CINISMO MULTIFACÉTICO

Sobre La princesa del Palacio de Hierro de Gustavo Sainz

La década de los sesenta fue un periodo de evolución social, la cual no sólo permitió que el hombre luchara por sus ideales, sino también ayudó a que la mujer comenzara a buscar la forma de realizar actividades fuera del hogar, sin tener que ser juzgada por la sociedad. Un claro ejemplo de ello es La princesa del Palacio de Hierro escrita por Gustavo Sainz, en la cual le da voz a una mujer que cuenta las anécdotas de su vida liberal.

Por Raquel Ayala White

Toda mi ternura
Para las mujeres que fueron niñas bonitas
Y llegaron a ser mujeres feas;
Para las mujeres que fueron deseables
Y dejaron de serlo.
Para las mujeres que me amaron
Y que yo no pude amar.

Girondo. O. “Toda mi ternura”

La década de los sesenta fue un periodo de evolución social, la cual no sólo permitió que el hombre luchara por sus ideales, sino también ayudó a que la mujer comenzara a buscar la forma de realizar actividades fuera del hogar, sin tener que ser juzgada por la sociedad. Un claro ejemplo de ello es La princesa del Palacio de Hierro escrita por Gustavo Sainz, en la cual le da voz a una mujer que cuenta las anécdotas de su vida liberal.

A lo largo de la novela nos encontramos con distintas etapas vivenciales de la protagonista, sin embargo, todas las anécdotas son contadas con el mismo discurso e incluso éstas se vuelven similares entre sí, lo único que cambia es el ambiente en el que se mueve y la manera en la que reacciona ante los hechos, así que para el análisis del personaje, éste será dividido en dos partes: la inmanencia y el cambio.

En primera instancia tenemos a la mujer estática, lo inmanente de la protagonista que puede ser identificado desde un inicio a partir del discurso empleado para narrar, lo cual nos remite a que la voz narrativa se encuentra en un tiempo “presente” conduciéndola a una analepsis, es decir, lo que encontramos en la obra es, precisamente, los recuerdos que la protagonista tiene y está contando: “¡Ay, cómo me gusta  recordar esto! Su sonrisa  inundaba mi vida entera. Su presencia cobraba unas dimensiones gigantescas y llenaba la casa de una especie de sábanas tibias” (Sainz, 1975: 32). Incluso, el tono “infantil” que se muestra en su discurso también es inmanente, se mantiene a través de la novela, puesto que al momento de ser recuerdos, nos encontramos con la totalidad del horizonte de experiencias que dicho personaje obtuvo a lo largo de su vida. Dentro del aspecto social de su estaticidad, ella puede representar a la mujer conformista que no busca la trascendencia, sino más bien se adapta a la  comodidad que le ofrece pertenecer a la alta sociedad.

En segundo lugar tenemos a la mujer superficial, la cual podría encontrarse dentro de la misma inmanencia, ya que siempre mantiene un tono de irreflexión y frivolidad. Al inicio de la novela, la superficialidad de la protagonista no va más allá de los intereses de una joven: “Yo estuve en la Universidad Iberoamericana ¿sabías? […] Yo no sabía  ni qué quería estudiar ni para qué diablos ni nada ¿no? Pero quería entrar” (Sainz, 1975: 36). Lo que a ella le interesaba no era tener una carrera para poder ejercerla, sino más bien buscaba un lugar en el cual poder conocer gente y ocupar su tiempo libre en algo, lo cual es evidente líneas después cuando el padre Villaseñor le ofrece tomar una hora de clases y cuatro para hacer sociales la cafetería de la escuela. En esta parte es la primera y última vez que se menciona algo referente a sus estudios. En cuanto al aspecto social que se nos presenta en esta división, se encontraría un englobamiento de las mujeres pertenecientes a familias adineradas que se dejan llevar por la despreocupación, entregándose a la importancia de su propia vida.

En tercer lugar nos encontramos con la mujer popular, la cual también se presenta a lo largo de toda la obra, sin embargo, es al inicio de esta, donde más le preocupa o presume de su fama: “Cuando  se iban acabando  mis zapatos […] los tenía que ir dejando allí, porque yo siempre bailaba. […] Era conocidísima ¿te imaginas? Y todos me querían mucho […] era yo La Popular ¿te imaginas?” (Sainz, 1975: 10, 12). Esa popularidad va ligada con la superficialidad del personaje, ya que en ese momento de su vida no le importaba nada más que estar con sus amigos y conocer gente, sin importar nada de lo que sucediera a su alrededor. Esto también podría considerarse dentro de la inmanencia, ya que a lo largo de la narración, ella se presenta como el único ser de importancia y hasta llega a hacer que su historia parezca fantástica.

En cuarto lugar nos encontramos con un mujer laboral, la cual no representa en sí a una mujer que pretende destacar por sí misma, sino más bien, ve al trabajo como una forma de poder salir con su novio sin que sus padres  se dieran cuenta: “Decidí meterme a trabajar para tener un pretexto, para salir y poder verlo ¿no? […] Trabajaba en la butic de El Palacio de Hierro” (Sainz, 1975: 42). En esta parte se nos introduce la razón por la cual la novela lleva ese título, pues se trata de una mujer joven de estatus social alto, que trabaja como vendedora y modelo en El Palacio de Hierro. En este caso, ella no representa una mujer en sí, ya que la finalidad de su trabajo no es tener dinero, sino poder evadir a sus padres. Por otro lado, dicho rol femenino lo podemos encontrar por medio de las compañeras de trabajo de la protagonista, ya que muestran la manera en la que la mujer comienza a buscar su independencia económica y su propio crecimiento social.

Nos encontramos con un mujer laboral, la cual no representa en sí a una mujer que pretende destacar por sí misma, sino más bien, ve al trabajo como una forma de poder salir con su novio sin que sus padres  se dieran cuenta: “Decidí meterme a trabajar para tener un pretexto, para salir y poder verlo ¿no? […] Trabajaba en la butic de El Palacio de Hierro”

A partir de los puntos mencionados antes, encontramos ciertos cambios en nuestro personaje, ya que estos son la base de la mujer que será posteriormente. Como recapitulación,  nos encontramos con una mujer adolescente que se deja llevar por las cosas que desea por capricho y las cosas que sus amigos la llevan a hacer, sin embargo, esto cambia pues las cosas que vivió en su adolescencia provocan que ella misma se cree un carácter más fuerte y decidido.

Como primer aspecto de cambio tenemos a la mujer renovada, la cual parte de la manera en la que su madre la trataba, las prohibiciones que tenía para ella y las amenazas que recibía. Mediante estas actitudes, la protagonista va creando un carácter más fuerte contra su madre: 

Entonces fíjate que se me fue haciendo un carácter muy difícil. Porque imagínate yo nunca sabía cuándo me la iba a encontrar de buen humor o de malo […] Total, llegó un momento en  que fíjate, me hablaba y me decía a dónde vas. ¡Qué te importa! Y entonces me decía es que tengo que saber a dónde vas. Y le decía fíjate que tú serás la última en la vida en conocer lo que yo hago… (Sainz, 1975: 93)

Este comportamiento es retomado posteriormente cada que iba a suceder algo que no le parecía correcto. Un ejemplo de ello es cuando Alexis va a ir con sus amigos a probar “elesedé” y ella se opone a dicho acto y se va, pero pocos minutos después vuelve: “¿Sabes por qué regresé? […] A que me pidas perdón. […] Alexis me juró por todos los santos que no iba a probar el ácido lisérgico” (Sainz, 1975: 191). En esta etapa más adulta de su vida, ya no se deja manipular por sus novios o pretendientes, más bien es ella la que los manipula para que hagan lo que ella dice. Por lo tanto, en esta cuestión ella representa a las mujeres que tratan de dejar de estar sometidas al machismo.

Posteriormente nos encontramos con la mujer víctima, la cual es presentada por la protagonista cuando sale de viaje con “El Monstruo” (jefe de El Monje”). Al inicio de los encuentros ella no sabe qué hacer, no le dice nada a nadie ya que: “el licenciado era muy importante en México y estaba ayudando económicamente a mi mamá y muchas veces nos había sacado de líos gordísimos” (Sainz, 1975: 233). En cierta manera ella se siente comprometida a tener que soportar sus acosos por su gran importancia y como “agradecimiento” de las cosas que él ha hecho por su familia, es decir, aunque ella confesase que el licenciado la acosa, nadie haría nada o no le creerían. En resumen, la mujer víctima es la mujer-objeto aquella que sólo sirve para complacer los deseos sexuales de los hombres.

No obstante, ya después de haber cambiado su temperamento “débil” y después de haber soportado al licenciado por tanto tiempo, la protagonista comienza a llevar a cabo su venganza contándoles al presidente y a su esposa lo que dicho ministro trata de hacer con ella y a modo de venganza, ella le jugó una broma para que dejara de molestarla: “Bueno, quiero que sepas que todo lo que haz dicho está grabado, y no sólo en mi grabadora sino en la Secretaría de Gobernación porque mi teléfono está intervenido” (Sainz, 1975; 245). La protagonista logra su cometido y el licenciado no vuelve a molestarla.

Gustavo Sainz, autor de La princesa del Palacio de Hierro.

En instancia nos encontramos con la mujer erótica, la cual se encuentra entre la inmanencia y el cambio. Esto se da ya que desde el inicio, el personaje muestra indicios del nacimiento de su sexualidad: “La visión de unas manos parecidas tocándome los senos me llenó de un temor repugnante” (Sainz, 1975: 19). En esta parte, la protagonista siente asco respecto a ser tocada y puede darse por dos motivos: el primero puede ser porque el mesero no le atrae;  y en segundo, porque el ámbito sexual es desconocido para ella, empero, el hecho de que tal imagen haya aparecido en su mente, significa el florecimiento de la sexualidad consciente.
Posteriormente, la protagonista menciona únicamente las aventuras con sus novios, pero no introduce ninguna narración explícita de tema sexual hasta el capítulo cuatro cuando se queda de ver con Alexis a las seis de la mañana en su cuarto de hotel, entonces el abre la puerta: 

…y que me da un beso, un beso tú, que duró como mil años, de veras, increíble, casi eterno, larguísimo, ardiente y dulce como la vida misma, desbordado y masticador, hermético, suave y dentro del cual comenzó a formarse más concretamente esa cosa mágica y cosquilladora que es el deseo, un deseo que empezaba a  jalar hilitos en las partes más vulnerables del cuerpo. Entonces así, miles de besos a tu medida, precisos, así como algo que estás esperando desde hace mucho tiempo ¿no? Algo que deseas y que por fin lo conseguiste. Cuando cerró la puerta ya estaba yo desnuda. (Sainz, 1975: 68).

Este es el momento preciso en el cual la protagonista se deja llevar por la ola del erotismo por primera vez, esto es claramente enunciado, ya había pasado por una situación parecida, pero ésta se había vuelto más concreta, no obstante no se sabe a ciencia cierta hasta que punto llegaron, puesto que sólo se describe el beso y la desnudez, pero la manera en la que se enuncia la diégesis y el tono erótico, permiten concretizar que si llegaron al acto sexual.

Posteriormente, casi al final de la novela, nos encontramos con una mujer dominante en el aspecto sexual, y con mayor experiencia. Esto se da en el capitulo catorce: “diez minutos después ya estábamos desnudos y el Monje no se atrevía a tocarme,  Me le acercaba y se hacía para allá. Mi piel le daba miedo, o la situación,  y titubeaba afiebrado. […] El Monje se convirtió en un pulpo sensual y comenzó a acariciarme por todas partes. Una masa sensual, algo primitivo y terriblemente pasional, feroz, ambicioso, descabellado…” (Sainz, 1975: 210). En esta parte la voz narrativa ya comienza a introducir detalles del acto, sin embargo, no describe sensaciones sino más bien los acontecimientos que sucedieron dentro de éste, pero ya existe una enunciación más abierta de la situación.

En la novela de La princesa del Palacio de Hierro, nos encontramos con una protagonista que carece de nombre, lo cual podría funcionar como una manera de generalizar al personaje, ya que cualquier mujer, podría ser “la princesa” y como hemos visto a lo largo de este trabajo, el personaje posee diversas características que la ayudan a identificarse y desarrollarse como mujer, es decir, lo que ella está representando socialmente dentro de la novela es la enunciación de los diferentes roles que efectúa la mujer dentro de ésta. 

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Bibliografía

  • Sainz, Gustavo (1975) La princesa del Palacio de Hierro. Ed. Joaquín Mortiz. México. 328 Pp.
  • Leñero, Vicente (2006) “Pérdida y encuentro de la identidad de una princesa” en La princesa de Palacio de Hierro Gustavo Sainz (Consultado el 24 de mayo 2008) http://www.laprincesadelpalaciodehierro.blogspot.com/

Raquel Ayala es escritora, feminista, correctora de estilo y cinéfila. Se ha desempeñado como comentarista y crítica de cine. El secreto de su belleza es que se baña con nitrato de cineasta.

@rackhayala