CINISMO FILMÓFAGO
La mayor lección de cine del maestro Hermosillo
El maestro Hermosillo era un tipo con mucho candor. Recuerdo su voz áspera llenando una sala de cine, repleta de sedientos filmófagos, hablando con pasión acerca del cine de Hitchcock y de cómo este influyó en su propia obra y la de otros realizadores.
Por Luis Eduardo Flores

Mucho se ha dicho sobre la valiosa contribución de Jaime Humberto Hermosillo al cine mexicano. Su vasta filmografía, arriesgada en lo formal y lo temático, irrumpió en el tedio que imperaba en el cine mexicano de los años setenta, desafiando la apostólica y chaférrima moral de nuestro país, distinguida por la heteronormatividad y una hipócrita represión sexual. Este breve texto pretende evocar una impresión personal y emotiva acerca del fallecido cineasta nacido en Aguascalientes en 1942, quien fuera, además, figura importante en la promoción del séptimo arte y la formación de incontables realizadores y cinéfilos.
La primera vez que escuché de Jaime Humberto Hermosillo fue por mi papá. Me contó lo mucho que le gustaban sus películas y me pidió que le ayudara a conseguir algunas; como muchas de los encargos que me hacía mi padre, olvidé hacerlo. Tiempo después me topé en internet con la publicidad de un curso sobre Alfred Hitchcock en la Cineteca Nacional ¡y lo impartía el cineasta que mi jefe me había recomendado! De inmediato le mostré el cartel, de la misma forma en que un niño les muestra a sus papis un juguete que anhela que le compren; no recuerdo si necesité mayor labor de convencimiento, pero aflojó el dinero y me inscribí. Viajé durante diez sábados de Cuernavaca a la Ciudad de México, ida y vuelta, con la misma esperanza que los peregrinos exhiben cuando viajan hacia sus templos buscando respuestas, y las encontré.
El curso fue una experiencia sensacional para mí. Primero porque significaba ver en pantalla grande y en alta definición las películas del maestro del suspense (dijeran los gachupines), sino porque estaba ante un cineasta veterano, de quien fui aprendiendo mucho más de lo que él se proponía enseñar en cada sesión del curso.
Su vasta filmografía, arriesgada en lo formal y lo temático, irrumpió en el tedio que imperaba en el cine mexicano de los años setenta.
El maestro Hermosillo era un tipo con mucho candor. Recuerdo su voz áspera llenando una sala de cine, repleta de sedientos filmófagos, hablando con pasión acerca del cine de Hitchcock y de cómo este influyó en su propia obra y la de otros realizadores. Era alucinante ver las películas del maestro inglés y descubrir, por confesión del maestro mexicano, la manera exacta en la que incidieron en las suyas. Para mí, un morro universitario, en pleno apogeo de una neurótica cinefilia, era como descubrir los secretos que yacen ocultos en el cosmos. Era ser testigo de cómo un personaje, un diálogo o una escena podían mutar de un filme a otro, convertirse en algo tan distinto pero semejante. Los ingredientes secretos de la pócima me eran revelados, ¿el hechizo? El mismo que a todos nos cautiva y nos orilla a permanecer a oscuras, en silencio, en una sala repleta de extraños: el cinematográfico.
El aprendizaje en ese curso no sólo fue técnico y teórico, fue un aprendizaje vivencial y significativo. Jamás olvidaré la mayor lección que Jaime Humberto Hermosillo nos dio sin planearlo. No recuerdo si fue después de proyectar Vértigo (1958) o Frenesí (1972), pero a mitad de los comentarios y análisis, el maestro tenía una copia en DVD de dicha película en sus manos; la levantó con la misma gracia que el sacerdote lo haría con un objeto sagrado, y conmovido, con la voz entrecortada agradeció a la vida el poder tener semejantes joyas cinematográficas en su propia casa. Lo que para algunos sería solamente un disco, o una película a secas, para él era un objeto cuyo valor trasciende cualquier moneda o material. Así de grande era su pasión por el cine y no pude evitar prometerme a mí mismo que algún día amaría con semejante fuerza al séptimo arte. Desde entonces, cada que vez que veo una película me esfuerzo porque la experiencia sea más asombrosa y significativa; y algún día, saldar con mis lágrimas la enorme deuda que tengo con el cine.
Gracias maestro, por enseñarme a querer con mucha mayor pasión el cine. Descanse en paz.
©

Luis Eduardo Flores es docente y comunicólogo egresado la Universidad La Salle Cuernavaca. Ha colaborado con instancias diversas como la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, Palacio de Cortés (INAH), el Cine Morelos (Secretaría de Cultura del Edo. De Morelos) y en festivales como Cinema Planeta, donde ha sido presidente y coordinador del jurado juvenil durante 4 años consecutivos.