MINIATURAS, PRELUDIOS Y FRAGMENTOS
En la casa de M
M podía estar en todos los cuartos de la casa, en todos menos el sótano, ese lugar estaba totalmente prohibido y fuera de su alcance, la única persona que podía entrar era su padre. M sufría de tanta curiosidad que le daba aquel lugar.
Por Ulises José
La casa de M era enorme, o al menos así la veía. La sala era enorme, la cocina era enorme, las puertas eran enormes y hasta la taza del baño era enorme. Y no se diga el jardín, ese era aún más grande que todo lo demás.
M podía estar en todos los cuartos de la casa, en todos menos el sótano, ese lugar estaba totalmente prohibido y fuera de su alcance, la única persona que podía entrar era su padre. M sufría de tanta curiosidad que le daba aquel lugar.
Todos los días, cuando regresaba de la escuela, pasaba largos ratos observando aquella puerta al final de las escaleras que bajaban al sótano. Pasaba caminando disimuladamente, se acomodaba desde la puerta de la sala y no dejaba de mirar, fingía que jugaba para pasar cerca, pero en el momento en el que ponía un pie en el primer escalón en dirección al sótano, su madre, que estaba embarazada, le gritaba desde donde fuera y le advertía que se alejara. M se frustraba cada vez que sus planes para internarse en aquella zona prohibida eran descubiertos.
¿Qué hacía su padre ahí durante todo ese tiempo?
¿Sería una especie de superhéroe y aquella era su guarida?
¿Sería una especie de espía internacional?
¿Y si fuera lo contrario?
¿Qué tal que era un villano y tenía ahí secuestrado a alguien?
¿O qué tal que se transformaba en alguna monstruosidad y ahí se refugiaba para no ser visto?
Aquello era una duda que M no podía sacar de su cabeza y cada que preguntaba, la respuesta que recibía era que no estaba bien que hiciera preguntas a los adultos.
M no quería tener hermanos, ni hermanas, no le veía el caso y a pesar de que sus padres estaban alegres, M no lo estaba tanto.
El misterio del sótano empeoró una noche que M se despertó para ir por un vaso de agua. A pesar del miedo que le daba cruzó de su cuarto al pasillo, del pasillo a la escalera, de la escalera a la cocina, tomó una de las botellas de agua en el refrigerador y volvió corriendo a su habitación.
Antes de meterse a su cama, M vio que había mucha luz en el jardín. Se asomó con toda la esperanza de ver un alienígena o mínimo un par de duendes corriendo por ahí con sus antorchas. Lo que vio fue peor, dos hombres cargaban una camilla con un bulto blanco sobre ella y la estaban metiendo al sótano por la parte trasera de la casa. No daba crédito a lo que veía, aquello revivió su eterna curiosidad por aquel lugar tan misterioso, ¿qué era lo que llevaban aquellos hombres en esa camilla? El sueño no le permitió sacar más conclusiones y se durmió.
Despertó y corrió a la cocina, aquel día no tocaba ir a la escuela, su madre se iba de un lado al otro con su enorme barriga sirviendo el desayuno, M se acomodó en su lugar de siempre y comenzó a hacer ruidos para llamar la atención, su madre le reclamó silencio y le preguntó por su inquietud. M le dijo, con tono de reto, que había visto la entrega de la noche anterior y que ya sabía el secreto del sótano, en esto último mentía.
A pesar de que intentó disimular, la madre de M se estremeció un poco y guardó silencio, después volteó con una gran sonrisa y le dijo que dejara las locuras y le sirvió de desayunar.
Todos los días, cuando regresaba de la escuela, pasaba largos ratos observando aquella puerta al final de las escaleras que bajaban al sótano.
Pasaron los días y cada noche M se intentaba mantener de pie para ver la llegada de la siguiente entrega, pero no pasaba nada y siempre se dormía sin ver algo.
Llegó el día en el que su mamá daría a luz, M se quedó en casa bajo el cuidado de su abuela, todo estaba en silencio. Aprovechando un momento en el que la abuela se había quedado dormida, M se acercó a la puerta del sótano y con muchos nervios tomó la manija de la puerta y la movió. El sonido de la puerta abriéndose hizo que pegara un pequeño brinco y volteara a ver si alguien venía o le gritaba, pero no pasó nada. Empujó la puerta con delicadeza, el cuarto era frío y oscuro, estiró su mano lo más posible hasta tocar con sus dedos el interruptor de la luz, lo encendió. Por primera vez vio lo que ahí estaba.
Era un lugar muy limpio y blanco, las paredes estaban cubiertos de mosaicos de ese color y había un par de batas colgadas en un perchero. Dos camas tubulares con pequeñas ruedas en las patas y un esqueleto de pie al fondo de la habitación. Sus ojos no podían dejar de verlo y, a pesar del miedo, comenzó a dar pasos hacia él.
Muy despacio y sin hacer ruido se acercó, respiraba profundamente. Cuando lo tuvo al alcance, estiró su mano para tocarlo, entonces escuchó una voz profunda que le llamaba por su nombre. M sintió que sus piernas se doblaban, se asustó tanto que no podía ni correr. Lo peor fue cuando sintió que alguien le agarraba el hombro. Se dejó caer al piso y se “hizo bolita”.
Volvió en sí cuando reconoció la risa de su padre que había comenzado como una risa discreta pero no tardó mucho en volverse una carcajada, abrió los ojos y su padre seguía riendo
— Levántate, ven a conocer a tu hermana—.
M supo, ese día que su papá era embalsamador. Cada que alguien moría lo llevaban con él y se encargaba de arreglar los cuerpos, para que pudieran ser vistos por sus familiares durante los velorios y se pudieran despedir de ellos.
A M no le querían contar porque pensaban que le daría miedo y tendría problemas para dormir en las noches, pero no fue así. Ahora, cada vez que sabe que su padre va a trabajar, se asoma por la ventana de su cuarto para ver a los hombres de la camilla meter al “cliente” a la sala de belleza post mortem que estaba en su sótano.
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Ulises José nació en Cuernavaca, Morelos, el 3 de diciembre de 1974. Tuvo su primer acercamiento a la escritura en los talleres de María Luisa Puga en Michoacán en 1986. Estudió producción editorial en 1999 con el grupo editorial Versal. Ha participado como diseñador editorial en varias publicaciones en Morelos y como organizador del festival de cómic Marambo. Actualmente trabaja como colaborador externo en Larousse y como diseñador editorial y asistente de edición en Ediciones Omecihuatl.