DIARIOS DE UNA PESTE

La añoranza por el Tánatos

¿Por qué un erudito psicólogo, famoso por sus novedosos métodos terapéuticos, conferencias y cursos para encontrar otra solución al laberíntico conflicto que generan las emociones, para rellenar el sinsentido de la vida pudo caer en la dependencia a las benzodiazepinas? ¿Cómo alguien que ha pensado muchas veces en maneras alternativas a la medicalización psiquiátrica, estuvo en terapia intensiva por el abuso de ellas?

Por Julieta Lomelí Balver

Ahora que he estado pensando en la ética de las farmacéuticas, en el tema de los laboratorios, de las necesidades creadas, de la «eficiencia» de la medicina, y sobre todo, en el caso de Pfizer (siempre polémico), y de sus medicamentos y sus superventas, como por ejemplo, la Lyrica (con muchos casos documentados de suicidios, conductas agresivas, accidentes de tráfico, daño hepático, etcétera), y las megamultas que han tenido que pagar muchas veces por ocultar y manipular los resultados de sus ensayos clínicos, me acordé del  paradójico y a veces contradictorio caso del brillante Jordan Peterson, quien siendo un psicólogo clínico, y un prestigioso académico e intelectual, se vio envuelto en una no muy prudente —y quizá sí para muchos que lo seguimos sorprendente— y hasta vergonzosa situación con sus amigas (y de cada vez más y más personas): las benzodiazepinas.

Las benzodiazepinas que en los institutos públicos de salud recetan, como si fueran usar una simple y mínima aspirina —y no lo es—, tienen una larga cola de efectos a largo plazo, que van desde la codependencia (que no es sólo una habituación psicológica, si no física) hasta la relación con problemas de memoria a largo y corto plazo, demencia y Alzheimer. Pero, ¿por qué la gente las toma? ¿Por qué es tan rico el Tafil, el Xanax, o un anacrónico Diazepam? ¿Qué es lo que vuelve a esos medicamentos jodidos en éxito de ventas mundiales, que ningún árbitro bioético logra regular su uso y abuso entre la población mundial? O mejor aún, ¿por qué un erudito psicólogo, famoso por sus novedosos métodos terapéuticos, conferencias y cursos para encontrar otra solución al laberíntico conflicto que generan las emociones, para rellenar el sinsentido de la vida pudo caer en la dependencia a las benzodiazepinas? ¿Cómo alguien que ha pensado muchas veces en maneras alternativas a la medicalización psiquiátrica, estuvo en terapia intensiva por el abuso de ellas?

12 reglas para vivir —¿sin benzodiazepinas?—.

Creo temer una respuesta a ello, y es que son las superventas. A pesar de todas las consecuencias que traen a mediano y largo plazo, por ser una solución hiperrápida, porque después de una hora (máximo) de haber tomado una de esas pastillitas, la angustia, la tristeza, la ansiedad, la desesperación, y esas zozobras emocionales a las que puedes ponerle mil nombres, simplemente desaparecen del horizonte por algunas horas. La cura es inmediata pero es realmente efímera, así que si eres un poco impaciente y quieres que todo se resuelva rápido —aunque tengas un prestigioso grado de Doctor en psicología clínica y un montón de bestsellers sobre el sentido de la felicidad— puedes engancharte en las benzodiazepinas, en tu deseo de cortar la angustia (un término que uso aquí en sentido muy genérico) en poco tiempo y de manera eficaz. 

Esa misma «cura» de la angustia durará cada vez menos, primero te sentirás bien por un par de días, después por un par de horas, hasta que los minutos y tu impaciencia para anular las negatividades de la vida te obliguen a incrementar poco a poco la dosis de, por ejemplo, el Tafil, para que un día, sin más, no puedas, primero dormir, después concentrarte o dejar de sentir ansiedad, sin haber tomado cierta dosis de este medicamento «tranquilizante» por la mañana, otra tanta por la noche, otras veces combinada con alcohol, y así, hasta que te suceda lo que le paso a Peterson. 

A todos nos gustan las soluciones rápidas. Todos amamos reemplazar de inmediato un vacío en el alma con cualquier otra cosa, así le metamos basura y mierda para después vomitarla, pero al menos, por segundos nos sentimos bien. Todos quisiéramos huir del sufrimiento, quisiéramos nunca sentirnos solos, ni tristes, ni deprimidos, quisiéramos estar siempre bien, y a veces ese desesperado afán, ese profundo deseo, ese arrebatado anhelo de sentirse genial, aunque sea dos minutos, ese mismo, es el que nos lleva a terminar (poco a poco o de manera abrupta) con nuestra vida. 

La cura es inmediata pero es realmente efímera, así que si eres un poco impaciente y quieres que todo se resuelva rápido —aunque tengas un prestigioso grado de Doctor en psicología clínica y un montón de bestsellers sobre el sentido de la felicidad— puedes engancharte en las benzodiazepinas, en tu deseo de cortar la angustia (un término que uso aquí en sentido muy genérico) en poco tiempo y de manera eficaz.

Y esto también es paradójico, aún sabiendo que consumimos cosas que nos conceden paz por efímeros momentos, a pesar de las consecuencias, ¿en qué sentido una adicción, a lo que sea, es inconscientemente el anhelo de paz eterna, sí, el anhelo de estar muertos? Quizá los deseos de corta e intensa felicidad, esa maldita seducción por resolver todo de manera inmediata, por «el olvido» rápido del dolor, en el fondo, es una añoranza por el Tánatos. En el fondo, quizá se abusa de las benzodiazepinas porque añoramos también un olvido prolongado, uno que nos haga eliminar la consciencia del yo, de eso que en ese yo perturba, la consciencia horrorosa del pasado y del presente que duele. 

Quizá, muy inconscientemente y con el abuso de las benzodiazepinas, sí podemos llegar a uno de esos escenarios de olvido: a la demencia y la extinción de cualquier identidad, de cualquier memoria dolorosa, y por lo tanto a la aniquilación de cualquier futuro propio. Quizá por eso, el Diazepam, el Xanax, el Tafil y todos sus amigos, son fármacos tan seductores y tan comprados (con todo y que necesiten receta para ser vendidos), porque en el fondo sabemos que sólo muertos tendremos ese prolongado (no) tiempo de serenidad. 

El testimonio de Peterson sobre el uso de las benzodiazepinas.

A lo mejor en el mundo se abusa de las benzodiazepinas (lo cual sería volverse adicto a algo legal, y legítimamente prescripto por un médico), o se enganchan en otras drogas legales o ilegales y se vuelven adictos, porque inconscientemente nos queremos morir para habitar ese espacio vacío, en el cual nada nos perturbará más. Porque en la vida, «el dolor es lo inevitable, el sufrimiento es opcional». 

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Julieta Lomelí Balver es estudiante en doctorado en Filosofía en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, escribe en el suplemento cultural Laberinto-Milenio la columna quincenal “Filosofía de altamar”, colabora en Revista 360° y en Filosofía&Co-Herder. Ama la lectura y la cultura —también el cine de autor.