DIARIOS DE UNA PESTE
“Evite saludar de beso”
De la historia se aprende aunque a veces se aprenda en el décimo intento. El pasado no se equivoca, porque ya nada se puede cambiar, pero sí está ahí para enseñarnos a no equivocarnos en el futuro. Sin embargo, los científicos que prefieren —en el intento afanoso y reiterado de tener poder—, colgar la bata y el doctorado para volverse políticos, esos sí que se equivocan y el futuro también se los cobra.
Por Julieta Lomelí Balver

Hace un año dibujé una tontería. Un hombre con la boca tapada frente a una mujer de labios gruesos y pintados. “Evite saludar de beso”, es la frase que acompañaba ese dibujo. Me obsesioné desde entonces con el devenir de una gran pandemia. Amigos míos me decían: «exageras, no va a llegar acá, no te vas a morir de Covid, está en China, lejísimos, ellos siempre tienen virus raros porque comen gatos”.
Antes de que estallará en Latinoamérica el caos, ya estaba bastante segura de lo grave que era el Covid-19. Soñé muchas veces con una isla llena de fosas donde metían muertos, todos delgados y calvos, mientras miraba el agua sin fin (sí, tengo ideas circulares).
Era una pesadilla horrible, sin embargo, despertaba y estaba segura, como era algo obvio si estás informado, que el Covid se esparciría terriblemente por el mundo, pero también pensé que habría un tipo de Tamiflu para el Covid.
Pensé que sería controlado rápidamente como lo hicieron con el H1N1 (de la cual, por cierto, yo me enfermé). Estaba segura que nos confinarían, quizá por ciudades, un tiempo, incluso un par de meses, pero nunca pensé que duraríamos más de 3 meses. Entonces, en ese enero de hace un año exacto, empecé a tomar un ansiolítico muy leve para poder dormir bien, dejar de mamar con mi Apocalipsis y ya no tener esa pinche pesadilla, que por supuesto no sirvió porque tenía sueños más lúcidos.
Se empezó a agudizar la angustia, aún así jamás, pero jamás en mi vida me imaginé que el encargado de la crisis sanitaria actual volviera a ser el mismo hombre que en la pandemia por H1N1, Hugo López-Gatell, fungiendo entonces como director general adjunto de Epidemiología en la Secretaría de Salud.
En febrero fui más optimista y pensé que la Ciencia era todopoderosa y saldríamos rápido si llegaba a pasar algo. Todo comenzó ya duro en marzo, y entonces me hubiera encantado jamás leer a Paul Ricoeur o a Primo Levi sobre el tema de la muerte en masa. Sí, soy circular y trágica.
Se empezó a agudizar la angustia, aún así jamás, pero jamás en mi vida me imaginé que el encargado de la crisis sanitaria actual volviera a ser el mismo hombre que en la pandemia por H1N1, Hugo López-Gatell, fungiendo entonces como director general adjunto de Epidemiología en la Secretaría de Salud.
Y esto lo tengo muy claro porque cuando comenzó la pandemia en 2009, era editora de un periódico y me sabía todo el chisme al respecto, y también recuerdo a ese tal Gatell, quien entonces fuera inicialmente puesto para enfrentar el reto que nos traía el H1N1.

Le fueron designadas varias tareas para ello con las cuales no cumplió. Pues ese mismísimo y fracasado Gatell —que entonces, al igual que hoy, resultó un ineficaz y deshonesto funcionario público que minmizó las cifras de muertos, mintiendo al respecto, subestimado la gravedad de ambas pandemias—, fue el mismo que Calderón decidió retirar y al entonces subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Mauricio Hernández, del frente de batalla para controlar la crisis de la entonces influenza porcina.
De la historia se aprende aunque a veces se aprenda en el décimo intento. El pasado no se equivoca, porque ya nada se puede cambiar, pero sí está ahí para enseñarnos a no equivocarnos en el futuro. Sin embargo, los científicos que prefieren —en el intento afanoso y reiterado de tener poder— colgar la bata y el doctorado para volverse políticos, esos sí que se equivocan y el futuro también se los cobra.
Con la vida del prójimo no se debe jugar ni hacer política.
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Julieta Lomelí Balver es estudiante en doctorado en Filosofía en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, escribe en el suplemento cultural Laberinto-Milenio la columna quincenal “Filosofía de altamar”, colabora en Revista 360° y en Filosofía&Co-Herder. Ama la lectura y la cultura —también el cine de autor.