la primer fase del proceso de individuación, pues acepta que: “solamente hay una voluntad a la cual someterse”, (Cholola, 1991: 135).
Ya siendo dueña de su propia valentía, decide cerrar la puerta y matar a la cucaracha, pero acto seguido, cuestiona su acción, se reconoce a sí misma en la cucaracha: “¿Qué había hecho? Quizá ya entonces supiese que no me refería a la cucaracha, sino a: ¿qué había hecho yo de mí? […] ¿Qué había matado?”, (Lispector, 1988: 49). Sin duda, a quien había dado muerte era a ella misma, ¿pero qué parte? ¿Y sólo una parte o la totalidad de lo que era ella? Ouspensky dice respecto a la culminación de la primera fase del proceso: “Para nacer hay que morir y para morir hay que despertar”, (Cholula, 1991: 135).
Con este arranque de valentía, G.H. despierta de su ensoñación, se descongela y despierta de su letargo inconsciente y entonces, camina hacia la otra fase: “la separación y la digestión”. En la primera, el personaje detiene su tiempo para prestar atención, toma distancia de sí misma para reconocer al otro como parte de su ser: “Pero fue entonces cuando vi la cara de la cucaracha. Ella estaba de frente, a la altura de mi cabeza y de mis ojos”, (Lispector, 1988: 50).
La segunda sucede cuando, de nuevo la protagonista se ve frente a un espejo, se analiza, la reconoce e identifica cada una de las partes que la componen como un todo. Aquí, la cucaracha se reproduce en su multiplicidad, como los múltiples Yo de G.H., como si ella estuviese parada entre dos espejos, así como sus comillas, uno a la izquierda y otro a la derecha, dando como resultado un juego de espejos que reflejan su multiplicidad como ser total, inacabado e infinito.
Posteriormente, G.H. se dirige a la tercera fase “la sublimación”, cuando se libera de todo aquello que no le sirve y decide aceptar su cambio: “Yo era aquella a quien la habitación llamaba ‘ella’” (Lispector, 1988: 54). Ahora posee una denominación completa, ya no es sólo una abreviatura sino una ella completa y consciente.
Después de realizar la digestión, cruza el umbral completamente, indicando esto la llegada a la cuarta fase: “el desapego” y entra en contacto con la divinidad. Aquí habla al lector, recuerda su presencia, es el momento en que más lo necesita:
«Aferra mi mano, porque siento que estoy en marcha. Estoy de nuevo en marcha hacia la más primaria vida divina. […] Aferra mi mano, he llegado a lo irreductible con la fatalidad de un doble; siento que todo esto es antiguo y amplio.[…] Aquella habitación que estaba desierta, y por eso, primariamente viva. Yo había llegado a la nada, y la nada era viva y húmeda». (Lispector, 1988: 55).

A partir de esto, el tono de discurso de Ella cambia, ahora suena más ordenada, más coherente y tranquila, Ella vuelve a recrear la situación vivida pero ya hecha consciente y al igual que ella, todo posee un orden y todo es más claro.
En las siguientes páginas envuelven la última fase del proceso de individuación, “la integración”. En esta fase, se da al “héroe” una misión divina que debe cumplir, es por ello que hace una referencia constante a diversas religiones primigenias que apelan a lo originario, la naturaleza, los astros y los elementos, tal es el caso como el paganismo y el bantú.
La misión que le corresponde a G.H. está ligada al Género Humano y es que debe compartir dicho aprendizaje, por ello habla directamente al lector que toma su mano, la diferencia es que: “Ahora no tomo tu mano para mí. Soy yo quien te da la mano. Ahora necesito tu mano, no para no tener miedo, sino para que no tengas miedo tú”, (Lispector, 1988: 148). Ella pasa la estafeta al lector, le hace una invitación para que realice el mismo viaje a su interior y pueda realmente vivir.
La novela, por medio del título, hace hincapié a una pasión como la de Cristo, a través del proceso de individuación, la diferencia es que Cristo pidió el perdón de la humanidad y ésta, valiéndose de tal hecho, se olvidó de todo aquel conocimiento sobre eso. Aquí G.H. hace referencia a la salvación de cada individuo por medio de su propio sufrimiento.
En cuanto a los cuestionamientos que se planteaban al inicio, cabe mencionar que, a partir de conocer la experiencia de G.H. y la nota preliminar de Clarice Lispector, es fácil especular que el ser humano ya formado, casado con sus ideas y prejuicios, no es un sujeto que pueda adquirir respuestas a sus preguntas, pues aunque estuvieran paradas frente a él, como si éste estuviese solo en un cuarto cerrado y ellas le gritasen tratando de llegar al punto más profundo de su ser y él, sin escuchar nada, sólo diera la media vuelta y saliera.
Sin embargo, aquellas personas que están dispuestas en sus propias manos como lodo fresco, pueden realizar un viaje hasta el fondo de su Ser, tratando de acercarse aunque sea a la esencia de espíritu, y así es podrán encontrar un universo de conocimientos que ni siquiera están conscientes de que existen. Aquí, no hay nada qué esperar, es cuestión de recurrir a la palabra.
«No hay espejo que mejor refleje
la imagen de un hombre que sus palabras».
—Juan Luis Vives
«Somos nuestra memoria,
somos ese quimérico
museo de formas inconstantes,
ese montón de espejos rotos».
—Jorge Luis Borges
©
*La pasión según G.H., novela de Clarice Lispector que fue publicada originalmente en 1964. La autora del ensayo se refiere la edición de 1988, de Barcelona, Muchnik Editores.
Bibliografía
- Cholula, Jorge (1991), “La gran obra y el proceso de individuación” en Memorias del primer encuentro. Símbolos y arquetipos en el hombre contemporáneo, México, uam Xochimilco.
- Jung, Gustav (1994) “Animus: El hombre interior” en Espejo del yo. Imágenes arquetípicas que dan forma a nuestra vida, Barcelona, Kairos.
- ____________ (1994) “El doble: ayudante interior del mismo sexo” en Espejo del yo. Imágenes arquetípicas que dan forma a nuestra vida, Barcelona, Kairos.
- ____________ (1994) “El yo es una Diana móvil: el arquetipo de la individuación” en Espejo del yo. Imágenes arquetípicas que dan forma a nuestra vida, Barcelona, Kairos.
- Lacan, Jacques (1971), “El estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica” en Escritos 1, España, Siglo xix
- Lacan, Jacques (1984), “La significación del delirio” en El seminario. Barcelona, Paidós.
- Lacan, Jacques (1984), “Los escritos técnicos de Freud” en El seminario. Barcelona, Paidós.
- Lispector, Clarice (1988), La pasión según G.H., Barcelona, Muchnik Editores.
- von Franz, Marie-Louise (2009), “El proceso de individuación” en El hombre y sus símbolos. Barcelona, Paidós.

Raquel Ayala es escritora, feminista, correctora de estilo y cinéfila. Se ha desempeñado como comentarista y crítica de cine. El secreto de su belleza es que se baña con nitrato de cineasta.