CINISMO DESMAQUILLADO
La apología o la idealización de sentirse loco
Pocos han pisado el infierno y seguramente pocos quisieran estar en él, pero el sensacionalismo público y superficial, la apología o la idealización de sentirse loco, me parece una lectura vulgar del Joker, aunque a lo mejor también es, incluso, una propuesta vulgar de los creadores de ese Guasón bien lucrado.
Por Julieta Lomelí Balver

La tristeza, pasajera, del sueño, del sueño de la vida, retorcida por el espectáculo de la locura y el sufrimiento, como algo que se ve con sorpresa, como algo que se vuelve un fetiche en un universo conformado por pequeños universos que se creen el universo entero. Hombres y mujeres de este «capitalismo tardío», narcisos deplorables, que se acercan con morbo al dolor ajeno para alimentarse de él, para jactarse de que no están peor que el prójimo, para reírse, para lucrar con ello, pero jamás para mostrar migajas de empatía. Vivimos en la sociedad que idolatra la depresión, que fantasea con la adrenalina de la hipomanía y la genialidad de cortarse una oreja, pero que se asustan, estúpidos y ridículos, cuando muy próximo a ellos alguien se desmorona o estalla de euforia.
Sobre Joker he leído así muchas anotaciones foucaltianas, caricaturezcas, porque no colaboran a la comprensión de nada, sino al amarillismo, a la chaqueta de sentirse distintos por un momento, de fantasear con el vagabundo, el raro, el esquizofrénico, el del tourette, con el psicópata, con el hombre triste destajado por dentro, pero que si lo tuvieran cerca ni siquiera le aventarían una moneda, ni siquiera le dejarían más allá de un post o mensaje cursi en Facebook: «ánimo amigo, estoy contigo», «te quiero, si me necesitas ya sabes mi WhatsApp». Ese amigo que ni una visita merece. Así pues, la tormenta emocional vuelta un mero espectáculo virtual de altruismo simulado, de falsa compasión en la que, tras este olvido del otro, del «amigo triste» toma una pistola y decide sobre su vida o la del prójimo.
La apología o la idealización de sentirse loco, me parece una lectura vulgar del Joker, aunque a lo mejor también es, incluso, una propuesta vulgar de los creadores de ese Guasón bien lucrado.
Yo sé que les gusta mucho la locura en el cine, pero ante la cercanía de parentesco con una anomalía, de ese enfermo mental «atemorizante», no vacilarían en la inmediatez de condenarlo a los psicofármacos, o de enjaular la extravagancia en un noscomio psiquiátrico. Pocos han pisado el infierno y seguramente pocos quisieran estar en él, pero el sensacionalismo público y superficial, la apología o la idealización de sentirse loco, me parece una lectura vulgar del Joker, aunque a lo mejor también es, incluso, una propuesta vulgar de los creadores de ese Guasón bien lucrado. Una película dramática, el reflejo de una época sublimada por una estética de otro siglo, pero que se parece mucho al nuestro.
Si me he de quedar con lo valioso, es con esa visibilidad de un actualidad excedida en el materialismo, más que en el humanismo. En esa crítica a los eufemismos para proteger a los «desamparados» y «pobres», que esconden algo vil y nuevamente egoísta, la superioridad de quien lo predica, la teatralización de la compasión, la ficción del altruismo: el único conflicto de interés es el desinterés por el prójimo. Con esa crítica del individualismo exacerbado que orilla a quienes sufren a sentirse más solos, e incluso los enloquece, sí me quedo.
También me quedo con esta plegaria onírica del film: «qué llegue la luz», «que se mueran los ricos», metáforas para una época injusta y de desigualdad social, para juzgar este retorno, como nunca antes, de la evocación medieval: naces pobre y morirás igual, naces rico y morirás igual. Entonces sí, qué llegue la luz, que se reedistribuya el capital, qué llegue la luz, que se muera la desigualdad. Por lo demás, recordar la trama me hace volver al hoyo de la tristeza, y no negaré que sí lloré durante el film. ¿Espectacular la película? No me lo parece. Volvió espectacular la psicopatología, quizá sí. Predecible, también.
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Julieta Lomelí Balver es estudiante en doctorado en Filosofía en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, escribe en el suplemento cultural Laberinto-Milenio la columna quincenal “Filosofía de altamar”, colabora en Revista 360° y en Filosofía&Co-Herder. Ama la lectura y la cultura —también el cine de autor.