CINISMO DEVORADOR
“Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas”
La verdadera historia de cuando el cruel Harry Potter devoró al Caníbal Ilustrado de Antonio Ortuño. El mago maldito incluso le juró que sus intenciones no eran buenas.
Por Johanna Aguilar Noguez
“Ojalá te opere alguien que no conozca
de la medicina más que teorías.”
—John Updike.

Fue en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara —en su última edición antes de la pandemia—, en la que el escritor Antonio Ortuño (Guadalajara, 1976) presentó su libro El Caníbal Ilustrado, el cual pertenece al joven sello editorial Dharma Books, que nació en el año de 2016 en la Ciudad de México.
Fue también ahí donde me hice de un ejemplar de éste y donde su autor todavía pudo ponerle una rúbrica en persona, pues ya sabemos que meses más adelante vino el distanciamiento social, provocado por la covid-19 y adiós a las presentaciones de libros en vivo y a las engorrosas filas para recibir un autógrafo de nuestros escritores preferidos.
Ese 5 de diciembre de 2019, después de la presentación, dejé el libro en algún lugar de casa, en un sitio seguro como lo es el buró que está a lado de mi cama, lo puse con otra pila de libros comprados en la FIL Guadalajara, y me fui a dormir para luego continuar al siguiente día con el ajetreo del cotidiano.
Acabaron los días intensos de la FIL y vinieron las fiestas decembrinas del año en que todavía no imaginábamos que tendríamos que estar encerrados, vino el empuje del año nuevo donde no había sana distancia con el mundo exterior, llegaron las vacaciones con mis padres a los cuales besé y abracé con locura, otras lecturas de libros me tuvieron ocupada en espacios públicos como cafés y parques lejos de mi hogar, lejos de Guadalajara. El libro de Antonio Ortuño se quedó esa temporada sobre el buró a lado de mi cama.
Cuando regresé a mi casa y lo vi ahí, pensé: “Caníbal ilustrado: ¡ahora sí te voy a devorar!”, pero vinieron los tiempos de guardar por la pandemia, la vida en línea con sus presentaciones de libros y cursos a través de la pantalla de la computadora, las revisiones de obras literarias en versión electrónica a través del celular o la tableta, visitas a museos que terminaron siendo virtuales y de nuevo el libro de Ortuño, por culpa de la vida virtual que me tenía ensimismada, tuvo que esperar.
Pasado un poco más de medio año, inmersa ya en la cuarentena por la pandemia ocasionada por el nuevo coronavirus, inicié al fin su lectura. Lo devoré sin pensar.
Harry Potter también devoró al Caníbal Ilustrado de Antonio Ortuño

Mientras avanzaba sus páginas, vino a mi mente la imagen de los gemelos Fred y George Weasley de la película de Harry Potter y el prisionero de Azkaban, de cuando le entregan al maguito “el mapa del merodeador”, en el que se puede ver Hogwarts con todos sus pasadizos secretos, con sus túneles y salidas, pero además se pueden observar los movimientos de quienes habitan el colegio. A mí eso me estaba pareciendo el libro de El Caníbal Ilustrado: un mapa hecho por un escritor que merodea por esos territorios —“con intenciones no siempre buenas”— con el propósito de satisfacer su curiosidad.
El Caníbal Ilustrado es un mapa de literatura —y de periodismo— dibujado a lo largo de un poco más de dos décadas donde, el autor de novelas como El buscador de cabezas y Recursos humanos, se muestran los nombres de quienes han transitado o habitan en su territorio literario y de qué han hecho y cómo lo han hecho, al igual que el mapa del merodeador que es capaz de identificar con precisión a cada persona y no se deja engañar por “animagos”, pociones multijugos o capas de invisibilidad. Ortuño nos muestra sus pesquisas sobre la vida pública y privada de los personajes literarios, nacionales y extranjeros, además de sus fantasmas, que no están exentos.
Si usted va a leer El Caníbal Ilustrado conjure igual que Harry: “Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas”.
El cuerpo destazado del Caníbal Ilustrado
El Caníbal Ilustrado está dividido en cuatro partes. La primera sección muestra tanto la arrogancia como la soberbia de escritores que han representado alguna época o movimiento, o bien de literatos que sólo cuentan con manuscritos en sobres manila. Ortuño ironiza sobre los sucesos históricos pero a la vez revela detalles personales, como en el caso de Juan Ruíz de Alarcón, quien fue tratado con desdén por Francisco de Quevedo, Luis de Argote y Góngora, Lope Félix de Vega y Cervantes, por ser novohispano. “Se mofaron de su joroba”, precisa.
En la segunda sección, nos muestra los caminos para llegar a los libros de los entrañables muertos de la literatura, desde su consideración y también desde la dudosa ponderación de los resultados de encuestas realizadas por algún periódico o editorial de supuesto prestigio.
En esta parte encontramos instrucciones detalladas sobre cómo llegar a la receta de la poción tundente de Rubem Fonseca, a quien por cierto Ortuño admiraba y falleció en el 2020, un año después de haber publicado este libro. “El brasileño”, explica Ortuño, “no busca la violencia como un fin, sino como un medio expresivo. Sus personajes recurren a ella para luchar por su vida”.

El “fenómeno” de la lectura, el “papel” de los libros y la “fuerza” de las ferias de libros, ocupan las páginas de la tercera sección. En ésta leemos como los libros se convierten en entes sagrados, para llegar a ellos se necesita saber el conjuro, tener la llave del cofre y evadir —o incluso vencer— al guardián del recinto y si en algún momento esto se logra, debes tener todas las medidas profilácticas para tocar el libro, quizá por eso a los niños y jóvenes muchas veces les resulte difícil acercarse a la lectura.
Ortuño también menciona la situación decadente de las ferias y la homogenización temática en los libros en ferias literarias de pueblos, de igual forma con un tono de ironía exacerbada, nos lleva a recorrer el peligroso puente colgante de las iniciativas gubernamentales como aquella de: “leer veinte minutos al día”, en la que el exfutbolista Zague recomienda que le preguntes a tu pediatra: ¿qué leer con tus hijos?, hasta cantantes como Marco Antonio Solis, «el Buki», que casi canta que está bien ponerte un piercing, pero también estaría bueno que agarraras un libro un par de segundos —»¿a dónde vamos aparar?», podría preguntarle rabiosamente Antonio Ortuño a su tocayo—.
La última parte de El Caníbal… es como una sala de los menesteres, pues va y viene entre diferentes temas y en donde pueden encontrarse los objetos perdidos más extraños y alucinantes: La escritura creativa, los talleres literarios, los puristas, el “Ola ke ase”, la letra k, la búsqueda de la voz del escritor, otras historias, etcétera. Aquí también podemos leer algunos artículos sobre las redes sociales y su forma de conjugarse con la escritura o con la lectura, desarticulando esa falsa disyuntiva neurótica de elección entre lo tradicional y lo moderno.
Si usted va a leer El Caníbal Ilustrado conjure igual que Harry: “Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas”.
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Johanna Aguilar es psicoanalista, maestra y escritora. Actualmente vive en Guadalajara, Jalisco.